Optamos por comenzar el día orando
El primer elemento es la decisión, como centro que apuesta por la Acción Evangelizadora, de determinar un momento específico para la oración, es decir, abrir un espacio en el interior para posibilitar la comunicación con Dios.
Espacio
El espacio es el cotidiano en el que se desarrolla la actividad diaria, centrando la mirada y atención a un punto que nos evoque recogimiento: una imagen del Divino Maestro, la Madre Inmaculada, el crucifijo, el rincón de religión, algún símbolo apropiado... A veces será en el aula, otras en el oratorio o en la capilla. Será, a fin de cuentas, en un lugar que favorezca el recogimiento y no la dispersión. Cuidamos que la postura sea la adecuada, sin objetos que nos distraigan (libros, mochilas, materiales…), de pie, sentados, en sus mesas o en corro, para poder facilitar el silencio interior.
Tiempo
Se dedicarán entre 7 u 8 minutos, escogiendo el mejor momento posible para facilitar el encuentro, en los que se irán recorriendo todas las partes de la oración. No se tratará de impresionar, de rellenar el tiempo con muchos cantos, presentaciones, vídeos o símbolos, sino de acoger al “OTRO” que llama y quiere encontrarse con cada uno de nosotros, además de ser un momento que posibilite el poder compartir la fe.
Actitud
Se trata de pedir permiso al cuerpo para ayudar a rezar ya que el cuerpo también ora. Unos minutos de relajación normal y sencilla, centrada en la respiración, guiada pausadamente o con una música de fondo, será la clave para gustar este encuentro con el Maestro.
Podemos guiar la relajación de la siguiente manera: Sentados en el suelo, en un rincón o en una silla, mantenemos la espalda recta; as manos las colocamos sobre los muslos o palma sobre palma hacia arriba. Respiramos por la nariz y expiramos por la boca, intentamos oír nuestra propia respiración, cómo el aire toca suavemente los orificios nasales y llena nuestro vientre y pulmones. Detenemos unos segundos el aire dentro de nuestro cuerpo. Expiramos sintiendo como el aire sale por nuestra boca, rozando nuestros labios, y sentimos, de nuevo, cómo nuestro vientre y pulmones quedan vacíos. Una vez hecha la respiración, escuchamos el silencio del aula. Todos estamos dispuestos a escuchar a Dios, nos situamos en la presencia de Jesús Divino Maestro y de la Madre Inmaculada…
En toda esta aventura de aprender a orar es imprescindible el silencio exterior, para que poco a poco, se pueda dar paso al silencio interior. Se trata de centrar nuestro cuerpo, mente y sentimientos en la oración que se va a realizar. Ayudar a estos previos, implica un compromiso por parte de nosotros, como educadores, que influirá más positivamente, en el alumnado, en la medida que él mismo vaya aprendiendo este arte de orar.
PONEMOS MANOS A LA OBRA
Ponerse en la presencia de Dios (1 min. aprox.)
Es el momento en que el grupo y cada persona se hacen conscientes de que Dios está ahí, “donde dos o más están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos”. Vaciar el pensamiento de distracciones y centrarse en Dios como el principal interlocutor.
Orar (5 min. aprox.)
Se utilizará algún recurso que aporte el contenido de la oración en sí. Se puede orar con salmos, textos del Nuevo o Antiguo Testamento, presentaciones, vídeos, imágenes, cantos o la misma experiencia personal de los allí reunidos. En este momento tendrá lugar la escucha, reflexión e interiorización y el compartir la fe en voz alta o bien como símbolo externo del grupo reunido.
Despedirse (1 min. aprox.)
A modo de conclusión de la oración, habrá una pequeña conversación de despedida con Jesús que está dentro de cada uno, estimulando el cariño hacia Él y pensando en algún gesto externo como un abrazo, un beso, una sonrisa, una mirada que les conecte con Él el resto del día.