Zola
y la civilización universal
de Marte
y la civilización universal
de Marte
Soy periodista freelance desde 1998. Durante trece años escribí para The New York Times y para otra docena de medios desde la ciudad de Nueva York. Soy un reportero multidisciplinar que ha cubierto noticias como el 11-S, el huracán Katrina o la presidencia de Barack Obama, y he entrevistado a iconos de la cultura como David Bowie, Lou Reed, Noam Chomsky o Cate Blanchett, entre muchos otros. En 2012 me instalé en Londres, donde he colaborado con varios medios locales e internacionales, cubriendo todo tipo de noticias hasta que, en agosto de 2017, recibí un encargo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para documentar el trabajo que se estaba llevando a cabo en unos centros de acogida de refugiados en África Central.
Al principio la idea no me resultó atractiva, porque por aquel entonces estaba bastante cómodo con las noticias y encargos que iba realizando. Pero “cómodo” es una palabra que me produce inquietud y, aunque no tenía previsto que aquel encargo me llevara tanto tiempo, al final decidí que ya era hora de buscar nuevos enfoques en mi carrera. Nunca había estado en ese continente y pocas veces había cubierto noticias que sabía que no iban a tener relevancia en los medios occidentales. No nos engañemos: solo cuando se producen grandes crisis humanitarias en zonas olvidadas del globo, la noticia salta a las cabeceras del mundo rico. Las miserias diarias del sur global no venden.
O, dicho de otro modo, cubrir la gestión que se estaba llevando a cabo en un campo de refugiados me pareció simplemente una oportunidad de contrastar realidades y de elaborar una crítica más completa sobre cómo se utilizan los recursos que destinan las grandes organizaciones humanitarias para paliar las desigualdades provocadas por el orden económico y financiero promovido desde el mundo rico. Sin embargo, la realidad fue otra: Naciones Unidas solo aportaba una parte —pequeña, en realidad— de lo que allí se estaba fraguando. Su interés por documentarlo respondía a la necesidad de entender qué estaba sucediendo realmente y por qué funcionaba de la manera en que lo hacía.
Gracias a mi condición de documentalista de la organización tuve acceso a todo el proceso inicial de acogida y a su posterior desarrollo. Pero enseguida me di cuenta de que allí las cosas eran sustancialmente diferentes: no se parecía a otros campos de refugiados donde, al poco de llegar, la gente se instala en viviendas precarias y empieza a buscarse la vida para que su día a día resulte un poco más llevadero. Era un campo mucho más disciplinado, que proponía otra manera de hacer las cosas con un propósito que intentaré detallar de la forma más explícita posible.
Este trabajo presenta dos puntos de vista. El primero corresponde a la experiencia que recopilé en el centro de acogida y a sus implicaciones posteriores para quienes han decidido seguir viviendo allí voluntariamente. El segundo es el de Zola, una mujer extraordinaria que se ofreció a acompañarme como guía y que, gracias a su ayuda y a su manera de entender la vida, me permitió elaborar un enfoque más didáctico y enriquecedor para demostrar que las cosas pueden hacerse de otra manera, sobre todo cuando las personas ya no tienen nada porque lo han perdido todo.
Por último, a petición de los diferentes responsables de la iniciativa y, sobre todo, para preservar y proteger lo que considero una gran oportunidad para muchas personas que provienen de lugares donde no hay espacio para la convivencia pacífica, he omitido todos los datos, nombres y descripciones que permitan localizar los emplazamientos donde se desarrollan estas experiencias. Lo he hecho a pesar de que, lamentablemente, esa decisión esconde un hecho bastante oscuro que sin duda incomodará a más de un lector, pero que considero justificable dado el contexto de conflictos que permanentemente azotan la región y que no podrían resolverse sin recurrir al uso de la fuerza, aunque solo fuera de manera disuasoria.
En la primavera de 2018, después de completar un programa de vacunación y un curso de formación para desenvolverse en diversas situaciones, me embarqué junto con otro personal en un avión de carga fletado por la ONU, repleto de material de ayuda humanitaria, con destino a una base militar al norte de la República Centroafricana.
Una vez allí, y sin apenas esperas, nos dirigieron a una caravana de vehículos todoterreno en la que viajaban otros occidentales —médicos, ingenieros y varios más—, muchos de ellos llegados en mi mismo vuelo. Durante ocho largos y tediosos días recorrimos carreteras y caminos de todo tipo hasta que, por fin, alcanzamos las instalaciones.
Al inicio del trayecto el ambiente era relajado y cordial, pero conforme pasaban los días el cansancio empezó a hacer mella en un grupo poco acostumbrado a aquel trajín. Aunque la actitud general seguía siendo positiva, se percibía cada vez más inquietud por las inclemencias del entorno y los constantes avisos sobre posibles problemas en la ruta. No presenciamos ningún altercado, pero sí vimos destrozos y casas quemadas en diferentes puntos del recorrido, algo que no favorecía precisamente el descanso. La sensación de inseguridad aumentaba y uno tenía la impresión de estar adentrándose en la boca del lobo.
Los dos últimos días, sin embargo, transcurrieron de manera sorprendentemente tranquila. Avanzamos por una vasta extensión árida y bastante llana, siguiendo pistas de tierra sin asfaltar que levantaban enormes nubes de polvo. A pesar de la pericia de los conductores, resultaba imposible no dar algún salto en el asiento por culpa de la velocidad y del terreno. Fue precisamente eso lo que, gracias a un estúpido juego inventado por un médico francés —consistía en ver quién sostenía más tiempo un vaso medio lleno de agua sin derramarlo—, ayudó a que el ambiente volviera a relajarse poco a poco.
Nada más llegar al centro de acogida, un joven se acercó a Hans, un ingeniero que viajaba conmigo, y a mí. Nos dio una calurosa bienvenida y nos pidió que lo siguiéramos. Nos despedimos del resto del grupo y nos dirigimos a lo que sería nuestro hogar durante la primera semana. Al cruzar la puerta encontramos a dos mujeres con batas, mascarillas y gorros desechables que nos saludaron y nos pidieron, con suma amabilidad, que bebiéramos un reconstituyente, nos laváramos de la cabeza a los pies y nos pusiéramos unas ropas holgadas que, para nuestra sorpresa, resultaron bastante cómodas. Recuerdo mirar a Hans con cara de asombro antes de seguir sin rechistar las instrucciones.
Poco después, otro auxiliar —también ataviado con ropa desechable— empezó a explicarnos el porqué de todo aquello mientras revisaba nuestro equipaje. En aquel lugar regía un estricto protocolo de cuarentena para todos los que quisieran acceder al campo, independientemente de su procedencia. En nuestro caso, al venir de zonas sin enfermedades desatendidas, tropicales o transmitidas por vectores, se nos aplicaba un protocolo abreviado de una sola semana. Por eso nos habían aislado de la zona común de cuarentena, que podía prolongarse varias semanas, con el fin de permitirnos acceder más rápido sin romper las normas.
Aun con un programa de vacunación completo, nos inyectaron más vacunas. Nos monitorizaron mediante pulseras que registraban nuestras constantes vitales y nos tomaron muestras de sangre y orina varias veces para realizar analíticas. Lo que de verdad me dejó perplejo fue que, en medio de la nada, existiera un lugar de ese nivel. No por las instalaciones en sí —luminosas y confortables, aunque sin lujos—, sino por detalles como la alimentación: sencilla pero muy equilibrada. Gachas de avena para desayunar, café o té, leche, huevos, pan recién hecho cada mañana; frutas y verduras frescas en cada comida; carne ovina o pollo en algunos guisos; e incluso algo parecido a una pizza en alguna ocasión. Mucho mejor que en muchos hospitales que había conocido. Y no era un privilegio para los dos occidentales recién llegados: desde nuestras estancias, separadas por mamparas de vidrio, podíamos ver a otros confinados recibir exactamente el mismo trato.
Cada cama disponía además de un terminal de televisión con acceso a un servidor lleno de documentales, películas, series y una biblioteca virtual impresionante. Si no tenías un lector de libros electrónicos, te facilitaban uno. A pesar de haber llevado buena electrónica personal, terminé usando únicamente aquel aparato por su comodidad. Hans me explicó que él, junto con otros ingenieros, había supervisado años atrás la instalación de esos servicios y que ahora debía hacer lo mismo en otros puntos del campo, porque el acceso a Internet seguía sin estar del todo solucionado. Aunque la conexión era bastante limitada, funcionaba bien para lo básico: correo electrónico, mensajería y una navegación ligera.
Durante la semana de cuarentena, además de conocer mejor a Hans —con quien sigo en contacto—, hablé con distintos responsables de las instalaciones y revisé el material audiovisual de formación para recién llegados: pautas sobre el uso del agua, los sistemas sanitarios básicos y otras normas esenciales. No podíamos ducharnos cada día, pero nos facilitaban toallitas impregnadas en una solución jabonosa, muy útiles para mantener una buena higiene y empleadas para todo: lavarse las manos, asearse o incluso limpiarse tras ir al baño. Tanto la ducha como el lavamanos funcionaban mediante pedales que permitían controlar con precisión el flujo del agua cada vez que se usaban.
Otro detalle francamente reconfortante era la atención dedicada a los niños: salas de juego y material didáctico pensado para hacer su estancia lo más llevadera posible. Los niños siempre llenan un lugar de vida, y aquellos espacios aislados rebosaban vitalidad. “Todos decimos que son el futuro, pero aquí más”, me comentó un auxiliar mientras recogía las toallitas usadas. Unos días más tarde, ya fuera de la cuarentena, comprendí con claridad a qué se refería con ese “aquí más”.
En resumen: me tomó quince días llegar desde Londres a un campo de refugiados en África Central, contando la semana de confinamiento y las vacunas. Una experiencia que, además, te obliga a valorar lo que significa disponer de redes de transporte y comunicación eficientes. Fue el preludio de un trabajo que, creo, cambió mi vida para siempre. Si lo hubiera sabido de antemano, quizá no habría aceptado el encargo, pero son esas cosas que la vida te esconde para que no digas que no.
A lo largo de mi vida profesional ya había estado en varios campos de refugiados, desde el huracán Katrina en 2005 hasta el terremoto de Haití en 2010. Había documentado varias veces ese caos ordenado de personas hacinadas que lo habían perdido todo y necesitaban lo más básico para sobrevivir. Pero al salir de mi cuarentena pude comprobar lo que ya sospechaba: aquel recinto, en el que podían vivir más de cinco mil personas, seguía un patrón de organización muy estudiado para que los refugiados pudieran corresponder la ayuda recibida con lo único que aún poseían: su trabajo.
Para empezar, el hospital estaba sorprendentemente bien equipado, teniendo en cuenta que ni siquiera había carreteras decentes para llegar hasta allí. Se realizaban cirugías avanzadas y se trataban casi todo tipo de dolencias con un nivel de eficacia notable. El área quirúrgica estaba formada por varios contenedores estándar acondicionados y equipados de forma autónoma. Además, contaban con unidades de cuidados intensivos, pediátricos, neonatales y cardíacos, junto a un departamento de radiología muy competente. Todo ello evidenciaba una inversión considerable. Durante mi estancia pude comprobar que, más allá de la atención médica —excelente, a juzgar por la emoción de algunos pacientes al recibir un tratamiento eficaz—, la población valoraba especialmente que aquello no fuera solo ayuda humanitaria compasiva “de los blancos”, sino algo sostenible, profesional y pensado con cabeza.
Las instalaciones del campo estaban en buenas condiciones y el mantenimiento era continuo. Los propios residentes, organizados a través de peticiones diarias de los responsables, se encargaban de gran parte de las tareas: desde la limpieza de los lavabos hasta la construcción de nuevos equipamientos. Lo habitual era ver a todo el mundo ocupado en algo. Quienes no estaban en aulas de formación colaboraban en otras labores, y se procuraba evitar que alguien repitiera siempre la misma tarea para fomentar la participación y el aprendizaje. La filosofía era clara: enseñar a mantener el lugar con los recursos disponibles —que no eran pocos— y administrarlos con criterio.
Además del hospital, el campo contaba con otros edificios destinados a actividades cruciales para su funcionamiento y, como entendería después, para facilitar la integración en un proyecto comunitario voluntario. Desde el principio, personal especializado se encargaba de formar y supervisar a los residentes a medida que se les asignaban tareas. Si una actividad se ejecutaba correctamente, al día siguiente otro grupo la repetía bajo la supervisión del anterior. De este modo, más personas aprendían, aportaban mejoras y enriquecían el proceso, hasta que una tarea podía ser llevada a cabo de forma autónoma por los propios refugiados.
El abanico de proyectos era enorme: mantenimiento de maquinaria, fabricación de utensilios y herramientas, cuidado de huertos, elaboración de alimentos… Una orquesta inmensa que a veces desafinaba, pero que no dejaba de incorporar músicos para aprender nuevas piezas. Incluso yo me apunté a varias clases de cocina —no sé ni hervir agua—, aunque en realidad lo que me atraía era el ambiente. Claro que había enfados, es imposible mantener la armonía en todo momento, pero rápidamente intervenían otros residentes para calmar la situación. Supongo que lo que percibí fue esperanza: el deseo colectivo de comenzar de nuevo y la energía vital de quien está dispuesto a aprender, no la desesperación de quien lo ha perdido todo.
Las estancias de los refugiados eran sencillas pero confortables. Cada día se dedicaba tiempo a la limpieza, el orden, la higiene y la detección de desperfectos. No era habitual ver a alguien escaquearse; es más, varias veces observé a los propios residentes reprender a los más vagos del grupo. Lo normal entre los recién llegados era formar grupos por afinidad lingüística, cultural o étnica, pero noté que esas fronteras se iban difuminando a medida que la gente se integraba en la dinámica del campo.
En numerosas ocasiones pude entrevistar a responsables de distintas actividades y, tras observar todo aquel sistema, llegué a varias conclusiones. El proceso de acogida seguía un orden bastante definido: salud, alimentación, higiene personal, normas de convivencia, tareas domésticas, educación obligatoria y, finalmente, educación avanzada y comunitaria.
La salud era el primer paso. Una vez recuperado el bienestar físico, el objetivo era mantenerlo. De ahí que el segundo paso fuera garantizar una alimentación adecuada, pero siempre bajo la consigna de que, a cambio, debía colaborarse en tareas sencillas pero indispensables para que el sistema funcionara. Entre ellas, la higiene personal: lavarse bien las manos antes de manipular comida era un ejemplo que repetían sin descanso.
El tercer paso consistía en demostrar que las estancias asignadas estaban limpias, ordenadas y se respetaban las normas básicas de convivencia. Si no era así, los residentes eran trasladados a estancias comunitarias que, aunque dignas, implicaban menos privacidad y mayor dependencia de otros. Más adelante podían solicitar volver a sus habitaciones originales, siempre que demostraran compromiso con las normas y con la convivencia diaria.
El cuarto paso era la educación obligatoria, que incluía el aprendizaje del Esperanto. Para seguir recibiendo ayuda y atención, era imprescindible aprender a leer y escribir. Se evaluaba el nivel formativo de cada persona y se organizaban grupos según sus capacidades. Era una etapa difícil y muy exigente, en la que se destinaba mucho personal, especialmente para atender a la infancia. Aun así, no siempre se lograban los objetivos.
El quinto paso era el más creativo. A través de proyectos y actividades diversas se introducían conocimientos de matemáticas, física, química o incluso poesía, a menudo integrados en tareas cotidianas como la cocina. Solo este apartado daría para un libro entero: observé iniciativas muy innovadoras, bien adaptadas a la mezcla de pueblos y culturas que convivían allí.
Todo aquel sistema estaba pensado también para prevenir los conflictos que suelen surgir cuando se concentran, por necesidad, grupos de diferentes lugares. Aunque la mayoría se mostraba agradecida y solidaria con quienes compartían orígenes similares, los choques culturales o étnicos eran inevitables. Conté a más de un centenar de personas —entre contratados y voluntarios— dedicadas a mediar, resolver disputas y sostener un programa que podía implicar más de dos años de apoyo y formación para un recién llegado en el mejor de los casos.
Ahora también entendía por qué la ONU me había asignado aquel encargo: es probable que no haya muchos periodistas experimentados que además sepan Esperanto. Había estudiado esta lengua unos años antes, mientras realizaba un pequeño reportaje en un centro que ofrecía clases gratuitas. Me interesaron su morfología aglutinante, sus inflexiones verbales y nominales simples y la ausencia de género gramatical. Y, siendo honesto, terminé por aprenderlo porque una de las profesoras era muy guapa. No hace falta decir mucho más, salvo que ella no me correspondió. Cosas que a uno le van pasando. Lo importante es no dejar nunca de estudiar, porque nunca sabes cuándo terminarás aplicando lo aprendido.
Para una persona alfabetizada, se estima que unas 150 horas de estudio bastan para alcanzar un nivel avanzado de Esperanto. Estudiando una hora diaria, se puede llegar en menos de seis meses. Para un nivel básico se necesitan unas 50 horas, suficientes para empezar a desenvolverse con herramientas más sofisticadas, como las computadoras. En cambio, aprender inglés o francés exige más de 1000 horas —tres años a razón de una hora al día—, y aun así muchas personas nunca llegan a dominarlos.
Según pude averiguar en su momento, estudiar Esperanto también facilita el aprendizaje de otras lenguas. Entre 1922 y 1924, en la escuela Green Lane, en Auckland, Inglaterra, se compararon dos grupos de alumnos: uno estudió francés durante dos años; el otro estudió Esperanto el primer año y francés el segundo. Al finalizar, quienes habían comenzado con Esperanto obtuvieron mejores resultados en francés que quienes lo estudiaron de forma continuada.
Esto tiene relación con la transparencia lingüística. En un idioma transparente, la correspondencia entre grafemas y fonemas es regular y predecible; en las lenguas opacas —como el inglés— esa relación es mucho más irregular. Estas diferencias influyen en las estrategias de lectura de los niños: los que aprenden lenguas opacas dependen más de la memoria visual, mientras que quienes estudian lenguas transparentes se apoyan en la decodificación alfabética.
Hablando con el personal docente, me explicaron que enseñar Esperanto era la mejor solución que habían encontrado para la enorme diversidad lingüística del continente, donde se hablan más de 3000 lenguas y dialectos.
“No les pedimos que abandonen su lengua —me dijeron—; al contrario, los animamos a organizar grupos de estudio y proyectos literarios o artísticos. Pero el Esperanto es el nexo que permite la colaboración y el entendimiento necesarios para que puedan funcionar como comunidad”.
Toda la documentación y las herramientas informáticas estaban en esa lengua.
Al observar las actividades, también me di cuenta de que se prestaba especial atención a cuestiones del humanismo contemporáneo. Había ejercicios centrados en la ética recogida en la Declaración de los Derechos Humanos. Al comentarlo con un grupo de voluntarios, dos de ellos lo resumieron de forma impecable:
“Aquí se construye un espacio educativo para la paz, que prioriza entornos seguros, armónicos y de convivencia sana”.
“Buscamos que todo se base en el respeto a uno mismo y a los demás, en evitar culpas, en valorar las historias que muestran cómo pensamos, sentimos y actuamos, y en reconocer habilidades, sueños y propósitos. Sin una puerta a la esperanza, esta gente se derrumba muy rápido”.
La tecnología informática estaba muy presente, pero siempre adaptada. No había metáforas abstractas ni referencias a mundos que desconocían. Básicamente, se trataba de la versión electrónica del lápiz y el papel: tabletas de tinta digital y software diseñado con un enfoque centrado en las personas, no en los usuarios. La idea era cubrir necesidades inmediatas —escribir, dibujar, comunicarse— e ir ampliando las herramientas conforme las iban descubriendo. Me pareció un sistema que desafiaba a quienes consideran la experiencia del usuario como algo secundario. Y me hizo reflexionar sobre mi propio trabajo, en el que más de una vez había terminado recurriendo a tecnologías que no me convencían en absoluto.
El caso aparte era la educación de los niños. En cuanto llegaban y mejoraban de salud, comenzaban a recibir clases y a participar en actividades al margen de la dinámica de los adultos. Se destinaba mucho tiempo al juego colaborativo y formativo, con ejercicios que ayudaban a detectar posibles dificultades derivadas de experiencias traumáticas. Pese a ello, eran niños sorprendentemente fuertes y resistentes. A veces, jugando, se daban golpes tremendos, se recomponían y seguían como si nada. Era raro verlos llorar por nimiedades; cuando lloraban, era por dolor real.
La oratoria —el juego con los sonidos y las letras— era una de las herramientas principales para integrar a niños de procedencias tan diversas. Se daba mucha importancia a cuentos y proverbios que transmitieran lecciones aplicables a la vida en comunidad. Como me dijo un docente:
“Esta educación es práctica y concreta. Se basa en la participación activa del niño en las actividades del grupo. Los adultos sirven como referencia, y eso permite introducir lecturas que mejoran la comprensión gracias a la narración y a la experiencia oral y musical”.
En una de esas clases llamó especialmente mi atención El principito. Al preguntar por qué lo usaban, una maestra me explicó que podía convertirse en una guía valiosa para trabajar valores fundamentales. Su verdadero valor —añadió— estaba en enseñar a mirar más allá de lo evidente, a explorar el mundo con el corazón. “Lo esencial es invisible a los ojos”. A través de ese libro no solo fomentaban la lectura: cultivaban sensibilidad, compasión y empatía. Esa combinación de aprendizaje cognitivo y emocional dejaba una huella profunda en los niños.
También se fomentaba el debate. Esta técnica permitía a los alumnos compartir ideas y conocimientos independientemente de su origen o afiliaciones, y resultaba ser un preámbulo de lo que más tarde entendería como un aspecto fundamental de la organización comunitaria.
En conjunto, todo formaba una base sólida: herramientas simples pero efectivas, un seguimiento constante de los niños, tecnología adaptada y un profesorado entregado. Había una preocupación palpable por ofrecer una educación de calidad en un abanico de circunstancias muy diversas. Aun así, sabían que una minoría quedaría excluida del programa. Pero lo que más me impresionó fue la dedicación casi altruista de quienes trabajaban allí: pese a contar con buenos sueldos y comodidades, la mayoría dedicaba gran parte de su tiempo a reforzar a los niños con dificultades, elaborar tareas personalizadas y realizar un sinfín de trabajos adicionales.
Y algo más me llamó la atención: de vez en cuando, algunos refugiados impartían clases. Cuando pregunté por qué, la respuesta fue inmediata:
“Es su obligación, pero ya no es un refugiado: es un pequeño gran éxito del programa”.
Porque todo ese esfuerzo educativo tenía un objetivo final: otorgar a esas personas la autonomía necesaria para prosperar fuera del campo de refugiados.
Poco antes de abandonar aquellas instalaciones, tuve la oportunidad de reunirme con dos de las personas a cargo de su dirección y administración. Al principio, la entrevista comenzó como una simple formalidad, con datos y cifras de asistencia, procedencia, enfermedades y un largo etcétera de miserias humanas que no aportaban nada relevante a lo que se suponía que se veía y vivía en un sitio así. Pero poco después, ante preguntas más concretas, la conversación derivó a algo más profundo y reflexivo.
Las transcripciones que iré mostrando son una selección de todas las conversaciones que tuve desde mi llegada a las instalaciones. Han sido editadas para corregir la gramática o suprimir diálogos irrelevantes para el tema que se estaba tratando. Para esto último, la indicación se hace mediante dos guiones (--) insertados entre diálogos de la transcripción. Asimismo, el lector verá que, de vez en cuando y entre paréntesis, hay textos que se han añadido para detallar mejor lo que el interlocutor está explicando y que, normalmente, hacen referencia a algo que se ha explicado con anterioridad y no consta en la transcripción, pero que en ningún caso se corresponden con la locución original.
Darío
-Muchas de las personas que llegan aquí lo han perdido todo, por no decir la mayoría, y lo más dramático es que no podrán regresar nunca a sus hogares, porque seguramente ya no existen.
Robert
-Los campos de refugiados, habitualmente, dan cobijo a los desplazados el tiempo que sea necesario, muchas veces durante años, pero su planteamiento siempre es provisional para que, tarde o temprano, regresen a sus lugares de origen o migren a otros sitios donde puedan volver a empezar. No suelen ofrecer otras opciones. Esta situación provoca que muchos de los refugiados se queden atrapados, sin patria, sin recursos ni formación, mientras ven que la causa de su migración no se resuelve nunca. Al final, muchos pierden la esperanza porque no encuentran otra alternativa que quedarse en el campo, enquistando un problema que no es una solución; es un parche humanitario que, a la larga, hace más mal que bien.
Darío
-Por no hablar de que también es un negocio, no se engañe. Hasta se montan ferias para vender el material humanitario. ¿Y de dónde sale el dinero? Pues del mundo que no los quiere acoger. Muchos países ricos negocian con los gobiernos de los países limítrofes con un conflicto o un desastre natural para que acojan a los desplazados e impidan que se dirijan a otros lugares. Dichos gobiernos, a su vez, reclaman ayuda humanitaria de organizaciones como Naciones Unidas, mientras hacen pedidos y negocian acuerdos comerciales que les permitan seguir siendo un refugio lo suficientemente adecuado para satisfacer el costo por refugiado que se reclama a los países que temen la llegada de los que están en sus campos. Es decir, montan un negocio que mueve mucho dinero y donde unos pocos se llenan los bolsillos aprovechando la desgracia de una gente que no puede elegir.
Autor
-Siempre ha habido gente que se aprovecha de las desgracias ajenas. Quizás lo que más asusta es que sea algo institucionalizado internacionalmente. Tampoco quiero ser impertinente, porque ya he podido ver cosas que no había visto en mi vida, empezando por la cuarentena, la comida, la atención a los niños, la formación o esta electrónica, pero ¿de dónde sale todo este dinero?
Robert
-Estamos autofinanciados. Como corporación, hemos pensado y puesto en práctica una serie de ideas y propuestas basadas en un nuevo modelo de gestión a largo plazo que minimice el costo por refugiado hasta llegar a cero.
Autor
-¿De verdad? ¿Cómo? Porque entiendo que toda esta gente sigue dependiendo de mucha ayuda externa pese al esfuerzo que se realiza para que sean autosuficientes.
Robert
-Aunque hemos reducido esa cifra a la mitad, no creo que aquí se pueda llegar a cumplir el objetivo final, puesto que siempre dependerán de una serie de tecnologías que son importantes. Llevará tiempo, sin duda, pero espero que estas dinámicas que aplicamos ahora puedan replicarse en otros lugares y permitan que el modelo pueda evolucionar para evitar esas dependencias.
