Centro de Estudios Lorquiano- Fuente Vaqueros
CARTA DE DULCE MARÍA LOYNAZ
DESCRIBIENDO AL POETA PARA LA POSTERIDAD
Han quedado bastantes retratos de Lorca, pero ninguno nos da una verdadera imagen de su persona.
Y considero que es importante referirse a esa imagen suya por cuanto ya somos pocos los que la conocimos y podemos por ello dejarla más o menos fijada para lo venidero.
No era en modo alguno un hombre bello, si se entiende por bello lo estrictamente físico: corrección de facciones y de líneas, elegancia de porte y demás.
De mediana estatura, ni grueso ni delgado, del color olivaceo que él gustaba de poner en sus personajes, lo que más impresionaba de él eran los ojos.
No podría decir que porque fueran grandes, aunque lo eran, sino porque el alma se le asomaba a ellos.
Más que su color, -quizás pardo, quizás verdoso- recuerdo su mirada que era algo radiante, algo que desde el primer momento le ganaba amigos.
Tenía un modo de dar la mano que no he encontrado en nadie. Era un modo firme, llano, cordial, cabe decir que alegre por saludar a quien saludara.
Su voz era fuerte, su risa espontánea, ruidosa, contagiosa. Pocos seres habrán existido tan llenos de vitalidad, tan desbordantes de optimismo.
Cuando nos enteramos de su muerte, no la creímos y sin creerla nos pasaron muchos meses hasta que no nos quedó otra alternativa que rendirnos a la dolorosa realidad.
De ella pudiéramos decir lo que en breve poema dijo una vez Juan Ramón:
“Es ya verdad; pero la rechazamos tanto tiempo, que sigue siendo imposible siempre.”