Desde la perspectiva de la intención comunicativa, un discurso oral o un texto escrito, persigue un objetivo, tiene una intencionalidad: explicar, investigar, justificar, cuestionar, polemizar, convencer, demostrar, deliberar o persuadir a alguien de algo.
El objetivo de la argumentación puede ser convencer o persuadir. En algunos casos el emisor busca una adhesión intelectual a su tesis, mostrar al destinatario que un hecho es real (demostración), o que cierta idea es racionalmente válida y aceptable (convicción); en otros, se busca una adhesión sentimental, mover el ánimo del destinatario a favor de la tesis propia (seducción) y conseguir que realice una determinada acción (persuasión).
Con el convencimiento, el emisor busca la aceptación de un punto de vista por parte de un receptor, y para ello expone una serie de argumentos que permitan alcanzar ese fin, lo cual da lugar a la discusión, el debate y el consenso; Stephen E. Toulmin consideraba que la excelencia de un argumento depende de su construcción, es decir, de qué tan sólido se mantenga durante una discusión. En esta tarea de persuadir y convencer, entran en juego diferente tipos de argumentos. Dos autores que han clasificado los tipos de argumentos son Weston (1994) y Holzapfel (2016).