Darío
-En el fondo, todo son ideas antiguas, incluso epicúreas, pero adaptadas para que sean eficaces y prósperas durante mucho tiempo. Desde el principio, antes incluso de la llegada de las organizaciones humanitarias, el objetivo que nos propusimos para toda esta gente era ofrecerles una alternativa, una nueva vida lejos del drama del que han huido, que les permita volver a empezar, pero no en otro lugar, sino aquí mismo, con los recursos que les ponemos a su disposición mediante sistemas vitales que los lleven a esa autosuficiencia, con un nulo o bajo impacto medioambiental, para que puedan desarrollar comunidades autogestionadas, independientes y sostenibles a largo plazo. Pero debe entender también que, tratándose de un objetivo tan variado y complejo como este, donde ya están viviendo 654 332 personas, es como si acabáramos de empezar.
Robert
-Siempre hemos tenido muy presente que no sería un proyecto sencillo y, pese a que ha habido muchos contratiempos y adaptaciones, las bases y los principios ideológicos han permanecido inalterados. La clave está en la asunción de unos principios fundamentales, que se deben respetar siempre de forma absoluta. Créame, es lo más difícil de hacer, incluso para nosotros, los occidentales.
Por eso, los que voluntariamente quieren seguir viviendo aquí tienen que firmar un contrato, uno muy sencillo, pero si lo incumplen, se tienen que marchar. Otros, pocos en realidad, renuncian sin más, desorientados, vuelven de nuevo a estos centros de acogida y se quedan por aquí ayudando en lo que pueden, pero los que desisten o son expulsados y se marchan, ya no los volvemos a ver nunca más. No sabemos por qué; bueno, en muchos casos lo podemos deducir, pero tiene que saber que, antes de firmar nada, les ayudamos a aprender y a estudiar durante el tiempo que sea necesario para entender y pensar muy bien lo que les proponemos.
Autor
-Soy consciente, sí, pero ¿no ha habido casos en que un grupo haya intentado tomar el control para imponer sus normas?
Robert
-Por supuesto, pero al final no han conseguido nada. Cuando vea cómo está organizado todo, lo entenderá. Hemos pedido la ayuda de los poblados para que sean ellos quienes le expliquen lo que hacemos aquí. Nosotros no entraremos con usted porque no es aconsejable; procuramos interferir lo mínimo en su organización. Incluso si se autodestruyen como comunidad, optamos siempre por aislar el problema y seguir con el proyecto, intentando incorporar nuevas metodologías para que no se vuelva a repetir una circunstancia tan negativa.
(--)
Autor
-Sí, una cosa más. No quiero robarles más tiempo, pero lo que más me intriga es el por qué. ¿Por qué una corporación se ha propuesto llevar a cabo un proyecto así?
Robert
-Hay varias circunstancias. La primera es que ya se habían comprado estas tierras para la construcción de varias centrales fotovoltaicas a gran escala que nunca prosperaron. La segunda es que uno de nuestros inversores más importantes nació aquí; no sé toda la historia, la verdad, pero insistió mucho en que lo hiciéramos aquí. La tercera es que detrás hay también el interés de unas empresas farmacéuticas que hace años están trabajando e investigando con determinadas enfermedades muy comunes en esta parte del globo. La cuarta es que hay una empresa de biotecnología muy importante dentro de la corporación que está investigando una tecnología que no puedo detallar, pero que ya le avanzo que es fundamental. La quinta, y más importante para mí, es la propuesta que nos hizo un grupo inversor para empezar a investigar la posibilidad de crear hábitats autosuficientes en climas adversos. Hay otras razones de peso, porque somos un grupo muy grande, pero quizá todo esto no hubiera empezado si no fuera por la voluntad de algunos miembros de la junta que se mostraron muy interesados en esta propuesta. En definitiva, es difícil dar solo una razón; hay varias y, hace unos años, se dio la conjunción.
Autor
-Pero, ¿es rentable? ¿Dónde está el negocio?
Robert
-En cifras absolutas no lo hay; al contrario, seguimos con pérdidas, cada vez menores, pero con números rojos al finalizar cada ejercicio. En otros aspectos, como la investigación o el desarrollo de nuevos productos, no lo sé; tendríamos que hablar con otros directivos. Pero si llevamos diez años con esto, será por algo.
Momentos después me presentaron a Zola, justo cuando la vieron llegar a la sala donde estábamos reunidos. Zola era una mujer joven, de estatura media, de tez bastante oscura y con un acento muy peculiar, una mezcla entre un deje francés y otra lengua que no pude identificar. Había llegado hacía unos siete años con sus dos hijos después de perder al resto de su familia en un conflicto local que arrasó la aldea en la que había crecido. En la actualidad, se estaba formando como ingeniera agrónoma y se centraba principalmente en la mejora de los sistemas de producción de alimentos. Aunque, como me comentó después, también le gustaba mucho el campo de la investigación y el desarrollo de nuevos métodos para introducir variedades y cultivos más eficientes.
Antes de salir de allí me facilitaron el contrato que firman todos los residentes que deciden quedarse y vivir en los poblados que se van construyendo en el territorio. Era, efectivamente, un contrato muy sencillo y claro, sin ambigüedades ni cláusulas especiales:
1. Admisión:
1.1 Eres libre de marcharte cuando quieras con los bienes y pertenencias que tenías antes de aceptar este contrato. Si te quedas, tienes unos derechos a cambio de tener unos deberes.
2. Tienes derecho a:
2.1 Un lugar donde residir acorde con tus necesidades y con todo lo disponible para vivir de la manera más cómoda y confortable posible (agua potable, luz artificial, sistema de climatización, cocina, baño, etc.). Tu domicilio es un espacio inviolable y se entiende como la única propiedad inmueble legítima que puedes tener.
2.2 Si tienes menores a tu cargo, estos disfrutarán de tus derechos hasta la madurez, momento en el que deberán decidir si aceptan este contrato o no.
2.3 En proporción igualitaria a los recursos de la comunidad, tienes derecho a bienes (ropa, herramientas, etc.), alimentos y acceso pleno a cualquier forma de cultura y ocio.
2.4 Consensuado el mérito por tu trabajo en la comunidad, podrás acceder a bienes o alimentos que, debido a su escasez, no puedan ser incluidos en un reparto equitativo.
2.5 Cobertura sanitaria completa.
2.6 Pleno acceso a la información, conocimiento y sabiduría acumulados y todos los medios disponibles para la educación de los menores a tu cargo.
2.7 Pleno acceso a los recursos formativos disponibles para desarrollar la actividad laboral o intelectual que desees.
3. Tienes el deber de:
3.1 Estar perfectamente informado del día a día de los problemas y las soluciones propuestas que hay que solventar en la comunidad.
3.2 Participar en las labores organizativas y de mantenimiento de las infraestructuras según el calendario elaborado por la propia comunidad. Si desarrollas una actividad directamente relacionada con los derechos adquiridos, como médico o educador, tus deberes de mantenimiento se reducen proporcionalmente.
3.3 Asumir de forma periódica las labores de más responsabilidad según el calendario elaborado.
3.4 Tener pleno conocimiento de las leyes y normas de convivencia de la comunidad.
3.5 Justificar ante la comunidad cualquier delegación u omisión de tus obligaciones.
3.6 Ante la detección de conflictos o errores, debes asegurarte de que el responsable asignado es conocedor del problema. Si en ese momento el responsable eres tú, debes activar el mecanismo de emergencia correspondiente.
4. Queda terminantemente prohibido:
4.1 Acumular poder de decisión mediante grupos organizados, tecnología o herramientas destructivas o de agresión.
4.2 El control despótico o la destrucción de un bien o recurso comunal.
4.3 Hacer acopio o mal uso de los recursos de la comunidad en beneficio propio o de terceros.
4.4 No respetar la Declaración Universal de Derechos, tanto de adultos como de niños, ni las leyes y regulaciones de la comunidad.
5. Expulsión:
5.1 El castigo de la comunidad ante el incumplimiento expreso de cualquier prohibición, o de no respetar reiteradamente las normas y los deberes propios, es la expulsión de por vida de este lugar. Si tienes menores a tu cargo, debes decidir si se quedan a cargo de la comunidad o se van contigo.
Como puede verse, el contrato establece un sistema de derechos y deberes claramente delimitado para los miembros de la comunidad, definiendo las condiciones de admisión, los beneficios que se otorgan y las responsabilidades que deben asumirse. También fija prohibiciones precisas y las consecuencias asociadas a su incumplimiento.
El texto está bien estructurado y aborda aspectos esenciales de la convivencia, como la garantía de derechos básicos, la participación activa y la responsabilidad individual, con un énfasis evidente en la equidad y el respeto mutuo.
No obstante, hay puntos que podrían ser objeto de debate o revisión, especialmente en lo referente a la formulación de las prohibiciones y las consecuencias de la expulsión, donde quizá sería útil detallar con mayor claridad las implicaciones y los procedimientos disciplinarios posibles.
Al comentar esta última cuestión, tanto Zola como Robert y Darío coincidieron en que ese trabajo correspondía a la propia comunidad. Las premisas del contrato —dijeron— debían considerarse absolutas: lo que se acordara o regulase posteriormente debía centrarse en el cómo y no en el porqué. Los tres insistieron en que era la comunidad la que debía adoptar y aplicar los castigos en función del desarrollo de su cuerpo de leyes y que, en ningún caso, podía imponerse una legislación que no hubiera sido razonada y aprobada por ella misma.
Visto que en ese aspecto me llevaban mucha ventaja, sin más preámbulos pedí adentrarme en ese mundo que había más allá y empezar a recabar la información necesaria para que me diera una visión más amplia con la que iniciar un debate posterior. Pero para mi sorpresa, nada más salir del recinto, me topé con cosas que no me esperaba y que me desviaron constantemente del objetivo de conseguir un análisis rápido y conciso.
Mientras Zola y yo conversábamos y nos conocíamos un poco más, vi una plataforma rodante que transportaba un contenedor acercándose lentamente a la gran marquesina de paneles solares donde estábamos nosotros. Al ver que aquello iba sin conductor y que no había nadie por los alrededores, interrumpí la conversación.
Autor
-¡Hostia, pero esto qué es! ¿Quién está manejando esto?
Zola
-Nadie, va solo. Son plataformas eléctricas para el transporte de mercancías y personas. Toda nuestra logística se lleva a cabo mediante estos vehículos. Los llamamos burros. Puedes ver lo que están haciendo en todo momento desde una pizarra.
Autor
-¿Pizarra? ¿Qué pizarra, el lector de ebooks?
Zola
-Eso no es solo un lector de libros. Mira, ahora te explico cómo van, vamos allí para verla mejor.
Autor
-No será peligroso ¿no?
Zola
-Si no te pones en medio de donde va a descargar el contenedor no pasa nada. Llevan unos sensores que detienen al vehículo en el momento que detectan la presencia de alguien cruzando por la carretera o que esté delante del sentido de la marcha, son unas plataformas tontas pero bastante seguras.
Autor
-¿Esto lo habéis hecho vosotros?
Zola
-No, qué va, esto aún está por encima de nuestras posibilidades, pero ya las montamos desde cero y hacemos el mantenimiento completo. Llevan 4 motores eléctricos, uno en cada rueda, y 4 motores más en los ejes que permiten hacer girar la rueda 180 grados de forma independiente, aunque el giro siempre se hace sincronizado con las otras. Los contenedores, que pueden ser de mercancías o para pasajeros, se cargan con estos brazos de aquí y se acoplan y aseguran automáticamente con este mecanismo de anclajes que hay en la base.
Autor
-Y las baterías para mover todo esto, ¿están en la plataforma de abajo?
Zola
-Eso es, como en los coches eléctricos, pero se cargan automáticamente por inducción en varios puntos de la carretera que, normalmente, se corresponden con las paradas del Bus porque así se pueden aprovechar las instalaciones para ubicar otros servicios esenciales. Son los únicos vehículos automóviles que verás por aquí y ya tenemos bastantes circulando todo el día.
Autor
-Y son autónomos.
Zola
-Sí, pero no es conducción autónoma, eso es muy sofisticado, es circulación autónoma, es decir, que sigue una programación muy concreta. Si no puede seguir circulando porque se ha roto o falta alguna indicación, el vehículo se para. Lo que hacemos es programar el origen y el destino en la pequeña computadora que llevan incorporada y ellos solitos van y vienen según convenga. Todo lo demás es automático, siguiendo otra programación que llevan para interpretar la señalización que hay en todo el recorrido, así como la carga o descarga del contenedor cuando llegan al punto designado.
Autor
-Es decir, solo indicáis el punto A y el punto B y todo lo demás es automático. Si está descargado hace la carga y si está cargado hace la descarga.
Zola
-Sí, todas las mercancías las movemos así.
Autor
-Pero también me has dicho que transporta pasajeros.
Zola
-Sí, en unos quince minutos tiene que llegar otra plataforma que monta un contenedor acondicionado para las personas, es nuestro servicio de transporte público. La parada está aquí al lado, mira. Es el que tenemos que coger para llevarte al poblado donde vivo. Está programada de manera diferente, porque solo hace el recorrido haciendo las paradas indicadas, no carga ni descarga nada, se pasa el día yendo arriba y abajo, dando vueltas y siguiendo el horario establecido.
Autor
-Ah, ¿no hay otro sistema?
Zola
-Podemos ir en bicicleta.
Autor
-No, lo decía por si había algún coche o transporte para hacer la visita.
Zola
-El señorito de Londres. No te va a pasar nada, no nos comemos a los blanquitos.
Autor
-Ja, ja, ja, si no lo digo por eso. Es por molestar lo mínimo y no interferir en vuestras cosas.
Zola
-Pues aunque no te lo creas, molestaría más que circuláramos con un coche. Entorpecería la logística de los burros y tendríamos que estacionarlo en las paradas de Bus igualmente. No se puede circular con automóviles por los poblados, está prohibido, solo se pueden usar cuando son necesarios para la construcción o la reparación de algo.
Autor
-Entonces, ¿las bicis son para todos?
Zola
-Sí, las tenemos en las paradas del Bus o en los aparcamientos que hay en los poblados, es nuestro medio de transporte para desplazarnos por dentro, aunque se pueden usar para ir a cualquier lado, sin problemas, pero, normalmente, cuando tenemos que ir a otro lugar, cogemos el Bus y usamos las bicicletas que hay allí, en la otra parada.
Autor
-Ah ya, es un sistema de transporte combinado y compartido.
Zola
-Es bastante práctico. Además, las bicis las hacemos y reparamos aquí.
Autor
-Son un poco raras pero parecen muy nuevas.
Zola
-La gente suele tratarlas bien porque, tarde o temprano, a todos nos toca hacer el mantenimiento y reparación de las diferentes maquinarias que usamos.
Autor
-Anda, ¿y eso?
Zola
-Es tal y como está organizado todo, hay trabajos que se tienen que hacer pero que nadie quiere hacer, por lo que hay que turnarse para hacerlos. De la misma manera que para los trabajos que todo el mundo está dispuesto a hacer, hay que programar los turnos para que todos puedan hacerlo.
Autor
-¿Hay trabajos que todo el mundo quiere hacer?
Zola
-Ja, ja, ja, sí, bueno, es una manera de simplificarlo, estoy hablando de preferencias. Muchas personas prefieren hacer un tipo de trabajo en lugar de otro. Pero son trabajos que, en realidad, casi nadie quiere hacer todo el rato, por lo que hay que crear y organizar un sistema que permita que todo siga funcionando correctamente.
Autor
-Oye, ¿y esto qué es?
Zola
-Es un accesorio para hacer de la bici un triciclo y poder llevar más cosas. No lo he usado mucho pero va bien, puedes cargar bastantes cosas o, por ejemplo, llevar a niños pequeños que aún no saben ir en bici o a personas que ya están mayores.
Autor
-¿Y ahora que hace esta cosa?
Zola
-Pues cargar el contenedor que hay al lado para llevárselo. Supongo que debe estar vacío y se lo lleva para que lo vuelvan a llenar. Es lo más habitual.
Autor
-Joder, no me esperaba todo esto, está muy bien. Aunque me he fijado en que estas carreteras son raras, ¿esto es asfalto?, parece arena.
Zola
-La arena del desierto no sirve para hacer hormigón, no se amalgama bien y por eso nadie la quiere. Aquí hemos optado por buscar una solución para aprovecharla y hacer, por ejemplo, este tipo de carreteras. Usamos silicona, una de los muchos tipos de silicona que fabricamos aquí.
Autor
-¿Silicona, en serio? ¿No es mejor hacerlas de asfalto?
Zola
-Bueno, el asfalto que necesitamos aquí tampoco es tan fácil de conseguir. El verdadero problema es que se deben buscar el mayor número de soluciones autóctonas, sobre todo en lo que respecta a infraestructuras básicas, evitar consumir subproductos de una industria muy contaminante y procurar dejar una huella lo más neutra posible en este lugar porque es un ecosistema muy frágil.
Con los medios y tecnologías que podemos permitirnos, buscamos y fabricamos soluciones para los distintos problemas que tenemos. No nos queda otra si queremos prosperar. Este tipo de carreteras son muy duraderas y armoniosas con el entorno. Además, se pueden reparar muy fácilmente y, normalmente, no se agrietan cuando el suelo se deforma. Al ser una amalgama de arenas y silicona, aguantan altas temperaturas y su impacto medioambiental es neutro. Es decir, no serán eternas, pero durarán mucho tiempo y, si abandonamos este lugar, se degradarán sin dañar el entorno.
Autor
-¿Y cómo las hacéis? ¿De dónde sacáis tanta silicona, es de una fábrica que tenéis?
Zola
-Sí, es de las primeras fábricas que se montaron y ya estamos desarrollando nuevos compuestos. Ya la iremos a ver si quieres.
Autor
-Me gustaría, sí.
Zola
-Para hacer las carreteras usamos unas máquinas excavadoras. Primero preparamos el trazado para hacer una base (el subrasante). Es el mismo proceso que se hace inicialmente para construir una carretera asfaltada.
Autor
-Son máquinas excavadoras normales.
Zola
-Sí. Nos cuesta hacerles el mantenimiento porque las piezas que se rompen tienen que venir de Turquía, creo. Pero, de momento, no tenemos otra alternativa. Tampoco es una prioridad: no nos pasamos el día haciendo carreteras. Básicamente hay dos grandes ejes, norte-sur y este-oeste, con algunas ramificaciones.
Una vez se ha hecho el trazado, con otra máquina accesoria se abre una zanja longitudinal de unos tres metros de ancho que, inmediatamente después, se rellena mezclando la tierra retirada con una silicona bastante dura pero dúctil, y luego se compacta con unos rodillos. Con esto obtenemos el alma de la carretera: muy fuerte y plástica; se deforma, pero no se rompe.
Autor
-Pero está debajo, no la vemos, ¿no?
Zola
-Exacto, es como un nervio: la mediana. Después se trazan, parcialmente solapadas, las dos calzadas que ves, con otras máquinas que se parecen mucho a las asfaltadoras, pero solo en la forma. Lo que hacen es mezclar la arena del desierto tamizada con otro tipo de silicona muy líquida, pero que se vuelve más dura cuando se cura, formando una capa de unos 5 a 10 cm de grosor sobre la base. Una vez compactada, esa capa constituye el firme de la carretera.
Por último, se clavan estos postes reflectantes en el lateral izquierdo de cada calzada (según el sentido de la marcha), atravesando la base que hay debajo. Como ves, sobresalen un metro y hacen de marca vial. Es la señalización necesaria para que los burros puedan circular de forma autónoma. Y ya está: rápido, sencillo y duradero.
Autor
-Silicona para hacer carreteras, es la primera vez que veo algo así. ¿Y son seguras?
Zola
-Para la mayoría de propósitos sí. La adherencia de los neumáticos es buena, aunque no se si se puede circular muy rápido con neumáticos estándar, pero hasta los 80 km/h sin problemas, incluso con el firme mojado. A más velocidad no lo sé, no lo hemos probado. Tampoco es que tengamos vehículos que corran mucho más, lo importante es su función a largo plazo. Además, los postes son flexibles y son capaces, incluso, de detener a un vehículo que vaya a invadir la calzada contraria. Por cierto, el carril que queda en el centro de los postes es el que usamos para circular con las bicis, no usamos la calzada, así no molestamos a los burros.
Autor
-También son de silicona ¿no?
Zola
-¿El qué? ¿Los postes?
Autor
-Sí.
Zola
-Ja, ja, ja, sí, más o menos, los hacemos aquí, pero el material reflectante no, lo tienen que comprar. Verás que las siliconas las usamos para muchas cosas. Es un material que nos permite solucionar una gran cantidad de problemas porque tiene muchas aplicaciones, además, la sílice es abundante en estas tierras. De hecho, es de las fábricas más importantes que tenemos, aunque la síntesis directa (véase el proceso de Müller-Rochow) es bastante complicada, pero creo que ha valido la pena apostar por esta solución.
Transcurridos los quince minutos que me había indicado Zola, llegó la plataforma para pasajeros. Era un contenedor remodelado de 40 pies con ventanas y tres puertas dobles correderas —una en cada extremo y otra en el centro— que se abrían al presionar un pulsador. Resultaba agradable a la vista, estaba climatizado y los asientos eran cómodos. El viaje transcurrió con total tranquilidad y el habitáculo se mostró sorprendentemente confortable, sin ruidos ni traqueteos. Tras dos paradas, en las que subieron algunos pasajeros más, nos bajamos después de un trayecto de unos veinte minutos. Calculando una velocidad media de unos 70 km/h, debíamos de haber recorrido algo más de veinte kilómetros hacia el norte desde nuestra salida del campo de refugiados.
Las carreteras eran amplias, auténticas pistas de tierra compacta que no levantaban polvo. No había marcas viales en el suelo; todas eran señales verticales, resplandecientes y con diferentes configuraciones. La explicación era sencilla: el viento y la arena solían tapar cualquier señal pintada en el firme, lo que impedía ofrecer la información necesaria para la autonomía de aquellos burros. Por eso toda la señalización era vertical y se mantenía en perfecto estado, garantizando esa peculiar logística de transporte.
Al llegar a una parada, la plataforma se detenía en mitad de la calzada, giraba las ruedas noventa grados y se aproximaba lentamente al apeadero, dejando libre la vía principal para otros vehículos. Cuando las puertas volvían a cerrarse e iniciaba el proceso inverso, se incorporaba de nuevo a la calzada sin ceder el paso a los vehículos que se aproximaran. Como estos ya habían detectado la presencia de un obstáculo, se detenían y permitían que la plataforma retomara la marcha. Según Zola, los sensores detectaban cualquier obstáculo siempre en la dirección de avance —fuera cual fuera— y ajustaban la distancia de seguridad en función de la velocidad: cuanto más rápido circulaba un vehículo, antes reaccionaba.
Los retrasos más frecuentes, me explicó Zola, solían deberse a los animales que se quedaban parados en mitad de la carretera. Aunque los burros estaban programados para detenerse y, pasado un rato, tocar una bocina, a veces ese sistema resultaba insuficiente cuando se trataba de una manada. Me contó que, en una ocasión, a ella le pasó yendo sola al anochecer. Al ver que unas cabras no reaccionaban, se bajó del Bus y empezó a espantarlas dando palmadas y gritos hasta conseguirlo pero, al darse la vuelta para volver, vió como la plataforma había retomado la marcha sin esperarla. Cosas de la tecnología tonta. Lo bueno es que, gracias a ese sistema de seguridad, se podía provocar una parada discrecional y coger el siguiente Bus. Solo se tenía que ser rápido para abrir una puerta si también iba vacío porque, con las puertas abiertas, los burros para pasajeros no se movían.
Debido a este y a otros sucesos parecidos, las puertas ya no se cerraban automáticamente como lo hacían al principio, debían cerrarse apretando el pulsador. Esto, además, supuso un ahorro en los costes de fabricación y mantenimiento, puesto que se suprimieron los sensores destinados a volver a abrir las puertas para el caso de encontrar un obstáculo al cerrarlas. El último usuario que subía o bajaba de la cabina era el responsable de cerrar la puerta y, sorprendentemente, era raro ver que alguien se despistara. Ya desde aquel primer día pude observar que, normalmente, había mucha atención al respeto de las normas, sobre todo de las más básicas para la convivencia y que, si alguien se despistaba, enseguida pedía perdón a los afectados intentando corregir su error o dando las gracias si otros lo subsanaban.
Al bajarnos del Bus observé que todas las paradas contaban con las mismas instalaciones bajo una amplia marquesina de paneles solares: asientos de espera, aparcamiento para bicicletas y sus accesorios, taquillas y varios contenedores con dispensadores que resultaron ser almacenes para obtener alimentos y material diverso. Era uno de los centros de aprovisionamiento del poblado, al que cada residente acudía con sus bolsas y envases para coger lo que necesitara, a cualquier hora del día.
Los alimentos se distribuían a granel y se dispensaban en raciones de un kilo cuando se trataba de cereales o leguminosas secas. Trigo, cebada, centeno, avena, sorgo, mijo, maíz y arroz llenaban uno de los contenedores; guisante, frijol, alubia, garbanzo, haba, ejote, lenteja y soja ocupaban el de leguminosas. Lo curioso era que no se retiraba un contenedor hasta que se había vaciado por completo, lo que garantizaba que no hubiera desperdicios. Otra curiosidad era la presencia de una máquina muy práctica para hacer harina, con un molino eléctrico y varios receptáculos para distintos cereales y tipos de harina que podían elaborarse.
Este sistema favorecía que los residentes probaran recetas diferentes a medida que se agotaban los productos más demandados y, como el consumo familiar se registraba de forma pública, todos procuraban no abusar de ningún producto para evitar conflictos. Zola me comentó que, aunque el sistema funcionaba bien, era habitual que algunos residentes se organizaran para intercambiar alimentos ya agotados por otros aún disponibles en otros poblados. Sin embargo, no solía haber abusos, porque en muchas ocasiones esos intercambios se realizaban de forma generosa para facilitar la preparación de comidas especiales en celebraciones.
En otro contenedor estaban los depósitos de aceite vegetal de soja y girasol, con un dispensador que servía un litro por cada uso. Este contenedor era de 20 pies y se retiraba mediante plataformas más pequeñas. Zola me explicó que, en realidad, se trataba de las mismas plataformas, pero ajustadas a la longitud necesaria según el tipo de transporte.
