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El Gran Capitán de la libertad americana
Bien se puede decir del héroe que sólo ambicionó una cosa: la libertad de América. Por alcanzarla sacrificó todo cuanto tenía en aras de ese alto principio. Fue en vida glorificado y atacado, pero ni una ni otra cosa influyeron en la línea que se trazara y que siguió en forma inmutable, desconcertando con su templanza a sus enemigos.
Renunció a la gloria y envainó dignamente su corvo, que nunca fue usado para avasallar naciones. La posteridad, a quien San Martín confiaba el juicio de su vida y de sus acciones, lo proclama, como ha expresado el autor peruano Mariano Felipe Paz Soldán: "El más grande de los héroes, el más virtuoso de los hombres públicos, el más desinteresado patriota, el más humilde en su grandeza, y a quien el Perú, Chile y las Provincias Argentinas le deben su vida y su ser político".
En una de las noches próximas a la retirada de La Serna, se había comunicado el siguiente “santo y seña” en el cuartel general de los patriotas: “Con días -y ollas- venceremos”.
Pasó la noche y pasaron los días sin que nadie entendiera racionalmente el significado de tales palabras, y fue después de estar el ejército patriota en posesión de la capital, cuando San Martín en una de esas expansiones que, si no eran frecuentes, eran sinceras, refirió a sus íntimos amigos, en la tertulia de palacio, el secreto de las ollas que a la verdad era la incógnita de aquel problema.
Descubiertos constantemente sus emisarios por los espías de La Serna, iba ya siendo imposible comunicarse de una manera segura con sus agentes de Lima. El tiempo urgía y le era preciso tener al corriente de los negocios a sus amigos que rodeaban al virrey, para que éstos a su tiempo, le comunicaran lo que pasaba en las regiones oficiles.
Como no quería que nadie penetrara su secreto antes que el éxito lo abroquelase contra la sátira y la burla de los enemigos, un día que con sus ayudantes iba de Huaura a Supe vio venir un indio alfarero cargado con sus cacharros, y adelantándose hasta encontrarse solo con él detuvo el caballo, le dijo quién era, y le ordenó que al día siguiente se presentara en el cuartel general.
No faltó el indio, y habiéndole preguntado San Martín si le sería fácil fabricarle unas ollas de barro, allí en su presencia, la respuesta del viejo alfarero fue afirmativa. Volvió al día inmediato, amasó su barro, y sin más testigo que aquel singular genio y carácter se puso a modelar sus ollas. Estando ya una formada, le preguntó San Martín: de qué modo podría ponerse un papelito, en el fondo de la olla que al cocerse ésta en el fuego no se quemase ni destruyera.
—Mi viejo curaca, si tú me pones una docena de ollas como ésta en poder del canónigo Luna Pizarro, que está adentro de la ciudad, ¡tú y todos tus hermanos serán libres para siempre! ¡Te lo juro por ese Sol de tus padres!
Sellado así aquel pacto que ahorraba la sangre y los estragos de una batalla para tomar a Lima, el indio se puso a su tarea, y San Martín introdujo cuidadosamente doce cartas en otras tantas ollas, que tuvo el cuidado de numerar o señalar con un signo cuya explicación corría en la esquela del canónigo.
Instruyó bien San Martín al indio, y en la primera hora de la mañana siguiente lo ponía en el camino de la capital, cargado y vendiendo su acostumbrada mercancía. Las guerrillas patriotas que circulaban en la ciudad con el título de montoneras lo dejaron pasar, y las avanzadas de La Serna, que no vieron en aquel indio viejo otra cosa que lo que representaba, ni siquiera se dieron el trabajo de interrogarlo y detenerlo; así pasó fácilmente, llegando sin tropiezo a su destino. El canónigo se hacía cruces, cuando al ofrecerle en venta una ollita el indio, cayó ésta al suelo y entre los despojos apareció una carta con su nombre escrito por letra ya para él muy conocida. Miró al indio y lo encontró con el dedo índice atravesado sobre los labios como diciéndole: “¡Silencio!” En seguida le pidió que le comprase todas las ollitas.
—¡Bien, tatita! ¿Cuánto quieres por todas?
—Dame, señor, un cortado de cuatro reales.
—¿Nada más?
—Nada más, eso es lo que valen.
—Dióle el canónigo la moneda que el indio quería y voló con ella a Supe, donde lo esperaba ansioso San Martín.
