¿Adónde voy?

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Hace ocho años empecé a formarme para poder cambiar la metodología de mis clases. En ese momento el motivo principal era encontrar motivación para seguir trabajando los mismos contenidos año tras año sin aburrirme. Aprendí sobre rutinas de pensamiento, PBL, Unidades Didácticas, rúbricas y más. Las inteligencias múltiples yacían en el fondo.


En todo este tiempo transcurrido las cosas han cambiado muchísimo. Para empezar, nos hemos hecho tecnológicamente dependientes. No damos un paso sin un dispositivo móvil en nuestras manos, de hecho, los smartphones se han convertido en una prolongación de nuestro cuerpo. Necesitamos estar conectados en todo momento, consultamos la pantalla del teléfono continuamente y creemos tener información de todo cuanto nos interesa.



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En este ambiente tan tecnológico, además, hemos de re situar nuestro trabajo docente. Cada vez más, los alumnos afirman no querer venir a clase porque aprenden más en casa que en las aulas. La afirmación es demoledora, pero la realidad es que encuentran explicaciones a sus dudas en tutoriales de entre 10 y 15 minutos. ¿Cómo aguantar entonces 50 de exposición de un profesor? Si a eso le sumamos la importancia que parecen estar tomando las ciencias, a los de humanidades se nos presenta un futuro incierto. ¿Cómo compaginar la robótica, la programación, etc. con la literatura, la historia, el arte, la música, la filosofía...?


Quizá deberíamos buscar uno de los puntos que nos une como profesionales, dejando a un lado las especialidades: nuestro papel en el aula y la relación que establecemos con los estudiantes. No parece descabellado partir de ahí para encontrar soluciones, empezando por replantearnos nuestro rol.

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Ante esta situación, mi propuesta para el próximo curso 2017-18 es seguir profundizando en el aprendizaje de las herramientas educativas que la tecnología pone a nuestro alcance y probar una tendencia en auge: la gamificación.