En resumen, toda aquella zona correspondía al almacén de productos básicos no perecederos que se consumían a lo largo del año de manera constante por los casi siete mil habitantes que vivían allí.
Para otros alimentos, como verduras, legumbres y frutas frescas, debían acudir a instalaciones similares, también formadas por varios contenedores, pero acondicionados para optimizar cultivos que requerían un alto control del agua. Toda la huerta se cultivaba mediante sistemas de cultivo vertical —hidropónico, aeropónico o en sustrato— gracias a la inversión destinada a este tipo de infraestructuras. Esto permitía reciclar contenedores industriales y transformarlos en unidades de producción autónomas, fáciles de instalar y mantener, y adecuadas para un clima extremadamente adverso, que dificultaba enormemente la obtención de estos alimentos.
Los huevos, los productos lácteos y las carnes de ave, vacuna y ovina se producían en las granjas de los alrededores mediante diversos métodos, algunos aún en proceso de optimización para mejorar la productividad y el bienestar de los animales. Por último, también se elaboraban conservas de carne —secada o en salazón— a partir de los excedentes de las granjas, así como mantequilla y quesos con el excedente de leche.
Autor
-¿En cada poblado hay una granja?
Zola
-Normalmente sí, o relativamente cerca, dependiendo de las condiciones del terreno. Son granjas pequeñas que buscan tener una producción sostenida procurando el bienestar animal y vigilando el impacto medioambiental. Aquí no es nada fácil, créeme, hay animales que no soportan bien las altas temperaturas y hay muchas plantas que no soportan la escasez de agua. Por ejemplo, practicamos una ganadería extensiva para mejorar la calidad del suelo y evitar la desertificación porque el suelo regula la hidrología, permite la fotosíntesis y, por tanto, la producción de alimentos. Es decir, sin suelo no hay pastos, y sin pastos no hay suelo. Sin el correcto efecto de las manadas que tenemos solo nos queda el desierto. El problema es hacerlo de forma equilibrada, por eso lo hacemos en pequeñas explotaciones que cubran las necesidades del asentamiento y poco más. De esta manera, vamos ganando terreno poco a poco para favorecer la adaptación del resto de las especies y mejorar los servicios ecosistémicos.
Autor
-Eso suena complicado.
Zola
-Lo es, practicar la ganadería extensiva en una zona en proceso de desertificación presenta muchos desafíos, pero hemos puesto en marcha varias estrategias para mitigar los efectos negativos y promover una ganadería sostenible.
Autor
-¿Y qué técnicas o sistemas estáis aplicando?
Zola
-Primero hay que plantar especies nativas y resistentes a la sequía que puedan proporcionar sombra y forraje para el ganado, además de mejorar la retención de agua en el suelo. Luego, poco a poco, integramos árboles y arbustos en los sistemas de pastoreo para mejorar la biodiversidad. Esta zona de aquí, por ejemplo, es de las primeras en la que se probó esta técnica.
Autor
-Y ha funcionado.
Zola
-Al principio no muy bien, pero después fuimos implementando sistemas de pastoreo rotacional para evitar el sobrepastoreo y que las áreas pudieran recuperarse. Además hubo que ajustar el número de animales a la capacidad de carga del terreno para evitar la degradación del suelo. Esto último ya hace un par de años que lo hacemos utilizando tecnologías, como los drones con sensores, para monitorear la salud del suelo y la vegetación.
También sembramos especies de pastos y leguminosas que sean tolerantes a condiciones áridas y almacenamos forraje en épocas de abundancia para utilizarlo durante las sequías.
En algunas zonas hemos construido terrazas para reducir la erosión del suelo y por todos lados usamos varias técnicas para recolectar y mejorar la infiltración del agua de lluvia.
En fin, todo un reto, pero lo vamos consiguiendo.
Autor
-Pero, ¿tú estás estudiando o ya estás estudiada?
Zola
-Ja, ja, ja, me queda estudio, mucho, en mi campo este lugar es todo un desafío.
Autor
-Ya veo.
Zola
-Lo bueno es que ya hemos publicado varios modelos de gestión para que puedan replicarse y, hace unos meses, recibimos un correo de una ONG que trabaja en Sudáfrica agradeciendo lo bien detallado que estaba y la inestimable ayuda que suponía para su actividad.
Autor
-Eso está muy bien, os felicito. Estaréis contentos.
Zola
-Mucho, la verdad. Todos los que empezamos hace años estamos cada vez más convencidos de que aquí se pueden hacer cosas muy buenas, tanto para la gente que llega como para los que están en la misma situación en otros lugares.
Autor
-¿Y todos los poblados hacen lo mismo?
Zola
-Prácticamente lo mismo, pero intentamos aplicar nuevas técnicas o variantes de las que tenemos en distintos sitios, de esta manera podemos experimentar y adoptar las mejoras en todas las explotaciones si hay algún resultado exitoso y sin arriesgar la producción mínima necesaria para seguir adelante.
Autor
-Pero esto requiere un grado de especialización que no está al alcance de cualquiera ¿no?
Zola
-Sí, pero también hay gente en este lugar que procede de culturas que llevan mucho tiempo lidiando con el desierto y que sabe mucho más que cualquiera con un doctorado. Hay técnicas que son muy antiguas, sobre todo para gestionar el agua sabiamente y no perder el terreno ganado. Siempre hay que hablar las cosas en las reuniones para que todo el mundo pueda colaborar o aportar lo que sabe.
Autor
-¿Cómo organizáis las reuniones para que sean productivas? Porque si en este poblado hay 7000 personas no debe ser nada sencillo.
Zola
-En realidad esto es un asentamiento compuesto por varios poblados, porque, pese a que urbanísticamente no hay una diferenciación, cada poblado está compuesto por unos 200 individuos adultos. Aquí hay 18 poblados.
Autor
-¿Son los grupos que formáis para las reuniones?
Zola
-Es una división administrativa para que las reuniones sean ágiles y productivas, sí. Si hay demasiada gente, no se trabaja bien. Al ser grupos de unos 200 adultos como máximo, se consigue una dinámica de trabajo que involucra más a la gente. Además, para los temas en los que hay que aportar nuevas ideas, formamos grupos aún más reducidos, normalmente organizados por vecindad, y empezamos a decir todo lo que se nos pasa por la cabeza. Es divertido porque la condición fundamental es que nadie te puede censurar. Después, se hace una síntesis de lo más relevante y se debate en asamblea.
Autor
-Ah, ya, como un brainstorming, una lluvia de ideas.
Zola
-Sí, estuvimos mucho tiempo aprendiendo dinámicas de grupo y cómo llevar las reuniones de la comunidad, es muy importante hacerlo bien para que no se pierda la energía de trabajo.
Autor
-¿Y qué tal funciona?
Zola
-Bastante bien, hemos hecho muchas aportaciones y creado normativas de convivencia que están funcionando como se esperaba. Lo curioso es observar la evolución de muchas ideas que ya se han puesto en práctica y que, a medida que se proponen nuevas soluciones para adaptarlas a otros lugares con necesidades distintas, muchas de estas nuevas aportaciones se incorporan a la práctica inicial. Esto nos demuestra que es muy importante documentar todo bien y no duplicar esfuerzos para solucionar los problemas. Si todos hacemos lo mismo, todos salimos ganando.
Autor
-Pero a veces debe de ser pesado estar tratando según qué temas, en mi caso sobre todo cuando los jefes son un peñazo. Yo no he sido propietario en mi vida, pero tengo amigos que sí y odian las reuniones de la comunidad de propietarios.
Zola
-Se procura que haya un buen ambiente porque las reuniones son esenciales para el trabajo que hay que hacer. Todos podemos tener un mal día, pero es fundamental autogestionarse para no perjudicar la dinámica de trabajo. A fin de cuentas, aquí no hay jefes ni suele haber vecinos quisquillosos. Es otro punto de partida creo yo.
Autor
-Sin duda, ya veo que no estáis debatiendo sobre la gotera del 3º A ni el ruido de las fiestas del vecino de abajo, pero habrá temas que encontraréis tediosos.
Zola
-Pues depende, siempre se procura dar espacio para que intervengan los que están más motivados en un tema. Pero eso no quita que puedas intervenir para reclamar más agilidad a los que están al cargo de la reunión, que puede ser cualquiera de nosotros, puesto que el cargo va rotando cada mes, de manera que, cada uno de nosotros, estamos dos meses al frente de la organización de las reuniones.
Autor
-Es decir, uno sale, otro está y otro es el que entra.
Zola
-Exacto, así siempre hay continuidad y se pueden coordinar bien las reuniones que deben celebrar los responsables de cada poblado después de las celebradas en sus respectivos poblados.
Autor
-Mucha reunión, ¿no?
Zola
-No. Es importante coordinar el trabajo para evitar duplicar esfuerzos y atender todos los problemas. Además, tampoco es tanto tiempo: son reuniones más rápidas e informales que sintetizan lo que ya está descrito en los hilos de trabajo. Se determina qué es más prioritario y los temas que hay que tratar en las siguientes reuniones. Es como una supervisión del trabajo que se está llevando a cabo en todo el asentamiento para detectar posibles fallos o carencias.
Además, después queda otra reunión importante, que es la que se hace con los responsables asignados de cada asentamiento, donde el contenido engloba todo el territorio.
Autor
-Caray, pero ¿cómo tomáis las decisiones? ¿Hacéis votaciones en cada tema?
Zola
-Los problemas se solucionan porque se llega a una conclusión razonada. Si hay detractores que defienden otra solución, quiere decir que la primera no está bien razonada o que no se dispone del conocimiento necesario para considerarla la única válida. Por eso se deben adoptar ambas y, si no es posible, primero se aplica la solución que tiene más apoyo del cuerpo técnico y después la que tiene menos. No se debe descartar nada, porque siempre se trabaja por el bien común. Eso no significa que no se puedan cometer errores, pero se trata de reducirlos al mínimo evitando desechar propuestas sin razonarlas antes.
Autor
-Es decir, en cada área formáis un cuerpo técnico que decide si se puede llevar a cabo la propuesta…
Zola
-Es un trabajo conjunto, pero ante discrepancias o conflictos suele hacerse caso a las recomendaciones de los más preparados. Como aprendimos en el campo de acogida, la verdadera inteligencia de la comunidad consiste en reflexionar de forma plural, teniendo en cuenta la opinión de todos. Esto permite llegar a buenas decisiones.
Además, hemos comprobado una y otra vez que las buenas decisiones requieren dos componentes esenciales: la deliberación y la diversidad de opiniones.
Autor
-O sea, que no se vota: se razona, y siempre bajo la supervisión del cuerpo técnico correspondiente.
Zola
-Eso es. Las votaciones se reservan para temas subjetivos, para opinar sobre algo —normalmente un trabajo artístico o estético, o para dar un premio a alguien—, pero no para asuntos que deben razonarse.
Autor
-Ajá, muy interesante. ¿Y puedo asistir a alguna reunión?
Zola
-Sí, claro, pero no podrás decir nada. Si tienes alguna aportación o idea, tendrás que decírmela a mí o a cualquiera del grupo de trabajo.
Autor
-No, tranquila, estaré calladito. Es solo para documentar cómo las organizáis, nada más.
Zola
-Sin problema alguno, puedes entrar en cualquier reunión que se esté celebrando ahora mismo. Pero si empiezas a interrumpirla con preguntas ajenas al tema que se esté tratando, te pedirán que te vayas.
Autor
-Y con razón, claro.
Zola
-Si quieres, ahora vamos a ver mi casa y te explico un poco cómo construimos las viviendas. Procuramos que los sitios residenciales sean apacibles y confortables, aprovechando el ciclo del agua para que haya mucha vegetación y acordando normas de convivencia para que el espacio público sea lo más neutro posible.
Autor
-Es decir, nada de celebraciones por las calles o ritos religiosos.
Zola
-Las celebraciones y las fiestas son constantes, pero siempre se procura usar los espacios pensados para este tipo de actividades. Cualquier religión es bien recibida siempre y cuando no se imponga en la dinámica de la vida diaria. De hecho, hay una programación muy detallada para usar los recintos públicos y se procura que todos los ritos estén bien atendidos, pero sin molestar a los demás que no comparten ese credo.
Autor
-Coño, qué civilizado, ¿y funciona?
Zola
-Hasta la fecha muy bien, no ha habido problemas de convivencia, al contrario, la ha fortalecido. La religión es muy importante para muchas personas, como lo es el camino para encontrar la interpretación más armoniosa, sobre todo cuando conviven unas con otras.
Autor
-¿Cuántas religiones se practican por aquí?
Zola
-En cada asentamiento es diferente, pero mayoritariamente el islamismo, seguido por el judaísmo y el cristianismo. Aunque hay un poblado donde además hay una comunidad budista.
Autor
-Anda, ¿y eso?
Zola
-Pues no lo sé, yo no soy practicante, pero lo importante es dar el espacio para que todo el mundo pueda profesar su fe.
Autor
-Totalmente de acuerdo, me parece muy importante, los problemas siempre vienen con la imposición de las creencias. Este acuerdo al que habéis llegado me parece ejemplar.
Zola
-Esta manera de actuar viene heredada de los campos de acogida, allí ya se organiza de tal manera que todo el mundo pueda practicar su religión, sin molestar a los demás y sin que nadie les moleste.
Autor
-Ah, ya, no me fijé en este aspecto. Pero luego está el tema del imaginario religioso o la construcción de templos y monumentos. ¿Cómo lo solucionáis?
Zola
-No hay recursos para hacer templos dedicados a una sola religión, además, debería ser en un sitio apartado, porque el espacio público debe ser neutro. Pero hay mucha gente que se dedica a hacer figuras o pinturas en sus ratos libres, eso sí. Artesanía hay un montón, tanto artística como religiosa. Piensa que en nuestras casas no hay nada decorativo, si quieres decorarla te lo tienes que hacer tú. Es normal regalar cosas de artesanía como muestra de agradecimiento o para celebrar algo. En mi casa tengo una alfombra preciosa que me hizo una señora, ya fallecida, por haberla ayudado a aprender a leer y a escribir cuando estábamos en el campo de acogida.
Autor
-¿Era mayor?
Zola
-Sí, pero también estaba enferma y vivía sola. Era una mujer muy dulce que cuidaba mucho de mis hijos. Se había pasado toda su vida tejiendo y, en cuanto tuvo la oportunidad, se puso a hacerlo de nuevo.
Al entrar en el poblado comprobé, sorprendido, que todo lo que Zola me había explicado era cierto. Aquello parecía una sucesión de pequeños oasis en medio del desierto. La vegetación que crecía por todas partes ayudaba a reducir la temperatura de las calles y creaba espacios muy agradables para pasear y conversar. Las casas combinaban paredes de aspecto terroso con elementos de madera para puertas y marcos de ventanas. El ambiente era tranquilo y se evitaban actividades que pudieran molestar a los vecinos. Los niños y los jóvenes disponían de zonas para jugar y realizar diversas actividades en instalaciones más apartadas, polivalentes, que servían tanto para practicar deportes como para celebrar reuniones o fiestas.
Zola me explicó que las viviendas también se construían con contenedores, ya que permitía levantarlas con rapidez y buena calidad, aprovechando un producto que, tras cumplir su función original, se destinaba al reciclaje, pero que aún podía tener una segunda vida sin necesidad de desmontarlo.
Un contenedor estándar de 40 pies tiene un volumen de unos 60 metros cúbicos —aproximadamente 27 metros cuadrados de superficie útil—, admite una carga máxima de unas 29 toneladas y sus medidas exteriores son: 12,19 metros de largo (40 pies), 2,44 metros de ancho (8 pies) y 2,59 metros de alto (8 pies y 6 pulgadas). El estándar de vivienda para una o dos personas se basaba en dos contenedores (unos 40 metros cuadrados habitables de un total de 54); para una pareja con uno o dos hijos, se utilizaban tres, y para familias de cinco o seis miembros, cuatro. La altura máxima de un conjunto residencial era de cuatro contenedores apilados horizontalmente, reservando el quinto nivel para maquinaria diversa, terrazas o colectores solares.
Los poblados estaban formados por unos veinte grupos de viviendas, o treinta como máximo. Cada grupo podía incluir tres, cuatro o cinco casas según su tamaño, y contaba con un sistema autónomo de generación eléctrica destinado a producir agua, climatizar los interiores, abastecer una lavandería y una nevera comunitarias, y suministrar energía a los distintos electrodomésticos de cada vivienda. Estas, por lo general, estaban equipadas con una potabilizadora de agua, un contenedor isotérmico, un triturador de alimentos, una batidora, una cocina con horno, una mini computadora conectada a un monitor LCD, un router wifi y la iluminación LED necesaria para cada estancia.
Aunque existía una gran variedad de configuraciones, no se trataba de casas grandes. Estaban pensadas hasta el último detalle, construidas con materiales locales y fáciles de reparar, pero sin lujos ni elementos decorativos. Los servicios comunes —lavandería, refrigeración, producción de energía y agua— eran idénticos en todos los poblados, lo que facilitaba el mantenimiento y la reparación de la maquinaria. Los residuos orgánicos (materia fecal, orina y restos de comida triturada) se canalizaban hacia los digestores situados fuera del área urbana, donde se transformaban en biogás para algunas fábricas y en abono para los cultivos y los campos.
Llamaba la atención el sistema autónomo de producción eléctrica. Su función principal era generar, durante las 24 horas del día, la energía necesaria para las viviendas del grupo y sus servicios compartidos. Para ello, se instalaba un contenedor de 40 pies montado verticalmente y acondicionado para que, una mitad en altura, pudiera albergar un depósito estanco de más de 12 000 litros de agua con un mecanismo hidrostático conectado a un generador de 12 kW. Este mecanismo consistía en una cinta ancha hecha con una película de silicona que contenía varias bolsas de aire. Al llegar cada bolsa a la parte superior de la columna por el empuje hidrostático, el aire se conducía a la parte inferior mediante unos rodillos asistidos que la comprimían y forzaban la circulación del aire a través de un conducto integrado en la propia cinta.
La mitad restante del contenedor albergaba el generador eléctrico y las bombas de calor que captaban la humedad del aire para condensarla en forma de agua. También incluía un sistema sencillo de almacenamiento energético basado en la gravedad: un conjunto de pesos de hormigón de alta densidad que, al elevarse, acumulaban energía potencial y la liberaban al descender. No era un gran acumulador, pero servía para estabilizar la demanda eléctrica de las viviendas.
Si bien el sistema se basaba en principios físicos válidos, su eficiencia y viabilidad práctica se limitaban a aplicaciones de pequeña escala. Las pérdidas de energía y la capacidad restringida de almacenamiento hacían que esta tecnología no fuera la más adecuada para una producción eléctrica continua a gran escala. Sin embargo, en circunstancias como aquellas —donde la simplicidad y el bajo coste eran prioritarios frente a la eficiencia máxima— tenía todo el sentido, aunque exigiera un mantenimiento periódico para garantizar su funcionamiento.
Por último, había una red de canalizaciones para la ventilación y climatización del conjunto residencial. Este sistema utilizaba técnicas sencillas y antiguas para mantener una buena temperatura de forma pasiva. Se trataba de un método ancestral que favorece la ventilación natural canalizando aire fresco hacia el interior y expulsando el aire caliente. Su funcionamiento es simple: la altura de la torre es fundamental no solo para captar aire limpio, sino también para activar el efecto chimenea en el interior. Las aberturas superiores captan el viento, que se dirige al interior de las viviendas; y, debido a la flotabilidad térmica —el aire frío pesa más que el caliente—, el aire caliente se eleva y sale por una de las aberturas destinadas a la expulsión, no a la captación.
Zola
-Estas casas están construidas en grupos de tres a cinco viviendas alrededor de un gran depósito de agua que, normalmente, se usa también para adosar las escaleras y el montacargas, pero hay otras configuraciones. Estos depósitos se usan como sistemas autónomos para la producción de la electricidad necesaria para todo el grupo de viviendas adosadas. Como ya te he comentado, cada poblado está formado por unos 20 o 30 grupos de viviendas, dependiendo del número de familias que haya viviendo, pero generalmente no hay diferenciación entre los poblados de un asentamiento.
Lo bueno de este sistema urbanístico es que es modular y autónomo. Si un generador falla y un grupo de viviendas se queda sin energía, los grupos colindantes pueden satisfacer la demanda de electricidad temporalmente hasta que se repara la avería. Sucede lo mismo con el agua o cualquier otro servicio, la gente se ayuda enseguida porque también les puede pasar a ellos.
Autor
-Habéis hecho un sistema resiliente basado en la redundancia. Me gusta, pero me has dicho que estaban hechas con contenedores y esto es adobe ¿no?
Zola
-Sí, pero es que no los puedes ver, todo el exterior de la estructura está rebozado con adobe. Los contenedores se usan para montar todas las viviendas teniendo en cuenta su distribución, pero luego se rebozan todas las paredes exteriores con diferentes sistemas. Si son paredes que separan las viviendas de un mismo grupo, se respetan las planchas de las paredes contiguas de cada contenedor, se hacen unas mini perforaciones en toda su superficie y se rellena dicha separación, que suele ser de unos 20 cm, con una tierra tamizada y compactada. Esto, junto con los tabiques hechos de aglomerados vegetales que se usan para acondicionar el interior, forma el aislamiento necesario para conseguir una buena climatización.
Autor
-Es decir, hay el aglomerado, una pequeña separación o cámara, la plancha del contenedor, la arena compactada, la plancha del otro contenedor, la cámara y el aglomerado de nuevo. ¿Y funciona bien?
Zola
-Muy bien, además es sencillo, económico y duradero. Para las paredes exteriores es diferente, aquí se ha hecho una pared de adobe con un grosor de unos 30 cm pegada a la pared del contenedor y usando el mismo sistema de mini perforaciones en la plancha.
Autor
-¿Esto de las mini perforaciones para qué es?
Zola
-Para facilitar la transpiración y el efecto que tiene una pared de adobe, que es el efecto de refrigeración por evaporación. Luego, entre cada piso se hace lo mismo que entre las paredes de viviendas distintas y, en el techo exterior, lo mismo que en una pared exterior pero con una cámara de aire adicional para la circulación del aire.
Autor
-Todo recubierto por adobe.
Zola
-En este poblado sí, la mayoría de casas se han hecho de esta manera y son muy confortables, además se gasta muy poca energía en acondicionar el aire que circula para la ventilación. Pero las ventanas, pese a ser de doble vidrio, son pequeñas. En otros poblados verás que se han hecho propuestas con ventanas mucho más grandes aunque siempre están de espaldas al sol. Las viviendas son más luminosas pero se gasta más energía en acondicionar el aire.
Autor
-¿Hay mucha diferencia energética?
Zola
-Bastante para nuestros estándares, pero siguen siendo muy confortables. También son poblados en los que se apuesta por poner más vegetación porque se produce más agua, lo que contribuye a poder hacer las calles más anchas.
Autor
-La verdad es que es un sitio muy agradable y se ve muy bien cuidado y limpio.
Zola
-El mantenimiento y la limpieza es constante, lo hacemos entre todos.
Autor
-¿Y todos estos contenedores eran para reciclar?
Zola
-Todos los contenedores que usamos llegan por un tren que pasa cerca del campo de acogida que hay al norte del territorio que, normalmente, se aprovechan para hacer un último servicio antes de acondicionarlos o reformarlos. No usamos contenedores que aún estén en condiciones de transportar mercancías.
Autor
-Pero me he fijado que los que utilizáis como tales, para la logística y demás, son muy nuevos.
Zola
-Los contenedores que están en mejores condiciones los restauramos y les damos una pintura blanca a base de silicona. Cuando un contenedor se retira es porque deja de ser seguro para el transporte de mercancías, sobre todo por mar, pero si lo restauras puede seguir cumpliendo sobradamente su función en la logística que tenemos aquí.
Autor
-¿Y cómo conseguís tanta vegetación?, esto requiere de mucha agua ¿no?
Zola
-Son plantas y árboles que soportan bien este clima aunque están regadas por goteo, que es un sistema que forma parte del ciclo de agua que hemos instalado. Aparte del agua de lluvia, en el que todo el poblado actúa como un gran captador, parte de la energía eléctrica se usa para condensar la humedad que hay en el aire, sobre todo de madrugada, y almacenar el agua resultante en el depósito de cada grupo de viviendas. La refrigeración que hay que hacer para este proceso se aprovecha también para acondicionar el aire de la ventilación de las viviendas.
Esta agua del depósito está limpia pero aún no es potable, es la que usamos para lavar y limpiar y, después, una vez utilizada, pasa a un pequeño depósito destinado al agua necesaria para los sanitarios. El sobrante de todo este ciclo va a un depósito comunitario de aguas grises. Estas aguas grises se filtran y se tratan para reutilizarla como agua de riego y para los cultivos que hay en los alrededores del asentamiento.
Autor
-¿Y el agua potable?
Zola
-Es el agua limpia potabilizada a demanda con las potabilizadoras que hay en cada vivienda. Son máquinas que tienen varios filtros (de osmosis inversa y carbón activo) y un sistema de mineralización. Lo malo es que dependemos de los filtros para potabilizarla, pero si nos quedamos sin suministros podemos hervir el agua que, al ser de origen atmosférico, es muy segura. Es el agua que usamos para beber y cocinar.
Autor
-Y los trituradores son para los restos de comida ¿no?
Zola
-Sí, es como nuestro cubo de basura. Las aguas negras de los sanitarios y los restos de comida son canalizadas hasta llegar a los digestores, que son unos depósitos herméticos (reactores) donde se depositan todos los residuos orgánicos de origen animal o vegetal del asentamiento. En estos depósitos se dan las condiciones adecuadas para que tenga lugar el proceso de digestión anaerobia que generará biogás y los digestatos, es decir, los fertilizantes orgánicos que después usamos para producir los alimentos que cultivamos.
Autor
-Conozco bien el proceso, sí. ¿Pero aquí qué hacéis con el biogás?
Zola
-Varias cosas, es una fuente de energía muy parecida al gas natural, de hecho es prácticamente idéntico porque tiene mucho metano y combustiona muy bien, es la única energía renovable que puede usarse para cualquiera de las grandes aplicaciones energéticas: eléctrica, térmica o como carburante. Aquí, fundamentalmente, lo usamos para estabilizar la temperatura de los hornos solares y para los generadores eléctricos de las fábricas. Ya iremos a ver algunos ejemplos si quieres. Ahora también estamos trabajando en un proyecto para fabricar unas mini turbinas generadoras de energía eléctrica que podemos usar para muchas cosas, sobre todo para tener sistemas auxiliares autónomos y portátiles.
