Saber argumentar es lo que permite tanto defender nuestras opiniones frente a otros, así como descifrar los mensajes provenientes de contextos en los que se intenta influir en nuestra conducta (Perelman, F., 2001). Dependiendo del tipo de razones utilizadas, el objetivo puede ser convencer (cuando los argumentos son lógicos o racionales) o persuadir (cuando se usan argumentos emotivos o afectivos).
Los textos argumentativos son aquellos en los que el autor o la autora trata de convencer al destinatario del punto de vista o idea que se tiene sobre un asunto, o bien convencerlo de la falsedad de una idea u opinión previa (refutación), a través de justificaciones, alegaciones y razonamientos; convencer o disuadir sobre comportamientos, ideas o hechos.
Si bien el estudio de la argumentación tiene sus orígenes en la retórica clásica, desde un enfoque pragmático y estructural el estudio de los textos argumentativos se ha abordado en los modelos teóricos de la lingüística del texto. Desde esta perspectiva, el texto argumentativo en la teoría de J. M. Adam (1992) es el que presenta como secuencia dominante.
Los textos argumentativos no se presentan en estado puro; es decir, ningún texto es únicamente argumentativo, son textos híbridos que vinculan la narración con la exposición. Esta última se dedica a mostrar e informar al receptor, mientras que la argumentación tiene como finalidad demostrar la veracidad de dicha exposición.