Un cuatro cortado era la contraseña, y San Martín vio que el indio, que de paso diremos se llamaba Díaz, había cumplido, y que toda su correspondencia quedaba entregada a sus amigos, porque el canónigo don Francisco Javier de Luna Pizarro era el eje sobre el que giraba la parte principal de sus maquinaciones en Lima.
Ya San Martin satisfecho por el resultado de su invención, se le ocurrió consignar el suceso de la manera que lo hizo, escribiendo como una profecía, en el libro del estado mayor: “con días —y ollas- venceremos”, para que circulase como santo del ejército patriota en esa noche. Increíble parece que aquel hombre tan célebre en el gabinete, como grande en el combate; tan fuerte en la hora adversa, como humilde en los días que la victoria rodeaba su sien de resplandores, se allanase a procedimientos ostensiblemente pueriles, para conseguir frutos, relativamente pequeños, en vez de proceder como militar buscando la solución de la guerra en los campos de batalla. Pero él todo lo fiaba a la intriga en esa campaña, desde que le era preciso fecundar la idea de la emancipación, y porque no tenía a sus órdenes un ejército ni tan numeroso, ni tan bien armado como el de los realistas, para aventurar el éxito de su expedición en una batalla campal, estéril a su juicio, porque allí todo iba a depender del patriotismo de los peruanos.
"La ilustración y fomento de las letras es la llave maestra que abre las puertas de la abundancia y hace felices a los pueblos; ese que ha sido la cuna de las ciencias ha sufrido el ominoso destino que le decretaron los tiranos para tener en cadenas los brillantes ingenios de ese país; yo deseo que todos se ilustren en los sagrados libros que forman la esencia de los hombres libres." José de San Martín
VAMOS CERRANDO ESTE ACOTADO RECUERDO AL GENERAL SAN MARTÍN Y SU INMENSA OBRA CON ALGUNAS DECISIONES QUE LLEVÓ A CABO DURANTE SU GOBERNACIÓN EN CUYO.
Expropió las propiedades de los españoles prófugos, declaró de propiedad pública las propiedades de los españoles muertos sin testar.
Estableció un laboratorio de salitre y una fábrica de pólvora y un taller de confección de paños para vestir a sus soldados.
Creó canales, desagües, caminos y postas existentes y mejoró los ya existentes.
Impulsó planes de fomento agrícola, que incluyeron la venta de tierras públicas que hasta entonces no eran cultivadas, en la zona de Barriales (actual General San Martín), en la provincia de Mendoza, y en Pocito, provincia de San Juan.
En Barriales, además de propiciar la colonización de un pueblo, se construyó un canal de riego siguiendo la notable tradición de los habitantes originarios de la región, los huarpes. El propio San Martín, en octubre de 1816, adquirió 50 cuadras en esa zona, donde estableció una chacra.
Las tierras incorporadas a la producción se destinaron principalmente a cultivos de alfalfa (vinculados a la actividad ganadera) y de trigo. En los años siguientes, los intentos por introducir el cultivo del tabaco en San Juan y la plantación de moreras en Mendoza, con vistas a iniciar la cría de gusanos de seda, fueron parte de una búsqueda de alternativas a las dificultades que afectaban a la producción vitivinícola.
Fundó de la mano de fray Luis Beltrán la metalurgia a nivel nacional, indispensable para fabricar las armas del ejército. La fragua y los talleres montados en Mendoza fueron, en su tiempo, el mayor establecimiento industrial con que contó el actual territorio argentino: unos 700 operarios trabajaban en ellos.
Organizó y reglamentó el servicio de correos y de policía; empleó a los desocupados en el blanqueo de las casas y en el cuidado de la ciudad.
Dictó la primera ley protectora a nivel nacional de los derechos del peón rural, obligando a los patrones a certificar por escrito el pago en tiempo y forma de su salario
Prohibió los castigos corporales que se aplicaban a los niños en las escuelas.
Promovió la primera ley de protección a un producto nacional, el vino cuyano.
"Conozca el mundo que el genio americano abjura con horror los crueles hábitos de sus antiguos opresores y que el nuevo aire de libertad que empieza a respirarse extiende su benigno influjo a todas las clases del Estado.”
Oficio de San Martín al Cabildo de Mendoza, 25 de marzo de 1816.