Autor
-Como los generadores portátiles de gasolina.
Zola
-Si, pero son más pequeños y potentes.
Autor
-También he visto que tenéis muchas placas fotovoltaicas.
Zola
-La energía fotovoltaica la usamos básicamente para los sistemas autónomos, como el transporte, o que están aislados en medio del campo. Al contrario de lo que se podría pensar, no es nuestra base de producción de energía eléctrica y, en las edificaciones, se usa como sistema de energía auxiliar complementaria.
Autor
-¿Y eso? Si algo os sobra es la luz solar.
Zola
-Sí, pero las placas no las podemos fabricar aquí y por la noche no hay el Sol. Almacenar la energía eléctrica es un problema que, de momento, no hemos podido solucionar bien. No hemos encontrado un sistema que se adapte a los recursos que tenemos y que funcione a largo plazo. Es lo mismo que nos pasa con los aerogeneradores.
Autor
-Es un problema, sí, pero cada día estoy leyendo nuevos avances en este sentido.
Zola
-Hay muchas iniciativas en marcha y nosotros también estamos trabajando en ello. Sin embargo, lo que está dando mejores resultados es el almacenamiento de calor. Aquí, desde el principio, hemos optado por la energía de empuje hidrostático para garantizar energía eléctrica las 24 horas en todas las casas, junto con un sistema de almacenamiento de energía por gravedad. Si logramos desarrollar una batería tipo redox o similar, económica y sostenible, sería ideal, ya que este sistema permite un crecimiento modular que se adapta bien a nuestros desafíos sin grandes inversiones en infraestructuras.
Autor
-¿Con este sistema también necesitáis acumuladores?
Zola
-Sí, para estabilizar la demanda, pero en comparación con otros acumuladores químicos, estas baterías son fáciles de fabricar, tienen un rendimiento neto superior al 90% y son muy duraderas porque son mecánicas. Es un sistema sencillo y fácil de mantener que, combinado con el biogás, las placas fotovoltaicas y los aerogeneradores, nos permite cubrir nuestras necesidades. El sistema de empuje hidrostático es para la energía de los poblados. El biogás y los hornos solares cubren las fábricas. Y las placas fotovoltaicas y los aerogeneradores proporcionan energía para la agricultura y otros sistemas aislados pero esenciales para el funcionamiento general.
Autor
-Un mix energético en toda regla. ¿Podremos ir a ver uno de esos hornos solares que tenéis?
Zola
-Claro, cuando vayamos a la fábrica de cerámicas te enseño uno.
Autor
-¿Pero cuántas fábricas tenéis?
Zola
-Importantes dos, la de siliconas y la de cerámicas. Luego hay otras más pequeñas para el cemento, los aglomerados, las bicicletas, el tratamiento del biogás, el acondicionamiento de los contenedores... Lo demás ya son talleres y almacenes para hacer la fabricación, el montaje y el mantenimiento de las diferentes máquinas y herramientas que necesitamos.
(--)
Zola
-Esta es la lavandería, que ahora está completamente ocupada. Este contenedor normalmente está al lado del depósito de agua y siempre se configura junto con la nevera comunitaria.
Autor
-Oye, ahora que lo mencionas, no he visto ropa colgada por ningún lado.
Zola
-Es porque no hace falta, mira, esta máquina la fabricamos aquí.
Autor
-Pero, ¿esto es una secadora?
Zola
-Bueno, en realidad es una máquina similar pero mucho más sencilla. Durante unos 15 minutos, hace circular aire precalentado del exterior por dentro y, mientras gira el tambor, el aire se expulsa por otro lado para que las bombas de calor condensen de nuevo parte de la humedad que contiene. No hay más, la ropa se seca bastante bien sin arrugarse. Pero no funciona por la noche.
Autor
-Ja, ja, ja, entiendo, es una secadora de día.
Zola
-Sí, y al mediodía funciona de maravilla, ja, ja, ja. Son soluciones sencillas que nos dan calidad de vida, aunque, de vez en cuando, hay quien tiende la ropa en el terrado porque ha tenido una urgencia o ha perdido el turno en la lavandería. Esto me recuerda que los primeros contenedores preparados para ser lavanderías comunitarias eran noruegos.
Autor
-¿Noruegos? ¿Y eso?
Zola
-Defendían que tenían una muy buena solución para la gestión del agua, que sus máquinas no se estropeaban, que el mantenimiento era mínimo, que hasta un niño podía hacerlo y no sé cuántas cosas más. Total, que se hizo un primer pedido cuando empezábamos a construir precisamente este poblado. Llegaron en el plazo acordado, con su protocolo de montaje y su manual de mantenimiento, todo muy correcto. Los abrimos, empezamos a ensamblarlo todo y vemos que, por cada dos lavadoras, había una secadora.
Autor
-Ja, ja, ja, ¿de verdad?
Zola
-Como lo oyes, nos quedamos de piedra. ¿Para qué narices necesitas una secadora industrial en un clima como este? Se ve que los noruegos lo tenían muy claro.
Autor
-Increíble, ja, ja, ja, ¿y qué hicisteis? Me imagino que os despachasteis a gusto.
Zola
-Pues no sé muy bien cómo se resolvió, pero aquí está claro que no las necesitamos. Se agradece el esfuerzo de los noruegos, pero lo de las secadoras aún se comenta cada vez que hablamos con ellos, porque tienen máquinas muy buenas, eso sí.
En ese momento sonó un tono de aviso y Zola miró la pantalla de su pizarra. Al ver que uno de sus vecinos la estaba llamando, me pidió disculpas y se puso a hablar con él. Lo curioso es que, para hablar, sacó un capuchón de su pulsera, que iba unido a un cable muy fino, y se lo puso en el dedo anular. El capuchón tenía el audífono que le permitía escuchar la conversación, por lo que se lo acercó al oído y empezó a hablar inmediatamente, sin pulsar nada en la pantalla. No seguí escuchando porque es de mala educación, pero me quedé intrigado con aquel dispositivo que no había visto en mi vida y que me pareció muy ingenioso, como de una película de espías.
Las pulseras eran un tipo de muñequeras que se entregaban a todos los que iban al más allá. Sí, ya sé que suena como si se dirigieran a un lugar menos terrenal, pero cada vez estaba más convencido de que me encontraba en un mundo distinto, ajeno tanto al de quienes llegaban allí como al mío.
Este dispositivo disponía de una pequeña batería que se recargaba mediante un mecanismo de torsión incorporado. Dicho mecanismo consistía en un carrete autorretráctil con un cable de unos 25 cm conectado al audífono situado en la parte inferior de la pulsera. El cable, muy fino y resistente, permitía usar el audífono una vez separado de su soporte en la muñequera, y volvía a enrollarse si no se aplicaba la tensión necesaria. Zola me explicó que eran como teléfonos muy sencillos que facilitaban la comunicación sin preocuparse por quedarse sin batería, ya que podían recargarse accionando el mecanismo de torsión, desenrollando y enrollando el cable tantas veces como fuera necesario hasta completar la carga.
Como ya he comentado, el audífono incorporaba un capuchón para encajarlo en el dedo anular, medio o índice del usuario, lo que permitía colocarlo junto al pabellón auricular y mantener la conversación. El micrófono del dispositivo estaba situado en el armazón del carrete de la muñequera y contaba con una electrónica capaz de vincularse automáticamente con la mayoría de computadoras, aunque no pude determinar qué tipo de tecnología inalámbrica utilizaba. La parte superior de la muñequera, además, incorporaba una pequeña pantalla de tinta electrónica que mostraba la hora, la fecha, el nivel de carga y los distintos mensajes de vinculación con el dispositivo anfitrión, que podía ser cualquier ordenador o tableta con una antena compatible.
Aparte de permitir mantener conversaciones, las pulseras estaban provistas de un identificador personal RFID (Identificación por Radiofrecuencia), configurado en el campo de acogida una vez que los refugiados aceptaban el contrato y antes de mudarse a los asentamientos. Zola me comentó que dicho código les permitía abrir la puerta de su casa, acceder a su cuenta personal desde cualquier ordenador y consultar datos relevantes para sus actividades. Si se rompía o se perdía, bastaba con acudir a un centro de acogida para obtener una nueva. En realidad, era un dispositivo muy resistente y poco sofisticado, difícil de estropear.
Aunque teóricamente era posible, no se utilizaba como sistema de localización permanente de los residentes. Los datos generados por las actividades registradas con cada pulsera eran públicos, pero se trataban de forma estadística: describían tipos de actividades y volúmenes de usuarios, no el comportamiento individual. El sistema permitía acceder a la comida y registrar el consumo por vivienda para optimizar recursos y facilitar la logística. A pesar de mi insistencia, no encontré ninguna herramienta que permitiera controlar las actividades de cada usuario. Al fin y al cabo, si alguien quería desaparecer, solo tenía que quitarse la pulsera.
Autor
-¿Y siempre os habláis en esperanto los del poblado?
Zola
-En las reuniones de trabajo siempre, aunque en este poblado hay muchas personas que hablan árabe, pero yo no lo hablo. Yo hablo francés, y mi lengua materna es el yoruba.
Autor
-¿El yoruba? Es una lengua del sur, ¿no?
Zola
-Es oficial en Nigeria, pero yo soy de más al norte, de un poblado que ya no existe. Por aquí no hay ni veinte personas que lo hablen y muchos menos lo saben escribir. Nuestros profesores nos insisten mucho en que lo usemos siempre que podamos, sobre todo en el entorno familiar. En casa solo hablamos yoruba. Además, nos alientan a formar grupos de trabajo para aprender a escribirlo, pero no ha sido fácil coordinarnos para formar esos grupos de estudio y hacer lo mismo que para aprender el esperanto.
Como dice Franchesca (una profesora de lengua), "a escribir se aprende escribiendo". En las clases de lengua, escribimos un texto libre cada semana, según el tema que se nos ocurra, de aproximadamente una página. Le ponemos un título y, cuando está acabado, lo leemos a los miembros del grupo. En cada grupo se elige el que más ha gustado y el autor lo lee a toda la clase. Luego se vota el texto más interesante y el profesor lo copia en la pizarra tal y como está escrito. Cuando detectamos incorrecciones gramaticales, faltas de ortografía o puntuación, levantamos la mano y lo señalamos. Si tienes razón, se corrige el texto en la pizarra hasta que queda correcto.
Finalmente, el autor o la autora del texto lo pasa a limpio y se coloca en un lugar preferente del panel de la clase como el texto de la semana. La técnica admite múltiples variantes, puesto que cada semana se puede proponer un tema sobre el que escribir, se pueden redactar textos y poesías para participar en concursos, colaboraciones con el diario del centro, cartas, felicitaciones, etc.
Al final, todos tenemos algún texto en el tablón, porque se trabajan mucho los valores y la inclusión educativa, de forma que a los que tienen peor escritura se les ayuda para que en alguna ocasión su texto sea el ganador. Lo veo también con mis hijos. Vienen orgullosos a casa para mostrarme el cuaderno que han editado en el aula con los textos de su curso. Hay de todo, desde ocurrencias muy divertidas hasta cartas de amor. Está bien porque nos ayuda a conocernos mejor, no solo a nosotros mismos, sino al resto de la gente del poblado.
Autor
-Vaya, ahora entiendo por qué estas entradas en los hilos de trabajo son tan prácticas.
Zola
-Se vigila mucho que todas las anotaciones de una cadena de trabajo sean precisas y claras. Es una de las funciones del responsable del poblado, quien debe revisar todas las anotaciones. Como a todos nos ha tocado serlo en algún momento, todos somos muy conscientes de que se debe hacer bien. Si no, sería un lío.
Autor
-¿Y sigues con las clases?
Zola
-Claro, según Franchesca, nos queda toda una vida para tener un buen nivel de idiomas.
Autor
-¿Pero cuánto tiempo llevas con las clases?
Zola
-Desde el principio, hace cinco años, pero las clases no se acabarán nunca. Nos lo dejaron muy claro desde el primer día: la formación constante y el aprendizaje continuo son un trabajo obligatorio indispensable para estar aquí. Pero me parece bien porque yo creo que, en general, siempre debemos destinar tiempo para aprender cosas nuevas; te ayuda a pensar mejor.
Autor
-Totalmente de acuerdo, en mi oficio debo estar documentándome constantemente y a veces es tedioso, pero siempre acabas aprendiendo cosas nuevas que te enriquecen tanto en lo personal como en lo profesional. Sin embargo, no acabo de ver que podáis dar clase toda la vida; eso requiere de muchos recursos y personal.
Zola
-Ahora empiezo un ciclo formativo precisamente para esta labor. Parte de nuestros trabajos en la comunidad es la formación de unos a otros, es decir, enseñar al que empieza, como lo hacemos con las tareas de mantenimiento o de construcción.
Autor
-O sea, que algún día tendrás que enseñar el Esperanto.
Zola
-Es posible, si falta personal nos tocará hacerlo a los que tenemos un mayor nivel. Es la base de este sistema, pero también es muy flexible y se puede organizar de muchas maneras. Lo importante es crear una dinámica de formación continua en todo aquello que es necesario para la comunidad. Lo que nadie quiere hacer, lo tenemos que hacer entre todos, no queda otra. Lo mismo ocurre cuando no hay suficientes personas para hacer las cosas; entre todos tenemos que cubrir esa carencia para que los nuevos residentes que llegan tengan las mismas oportunidades que hemos tenido nosotros y, a su vez, que empiecen ellos también a hacer lo mismo más adelante.
Autor
-Pero eso supone que también hay que destinar mucho tiempo para organizarse bien.
Zola
-Claro, y por eso es obligatorio y muy importante reunirse periódicamente para tratar todos estos temas y documentarlo todo. Eso facilita la creación de protocolos, guías y técnicas de formación de todo tipo.
Autor
-Sigo pensando que no se puede hacer de todo y todo el tiempo, es poco eficaz; la especialización y la práctica son muy importantes.
Zola
-Todo el tiempo no, eso sí, pero cualquier persona debidamente formada puede transmitir lo aprendido si se siguen unas pautas concretas. Claro que se puede, de hecho es muy enriquecedor, aunque reconozco que hay muchas cosas que no se me dan bien y, cuando me toca hacerlas, simplemente sigo a rajatabla el protocolo o la guía que se haya confeccionado. Si tengo problemas, pido ayuda, y te aseguro que aquí siempre nos ayudamos unos a otros, constantemente, y creo que es gracias a esta dinámica de funcionamiento. Además, no se trabaja bajo presión, excepto en casos puntuales o en alguna emergencia, siempre se trabaja por objetivos, siendo conscientes de lo que se está llevando a cabo en todo momento. Otra cosa es el oficio o profesión que elijas, que no tiene nada que ver con esto que te digo, porque el día tiene muchas horas. De lo que se trata es de aprovecharlas al máximo, hasta para hacer el gandul. El problema viene cuando no crees en una idea que se ha aprobado y piensas que no va a funcionar.
Autor
-Porque te falta motivación.
Zola
-Sí y no, no es solo motivación; muchas ideas se quedan en el tintero porque no se consiguen argumentar bien. Lo veo en muchas reuniones y, a veces, también me pasa a mí, y eso me enfada, sobre todo conmigo misma, porque me falta capacidad para poder hacer ver las cosas más allá de lo que yo las veo.
Autor
-Uy, a eso dale tiempo, créeme, tarde o temprano, si la idea o el trabajo vale la pena, alguien lo valorará. Lo importante es perseverar y no dejar de trabajar en ello. Si algo no es lo suficientemente bueno, serás tú misma quien lo descarte. Solo el tiempo te lo dirá.
Zola
-Parece que ya has pasado por esto.
Autor
-Varias veces, con artículos me ha pasado un montón, sobre todo cuando quieres darles una orientación que el medio o la empresa no quiere publicar porque considera que está fuera de su línea editorial. Línea editorial... no te puedes imaginar la cantidad de veces que he pensado por dónde se pueden meter su línea editorial.
Zola
-Ja, ja, ja, por dónde creo que sí, me hago una idea.
Después de pasar una velada muy agradable cenando con los dos hijos de Zola —Femi, de 12 años, y Badru, de 10—, con quienes estuve un buen rato hablando sobre sus proyectos e inquietudes, regresé a la habitación que la organización me había asignado en el campo de acogida para poner en orden toda la información que había recabado y revisar las grabaciones.
Durante el trayecto de vuelta me vino a la mente la curva de Kuznets, una hipótesis que sostiene que, al principio, todas las comunidades son muy igualitarias porque nadie posee nada y todos comparten la misma pobreza. A medida que esas comunidades prosperan, comienzan a surgir desigualdades hasta llegar a un punto en que la tendencia se invierte: cuanto más rica se vuelve una sociedad, tarde o temprano se ve obligada a recuperar cierta igualdad debido a los problemas que generan esas mismas desigualdades. Sin embargo, en aquel lugar —y debido a ciertos preceptos— ese periodo de acumulación estaba prohibido, precisamente porque se buscaba evitar las desigualdades y promover la sostenibilidad tanto de la comunidad como del entorno en el que vivía.
En términos generales y porcentuales, nunca en toda la historia de la humanidad se ha vivido tanto y tan bien como ahora. Es un logro de nuestra especie, pero a un coste que empezamos a descubrir como insostenible. Vivir de manera sostenible exige esfuerzo, pero más caro está resultando persistir en lo contrario. Cuanto más colaboren las distintas ramas del conocimiento en desmontar creencias infundadas, antes podremos alcanzar los objetivos de un desarrollo sostenible. ¿Estaba ante una disciplina emergente destinada a sentar las bases que permitieran alcanzar esos objetivos, o ante una propuesta que simplemente aspiraba a ralentizar la desigualdad creciente que amenaza la estabilidad de nuestro mundo?
Una herramienta omnipresente, que había visto desde el primer día, eran aquellas tabletas digitales de tinta electrónica. Durante mi cuarentena malinterpreté su función, creyendo que eran poco más que lectores de libros electrónicos con un sistema avanzado de anotaciones. En realidad, esos portafolios —algo mayores que un DIN A4 y de unos 6 mm de grosor— eran auténticas computadoras con un sistema operativo muy optimizado, capaces de afrontar toda clase de trabajos. Mi error fue no prestarles suficiente atención porque estaba demasiado inmerso en consultar el impresionante fondo documental disponible y, sinceramente, no pensé que aquel dispositivo pudiera ofrecer las mismas prestaciones que mi ordenador portátil.
La fabricación de sus diferentes componentes se realizaba a través de varios proveedores contratados por la corporación, cada uno siguiendo especificaciones muy concretas. Por un lado, estaban las pantallas de tinta electrónica, cuya tasa de refresco era sorprendentemente similar a la de una pantalla LCD y permitía escribir a mano mediante un stylus que se recargaba al guardarlo en la funda del portafolios. El stylus tenía una especie de goma de borrar en la parte trasera y, gracias a la textura del protector de pantalla y a la inmediatez de la respuesta al trazar líneas, ofrecía una sensación muy cercana a la de escribir con lápiz sobre papel. Tanto era así que, en más de una ocasión, me descubrí haciendo el gesto instintivo de apartar con el dorso de la mano unas inexistentes virutas… de una goma electrónica.
Por otro lado, la placa base —un SoC, “system on a chip”— era una adaptación personalizada que integraba componentes habituales en teléfonos móviles, como un receptor de radio FM, una antena wifi y unos altavoces sorprendentemente buenos. Finalmente, las baterías, por lo general de litio, se fabricaban en varias empresas chinas y ofrecían una autonomía de más de una semana incluso con un uso intensivo del aparato.
El ensamblaje final se realizaba en un taller del asentamiento preparado para montar todos los componentes en un armazón que luego se insertaba en una carcasa de silicona rígida fabricada allí mismo. Aunque el proceso era relativamente sencillo, requería una precisión considerable para no dañar las piezas, pero se había optimizado tanto que bastaba con personal mínimamente instruido. La versión destinada a los niños prescindía del portafolios y utilizaba carcasas de colores primarios. Como los stylus necesitaban recargarse para funcionar con la pantalla, eran los profesores quienes los administraban durante las clases en las que los alumnos usaban el dispositivo para escribir o dibujar. La pantalla, al ser monocromática, no era la más adecuada para material audiovisual, que se reproducía en pantallas LCD, aunque pude comprobar que las tabletas eran perfectamente capaces de visualizar y editar cualquier contenido multimedia.
No existían más accesorios: ni teclados ni cargadores. Todo se realizaba con el stylus y, si se quería usar como computadora de sobremesa, la tableta debía insertarse en la mini computadora disponible en todas las casas, equipada con una ranura que actuaba como soporte y punto de carga. También se podían conectar otros dispositivos mediante el único puerto USB, como una cámara de vídeo o unos audífonos, pero esos accesorios solo estaban disponibles para los residentes de los asentamientos. Los refugiados del campo de acogida debían devolver las tabletas al terminar cada jornada.
El acceso público a la red de telecomunicaciones era totalmente libre: se activaba automáticamente cuando el dispositivo detectaba un punto inalámbrico adecuado. Como ya había comprobado durante mi cuarentena, el fondo documental y bibliográfico era amplísimo y variado, con herramientas de búsqueda sencillas pero poderosas. Todo ello mostraba un interés evidente por favorecer recursos educativos y de ocio de todo tipo, desde contenidos adaptados para personas analfabetas hasta documentación técnica especializada o clásicos de la literatura contemporánea. Aunque la mayoría del material estaba en inglés, el sistema operativo incluía un asistente de voz y un traductor automático al esperanto capaces de interpretar diversos formatos de texto y de subtitular locuciones con una precisión sorprendente.
La siguiente transcripción corresponde a la mañana posterior a mi visita a los poblados. Zola me llevó a una de las montañas del territorio para mostrarme la distribución de varios campos de cultivo de cereales y explicarme parte del proceso de producción de alimentos. Para aquella excursión tuvimos que tomar dos autobuses y recorrer un buen tramo en bicicleta por distintos caminos de tierra.
Autor
-Jo, debe ser porque hace tiempo que no voy en bici, pero esto me está costando un poco.
Zola
-Tienes el sillín un poco bajo, no estiras totalmente la pierna al pedalear. Espera, paremos allí arriba y te lo ajusto.
Autor
-¿No habéis pensado en usar otro tipo de transporte de uso personal? No sé, patinetes eléctricos. No me gustan los patinetes, pero por lo menos no hay que pedalear.
Zola
-Dieta variada y equilibrada y ejercicio físico diario, suave y constante. El secreto para tener una buena salud.
Autor
-Ya, pero yo prefiero algo que me lleve por la vida con menos esfuerzo a cambio de un poco de salud.
Zola
-Ja, ja, ja, estás mal acostumbrado, pero siguiendo esta receta, con el tiempo te sentirás mucho mejor. Además, lo de los patinetes sería peor que un dolor de muelas.
Autor
-¿Por el tema de las baterías?
Zola
-Eso también, el reciclado sería parte del dolor, pero lo más importante es que es un automóvil.
Autor
-No entiendo.
Zola
-Es muy diferente manejar un vehículo que requiere coordinación de todo el cuerpo para ponerse en marcha, como una bicicleta, que uno que solo requiere saber manejar un mecanismo para avanzar, como un patinete eléctrico. En una bicicleta, el impulso para pedalear y mantener el equilibrio involucra una mayor integración física y cognitiva. Tu cerebro trabaja de manera distinta dependiendo del tipo de vehículo. Con una bicicleta, la coordinación motora y el equilibrio son fundamentales, mientras que con un patinete eléctrico, gran parte del esfuerzo físico se reduce a la estabilidad y la dirección.
Autor
-Pero con una bici también puedes hacer las mismas tonterías.
Zola
-Sí, pero la disposición a realizar maniobras arriesgadas no solo depende de la pericia, sino también de la percepción del riesgo y la experiencia acumulada. Con un automóvil, a medida que aumenta tu habilidad para manejarlo, puedes sentirte más confiado para realizar maniobras complejas. Eso no quita que no lo hagas con una bici, pero la naturaleza de las maniobras y los riesgos asociados varía significativamente entre los dos tipos de vehículos. Yo creo que, si te lo puedes permitir, la mejor solución es la bicicleta con pedaleo asistido, tienes lo mejor de los dos mundos en un vehículo de uso personal, aunque haces menos esfuerzo físico y debes reciclar las baterías desgastadas.
Autor
-Ah, pues no lo había pensado. Bueno, he visto algunos ejemplos en ciudades, pero no me había detenido a reflexionar sobre esto.
Zola
-De hecho, estas bicicletas son plegables para que ocupen poco espacio público en los aparcamientos de los poblados, pero también es en previsión de acoplar un sistema para hacerlas de pedaleo asistido.
Autor
-¿Y cuánto vais a tardar?¿Falta mucho?
Zola
-Ja, ja, ja, qué comediante. Otro día te llevo a ver un taller donde están haciendo pruebas con unos supercondensadores hechos aquí, con unos materiales muy comunes (aluminio, carbono, celulosa y un polímero) y que son fáciles de reciclar.
Autor
-¿Supercondensadores? ¿No hay baterías?
Zola
-Los supercondensadores ofrecen la capacidad de almacenar y liberar energía de manera muy rápida. Lo que están ultimando es un sensor de par ubicado en el eje del pedalier. Este sensor recopila información sobre la velocidad de la bicicleta y la potencia de pedaleo, gestionando automáticamente tanto la asistencia al pedaleo como la recarga de los supercondensadores. La energía se suministra para asistir al pedaleo cuando es necesario, ya sea en el arranque, en falsos llanos o en subidas, y se utiliza el motor eléctrico en modo regenerativo para recargar los supercondensadores en terrenos llanos o en descensos. Aunque el balance energético suele ser positivo, en algunas rutas puedes quedarte sin energía en menos de 15 km. Es decir, su autonomía es menor en comparación con las baterías de litio convencionales, ya que los supercondensadores tienen una capacidad limitada para retener energía, descargándose completamente en unos 30 días, pero, cuando las bicicletas están estacionadas, está pensado que se recarguen a través de la energía fotovoltaica.
Autor
-¿Y por qué los queréis usar?
Zola
-Porque duran muchísimo más que una batería y aquí son muy adecuados para adoptarlos a gran escala.
Autor
-Interesante… esto, ¿y por qué la bici está hecha con estas placas?
Zola
-Estas placas son el bastidor y están hechas aquí. Son el resultado de numerosas pruebas con diferentes fibras naturales, tanto tejidas como no tejidas. Para las fibras no tejidas se utilizaron cáñamo y lino compactadas en distintas calidades y para las fibras tejidas, se usó lino. Todas las fibras son provenientes de restos de cosechas que anteriormente se aprovechaban para otros usos. Pero estas fibras naturales ofrecen excelentes propiedades mecánicas con una densidad muy baja (1,3-1,5 g/cm³) en comparación con la fibra de vidrio (2,5 g/cm³) y, para hacer la plancha, se usan unas resinas. Las resinas actúan como aglutinante y adhesivo, manteniendo las fibras unidas y protegiéndolas del ambiente exterior. Para este caso, hemos utilizado fibras no tejidas, una resina epoxi derivada del aceite de lino y un endurecedor que acelera el proceso de curado. El resultado es excelente, estos materiales pueden usarse para una amplia variedad de aplicaciones y son completamente reciclables.
Autor
-Ahora entiendo por qué son tan raras, no me desagradan, pero no esperas que una bici sea así.
Zola
-Mira, puedes ver dónde estamos en este mapa y compararlo (con lo que ves) mientras te ajusto el sillín. Nos encontramos en una región donde, cuando llueve, el agua fluye hacia esa llanura de campos de secano. Es una zona donde hemos usado varias técnicas para recolectar y mejorar la infiltración del agua de lluvia, y retenerla en acuíferos que después se aprovechan para el riego de los campos.
Autor
-¡Mierda!, hostias, me cago en la puta.
Zola
-¿Qué pasa?
Autor
-Joder, no sabes cuánto lo siento, se me ha resbalado tu pizarra, ha rebotado aquí y se ha caído por este barranco.
Zola
-Uy, pues nada, hay que bajar ahí para recuperarla.
Autor
-No fastidies, será broma, ¿no?
Zola
-¿Qué? ¡No, claro que no! Lleva unas pilas cuadradas (de unos 2 cm de lado y unos 3 mm de grosor) que son atómicas, duran más de 100 años sin ningún tipo de mantenimiento.
Autor
-¿Eh? ¿Cómo que las pilas son atómicas? ¿Eso existe o me estás tomando el pelo?
Zola
-Existen, de verdad, entregan 1 vatio de potencia a 3 voltios. El isótopo empleado es níquel-63, que decae en un isótopo estable de cobre y tiene un periodo de semidesintegración de aproximadamente un siglo. Un siglo, estará funcionando durante un siglo.
Autor
-¿Has dicho un siglo, verdad?
Zola
-Funciona junto con un semiconductor de diamante que permite operar de forma estable en un rango de temperaturas que oscila entre -60 y 120 ºC. Su estructura es un sándwich en el que se alternan las capas de níquel-63 y las láminas del material semiconductor, que es el que permite transformar la energía atómica en energía eléctrica. Por eso es tan importante recuperar la pizarra, hay muchos componentes que se pueden aprovechar. ¡Aquí no se tira nada!
Autor
-Bueno, vale, perdona, vaya rollo me has soltado. Pero con esta caída estará destrozada.
Zola
-Da igual, el SoC estará intacto, se podrá montar otra unidad en un periquete. Seguramente solo se tendrá que cambiar la pantalla, que es lo que suele romperse más a menudo.
Autor
-Estoy seguro de que tengo cara de tonto porque, ahora mismo, estoy flipando. ¿Cómo es posible todo esto?
Zola
-Los chinos. Querían hacer una prueba de campo con esta tecnología. Una gente de la organización se enteró, se puso en contacto con la empresa que las fabrica y les propuso hacerla aquí. Como no hay implicaciones comerciales ni posibilidad de replicar su tecnología, enseguida vieron las virtudes de la propuesta. Todos salimos ganando, nosotros tenemos unas pizarras muy útiles a buen precio y ellos tienen su prueba de campo a gran escala.
Autor
-Coño, es que al final esto va a ser de todo menos un puñetero campo de refugiados. ¿No tenéis miedo de que sean atómicas? A mí no me hace mucha gracia, la verdad.
Zola
-Recibimos más radiación ionizante natural ahora mismo, yendo por estos parajes, que tragándome un lote de estas pilas cada día durante toda mi vida. Lo que no me gustaría es estar en la piel de los que las fabrican, eso sí.
Autor
-¿Pero cuántas pilas de estas os han entregado? Deben ser miles.
Zola
-No tantas, solo unos cientos. Ahora todas las pizarras llevan baterías de litio o silicio (electrodo negativo de silicio). Piensa que, hasta la fecha, hay más de medio millón de refugiados, tanto asentados como en proceso de adopción, y todos tienen su pizarra. Estas pilas atómicas creo que son muy caras, pero las de litio son como las de vuestros móviles. Luego, si quieres, puedes acompañarme a ver las instalaciones de ensamblaje.
Autor
-Ah, ¿pero también las montáis aquí?
Zola
-Pues claro, es didáctico, facilita la logística y es más barato para la organización. Todos los que decidimos quedarnos, hemos estado en esas instalaciones ensamblando pizarras antes de recibir la que te puedes llevar a casa. Si la rompes, como ahora, tienes que ir allí para repararla, no hay excusa, porque si no te quedas sin pizarra, y si te quedas sin pizarra se complica bastante que puedas cumplir con todas tus obligaciones, ¿continúo?
Autor
-No, no, ya me lo has dicho antes, es una herramienta fundamental para vuestro día a día.
Zola
-No solo eso, además no puedes contactar con nadie a menos que inicies tu sesión en una computadora o que alguien te deje su pizarra, como cuando pierdes el teléfono móvil.
Autor
-Es peor diría yo, cuando pierdo el móvil nadie puede contactar conmigo, tengo que pedir una copia de la SIM y comprar otro terminal. Tú tienes más opciones, estando cerca de cualquier computadora pueden llamarte.
Zola
-Ya, pobre niño rico. Por cierto, eres muy mal hablado, ¿lo sabías?
Aunque el tono era más el de una discusión, no dejamos de hacernos bromas y lanzarnos puyas durante todo el descenso por aquella ladera tan escarpada. Supongo que necesitábamos liberar la mala uva que nos provocaba tener que ir a buscar, sí o sí, aquella dichosa pizarra, cargando las bicicletas en más de un tramo del recorrido. Como era de esperar, al llegar vimos que la pantalla estaba rajada, aunque el resto parecía intacto. Zola me miró con gesto de enfado y sentenció: “Eres un manazas y, sí, tenías cara de tonto”. Acto seguido soltó un “hala, vamos” y continuó como si nada, explicándome lo que haríamos a continuación para llegar a las instalaciones donde se ensamblaban y reparaban las pizarras.
Tal y como me habían comentado los directivos del campo de acogida, eran conscientes de que, en el mejor de los casos, muchas de aquellas tecnologías tardarían años en poder desarrollarlas por sí mismos, ya que dependían de procesos industriales muy sofisticados que exigían inversiones e investigaciones de un nivel que parecía inalcanzable. La informática era uno de esos ámbitos, completamente fuera de su alcance a menos que lograran iniciar dinámicas que les permitieran sentar unas bases industriales capaces de producir los componentes esenciales, si es que alguna vez llegaban a hacerlo. No obstante, quizá en el futuro podrían crear algo lo suficientemente relevante como para facilitar un intercambio comercial o una relación de interdependencia con otras comunidades capaces de llevar a cabo esos procesos industriales.
Sin embargo, Zola hizo un comentario sobre esta cuestión que me dejó pensativo. Aunque muchas de esas tecnologías quedaban fuera de su alcance, estaban estableciendo una base muy sólida para comprenderlas y manipularlas según sus necesidades. Tal vez el camino no era construir una industria desde cero, sino transformar y aprovechar los enormes y constantes desechos tecnológicos que generaba el resto del mundo. Convertirse en el basurero tecnológico de la humanidad no parecía una mala estrategia; al contrario, les proporcionaba una ventaja esencial: acceso a tecnología avanzada y gratuita para fabricar todo tipo de máquinas que mejorarían su calidad de vida. Y creo que esa es la clave: la calidad de vida y la percepción de lo que entendemos por calidad de vida. En el mundo desarrollado adoptamos bienes y servicios con la esperanza de vivir mejor, pero si pensamos con calma, veremos que no siempre es así; muchas veces se trata simplemente de un impulso de consumo.
El mundo industrializado ha alcanzado niveles de desarrollo muy dispares. Por un lado, existen avances tecnológicos altamente sofisticados que deben rentabilizarse en un mercado competitivo para asegurar la supervivencia y superar a los rivales. Por otro lado, ese mismo mercado saturado genera una enorme cantidad de residuos tecnológicos para hacer espacio a nuevas e irresistibles innovaciones. Desde que empecé en el campo de la informática en los años 90, he visto cómo un editor de texto —que supuso una revolución en la ofimática de la década anterior— sigue siendo, a fin de cuentas, un editor de texto. Aunque ahora resulte más cómodo y cuente con asistentes ortográficos y gramaticales, continúa siendo una herramienta que no exige mucha potencia de cómputo. Del mismo modo, un teléfono móvil, que revolucionó las telecomunicaciones, sigue siendo un dispositivo para hacer llamadas desde cualquier lugar. Sin embargo, ahora incorpora tantas funciones adicionales que muchos usuarios no saben ni cómo utilizarlas o, peor todavía, desconocen que existen. Aunque muchas de esas innovaciones son impresionantes, no necesariamente mejoran nuestra calidad de vida.
Todos los poblados contaban con conexión a una red de telecomunicaciones establecida mediante antenas de radio que, gracias a una distribución cuidadosamente planificada, proporcionaban interconexión con las redes cableadas instaladas en cada grupo de viviendas. Era una red económica y muy efectiva, con todos los puntos de acceso wifi abiertos, pocas incidencias y un buen ancho de banda. Sin embargo, la conexión con otras redes, como Internet, era deficiente y aún no habían podido solucionarlo debido a la falta de una infraestructura adecuada.
La telefonía convencional no existía; todas las comunicaciones de voz se realizaban a través de esa red mediante un sistema muy similar a la VoIP (voz sobre Protocolo de Internet, una tecnología que permite transmitir voz a través de Internet). Por lo general, la calidad era buena, gracias al uso de herramientas de software que aprovechaban la infraestructura de forma eficiente. Como todos los residentes tenían una cuenta de usuario, podían comunicarse con solo conocer el nombre de la cuenta. No hacía falta más. Además, gracias al sistema de pulseras, estaban permanentemente localizables si se encontraban cerca de una computadora o una tableta; daba igual el dispositivo, lo único necesario era estar junto a algún aparato conectado a la red capaz de detectar el chip de la pulsera y establecer el enlace.
Lo que más me llamó la atención fue la forma en que almacenaban los datos, tanto públicos como privados, sin preocuparse por su integridad. Nadie sentía la necesidad de hacer copias de seguridad personales porque —según Zola— la escalabilidad, disponibilidad y fiabilidad del sistema hacían innecesaria esa práctica para el buen funcionamiento del trabajo informático y de los servicios comunitarios. En otras palabras, aunque era posible realizar copias, no había necesidad: resultaba más seguro almacenar los datos directamente en los diversos dispositivos que formaban parte de la red.
En esencia, esa tecnología era una variante de la tecnología blockchain. La blockchain genera una base de datos compartida, descentralizada y pública, basada en una cadena de bloques que permite rastrear cada transacción realizada. Los usuarios pueden comunicarse y compartir información mediante un algoritmo de consenso y, además, no existe una autoridad centralizada. Una cadena de bloques funciona como un libro de contabilidad digital, inmodificable y compartido, que se escribe simultáneamente desde distintos ordenadores. Por otro lado, como medida de seguridad adicional, también elaboraban y actualizaban periódicamente un registro impreso de los protocolos, normas y leyes fundamentales. De este modo, si alguna vez perdían la infraestructura de comunicaciones, podían seguir operando con la documentación esencial.
La siguiente transcripción corresponde a la visita que realizamos al centro de salud del poblado, durante la cual comenzamos a hablar precisamente de este tema. Cuando llegamos, no había nadie; todo estaba en calma. Solo estaban Amari, el médico, y Samuel, un joven de unos veinte años que hacía de aprendiz. Zola me explicó la importancia de contar con pequeños hospitales para atender urgencias y dispensar medicación a quienes seguían un tratamiento, porque los hospitales mejor equipados se encontraban en cada uno de los tres centros de acogida de la zona y, para evitar su saturación, estos centros locales eran fundamentales.
Amari
-Gracias a las pulseras podemos saber al instante todo lo relativo al paciente, su historial médico y todo lo que debemos tener en cuenta.
Autor
-¿No tenéis un registro de los historiales de los pacientes?
Amari
-No almacenamos nada en un sitio concreto, no hay una base de datos centralizada, por lo que no hay ningún dato personal que podamos consultar sin la presencia del paciente. Lo que hacemos es estadística, recopilamos datos para confeccionar estadísticas donde no hay los de identificación personal, son anónimas.
Samuel
-Además, es más práctico así, cuando llega un enfermo o un herido inconsciente, no hace falta buscar nada ni hacer pruebas innecesarias, podemos empezar a tratarlo sin esperas.
Autor
-Entonces, ¿el historial está en la pulsera?
Zola
-No, ahí solo llevas un código. La información real está en la red que forman nuestras computadoras y pizarras. Está dispersa en pequeños fragmentos que solo cobran sentido cuando alguien necesita trabajar o consultar algo.
Mi pizarra almacena partes de esa información —que pueden ser de cualquiera, aunque la mayoría serán mías—. La tuya hace lo mismo: guarda segmentos relevantes para la red en la que estés operando.
Cuando cambias de red, recibes automáticamente los fragmentos que necesitas para trabajar allí y, en menor medida, puedes entregar sin saberlo algunos segmentos de la red anterior, si ambas están conectadas en algún punto.
Autor
-Hablas de redes físicas… como cambiarme a la red de otro poblado.
Zola
-Exacto. Y como aquí todas las redes están conectadas —o deberían estarlo—, la información fluye de un lugar a otro según se necesite. Además, siempre existen varias copias de cada segmento en distintos sitios, así que no se pierde nada aunque se estropee una computadora o una pizarra.
Cuando quieres trabajar en tus asuntos personales, por ejemplo, puedes abrir tu sesión con una contraseña adicional en cualquier computadora o pizarra y acceder a tus documentos. Se almacenan igual que el resto de datos que consultas con la pulsera, solo que codificados a otro nivel.
Amari
-Os dejamos porque viene Gamal con sus hijos.
Zola
-Si, claro, gracias Amari, gracias Samuel, hasta luego.
Autor
-Muchas gracias, adiós. Es decir, la pulsera es como una clave personal pública de identidad que te permite hacer varias cosas, abrir tu casa, ver tu historial médico o educativo, recibir llamadas, ver películas o leer libros, pero es una clave privada la que te permite acceder a tus documentos personales, a toda tu información y a todos tus trabajos siempre que tengas una pulsera.
Zola
-Eso es. Yo puedo abrir la puerta de mi casa con mi pulsera, tú no, tú abrirás la de la tuya, lo mismo ocurre con el historial educativo o el de salud que, aparte de tí, los podrá ver aquél que sea especialista en la medicina o la educación, pero cuando queremos acceder a nuestros documentos para trabajar o publicar algo, tenemos que abrir nuestra sesión protegida con una clave o contraseña adicional. Por otro lado, si tuvieras tu sesión abierta en una computadora, cualquiera, ésta se cerraría de inmediato al abrir tu sesión en otro equipo. Solo puedes trabajar con una sesión abierta, da igual en qué sitio o en qué computadora. Es un sistema unipersonal.
Autor
-Ah, pero he de confesarte que yo he visto tu clave privada, con este sistema puedo acceder igualmente a tu cuenta mientras estés cerca de mí, ¿no?
Zola
-Pruébalo, a ver qué pasa.
Autor
-Vale, como estás aquí el sistema detecta tu pulsera y le doy a abrir la sesión, introduzco tu clave privada y ya está, ¿ves?
Zola
-Vale, ahora yo abro mi sesión en mi pizarra.
Autor
-Ok, sí, es así, la sesión de mi pizarra se cierra, ¿la vuelvo a abrir?
Zola
-Sí claro, ábrela. Bien, mira, la mía se vuelve a cerrar, pero la vuelvo a abrir y ¿qué pasa?
Autor
-Pues, no lo sé, nos podemos pasar así todo el día. A ver, abro de nuevo la sesión y ya. ¡Ah! vale, me pide otra clave privada para verificar qué es lo que está pasando.
Zola
-Sí, y hay hasta tres claves personales más. Dejando al margen que, cuando te pasa esto, debes cambiar esa clave, el día en que te das de alta en el sistema debes introducir un montón de cosas, entre ellas unas claves que sólo puedes saber tú, nadie más. Si alguien intenta acceder a tu cuenta de usuario debe ser en el momento que no la estés usando, porque si no es imposible, el sistema se bloquea.
Autor
-Ya, pero no es muy difícil engañarlo, puedo robarte la pulsera o aprovechar un momento que estés durmiendo, por ejemplo.
Zola
-O que esté inconsciente, o muerta, sí, pero hay algo más. Todos dejamos una huella específica de uso, es decir, en mi cuenta se almacena una manera de trabajar, mi letra, mi forma de escribir o de hablar, unas rutinas, unos vicios y unas manías específicas que no son nada fáciles de imitar. Puedes acceder a mi cuenta durante un rato viendo mis trabajos pero, en un momento dado, el sistema te pedirá una clave privada concreta porque habrá detectado algo raro, si no respondes correctamente la cuenta se bloqueará y, si yo hubiera fallecido, se bloqueará para siempre. Con el tiempo, esos trocitos de información privada se irán borrando automáticamente porque llevan la firma de un usuario que ya no existe. Si quieres, haz la prueba, pero no creo que puedas estar más de cinco minutos en mi sesión.
Autor
-Ah, pues eso está muy bien, parece bastante seguro.
Zola
-Lo privado es muy seguro y solo tú puedes acceder a tu información, pero lo público nunca es anónimo, siempre va asociado a tu identidad.
Autor
-¿No os podéis ocultar tras un seudónimo?
Zola
-En la esfera pública nunca, todo el mundo se hace responsable de sus actos, sin excepción, no vale eso de insultar y esconderse como ratones. Por eso, cuando publicas algo, es importante revisarlo bien, es tu responsabilidad. Si es un trabajo artístico, como una novela o una película, se acepta que puedas usar un seudónimo, aunque, en la práctica no sirve de nada, es pura estética.
Autor
-Ah ya, no es muy divertido, pero lo entiendo.
Zola
-Lo que es divertido para tí, puede ser un tormento para otro. Yo creo que es mejor no entrar en ese juego, se puede hacer mucho daño sin querer.
Autor
-O queriendo, hay mucho amargado en este mundo, créeme, en mi oficio lo veo constantemente, sobre todo en la política actual, hay mucha hipocresía y mucha mentira, ya parece lo normal y a mí, personalmente, cada día me ofende más. Los partidos políticos se están convirtiendo en los dominadores del Estado, conformando una oligarquía seudodemocrática de dudosa legitimidad.
Zola
-Las democracias están en decadencia por la desidia de sus ciudadanos. Lo interesante es estudiar el por qué, pero no es un mal sistema si todo el mundo respeta las reglas.
Autor
-Ahí has dado en el clavo, se nota que has leído sobre el tema. El gran problema es que muchos actores con poder no respetan las normas, hacen y deshacen según su conveniencia y, hasta que todas esas instituciones no obedezcan las normas de participación, no habrá nunca una sociedad democrática real y efectiva. Más bien estamos yendo a lo contrario, vamos hacia un nuevo feudalismo, o tecno feudalismo, porque las tecnologías y los datos que recaban tienen mucho que ver en esta transformación.
Pero lo que habéis montado aquí me está gustando cada vez más, aunque me preocupa que alguien, o algo, pueda acabar con esta forma de organizarse, tomando el control de este sistema de alguna manera.
Zola
-Pues lo tiene difícil, porque lo único centralizado es la versión oficial del sistema operativo, y es de código abierto, cualquiera puede consultarlo. No soy ninguna experta, la verdad, pero se ve que ya ha habido bastantes intentos de hackeo y no han conseguido nada. Incluso unos chicos de aquí lo intentaron.
Autor
-¿De verdad?
Zola
-Sí.
Autor
-¿Por qué?
Zola
-Nada, por diversión, mientras aprendían los entresijos del sistema operativo y las configuraciones de la red, lograron colar un programa en forma de módulo que duró unos 20 minutos y afectó a unos pocos usuarios, pero la mayoría ni se enteró.
Esto se ve que es bastante robusto, porque la versión oficial del sistema está en una serie de pequeños servidores maestros que únicamente ofrecen la versión en curso, no hacen ni pueden hacer otra cosa y, además, no lo hacen todos a la vez, se van alternando, conectándose y desconectándose aleatoriamente, lo que complica bastante intentar colar un programa no oficial. Además, como habrás visto, es un sistema cerrado, de código abierto, pero inmutable. Exceptuando el módulo de emulación, no puedes instalar nada en tu ordenador o pizarra, no hay nada que te permita instalar un programa externo. Si consigues programar algo y hacerlo pasar como un componente más del sistema, la monitorización de control de versiones y componentes lo borrará al instante en el momento que conectes el ordenador a una red que opere con nuestro protocolo de comunicación.
Autor
-Pero habrá agujeros de seguridad, no hay ni un sistema operativo en el mundo que no tenga fallos, eso es muy difícil.
Zola
-Creo que la gracia del asunto está en la monitorización de la versión en curso. Se ve que todos la tenemos instalada y funcionando permanentemente mientras estamos en una red. Da igual que el error esté en un módulo o en el núcleo, en el momento que se verifica un fallo de integridad o de funcionamiento de algún programa, se vuelve a instalar automáticamente la versión oficial del componente afectado desde un ordenador vecino o desde uno de los servidores maestros. A veces notas un parón mientras estás trabajando. Si es más de un par de segundos, te sale una ventana con la información de lo que sucede, pero normalmente es breve y no impide que continues con lo que estabas haciendo. En estos parones es cuando te das cuenta de que constantemente se está trabajando en actualizaciones del sistema, porque notas que ha cambiado una herramienta o que ha mejorado algo que no iba del todo bien.
Autor
-O sea, que se actualiza automáticamente, no puedes controlar el proceso.
Zola
-Sí, aunque he observado que la mayoría de actualizaciones son pequeñas correcciones o modificaciones, pero sí, no puedes impedir que se actualice si estás conectado a una red, es imposible.
Autor
-Bueno, puedes desconectar el equipo, es una animalada pero poder, se puede.
Zola
-Ja, ja, ja, sí, aunque no sé si te has fijado, estas pizarras no se pueden apagar, siempre están activas.
Autor
-Anda, pues es verdad, no hay un botón de apagado, ¿por qué?
Zola
-Porque no vale la pena, gastan tan poca energía en reposo que lo mejor es que siempre estén en condiciones de funcionar, como lo harías con un lápiz y papel.
Autor
-Pero para configurar desde cero un equipo se necesita algún método de interrupción de la energía, ¿no?
Zola
-En una computadora estándar sí, porque tiene microprocesadores pensados para muchos propósitos, pero en las pizarras no, lo esencial para empezar está grabado en un chip de la placa base y, en el momento que se pone una batería, empieza el proceso de configuración desde cero.
Autor
-Y si te quedas sin batería ¿qué pasa?, ¿no pierdes nada?
Zola
-Solo puedes perder un trabajo si estás en un lugar aislado, sin acceso a una red, y se estropea o rompes de alguna manera la máquina mientras lo estabas modificando. Pero si simplemente te has quedado sin batería, no pasa nada; cuando la vuelves a cargar, continúas donde lo dejaste. Me parece que estás confundiendo las cosas. Una cosa es el aparato y sus características para hacerlo funcionar, y otra son los datos y tu cuenta personal, que una vez configurada, siempre está disponible en la red, almacenada en trocitos inconexos, esperando que la actives. Son cosas diferentes.
Autor
-Es que no me han dejado crear una cuenta de usuario, solo puedo consultar lo que publicáis o lo que tenéis como fondo documental.
Zola
-Si no vives aquí, aceptando las condiciones para vivir aquí, no puedes ser de aquí. La cuenta te da voz, una identidad única con el derecho a que te escuchen y con el deber de escuchar. Es más importante de lo que crees, puedes hacer y decir muchas tonterías sin ser consciente del daño que haces.
Autor
-Mujer, tampoco voy a publicar nada que pueda crear una debacle.
Zola
-Pero tienes voz y tenemos que escucharla, eso es muy importante entenderlo bien. Cuando haces una aportación, ya sea para solucionar un problema o para proponer algo, y la publicas en el apartado correspondiente, todos los que están trabajando en ese tema deben leer tu aportación y razonar una respuesta si la hay.
Autor
-¿Y todo eso siempre es público? ¿No es mejor hacer grupos de trabajo individuales?
Zola
-No, porque seguramente se repetirían las cosas constantemente, es mejor crear hilos de trabajo públicos para que todo el mundo tenga acceso a las propuestas que se vayan generando y, si posteriormente otros tienen el mismo problema, puedan aprender o aportar cosas nuevas al hilo del trabajo original.
Los grupos de trabajo los formamos para debatir o proponer ideas, pero el resultado, si lo hay, siempre se hace público.
Autor
-Un trabajo colaborativo a gran escala.
Zola
-Puede ser a gran escala, sí, pero normalmente los problemas se solucionan bastante rápido y ahí queda la solución, para los que vengan después.
Autor
-Vais creando una especie de Wikipedia, entonces.
Zola
-Sí, aquí lo que es público siempre es universal. Todo lo que es público, o has hecho público, puede consultarlo y usarlo cualquiera, sin restricciones. Tú, desde Londres, puedes ver todo lo que publicamos aquí, cualquier trabajo, sin problemas, bueno, si no falla la conexión a la Internet, claro, pero se defiende la idea del procomún para seguir progresando en todos los aspectos.
Autor
-Eso está muy bien y es muy bonito, pero después todo siempre se pervierte con intereses políticos, o de mercado, o para tener el control de una tecnología, o acumular más y más patentes.
Zola
-Bueno, por eso se prohíbe la acumulación y el control de cualquier cosa y, para serte sincera, me consta que estamos usando y modificando tecnologías patentadas sin el consentimiento de nadie. Nos importa poco, o nada, ese aspecto legal de vuestro mundo. ¿Qué van a hacer? ¿Demandarnos? ¿A quién? ¿A cambio de qué? No sacamos un provecho económico o estratégico, solo lo adaptamos a nuestras necesidades.
Autor
-Pero publicáis nuevas propuestas fruto de unas patentes o una propiedad intelectual determinada. Eso puede dañar el beneficio de una empresa que ha gastado mucho dinero en investigación y desarrollo.
Zola
-Cierto, pero no es para lucrarse, aquí eso no existe porque no tiene sentido. Si hemos encontrado otra solución, mejor o peor, da igual, el tiempo lo dirá, tenemos la obligación de hacerlo público para que otros hagan lo mismo. Ese es el espíritu. Si eso colisiona con un sistema que no soporta esta manera de actuar, quiere decir que ese sistema no está bien ¿no?
Autor
-Pero reconocerás que no es justo para el que ha hecho el trabajo y quiere vivir de ello.
Zola
-Es que, por otro lado, quizá no tenga todo el derecho de hacerlo. Mira, este debate es el de siempre, nada nace de la nada. Las ideas son de todos porque nacen de otras ideas, por eso no las podéis proteger, aunque a muchos les gustaría, no se puede hacer porque sería una auténtica locura. Lo que se protege es la realización o plasmación de esas ideas, y es totalmente comprensible que una persona quiera vivir de ese trabajo. Pero esa persona también se ha nutrido de otros trabajos para hacer el suyo, por lo que, por esa regla de tres, también tendría que compensar a los que han nutrido su trabajo ¿no?
Autor
-Si y no, es que esto no es así, hay que invertir recursos, talento, tiempo y dinero para hacer cosas nuevas.
Zola
-Como aquí.
Autor
-Ya, vale, en eso tienes razón, pero la base de nuestro sistema de vida también es lucrarse compitiendo, y esa competición es lo que nos permite inventar cosas nuevas constantemente para mejorar las del competidor. Además, si hay menos empresas compitiendo, hay peores ofertas y más riesgo de abusos.
Zola
-Aquí también inventamos cosas nuevas constantemente y no competimos con nadie. Que la competencia sea importante en cualquier mercado para reducir costes y fomentar la innovación, no deja de ser un argumento bastante infantil. Es un argumento válido por cómo está organizado el mercado, pero no necesario. Aquí competimos por la supervivencia o para mejorar nuestra calidad de vida, lo que nos motiva a seguir mejorando nuestras tecnologías para superar las adversidades del entorno y de la vida diaria. Quizá el resultado no sea espectacular, pero es más eficaz a largo plazo porque los principios éticos son más sólidos.
Además, yo jamás he entendido por qué alguien tiene el derecho de ganar dinero durante décadas sobre algo que, a veces, ha creado o inventado un tercero. E insisto, ¿acaso esa persona no ha usado y nutrido su trabajo con el trabajo de otros? Al final acabas igualmente con un sistema pensado para el más fuerte, todo muy legal, eso sí, pero el pequeño o el débil, que ha trabajado tanto o más que el poderoso, se tiene que conformar con las normas que establecen los más fuertes y ricos. El sistema de patentes es una consecuencia de esta manera de pensar.
Autor
-Bueno, son unas reglas de juego. Sin esas reglas el mercado sería una jungla, todo el mundo se copiaría e intentaría enriquecerse con el trabajo de otros.
Zola
-Todo el mundo con recursos, y no me digas que eso no sucede igualmente.
Autor
-Claro, pero se puede castigar y perseguir. No es justo que alguien se haga rico con el trabajo de otro.
Zola
-¿Tú te estás escuchando, verdad?
Autor
-Pero entiéndeme, no digo que no tengas razón, pero el mundo no funciona así, es bastante más complicado.
Zola
-Pues eso, aquí funcionamos así, simplificando e impidiendo los elitismos. Como no tenemos nada y aquí no hay nada que quieran en tu mundo, seguimos otras reglas que, sinceramente, creo que son más justas para todos, no solo para los humanos, si no para todos los que pueblan estas tierras.
Autor
-Esa perspectiva es la que más me gusta. El hombre siempre ha creído que las cosas de la Tierra son suyas por derecho de ocupación o explotación. Pero con el tiempo, se está dando cuenta de que está destruyendo su propia casa por pura avaricia. Nunca, en toda la historia de la humanidad, ha habido una conciencia medioambiental tan fuerte como ahora. El problema es la inercia, llevamos una inercia autodestructiva que va a costar mucho parar.
Zola
-Yo creo más en la palabra transformar. Transformar en vez de parar, poco a poco y con propuestas que puedan acoplarse a los diferentes sistemas de vida. El gran problema siempre es la desigualdad. El capitalismo funciona muy bien porque está basado en la desigualdad, siempre habrá personas que estarán dispuestas a trabajar en determinadas condiciones porque no tienen nada y querrán tener lo que tienen otras a cambio. Si a esto añades la complejidad del sistema financiero, que sofistica mucho las dinámicas del comercio y la política para reducir el control de la economía a unos pocos actores que, además, especulan con todo, tienes una maraña de tejidos que acabarán anudados sin remedio.
Autor
-Ya existen esos nudos y no son nada fáciles de desenmarañar. La deuda por ejemplo, ese gran invento del sistema financiero para obtener dinero de la nada, ahora ya es un gran nudo, creado para continuar girando una rueda que, en realidad, es más una ilusión que otra cosa, no mueve lo que dicen que mueve y que, además, cada vez es más grande y pesada para la economía de cualquier país. Hace poco leí un artículo que explicaba el gran problema al que nos enfrentamos como civilización, porque el mundo, en general, se debe a sí mismo más de tres veces y media, es decir, el mundo ha hipotecado tres veces y media su capacidad productiva, y eso no puede terminar bien.
Zola
-Eso ya no lo entiendo, a veces hablas raro.
Zola sí me entendía; a estas alturas ya me había dado cuenta de que era una persona muy capaz, más que yo, sin duda. Pero, cuando no tenía ganas de seguir con una conversación, me soltaba alguna frase demoledora para cambiar de tema, aunque eso implicara quedar como una tonta. Aun así, como puede verse, sabía perfectamente de lo que hablaba. Si lee esto, dirá que no, pero entiendo que, por aquel entonces, iniciar debates que no llevaban a ninguna parte le hacía perder el tiempo, y supongo que ya tenía bastante con hacer de guía.
Ahora que repaso estas grabaciones, me doy cuenta de que fui un poco pesado y algo obtuso, pero también hay que entender que todo aquello me sobrepasaba —para bien, la verdad.
La tecnología informática descentralizada que estaban utilizando, donde los datos no se almacenan en un solo lugar, sino que circulan por toda la red, no era propia. El concepto y el diseño de la interfaz del sistema operativo eran obra de un barcelonés, la programación inicial de varios componentes esenciales había corrido a cargo de un parisino y un moscovita, y el desarrollo posterior fue promovido por los responsables de la iniciativa, que contrataron a varias empresas de programación para poner en marcha una primera versión funcional. Pero ahora eran los propios residentes quienes pulían el código día tras día, con aportaciones de muchos lugares del mundo, mejorando y perfeccionando un sistema que se había convertido en un pilar básico de su organización. Algo que demuestra que, con las herramientas adecuadas y un entorno que respete y fomente la colaboración, se puede lograr cualquier cosa.
La participación es comunión, es la búsqueda de lo común, y eso es algo esencial. Porque sin lo común no hay demos. Y sin demos no hay democracia. Sin embargo, allí no habían establecido una democracia como la que entendemos en el resto del mundo. El sufragio universal que yo practico para elegir al líder de un partido político no existe; en ese sistema los líderes están prohibidos. El voto se utiliza para opinar sobre los méritos o premios que debe recibir alguien o algo, pero no para gobernar.
El demos original (en griego: δῆμος / dêmos, “pueblo”), el cuerpo gobernante de ciudadanos libres en la Antigua Atenas y otras ciudades-estado —raíz de la palabra “democracia”— era un cuerpo gobernante formado por todos, no por algunos: por todos los ciudadanos. Y me resulta extraordinario que, gracias a una serie de tecnologías y a un sistema organizativo muy riguroso, este modelo pueda llevarse a cabo evitando la concentración —y la consiguiente corrupción— de cualquier forma de poder.
Para intentar resolver un problema en cualquier ámbito, lo primero es conocer y comprender bien los conceptos propios de ese terreno; después, observar los hechos con la menor distorsión subjetiva posible y, con ese conjunto de datos, realizar un análisis en profundidad para identificar la causa, entenderla y buscar soluciones. Estas soluciones no siempre serán alcanzables, pero al menos permitirán actuar con conocimiento y honestidad para no agravar el problema. El trabajo de análisis grupal permite una búsqueda más amplia y profunda que el mismo ejercicio realizado individualmente, por lo que las reuniones eran fundamentales para la eficacia del gobierno y la organización de la comunidad.
Como me había dicho Zola en varias ocasiones, aquellas reuniones periódicas demostraban la importancia de la inteligencia colectiva comunitaria, ejercida de forma rutinaria y metódica, donde cada persona, independientemente de su capacidad, formaba parte de un conjunto que trabajaba en beneficio de todos. No importaba si había quienes dominaban más o menos un tema concreto; lo esencial era trabajar de manera coordinada y aportar toda clase de ideas para afrontar los distintos problemas.
Sin embargo, pese a mi preparación académica y a ser plenamente consciente de la importancia del debate y la reflexión en estos asuntos, la reunión a la que asistí aquella tarde dejó en evidencia mi falta de preparación para seguir el ritmo de los temas que se iban tratando según el orden del día. Aquello parecía más bien una lonja de transacciones de propuestas. Aunque no tenía dificultades con el uso de la pizarra ni con la interfaz de los hilos de trabajo, me sentía como un niño buscando el lápiz que tiene en la mano: incapaz de entender, en primera instancia, qué se había decidido o propuesto, hasta que al cabo de un rato lograba encontrar la información correspondiente en el apartado adecuado.
Autor
-¡Joder Zola, no me he enterado de nada, no pensaba que esto fuera tan rápido!
Zola
-Ja, ja, ja, es que esta reunión no ha sido un buen ejemplo de cómo se trabaja, prácticamente todo lo que había en el orden del día ya estaba resuelto con las cosas que se habían propuesto. Como no ha habido intervenciones en ningún otro tema, se ha acabado en menos de media hora. Es lo que sucede más a menudo; cuando celebramos la reunión, las propuestas de trabajo ya están hechas y razonadas en el hilo correspondiente.
Autor
-Porras, pero es que esto es un no parar, requiere que cada día dediquéis un buen rato a atender todos estos asuntos, ¿no?
Zola
-Sí, es una rutina diaria de una hora más o menos, pero si hubiera nuevos residentes se haría todo más despacio para que pudieran intervenir y adaptarse poco a poco a la dinámica de trabajo. Los que residimos en este poblado llevamos muchos años aquí, por lo que vamos muy ágiles en la mayoría de temas que hoy, básicamente, eran administrativos.
Autor
-No, ya veo, pero es que nadie ha preguntado nada ni se ha debatido nada.
Zola
-Ha sido una reunión rutinaria porque hay pocos problemas que resolver, pero eso es un buen síntoma; quiere decir que las decisiones que se tomaron en su día están funcionando bien.
Autor
-¿Pero no hay nada que al final no tengáis que resolverlo por votación?
Zola
-No, sería muy raro, como ya te he comentado, los problemas se resuelven llegando a una conclusión razonada, no por sufragio (universal), y no se debe descartar ninguna posibilidad sin un análisis previo, ya que siempre se trabaja por el bien común.
Autor
-Pero habrá desacuerdos legítimos basados en valores diferentes, ¿no?
Zola
-A veces, claro. No todo es cuestión de datos o de lógica pura. Las personas partimos de experiencias, expectativas y prioridades distintas; eso influye en cómo vemos las cosas. Hay desacuerdos que no se pueden solucionar del todo porque no nacen de un error, sino de valores en tensión.
Autor
-¿Y cómo interpretáis las ambigüedades? Yo no creo que exista una solución objetivamente correcta para cada problema…
Zola
-No, no siempre. Hay situaciones en las que el razonamiento colectivo no puede llegar a una única respuesta porque el problema admite varias lecturas legítimas. Cuando eso pasa, se da más peso al criterio del cuerpo técnico, ya lo hemos comentado.
Aquí también hay gente especializada en estudiar la ley, analizar precedentes, evaluar riesgos y buscar interpretaciones que favorezcan el bien común. Su trabajo no es solo aplicar una norma: es entender la intención que hay detrás, prever consecuencias y equilibrar intereses.
No es fácil —las ambigüedades nunca lo son—, pero la idea es que, cuando no existe una única respuesta correcta, al menos se busque la más razonable, la mejor fundamentada y la que cause menos daño. Hay debates que son bastante largos…
Autor
-Cuando tuve la entrevista con los directivos del campo, me comentaron que ellos no se entrometían nunca en vuestros asuntos, que solo ponían a vuestra disposición una serie de recursos y vosotros los administráis a vuestra conveniencia. ¿Esto siempre es así?
Zola
-Totalmente. La libertad que tenemos para tomar cualquier decisión es directamente proporcional a la responsabilidad. Cuanta más libertad tenemos para gestionar todos los asuntos que afectan a la comunidad, más responsabilidad debemos asumir para que sigan funcionando correctamente. Es así de simple, pero nada fácil. Algunas veces ha pasado que nos hemos quedado atascados para encontrar una solución en un conflicto y, pese a pedir algún tipo de consejo o ayuda, nunca han intervenido, excepto cuando ha estallado algún tipo de violencia. Entonces sí, nos han ayudado a aislar el problema y a continuar con el desarrollo de nuestras actividades.
Autor
-¿Y qué conflictos habéis tenido en este sentido?
Zola
-El más grave sucedió hace unos cuatro años, cuando un asentamiento de casi mil personas acabó totalmente aislado del resto porque no hubo manera de que respetaran los derechos del niño.
Autor
-¿Y eso?
Zola
-Querían volver a practicar la ablación y, pese a que se les avisó una y otra vez, varias niñas fueron mutiladas.
Autor
-Uh, espinoso tema. Algunas sociedades la ven como un rito iniciático; otras la utilizan para reprimir la sexualidad de las niñas o salvaguardar su castidad, pero siempre hay un componente religioso, ¿no?
Zola
-Se practica en comunidades musulmanas, cristianas coptas y judías falasha; es decir, el error no fue por la concentración de una religión concreta, sino por la procedencia de una serie de comunidades del Chad que la practican. Allí es vista como parte del rito de iniciación que marca la transición de niña a mujer y como una parte intrínseca de la herencia cultural de la comunidad.
Autor
-¿Y cómo se resolvió?
Zola
-La mayoría acabó por ceder y marcharse al ver que se quedaban sin recursos para subsistir; pese a que intentaron mantener todos los servicios del asentamiento en marcha, empezaron a tener diversos problemas con la gestión de los residuos y el mantenimiento de las máquinas para obtener agua. Fue como un asedio que duró unos seis meses. Algunos volvieron a los campos de acogida, pero me parece que acabaron también por marcharse.
Autor
-Sería bastante desagradable, no es fácil vivir enemistado.
Zola
-Se hizo todo lo posible para hacerles entender que habían aceptado unas normas muy claras que debían respetar por el bien de todos, pero había una serie de líderes tribales que se hicieron muy fuertes y arrastraron a casi todos los demás. Es un caso que se analiza muy a menudo cuando se aprende a llevar las dinámicas de grupo y cómo hacer las reuniones de la comunidad.
Autor
-Enseñar a pensar y a tener un espíritu crítico es un problema universal. No es nada fácil cambiar las creencias y poner en duda según qué ritos ancestrales. A mí me gusta mucho una cita de Bacon (Francis Bacon, 1561-1626) porque quizás es una de las más simples y precisas: “El pensamiento crítico es tener el deseo de buscar, la paciencia para dudar, la afición de meditar, la lentitud para afirmar, la disposición para considerar, el cuidado para poner en orden y el odio por todo tipo de impostura”.
Zola
-Me gusta, porque en nuestro día a día todo se reduce a tres cosas: observar, definir y actuar. Yo creo que lo mejor siempre está por venir si cada día hacemos los deberes. Si nos fijamos y detallamos bien todos los problemas que surgen a diario, podremos encontrar las soluciones mediante el diálogo y la aportación de ideas. Para ello, hay que empezar por uno mismo, cuidándose para también poder cuidar de los demás, tanto congéneres como no congéneres, y, finalmente, extrapolarlo a toda nuestra forma de vida.
Autor
-Eso es sabio.
Pero algo no me encajaba. Con los años había aprendido que ningún conflicto serio se deja atrás tan fácilmente: siempre queda un hilo suelto, una tensión latente, una grieta que alguien prefiere no mirar. Había cubierto demasiados colectivos rotos por desavenencias internas, demasiadas comunidades que se declaraban “en calma” mientras el aire olía a pólvora mojada. Mi olfato periodístico —esa mezcla de intuición, memoria y desconfianza aprendida a golpes— me advertía de que aquí también había un ángulo muerto. Algo que no había visto y que, sin embargo, parecía lo bastante relevante como para permitir que la convivencia continuara sin derrumbarse pese al desencuentro evidente.
Zola notó mi inquietud. Ella tenía ese modo casi silencioso de leer a la gente, como si llevara años escuchando más allá de las palabras. Me dijo que, si realmente quería comprender cómo gestionaban situaciones tan delicadas, lo mejor era revisar primero la documentación interna: protocolos, informes, actas, anotaciones de campo. “Empieza por ahí —me sugirió—. Nada de esto se improvisa. Está pensado, discutido y pulido con mucho cuidado.” Después, si lo encontraba razonable, podríamos debatirlo punto por punto, tal y como hacían en las sesiones de formación: sin prisas, sin dramatismos, pero sin esquivar ninguna pregunta.
Otra mañana, Zola vino a buscarme para acompañarme en lo que acabaría siendo un día memorable. Durante el camino, me comentó que tampoco sabía muy bien de qué se trataba, pero que en el lugar al que íbamos podría hablar con otros ingenieros contratados por la organización para dar soporte y resolver varios problemas relacionados con las telecomunicaciones y la monitorización para la recolección de datos.
Al llegar a las instalaciones, vimos un globo bastante grande y de aspecto peculiar. Cuando nos acercamos, Zola reconoció a varios jóvenes que estaban por allí, en especial a uno llamado Sifo, y entonces me dijo que ahora ya entendía de qué se trataba. Sifo, que estudiaba ingeniería; Essam, una programadora; Arno, también estudiante de ingeniería; y Teboho, apasionado por la química, habían formado un grupo que, en sus ratos libres, se dedicaba a fabricar cohetes y lanzarlos —a veces por los aires, claro está.
Tras saludarnos todos, Hans, que también había venido, se quedó a mi lado para interesarse e intercambiar opiniones sobre la visita que estaba realizando con Zola. Él, a diferencia de mí, no había podido ver muchas cosas porque no disponía de mucho tiempo para terminar su trabajo y regresar a Alemania. Sin embargo, Zola no tardó en ofrecerse a aclararle las dudas y preguntas que le iban surgiendo y que yo aún no era capaz de responder.
Zola
-Yo conocí a Sifo en las instalaciones de acogida, en uno de los cursos de formación que se impartían para tener hábitos saludables. En aquel entonces, Sifo era un chaval de unos 12 años, muy inquieto, y lo recuerdo porque un día dejó de revolotear al descubrir una serie de láminas sobre cohetes y satélites artificiales. A partir de ese día, quedó como abducido y se pasaba horas mirando, leyendo y viendo documentales sobre cohetes, sondas espaciales y los entresijos de la carrera espacial de la segunda mitad del siglo XX. No recuerdo mucho más porque prácticamente no hablamos de nada, solo nos conocemos de vista, pero me quedó claro que de aquel curso no se enteró de nada.
Autor
-Pues sigue siendo muy inquieto, no ha parado ni un momento desde que hemos llegado. ¿Qué es este lugar?
Zola
-Llevamos un par de años intentando dar con una solución más práctica para monitorizar el ganado, los campos de cultivo y las instalaciones remotas. Hasta la fecha se han usado unos drones chinos, pero resultan ser demasiado costosos para la función que se busca. Además, se averían con facilidad porque no soportan muy bien las inclemencias de este lugar. Ante la necesidad de crear un sistema más adecuado, se empezó un programa para la construcción de drones más económicos y fáciles de mantener, pero sin demasiado éxito. A todas las soluciones les fallaba la autonomía y se basaban en una electrónica muy sofisticada que, además, dependía de los sistemas de geolocalización por satélite que aquí, hasta la fecha, no se han usado para nada. Por lo que he podido ver en la pizarra, hace unos meses estos chicos se propusieron desarrollar una idea sin tener muy claro si iba a funcionar, pero que quizá podría ser una buena solución para abrir un nuevo camino de investigación.
Hans
-Creo que por eso nos han pedido a todos que vengamos, para que veamos lo que han hecho. Estos pequeños dirigibles tienen buena pinta, pero, por lo que comentan James y Claudio (los otros ingenieros que estaban convocados), creo que el problema seguirá siendo la electrónica.
Autor
-Oye, por cierto, ¿cómo va lo de la conexión a Internet?
Hans
-Regular, la conexión principal se hace por satélite y hasta que no lleguen las nuevas antenas no se puede hacer mucho más. Mañana creo que llega un avión con diverso material, a ver si están ahí.
Autor
-¿Cómo que por avión? ¿Aquí hay una pista de aterrizaje?
Hans
-Sí, hace años.
Autor
-Joder, entonces, ¿por qué coño nos tragamos todo ese viaje?
Hans
-Hombre, no es barato fletar un avión. Y tú estás aquí porque te contrató la ONU, y ese transporte fue pagado por la ONU. Yo, en cambio, sí que fui contratado por esta gente y tuve que tragarme toda esa ruta.
Autor
-Pues también es verdad, ¿y por qué no estás enfadado? ¿Quieres que te preste mi enfado?
Hans
-Aunque no lo creas, me parece bien ver las cosas que hay detrás del telón. No siempre es agradable, pero te hace valorar más la suerte que tenemos por el mero hecho de haber nacido en otro lugar.
Autor
-Eso también es verdad. Demasiada razón estás teniendo ya, creo que, por hoy, ya no te la voy a dar más.
(--)
Arno
-Os lo voy explicando mientras van acabando. Partiendo de una idea de Sifo, la autonomía es tener sustentación sin coste energético, el posicionamiento es tener empuje vertical y horizontal remoto y la información es tener un sistema para recabar los datos que use un hardware asequible, aunque sea obsoleto o anticuado, pero que pueda ser óptimo para este propósito.
Essam
-Como veis, hemos fabricado un globo con la lámina de una película de silicona muy fina que se usa para los invernaderos o los palets. Es la misma película que tenemos en casa, en hojas de varios tamaños, para proteger los alimentos o tapar recipientes con comida.
Al ser unos rollos con un ancho de 3 metros, hemos desenrollado 6 metros de largo, hemos marcado el centro del largo y doblado la hoja. Después hemos marcado el centro de una de las dobleces, un cuadrado de 3 x 3 m, y hemos montado una válvula de entrada de gases. En la otra mitad hemos hecho lo mismo pero montando un pequeño tapón estanco para la salida de gases.
Arno
-Luego, mediante un rodillo impregnado con cola, hemos sellado las dos mitades aplicando tres tiras de unos 2 cm de ancho en los bordes. Como este sistema no es totalmente estanco, hemos tenido que hacer tres dobleces colocando una cinta impregnada de cola en los 4 lados del globo, dos de ellas, en lados opuestos, tienen una terminación en lazo por ambos extremos. Por último hemos sellado todas las dobleces con cinta de caucho vulcanizado muy fina.
Essam
-Después, hemos cogido unos tubos de silicona bastante rígidos, los hemos hecho pasar por los cuatro lazos y, mediante estos cuatro ventiladores alimentados por unas pequeñas baterías con placas solares, los hemos unido formando una estructura circular que hace de bastidor.
Arno
-Esta estructura, además, hace de antena porque hemos enrollado cables de cobre por el tubo.
Teboho
-Por último, hemos llenado el globo de gas hidrógeno hasta que todo el aparato se sostiene en el aire, sin que suba o baje de altura. Este modelo lo hemos llenado con unos 2 900 litros de hidrógeno porque todo el conjunto pesa casi 3 kg.
Autor
-Perdona, pero el hidrógeno es muy peligroso, ¿no es mejor usar helio?
Teboho
-Sí, pero no tenemos, si guardamos unas normas estrictas y usamos unos protocolos concretos podemos minimizar mucho su peligrosidad.
Sifo
-Vale, bueno, os cuento a ver qué os parece. Todos estos smartphones que hemos seleccionado tienen un chip de radio FM. Si adaptamos la señal de nuestras antenas emisoras, podemos controlar su altura y posición con bastante precisión y, gracias a esta solución, podemos tener muchos drones que, debidamente configurados, permanecerán en las áreas de interés con muy poco esfuerzo y durante largos periodos de tiempo, pero que podremos ir desplazando de un lugar a otro sin demasiados problemas.
Posteriormente, para recabar los datos que se vayan obteniendo, un dron más moderno debe acercarse y establecer una comunicación por wifi que permita hacer la transferencia de la información almacenada. Creo que el fallo que se estaba cometiendo hasta ahora era de concepto. No necesitamos datos en tiempo real porque, en realidad, necesitamos recabar los datos para hacer estadísticas semanales, mensuales y anuales que permitan optimizar los recursos a largo plazo, no al instante, tenerlos en tiempo real es un lujo innecesario que encarece mucho el sistema.
Todo el mundo se quedó callado. En cuestión de un par de horas, aquel grupo de jóvenes apasionados por la aeronáutica había montado un globo dirigible de hidrógeno plenamente funcional usando una película y un tubo de silicona, cuatro ventiladores, unas placas solares para recargar las baterías y un par de smartphones modificados. El resto era una ingeniosa programación que permitía controlar su ubicación y transferir los datos registrados a un dron auxiliar.
Hans, de carácter más bien impulsivo, se sobresaltó al verlo y, visiblemente entusiasmado, se sentó frente a una computadora para revisar el código de Essam. Ella también se acercó y se quedó a su lado, observando las modificaciones que iba introduciendo. Al cabo de un rato, mientras comentábamos la propuesta, soltó: —¡Lo tenemos, lo tenemos! —sin dejar de teclear—. Dadme un par de horas para afinar este código y tendremos un buen sistema de monitorización. ¡Estos chicos son geniales!
Aquello me dejó algo desorientado: ingenieros y programadores de un mundo altamente tecnológico superados por un grupo de jóvenes entusiastas, con ideas sencillas pero eficaces. Fue una bofetada que a todos nos encantó recibir, porque enseguida comenzaron a proponer nuevas soluciones y a organizar un esquema de trabajo para llevar la idea a gran escala. A día de hoy, el sistema ya está en marcha y funciona muy bien. Poco a poco se ha ido refinando la electrónica y, según me ha comentado Hans últimamente, ya están desarrollando otras propuestas que les permitirán crear una red interconectada con esos drones dirigibles, para simplificar la gestión de los datos sin consumir demasiados recursos.
Más tarde, después de ver las primeras pruebas de vuelo, Zola me llevó a otro taller cercano donde se estaba desarrollando un vehículo biplaza eléctrico. Era un poco extraño —como todo lo que iba viendo allí—, pero ya empezaba a estar inmunizado ante cosas que no figuraban en mi imaginario. Se trataba de un vehículo polivalente pensado para cubrir necesidades que hasta entonces se resolvían con pickups de motor de combustión.
El concepto era sencillo y, si lograban finalizarlo, resolvería una de las carencias básicas para operar con comodidad, cubriendo necesidades como acudir a urgencias médicas, gestionar emergencias o transportar material y herramientas para reparaciones diversas. Por un lado, había una serie de remolques preparados para distintos servicios; por el otro, el automóvil en sí, construido sobre un bastidor triangular con dos ruedas delanteras dotadas de suspensión independiente y una rueda esférica de 20 pulgadas en la parte posterior. Gracias a su diseño, esta rueda permitía acoplar los diferentes remolques de forma rápida y sencilla. Las ruedas delanteras llevaban frenos de disco y dos motores eléctricos —uno por rueda— alimentados por supercondensadores conectados a un generador eléctrico que funcionaba con una miniturbina accionada por biogás.
La particularidad del vehículo era su sistema de control computerizado, sin volante ni pedales. Se conducía con dos palancas, izquierda y derecha, que permitían mover el vehículo en distintas direcciones a partir de un punto neutro central. Para avanzar, ambas palancas se empujaban hacia adelante, aumentando la velocidad según su recorrido. Para frenar, se tiraban hacia atrás, sobrepasando el punto central para un frenado intenso. De forma inversa, hacia atrás permitían retroceder y, desde la marcha atrás, empujarlas hacia adelante frenaba el vehículo. Los giros se realizaban moviendo las palancas en sentidos opuestos, con una maniobrabilidad suave pero con la resistencia suficiente para evitar movimientos accidentales.
En resumen, era un vehículo ligero, resistente, económico y muy maniobrable, que maximizaba la funcionalidad y la ergonomía sin comprometer la seguridad: los asientos incluían arneses que impedían ponerlo en marcha si no estaban ajustados, y contaba con un arco estructural antivuelco que soportaba la cúpula que hacía de parabrisas. Además, estaba desarrollado bajo criterios de sostenibilidad y respeto medioambiental, ya que todos los materiales eran reutilizables y utilizaba un combustible producido a partir de desechos orgánicos.
Otro proyecto importante se estaba desarrollando en un taller cercano. Allí experimentaban con un hidrogel de aspecto gomoso y transparente, saturado con sales de cloruro de litio y capaz de absorber más de diez veces su propia masa en humedad. Luego bastaba con calentarlo y condensar el vapor para obtener agua pura. La idea era crear recolectores pasivos de agua que redujeran la dependencia de las máquinas de condensación, mejorando además su rendimiento como sistemas de acondicionamiento del aire en las viviendas. Estaban cerca del objetivo, pero aún debían encontrar la manera de extraer el agua del material para reciclarlo con facilidad.
Vimos otros proyectos interesantes en distintos talleres de la zona: adaptaciones para dotar a las bicicletas de pedaleo asistido, o un prototipo prometedor de batería de flujo recargable gracias a una combinación de moléculas orgánicas disueltas en agua con pH neutro, lo que le daba una vida útil muy larga sin ser tóxica ni corrosiva. Aun así, los dos primeros proyectos fueron los que más me impresionaron por su diseño peculiar y su funcionalidad.
Al finalizar la jornada, Zola me comentó que al día siguiente no podría quedar conmigo porque tenía un compromiso con varios proyectos que la corporación había puesto en marcha, así que aproveché para visitar por mi cuenta otros poblados y observar la vida diaria de toda aquella gente.
Como dice un proverbio hindú: “El corazón en paz ve una fiesta en todas las aldeas”. Ese proverbio me venía a la cabeza cada vez que visitaba un asentamiento. No sé si mi corazón estaba realmente en paz, pero veía una fiesta de la vida en todos ellos. En general, siempre era bien recibido, y todos los que se cruzaban conmigo sabían muy bien qué hacía allí. Me preguntaban si estaba bien, si necesitaba algo, o si quería comer o beber. Me resultaba imposible mantenerme en un segundo plano sin llamar la atención. Podía ser abrumador, pero jamás sentí que esa actitud fuera artificiosa; al contrario, parecía lo normal y muy coherente con el carácter hospitalario de una comunidad que vive a gusto con su propia forma de vida.
Por la tarde, después de que me invitaran a comer para celebrar el cumpleaños de uno de los hijos de una familia de Gao —una ciudad de Malí de la que habían huido en 2012—, fui a buscar a Zola al centro de actividades del poblado donde vivía. Cuando llegué, estaba conversando con otros vecinos que acababan de tener una reunión administrativa. Al verme, me sonrió y lanzó una de sus bromas habituales:
-¿Ves? Al final no te han comido; si es que, con lo delgaducho que estás, no das ni para hacer jabón.
Para rematar el día, allí también estaban organizando una pequeña celebración, y pasamos un atardecer delicioso degustando unas empanadas muy sabrosas.
Autor
-Oye, lo que vimos ayer también me gustó mucho, y no lo digo para quedar bien, en serio, empiezo a pensar que esto es otro mundo paralelo al mío. Lo que más me gusta es la artesanía de las ideas que ponéis en práctica, son raras pero efectivas, no se bien cómo expresarlo.
Zola
-Hay proyectos muy interesantes y muchas ganas de hacerlos, pero también hay cosas que se quedan en el tintero porque, de momento, no hay recursos para que se puedan iniciar.
Autor
-Pero veo que los de la organización destinan recursos para otros proyectos propios y ayer me comentaste que regularmente os piden que colaboréis.
Zola
-En varias ocasiones hemos hecho de cobayas voluntariamente, sí, no suele faltar la colaboración cuando desde la organización nos piden ayuda.
Autor
-¿Y qué ha pasado hoy?
Zola
-Pues es lo que les estaba explicando antes cuando has llegado. Hoy unos cuantos del poblado, Arianna, Damu y yo, hemos colaborado en unas prácticas para hacer trabajos con calor extremo. Resulta que en una zona del noroeste han puesto unas instalaciones donde hay lugares en que se acumulan grandes bolsas de aire que superan los 60 grados Celsius de temperatura ambiente, pero el suelo puede superar los 70 o más, lo que supone la muerte por "estrés térmico", una afección que provoca confusión, náuseas, mareos, dolor de cabeza y desmayos. Si no se auxilia a una persona con estos síntomas, lo más seguro es que muera al cabo de un rato.
(--)
Zola
-Halsey, el instructor, nos ha explicado que siempre conviene distinguir entre la temperatura del suelo y la del aire. Aunque están relacionadas, el suelo suele estar bastante más caliente, especialmente en zonas como esta. Los suelos oscuros, como las rocas negras, absorben más radiación solar y pueden alcanzar temperaturas muy altas cuando el cielo está despejado.
He mirado alrededor y, claro, todo eran rocas y tierras oscuras. Mala señal.
Entonces Halsey nos ha dicho que nos medirían la tasa metabólica mientras realizábamos una serie de tareas, para poder crear protocolos de actuación en determinadas condiciones climáticas y perfeccionar los tejidos de nuestra ropa diaria. (La tasa metabólica indica cuánta energía consume el cuerpo para seguir funcionando. Cuando hace calor, el organismo tiene varias formas de enfriarse —sudar o enviar más sangre a la piel—, pero ese mismo calor también acelera el metabolismo, lo que a su vez eleva la temperatura corporal).
Autor
-Pero ¿cuánto calor os ha dicho que es demasiado? Porque hoy ha apretado bastante.
Zola
-Halsey nos ha explicado que cada persona es diferente, que la reacción al calor puede variar bastante según la edad, el sexo y posibles trastornos médicos.
Parece ser que, en algunas personas, la tasa metabólica no aumenta a 40 grados, pero sí a 50. Nuestro cuerpo trabaja mucho para defender su temperatura central; no le gusta que cambie. Si aumenta uno o dos grados, no suele causar daños a la mayoría, pero los bebés y los ancianos son especialmente vulnerables al calor extremo porque sus sistemas cardiovasculares no responden bien.
El calor extremo puede hacer que la temperatura corporal suba hasta un punto en el que se genere un peligroso efecto cascada que podría provocar problemas de salud o incluso la muerte. Las proteínas empiezan a desnaturalizarse, dejan de funcionar, y los impulsos nerviosos se transmiten peor. El sistema nervioso se vuelve menos eficaz, y eso afecta a todo el cuerpo. También podría afectar al corazón: si se genera una arritmia y el corazón no bombea sangre con eficacia porque está desincronizado, los niveles de oxígeno pueden caer. Y si eso afecta al cerebro, entonces sí que tienes un verdadero problema.
La verdad es que en ese momento me asusté un poco. ¿Y si me pasaba algo de eso? No me conozco tanto; cuando te explican estas cosas, te entran dudas.
Autor
-Bueno, vosotros sois jóvenes y estáis bien, tenéis buena salud. Si no fuera así, no os lo habrían pedido.
Zola
-Lo mismo ha dicho Halsey: que estuviéramos tranquilos porque estaríamos permanentemente monitorizados y que lo importante era recoger información y observar qué problemas teníamos en esas condiciones, con los trajes y las tecnologías que están desarrollando.
Autor
-¿Trajes? ¿Llevabais un traje?
Zola
-En realidad no es un solo traje: es todo un sistema. Mira, te cuento. Primero nos hemos duchado y nos hemos secado bien, como si fuéramos a entrar en un quirófano. Luego cada uno ha pasado a una cabina, en posición de Hombre de Vitruvio: brazos y piernas abiertos, completamente desnudos. Muy digno todo.
Autor
-Promete.
Zola
-Ja, ja, ja, sí, ya verás. Por megafonía, Halsey iba narrando el proceso como si fuera el presentador de un concurso. El primer paso era ponerse una máscara para respirar mientras unos difusores nos rociaban con una sustancia. Halsey nos ha explicado que era un polímero neutro para la piel cuya gracia es que mantiene la temperatura constante: decía que siempre intenta quedarse entre 36 y 37 grados.
Así que, si vas caliente, expulsa calor; si vas frío, lo absorbe. Práctico, ¿no?
Autor
-Como llevar el microclima personal activado.
Zola
-Exacto. Después de un minuto de secado, tocaba el segundo traje: una especie de maillot en dos partes. La pieza superior va de las manos al cuello, y la inferior, de los pies a la cintura. Que sea en dos piezas no es cuestión estética, sino logística. Nos han dicho que hacerse pis encima es aceptable, pero lo otro… mejor no. Hay que bajarse el traje y hacer lo de toda la vida.
Y tú piensas: “Bueno es saberlo; jamás habría preguntado eso”.
Autor
-Gracias por la imagen...
Zola
-Ja, ja, ja. El caso es que, en cuanto te lo pones, notas una sensación de confort total: ni frío ni calor, como si entraras en una temperatura ideal. Halsey nos ha dicho que es básicamente el mismo polímero de antes, pero en tejido.
Después va el tercer traje: también de dos piezas, igual de ajustado, pero más robusto, con protectores en extremidades y columna. Lleva una mochila incorporada con dos litros de agua y una batería que se recarga con la energía de nuestros propios movimientos, gracias a sensores repartidos por la tela.
Este es el traje de movimiento y protección: deja pasar la temperatura sin interferir y funciona como un exoesqueleto ligero que convierte cada paso en energía.
Autor
-Ah, interesante.
Zola
-Sí, lo es, salvo por un detalle. Hay que conectar la parte inferior con la chaqueta mediante una lengüeta frontal. Si te la olvidas sin abrochar, el sistema deja de generar energía como debe y te quedas sin batería en nada.
Y sí, ya me ha pasado… dos veces.
Autor
-Ja, ja, ja, no voy a comentarlo.
Zola
-Ja, ja, ja, gracias. Después nos hemos puesto un collar que se encarga de refrigerar el cuello y purificar el aire. Se engancha a la mochila y también ayuda a mantener alineadas las vértebras cervicales. Es un inventazo. Lo único molesto es la pajilla para beber agua: es retráctil, sí, pero cuesta acostumbrarse a tenerla ahí, rozándote la cara cuando menos te lo esperas.
Autor
-Algo parecido lo he visto en tiendas online, pero no sé si funcionan muy bien esos aires acondicionados tan pequeños.
Zola
-Halsey nos ha explicado que refrigerar el cuello no es un capricho: al hacerlo, se enfría la sangre que pasa por las carótidas y parte del sistema nervioso cervical. Vamos, que mantener el cuello bien aclimatado proporciona bienestar físico y mental y, además, ayuda a que el cerebro funcione como debe.
Después nos hemos puesto la ropa exterior: prendas holgadas, llenas de bolsillos, muy prácticas y funcionales. Y luego las botas… que merecen capítulo aparte. Son comodísimas y resistentes, pero están formadas por varios elementos.
Primero te pones una bota acolchada con unas fijaciones que ajustas al tamaño del pie y del tobillo. Luego viene la bota de verdad, que se monta en dos piezas: la suela por un lado y el conjunto de empeine, cañas y puntera por el otro. Gracias a las fijaciones internas, todo encaja a la perfección.
Autor
-Suena preciso… ¿pero práctico?
Zola
-Práctico sí; rápido, no. Nunca he tardado tanto en ponerme un calzado.
Autor
-Nunca he visto algo así...
Zola
-Y ya estábamos listos. Guantes, sombrero, gafas de sol… todo bien, pero yo seguía bastante nerviosa; no sabía si el invento, que nos había llevado más de media hora ponernos, iba a funcionar. Pero ha funcionado, ¡vaya si ha funcionado! Ha sido impresionante. Hemos estado todo el día trabajando en el montaje de un refugio climático y no he sudado ni una gota.
Al final de la jornada, Halsey nos ha dicho que se habían registrado máximas de 62 grados de temperatura ambiente y 83 grados en algunos de los suelos por donde nos habíamos movido.
Autor
-Joder, 83 grados queman, y queman mucho.
Zola
-Pues no he notado nada, ni siquiera en la cara. El aire que nos proporcionaba el collar estaba perfectamente acondicionado. Ha habido algún que otro problema —como el tonto de Damu, que se ha dado un martillazo en el pie—, pero la prueba ha sido todo un éxito.
Lo que me preocupa es que es una tecnología bastante sofisticada, sobre todo el exoesqueleto y el collar, que nos resta autosuficiencia al depender de manufacturas que no podremos producir hasta dentro de muchos años… si todo va bien. Hablando con Halsey, nos ha confesado que queda mucho por hacer: simplificar y mejorar algunos componentes, además de optimizar la fabricación para que sea rentable y factible de hacer in situ.
Pero esperan lograrlo con la ayuda de todos, puesto que los resultados son muy buenos y hay margen para mejorar. Lo que está claro es que hay que seguir trabajando, sobre todo en soluciones intermedias, que se puedan incorporar al día a día y faciliten el trabajo a todo el mundo. Prueba de ello es que, según nos ha comentado, dentro de poco se hará una prueba a gran escala en la que nuestra ropa interior será este tipo de maillot. Ya veremos cómo va.
Debo reconocer que también me habría gustado vivir esa experiencia, la verdad, pero Zola me recordó que yo estaba allí para documentar cómo se habían organizado ellos, no para trabajar en el I+D que se llevaba a cabo en varios talleres. Lo cierto es que tampoco me detuve a colaborar en los demás proyectos que había visitado, aunque parecía una actividad en la que podría haber aportado otra visión, más centrada en valorar si aquello sería realmente beneficioso para la comunidad a largo plazo o si, por el contrario, se trataba de una forma de perfeccionar una investigación que no podía desarrollarse en muchos lugares del mundo con la confidencialidad y complicidad necesarias.
Supongo que eran ambas cosas a la vez y que, en menor medida, se trataba de un quid pro quo por parte de la corporación. Contar con un amplio espacio y con instalaciones diversas para realizar todo tipo de investigaciones era una forma de obtener rentabilidad de aquella iniciativa tan ambiciosa. Además, personal voluntario y motivado no les faltaba, lo que les permitía plantearse numerosos proyectos de investigación a gran escala ahorrando una cantidad considerable de dinero en costes laborales. Todo lo que estaba viendo, y todo lo que me iba explicando Zola, resultaba beneficioso para ambas partes; por ello, no puedo decir que aquello fuese una forma de explotación encubierta. Más bien al contrario: creo que la balanza se inclinaba hacia una buena iniciativa de carácter fundamentalmente humanitario.
Había tres recursos naturales importantes en la zona que podían obtenerse con facilidad y sin ocasionar daños medioambientales irreversibles: la arena, la arcilla y, en menor medida, la caliza.
La arena era la principal fuente de sílice, necesaria para fabricar una amplia gama de siliconas. Además, aunque no era adecuada para producir hormigón, se utilizaba en diversos elementos destinados a la construcción de infraestructuras, desde carreteras hasta sistemas de aislamiento térmico.
La arcilla, combinada con desechos vegetales, permitía fabricar adobe; junto con caliza y sometida a cocción, servía para obtener cemento y, por sí sola, era la base de una amplia variedad de piezas cerámicas y otros materiales de construcción, como canalizaciones, pavimentos y revestimientos.
La mayoría de estos procesos requerían fábricas dotadas de sistemas de calor industrial de distinta escala. Estas instalaciones se encontraban junto a depósitos de sales fundentes y arena que almacenaban el calor generado por una planta de energía solar de concentración lineal de tipo Fresnel.
Este tipo de colector utiliza una serie de espejos planos —los espejos Fresnel— dispuestos en líneas paralelas sobre una estructura fija. Los espejos se orientan con precisión para reflejar y concentrar la luz solar hacia un tubo receptor situado a cierta altura. El tubo, recubierto con un material altamente absorbente, contiene un fluido de transferencia térmica —en este caso, sales fundidas— que alcanza temperaturas superiores a los 400 grados Celsius cuando la radiación solar se concentra en él. Este calor puede emplearse directamente en procesos industriales que requieren altas temperaturas o transferirse a un sistema de generación de vapor.
Aunque es menos eficiente, el diseño tipo Fresnel ofrece varias ventajas frente a otras soluciones. Los espejos planos son más económicos de fabricar y mantener que los espejos parabólicos empleados en otros sistemas de concentración solar. Además, la planta puede incorporar un mecanismo de seguimiento solar más sencillo, capaz de ajustar la orientación de los espejos a lo largo del día para seguir la trayectoria del sol y optimizar la captación energética.
Otra ventaja es su capacidad de ampliación modular, que permite incrementar la temperatura y el volumen de captación sin necesidad de construir una infraestructura completamente nueva, reduciendo así el riesgo de sobrecostes innecesarios.
Autor
-Pero con todo este calor, ¿no se podría también montar una central eléctrica para cubrir mucha de la demanda de electricidad que necesitáis?
Zola
-Estás asumiendo que la electricidad es el tipo de energía final mejor adaptada y con mayor eficiencia para todos los usos. Pero esto no es necesariamente cierto, especialmente en la generación de calor industrial y otros usos no conectados a una red eléctrica. Para fabricar las piezas de silicona o la misma silicona, lo que necesitamos mayoritariamente es calor y para los procesos cerámicos es casi imprescindible, igual que para el cemento. La construcción de los captadores solares permite montar un sistema que proporciona el calor industrial necesario en varios hornos adaptados a las necesidades de temperatura de cada proceso de fabricación. Junto con el biogás que producimos, podemos ajustar la temperatura de cada horno, partiendo de una temperatura base para alcanzar otras más elevadas, pero sin tener una instalación sobredimensionada para cubrir las necesidades de un solo proceso industrial.
Autor
-Es decir, se hace la instalación solar para conseguir un calor suficiente para varios procesos industriales y después se ajustan o complementan con energía calórica procedente del biogás, ¿no?
Zola
-Sí, no es lo ideal, pero es lo más efectivo para ir adaptando las instalaciones poco a poco a medida que más y más gente se queda a vivir aquí. Es el mayor desafío al que nos tenemos que enfrentar: el límite teórico de personas que pueden vivir en estas tierras de manera sostenible y siguiendo los criterios de equilibrio medioambiental.
Autor
-Haciendo sistemas modulares en todos los ámbitos, sin grandes infraestructuras que, en caso de colapso, pongan los asentamientos en peligro. ¿Es así?
Zola
-¡Exacto! Esa es la estrategia. Hay que entender la fragilidad de este ecosistema y plantear soluciones adaptables. Lo que se propuso desde un principio fue reducir de forma sustancial el uso de energía eléctrica para promover una cultura de la optimización. Como habrás observado, todas las instalaciones y los aparatos que se utilizan tienen un consumo muy comedido y se procura usar todo tipo de técnicas, sobre todo con la gestión del agua, para no depender tanto de este tipo de energía y aprovechar otras que se desperdician constantemente.
Autor
-Pero el cemento, por ejemplo, es un material que podrías producir en más cantidad y que os solucionaría muchos problemas de infraestructuras (el cemento se hace a partir de una mezcla de caliza y arcilla calcinadas y posteriormente molidas, dando lugar a un producto llamado clínker, que se convierte en cemento añadiendo un poco de yeso para evitar la contracción cuando fragua).
Zola
-Medimos el coste de la obtención de un material o de un producto en función del trabajo necesario para obtenerlo. Por trabajo me refiero tanto al esfuerzo como a la energía necesaria para llevarlo a cabo, pero aquí también medimos el impacto de su razón de ser. Es decir, el cemento es un material barato y resistente para hacer muchas cosas, pero el trabajo necesario para obtenerlo está muy próximo al límite de rentabilidad que nos podemos permitir.
En tu país la arena y el cemento se usan para hacer hormigón, un material barato y resistente que permite hacer estructuras increíbles. Aquí el hormigón lo usamos para los pilotes que hacen de cimientos en las casas y edificios de los poblados, algún muro de contención y poca cosa más.
Autor
-¿Y qué problema hay con el cemento?
Zola
-La producción continua de clínker, la parte más intensiva en energía de la fabricación de cemento, se hace utilizando el horno solar junto con el biogás. Los gránulos de clínker se elaboran mezclando la arcilla y la caliza a temperaturas muy elevadas, próximas a los 1500ºC. Gracias a esta combinación energética se consigue el calor necesario para crear escoria pero, pese a ser un producto muy práctico y disponer de las materias primas, procuramos fabricar el mínimo necesario por sus elevados requerimientos energéticos. Se trata de encontrar un equilibrio entre soluciones locales y tecnologías viables a largo plazo.
Otros materiales quedan descartados, como el acero que, pese a tener la capacidad para poderlo fabricar, es mucho más viable y sostenible reciclar el que nos llega ya manufacturado.
Autor
-Es decir, que lo que creáis en un principio para facilitar vuestras condiciones de vida no puede pasar después a complicarlas.
Zola
-Eso es.
Autor
-Esto es, no sé, requiere otra manera de pensar. ¿Y no os habéis planteado una industria del reciclado que podáis rentabilizar de varias maneras?
Zola
-De lo único que nos hemos dado cuenta en repetidas ocasiones es que ningún proceso de reciclado es perfecto. Algunos metales, como la plata de las células solares, pueden recuperarse en un 99% o más. Otros pueden plantear retos más difíciles, como el litio de las baterías.
No, nuestro siguiente paso es poner en marcha el tratamiento optimizado de otro recurso del que cada vez tenemos más abundancia, lo que se denomina biorrefinerías.
Autor
-¿Una fábrica para la mierda?
Zola
-Ja, ja, ja, sí, eso, para la mierda. Piensa que, sin contar con los residuos de las granjas y los cultivos, cada residente produce anualmente entre 200 y 300 kilogramos de residuos orgánicos. Desde el principio, no los hemos considerado un problema, sino un recurso que, hasta ahora, hemos estado aprovechando como abono para la producción de más alimentos y biogás. Pero lo que vamos a hacer es aprovecharlos mucho mejor.
Durante los últimos años se ha investigado en tecnologías que permitan procesarlos para obtener materias primas para la fabricación de otros productos finales. La combinación de estas tecnologías de forma secuencial para maximizar el número de productos obtenidos es lo que se conoce como biorrefinería. Aplicando tecnologías innovadoras en cascada, se recuperarán recursos valiosos contenidos en estos residuos orgánicos (como carbono, nitrógeno, fósforo y potasio) que serán empleados para fabricar, por ejemplo, recubrimientos, plásticos biodegradables y compostables, biofertilizantes y bioestimulantes.
La producción de estos materiales de forma sostenible es un gran salto para reducir la dependencia del petróleo en la producción de plásticos, así como de fertilizantes minerales provenientes de otros lugares y nos abre un camino muy interesante.
Autor
-Joder, y tanto, no lo acabo de entender porque desconozco estas tecnologías. Pero sí, parece muy interesante.
Zola
-Las biorrefinerías son tecnologías complejas. Sin embargo, el potencial que tienen para transformar nuestra forma de gestionar los residuos y producir materiales sostenibles es enorme.
Autor
-Pero lo que veo es que este criterio también limita la posibilidad de que, más adelante, podáis hacer productos o desarrollar tecnologías que os permitan comerciar y crecer económicamente.
(--)
Zola
-Yo lo que veo es que en el mundo rico estáis empleando los recursos de la Tierra para fabricar muchas tonterías, que se usan durante un tiempo y después se tiran a la basura. Aquí no podemos hacer esto, es una locura. Tenemos que hacer un planteamiento conservador que nos permita subsistir sin entrar en esa dinámica.
Autor
-No puedo estar más de acuerdo contigo, pero tienes que entender que el consumidor también está atrapado. Por ejemplo, si quiere un televisor y, al cabo de un tiempo se estropea, tiene que tirarlo porque le sale más caro repararlo que comprar uno nuevo. Es un sinsentido que, afortunadamente, poco a poco se está corrigiendo, obligando a los fabricantes a hacer las máquinas mejor y a permitir que se puedan reparar. Pero va a costar mucho tiempo cambiar esta dinámica, sobre todo en el tema del envasado.
Zola
-El otro día leí que hay una empresa que envasa aire de la montaña.
Autor
-Locuras de estas hay muchas, pero el problema más grave es el de los desperdicios del envasado, especialmente el que se hace con plástico. Solo hay que mirar los cubos de basura de cualquier casa de Londres. Lo que me gusta de vuestro sistema de distribución es que volvéis a lo que ya se hacía antes, que era la venta al granel, evitando muchos de los problemas que ha generado este modelo de mercado, donde la logística permite tener productos no autóctonos, o que no son de temporada, durante todo el año y que, en consecuencia, genera muchos residuos innecesarios. Eso sí que lo puede corregir un consumidor informado, el problema es que muchas veces no quiere hacerlo.
Zola
-Lo que aquí estamos viendo, por pura necesidad, es que gran parte de la solución está al principio de hacer las cosas, para que duren todo el tiempo que sea posible, intentando evitar esa cultura de usar y tirar. Es decir, cuando una cosa ya no funciona o no es necesaria, se debe poder reutilizar para hacer otras.
Autor
-Economía circular.
Zola
-Economía circular, sí, pero adaptada a las características del lugar, intentando reducir al máximo el ir y venir de los materiales y las cosas. Intentando, en lo esencial, no depender de industrias y tecnologías exclusivas que, en caso de producirse algún problema, nos dejen sin opciones para cubrir las necesidades más esenciales.
Agua, arena, metales, carbón, caliza, petróleo y madera son recursos naturales esenciales. Entre ellos, los más demandados son, con diferencia, el agua dulce y la arena. La arena, el segundo recurso natural más solicitado del mundo, representa un mercado enorme. Sin embargo —por fortuna o por desgracia—, la que hay aquí no sirve para ese propósito: la arena disponible no es adecuada para el comercio. Además, la explotación de estos recursos puede generar grandes problemas en los países más pobres, donde, para subsistir, se cometen atrocidades tanto en materia de derechos humanos como en términos medioambientales. Esto se debe, en gran parte, a la presión ejercida por los intereses comerciales de gobiernos más poderosos y ricos, que buscan respaldar a grandes corporaciones y asegurar materias primas para sus industrias.
La conclusión evidente es que la humanidad está consumiendo de manera desmedida. El estilo de vida de los países ricos no es sostenible, principalmente porque promueve un modelo de mercado que genera abusos y dinámicas absurdas. Además, más de siete mil millones de personas no pueden aspirar a tener una mansión y un yate para pasar el verano; es simplemente imposible. En consecuencia, asumimos de manera individual que debe existir desigualdad si nuestro sistema de vida continúa por este camino. Si todos aspiramos a algo que provoca desequilibrio, todos estamos cometiendo un grave error. Como no hay recursos suficientes para que todos vivamos así, tarde o temprano la entropía aumentará y romperá el frágil equilibrio en el que vivimos como seres humanos.
Lo más curioso es que, como especie, somos conscientes de ello y, aun así, seguimos siendo incapaces de encontrar otro camino. O eso parece, porque demostrar un poco de humildad para reconocer los fracasos del modelo social y económico de Occidente no parece estar en la agenda política de nadie.
Una de las cosas que más me llamó la atención durante la cuarentena y mi estancia en el campo de acogida fue la variedad y la calidad de la comida. Además, al convivir con personas procedentes de numerosos lugares, se elaboraban todo tipo de especialidades culinarias a partir de una fuente de alimentos cada vez más diversa, lo que contribuía a una gran riqueza gastronómica. Desde recetas muy sencillas hasta guisos más elaborados, tuve la oportunidad de degustar una cocina muy variada cada vez que me invitaban a comer, algo que ocurría constantemente.
Durante mis visitas a los asentamientos, pude observar en varias ocasiones la gestión que se realizaba en las granjas, con recintos muy bien acondicionados para que los animales pudieran refugiarse en las horas de mayor calor y disponer del agua necesaria. Junto con los forrajes y cereales de secano producidos en los alrededores, esto permitía obtener una producción orgánica capaz de generar alimentos saludables y en equilibrio con el medioambiente.
Estas granjas tenían muy en cuenta la superficie de suelo necesaria por cada cabeza de ganado, la procedencia sostenible de la alimentación y el uso controlado de antibióticos.
Por otro lado, incluso antes de la construcción de los primeros asentamientos, ya se aplicaba la agricultura de conservación, promoviendo nuevas técnicas de cultivo y desarrollando métodos cada vez más eficaces sin perjudicar el entorno.
La agricultura de conservación se basa en tres principios fundamentales:
Mínima perturbación del suelo, reduciendo al máximo la roturación para preservar su estructura y fertilidad.
Cobertura orgánica permanente, mediante plantas vivas y la retención de residuos vegetales.
Diversificación de cultivos, a través de la rotación, la asociación de especies y la agroforestería, que integra árboles y arbustos con cultivos o ganado para mejorar la sostenibilidad del sistema.
El objetivo es crear pequeños elementos del paisaje que beneficien la biodiversidad y los servicios ecosistémicos sin competir por el uso de la tierra. Por ejemplo, mediante la plantación de setos o cercas vivas, que multiplican el número de especies, retienen la escorrentía, los nutrientes y los sedimentos, y evitan tanto la erosión del suelo como la contaminación.
Zola me explicó con detalle cómo se experimentaba con la alternancia de cultivos en una misma zona acondicionada para la agricultura, y la importancia de introducir variedades más adaptadas y productivas de forma escalonada para combatir enfermedades y plagas. Las plantas son organismos sésiles —es decir, no pueden desplazarse del lugar donde nacen— y, para sobrevivir, deben ser capaces de responder y adaptarse a los cambios ambientales, la disponibilidad de nutrientes y la presencia de otros organismos que se alimentan de ellas. Sin embargo, uno de los factores que más influye en su desarrollo es la disponibilidad de agua, y muchas de las técnicas que estaban perfeccionando para gestionarla se basaban en conocimientos y experiencias con siglos de antigüedad.
La joya de la corona, no obstante, era el desarrollo de varias técnicas de invernadero que aprovechaban la abundante luz y calor diurnos, así como el frío nocturno y la condensación del amanecer.
Por un lado, habían perfeccionado un método para construir invernaderos de manera rápida y eficiente, utilizando materiales económicos pero duraderos, como un film de silicona semitransparente para las cubiertas, equipado con captadores del rocío que se forma al amanecer, y un sistema de estanterías móviles para manejar las bandejas de cultivo. Además, la gestión del agua era extremadamente precisa, con un monitoreo constante de la humedad y los nutrientes, y utilizaban luces LED cuando el cultivo requería un crecimiento intensivo.
Por otro lado, habían desarrollado diversas técnicas para cultivar arroz, soja y algodón, entre otros productos, además de los cultivos típicos de huerta que distribuían por todos los asentamientos mediante contenedores adaptados.
Zola
-Hemos implementado algunas de las estrategias que ofrece la biotecnología para ayudar a los cultivos existentes a tolerar mejor la falta de agua. Seleccionar y multiplicar las plantas mejor adaptadas a las condiciones de sequía da como resultado un aumento de la supervivencia de especies de importancia culinaria o farmacéutica, y propicia la conservación de la biodiversidad.
Autor
-Es decir, mejorar la genética, pero sin descuidar la gestión del agua.
Zola
-Eso es. Las plantas son recursos naturales que, al igual que nosotros, requieren de un suministro regular de agua. Podemos generar sistemas de mejora genética que permitan que las plantas necesiten menos agua, pero nunca podremos prescindir de ella.
Autor
-¿Esto es arroz?
Zola
-Sí.
Autor
-Ah, pues siempre he pensado que era un cultivo que requería de humedales y zonas con abundante agua.
Zola
-Gracias a este método de capas (de cultivos en los invernaderos) y control ambiental, hemos conseguido reducir casi a la mitad el ciclo de crecimiento y cosechar el arroz en apenas dos meses. Desde la fase de siembra hasta que se retiran los granos transcurren menos de 80 días y la tecnología empleada reduce el ciclo de crecimiento alrededor de un 40% en comparación con los cultivos en campos tradicionales. En las principales zonas productoras de arroz del sur de China o noreste de Vietnam, por ejemplo, el proceso lleva de 120 a 150 días.
Autor
-¡Ostras!, pero esto está muy bien, no pensaba que aquí se pudiera cultivar tan rápido.
Zola
-La estrategia consiste en introducir cultivos de manera gradual, utilizando técnicas bien estudiadas, para evaluar su rentabilidad. No se trata de analizar la rentabilidad desde una perspectiva de mercado tradicional, sino de determinar si el esfuerzo requerido se justifica en función del beneficio para la comunidad y su entorno natural. Estos invernaderos permiten investigar cualquier tipo de cultivo necesario, ya que ofrecen un entorno controlado y muy optimizado que puede ser instalado en cualquier ubicación sin alterar el equilibrio biológico del hábitat.
Además, debemos considerar la llegada constante de refugiados a los campos de acogida. Estos refugiados, tras completar su formación, suelen desear establecerse en los asentamientos, lo cual complica aún más la gestión de los recursos en un ecosistema delicado. Implementar este método ha demostrado ser una decisión acertada, permitiendo una gestión más eficiente y sostenible de los recursos disponibles.
Autor
-Pero este rendimiento que habéis conseguido con el arroz es muy bueno. Podéis aumentar la producción y comerciar con un producto muy demandado, competitivo y de calidad.
Zola
-Estás pensando en términos de comercio tradicional y debes valorarlo desde otra perspectiva. Tienes que verlo como un todo organizado, que actúa por el bien común de todos. No se trata de producir más, se trata de producir lo necesario para el conjunto de personas que han aceptado vivir con este contrato social.
Por ejemplo, esta zona de aquí es una de las dos que hay destinadas al cultivo de varios cereales, pero son cereales para todos los residentes del territorio, no solo para los de este asentamiento. Otra cosa distinta es la modularidad de algunos métodos de producción de alimentos, pensada para que pueda instalarse en cualquier lugar, como los invernaderos de hortalizas, o el sistema de granjas a escala. Son sistemas pensados para poder tener productos esenciales que necesariamente deben ser de proximidad porque son perecederos o requieren de un control constante por su impacto en el entorno.
Autor
-No, ya, eso lo entiendo, pero yo lo decía en el sentido de no depender de las ayudas que os facilitan ahora para las cosas que no podéis fabricar o que necesitáis para funcionar.
Zola
-Vale, pero ¿qué impide que otros países hagan lo mismo con el trabajo que hemos publicado? Entrarías en la carrera de competir abaratando costes y los problemas que conlleva esta dinámica. Si esto funciona es porque no hay intereses económicos de por medio.
Autor
-¿Y cómo vais a solucionar la constante dependencia en el suministro de determinados productos o herramientas?
Zola
-Yo creo que está claro que comerciando, intercambiando bienes, pero seguramente mediante contratos públicos bien acotados que especifiquen claramente las condiciones. Pero insisto, no se trata de producir más para empezar a hacer negocio, se trata de producir lo necesario. Si es necesario aumentar la producción de arroz para obtener unos motores eléctricos, pues se hace, pero siempre valorando antes si compensa el esfuerzo y es sostenible.
Autor
-¿Pero por qué no os planteáis vender un excedente y creáis, por ejemplo, un fondo soberano de cobertura como hacen los noruegos?
Zola
-Sería una opción, pero estamos muy lejos de llegar ahí porque hay otras prioridades. De momento estamos centrados en el proceso de reducir el costo de acogida por cada nuevo refugiado que llega. Con este ritmo de llegada de refugiados y sumando la natalidad que se está dando en los asentamientos, dentro de pocos años llegaremos al límite sostenible de este territorio. La ganadería extensiva pide muchas tierras y podríamos prescindir de ella, pero es esencial para la recuperación del suelo, por lo que, mientras no encontremos tecnologías que aumenten la rentabilidad preservando el medio natural, tendremos que buscar nuevos emplazamientos.
Autor
-Lo cierto es que la iniciativa parece que funciona muy bien para solventar un problema que ha sido muy mal gestionado desde siempre. Pero muestra carencias que deben solucionarse.
Zola
-O míralo de otra manera, nuestro potencial es enorme porque tenemos un mercado de refugiados en constante aumento.
Autor
-Ja, ja, ja, ¡ouch!, esta ha sido fuerte.
Zola
-Ja, ja, ja.
Autor
-No sé, es complicado, pero yo creo que, tarde o temprano, tendréis que entrar de alguna manera en una economía de mercado, no podéis estar dependiendo constantemente de la ayuda de terceros. Necesitáis dinero para afrontar las carencias y poder comprar lo que ahora os facilita la corporación, aunque al final sean pocas cosas.
Zola
-Es lo más probable, pero antes tendríamos que solucionar también otros problemas como, por ejemplo, tener una moneda de curso legal.
Autor
-Esa es otra, ¿os habéis planteado qué moneda de curso legal adoptaríais?
Zola
-Hemos hablado varias veces sobre este tema. Yo creo que si adoptáramos algún sistema de moneda (electrónica) para comerciar en el futuro, sería mediante el Bitcoin, porque es un sistema descentralizado y diseñado para operar sin una autoridad central, por lo que nadie puede controlarlo. De hecho, es la única alternativa que existe al dinero por decreto. El Bitcoin usa una tecnología donde la gestión de las transacciones y la emisión de bitcoins es llevada a cabo de forma colectiva por la red. Además, Bitcoin es de código abierto; su diseño es público, nadie es el dueño o lo controla y todo el mundo puede participar abiertamente.
Autor
-Pero las criptomonedas también conllevan volatilidad y muchos expertos ven más riesgos que ventajas en usar Bitcoin como moneda legal.
Zola
-Ya, pero Bitcoin no es solo una criptomoneda. También es una red de cobros y pagos, una forma de dinero basada en un sistema cuya integridad no puede ser comprometida ni controlada. Es importante distinguir su comportamiento cuando se relaciona con el mercado fiat y la economía de un estado, lo cual es un tema aparte y no necesariamente relevante si operamos independientemente de las valoraciones establecidas por terceros con sombrero de copa. En esencia, un Bitcoin es un Bitcoin, nada más, se puede estandarizar de la manera que uno elija.
Autor
-Bueno, la verdad es que tampoco me ha interesado mucho el mundo de las finanzas y el dinero. En esto voy muy cojo porque me aburre soberanamente, sinceramente.
Zola
-Y a mí. De algo tan sencillo como confiar en un valor estandarizado de cobros y pagos, usado durante siglos en muchas civilizaciones, hemos pasado a un sistema tremendamente sofisticado de robos y vagos, lleno de mediadores y chupa botes.
Autor
-Ja, ja, ja, qué bueno, estás que te sales. Ya veo que este tema lo habéis debatido bastante.
Zola
-Sí, bueno, en esto no te equivocas, hay que empezar a pensar en la relación que podemos establecer en el futuro con otras comunidades que no estén organizadas con los mismos criterios que aplicamos aquí. Pero, de momento, solo estamos debatiendo y teorizando, nada más.
Además de los desafíos constantes que deben superar todos los residentes en un entorno extremadamente hostil para prosperar, y de su dependencia de la asistencia material y técnica proporcionada por la corporación y, en menor medida, por las organizaciones humanitarias que operan en la zona, existen otros problemas relacionados con la naturaleza y el comportamiento inherentes a los seres humanos. Tanto es así que, como condición fundamental, se debe firmar un contrato cuyo incumplimiento implica abandonar el lugar y asumir todas las ventajas y desventajas que ello supone.
Este proyecto humanitario promueve una organización comunitaria que modera y reprime los comportamientos primarios de nuestra especie mediante un entramado ético, organizativo, económico y territorial. Se subraya la importancia de la participación ciudadana, la sostenibilidad, la igualdad y la justicia, evitando la concentración de poder y fomentando una convivencia equilibrada. La propuesta sugiere un sistema en el que las decisiones se toman colectivamente, los recursos se gestionan de forma equitativa y el crecimiento de la población se controla cuidadosamente para mantener un equilibrio sostenible con el entorno. Sin embargo, este enfoque se enfrenta a varios desafíos:
1. El desafío ético
El aspecto más crítico en las relaciones humanas es alcanzar un consenso sobre lo que está bien y lo que está mal. Esta tensión se manifiesta a nivel personal (moral) y a nivel comunitario (ética). El conflicto entre ambas es constante, pues la ética condiciona la moral individual, pero la moral de las personas también influye y transforma lentamente la ética colectiva a medida que la comunidad evoluciona.
La moral se construye sobre un entorno educativo y familiar estable, primeros frenos de nuestros instintos y cimientos de nuestra madurez intelectual. Esa madurez permite comprender la ética comunitaria, su perspectiva histórica y su legado cultural traducido en leyes y regulaciones.
A diferencia de la ética, la moral es más maleable, está más expuesta a las circunstancias del momento y depende de la interpretación individual. La ética, en cambio, se elabora lentamente por consenso y exige un esfuerzo intelectual para su estudio y plena comprensión.
Este compendio escrito, referencia fundamental para resolver conflictos, es el pilar de cualquier civilización y debe modificarse con estricto respeto a los principios éticos consensuados. De lo contrario, el individuo entra en conflicto con el sistema: su moral interiorizada dejaría de corresponderse con los fundamentos éticos que la originaron.
La ética del contrato de residencia se basa en el derecho natural: la doctrina que postula la existencia de derechos humanos determinados por la propia naturaleza humana. La existencia de estos derechos universales, previos y superiores al derecho positivo y consuetudinario, establece las bases para crear un código común de convivencia, susceptible de cambio por consenso a medida que evolucionan el entorno, las costumbres y las tecnologías aplicadas, pero nunca en contradicción con las doctrinas que le sirven de fundamento.
Para garantizar esta condición, la intervención del ciudadano debe ser constante; formar parte de su trabajo diario. A la vez, se prohíbe la acumulación de poder de decisión mediante grupos organizados, tecnología o herramientas de agresión. Cualquier concentración de poder —ideológico, económico, militar o religioso— corrompe un proceso regulador de este tipo, pues siempre tenderá a favorecer su propia permanencia en detrimento de un cuerpo de leyes equilibrado, universal y moralmente sostenible.
Asimismo, el acopio de bienes y propiedades debe considerarse una forma de poder desestabilizador. Inevitablemente genera mecanismos para legitimarlo, creando leyes artificiales basadas en la propiedad que justifican desigualdades no solo locales, sino a escala global.
Por ello, se estipula que la única propiedad legítima e inviolable a la que puede aspirar un individuo es su morada. Responde a una necesidad primaria y, a la vez, limita artificialmente la tendencia natural a acumular bienes y recursos para asegurar la supervivencia.
2. El desafío organizativo
Todo grupo humano necesita liderazgo, pero en esta comunidad el liderazgo tradicional no existe, pues la concentración de poder está prohibida. Los cargos de mayor responsabilidad rotan cíclicamente entre todos los miembros. La toma de decisiones está diseñada para adoptar la propuesta más ventajosa para el bien común y exige la participación obligatoria de toda la comunidad, libre de intereses personales o económicos.
La labor del responsable consiste en coordinar y garantizar el orden organizativo, detectando conflictos y llevándolos al debate las veces necesarias hasta hallar una solución.
El ciudadano queda así implicado en la gestión, administración y gobierno de su sistema de vida. Esto fomenta su motivación para encontrar soluciones, independientemente de su especialidad, sin eximirlo de la responsabilidad de conocer los asuntos comunes. Incluso sin ser experto, puede aportar ideas que inspiren nuevas aproximaciones.
Este método exige herramientas de gestión capaces de sintetizar las actividades diarias y, al mismo tiempo, ofrecer una visión detallada de aquellas que requieran seguimiento particular.
El modelo es escalable: puede utilizarse para coordinar diferentes asentamientos en la resolución de problemas globales, pasando de una organización comunal a una intercomunal y, eventualmente, a una global. Por ello, cada ciudadano debe tener una visión amplia de los factores que influyen en el medio natural y del equilibrio planetario.
Las estructuras de autoridad o jerarquía no se justifican por sí mismas; deberían hacerlo de forma continua para respetar la igualdad, la libertad y la justicia. Sin embargo, con el tiempo tienden a degenerar en concentración de poder. Aquí se reprimen todas las formas de liderazgo natural —liberal o conservador— para evitar esa deriva y permitir una coexistencia sostenible a largo plazo.
3. El desafío económico
La economía se entiende aquí como la gestión de los recursos necesarios para cubrir necesidades o resolver problemas, no como un mecanismo de creación de riqueza. No existe moneda ni divisa, y está prohibido acumular bienes o recursos comunales en beneficio propio.
Se analiza el uso de materias primas, su transformación, la escalabilidad y fiabilidad de los sistemas, el tiempo requerido para su implantación y, siempre, su sostenibilidad ambiental. No hay criterios financieros que alteren la eficacia de una solución.
Este enfoque ya existe en algunos departamentos de investigación y desarrollo, donde no se trabaja con limitaciones presupuestarias estrictas porque se consideran un factor restrictivo. El tiempo —no el dinero— es el parámetro determinante para modificar o cancelar un proyecto. Después, el producto pasa a fases de optimización o sustitución, pero nunca bajo la lógica de la obsolescencia programada, que aquí carece de sentido: las cosas deben hacerse para durar.
En resumen, la economía de estas comunidades busca la efectividad y sostenibilidad a corto, medio y largo plazo, sin más condicionantes que el bienestar común.
4. El desafío territorial
El concepto de territorio delimitado por fronteras no tiene sentido aquí. El territorio que acoge a un pueblo y su cultura no se define artificialmente; se expande a medida que la comunidad prospera y se mezcla con otras que comparten el mismo espacio vital.
La premisa es que la tierra no pertenece al ser humano; éste forma parte de un todo que debe mantenerse en equilibrio. Las doctrinas ético-jurídicas parten de ello, aunque los desarrollos del derecho positivo y consuetudinario hayan seguido caminos distintos.
La resolución de conflictos entre comunidades se basa en revisar las diferencias entre sus normas de convivencia.
Se establece la enseñanza obligatoria de un idioma vehicular, sin excepciones gramaticales ni semánticas, para garantizar el acceso universal a cualquier documentación y herramienta.
Esta condición, unida a la propia dinámica organizativa, facilita el entendimiento entre comunidades y la resolución de conflictos en caso de solapamiento del espacio vital.
El objetivo a largo plazo es crear un espacio intercultural armónico, respetuoso con la diversidad de modos de vida y en equilibrio con los diferentes ecosistemas.
5. El desafío de la densidad de población
Uno de los aspectos más delicados es controlar la natalidad y la admisión de nuevos residentes.
El crecimiento demográfico y la mayor esperanza de vida reflejan la calidad de vida de la comunidad, pero también pueden desestabilizarla si no se prevé el aumento de recursos necesarios y el impacto ambiental asociado.
Este equilibrio depende de dos factores:
Las características del ecosistema, que determinan las condiciones del asentamiento y las tecnologías aplicables.
Las tecnologías disponibles, que determinan el umbral máximo de habitantes que pueden vivir con una calidad de vida equitativa.
Estos parámetros deben revisarse constantemente para imponer, si es necesario, restricciones materiales o energéticas que eviten superar el umbral de sostenibilidad.
En síntesis: el crecimiento poblacional depende del umbral de sostenibilidad, el cual depende del entorno y de las tecnologías aplicadas. A medida que se adoptan tecnologías más eficientes, puede ampliarse el umbral y permitir una mayor población.
6. El desafío de la seguridad
Todo este entramado social puede desmoronarse rápidamente debido a la ausencia de mecanismos de defensa. De hecho, se prohíbe explícitamente crear o poseer herramientas destinadas a tal fin. Aunque esta prohibición responde al ideal de mantener una comunidad pacífica y armoniosa, deja a los residentes vulnerables frente a amenazas externas.
Sin un sistema de defensa, la comunidad queda expuesta a agresiones de grupos que busquen explotar sus recursos o imponer control por la fuerza. La falta de protección impide contrarrestar eficazmente conflictos territoriales, saqueos o ataques directos.
Además, esta vulnerabilidad puede disuadir a nuevos residentes y afectar la moral interna. La inseguridad constante genera desconfianza y debilita la cohesión social.
Es crucial equilibrar el ideal pacifista con un grado mínimo de preparación para la autodefensa. Esto no implica militarización, sino medidas preventivas y estrategias disuasorias: sistemas de alerta temprana, protocolos de evacuación, o alianzas con otras comunidades para apoyo mutuo.
Pero este problema es, en realidad, mucho más profundo que una simple ausencia de medios defensivos.
Hacer florecer una civilización de la nada es imposible. Sin embargo, aquí, en medio de la nada, un grupo de individuos ideó hace ya unos cuantos años una alternativa para quienes ya no tenían nada. Les hicieron una propuesta y les mostraron que era posible construirlo todo desde cero, del mismo modo que podría colonizarse un planeta como Marte: partiendo de un entorno vacío, donde todo está por hacer. Con los recursos disponibles y con los conocimientos acumulados para manipularlos a nuestra conveniencia, si la vida puede existir, la especie humana puede prosperar.
Y lo están logrando. Con ideas, tecnología y perseverancia, pero, sobre todo, con respeto hacia todos y hacia todo, intentando crear un ejemplo universal para evitar lo que siempre acaba ocurriendo: el poder concentrado en manos de unos pocos para controlar al resto.
Lo que más me llamó la atención fue la idea, el reto, el desafío de colonizar los lugares más inhóspitos como si se tratara de un mundo extraterrestre, procurando evitar el conflicto a todos los niveles mediante el debate y la reflexión. Trajeron herramientas y tecnología para construir un hábitat para los desamparados que, con el tiempo, pudiera convertirse en una colonia autosuficiente, y más adelante en una ciudad, y finalmente en una civilización en armonía con el lugar que los acogió.
Lo que sucede aquí ha despertado la atención de varios actores internacionales, para bien y para mal. Las relaciones internacionales son un sistema profundamente anárquico, donde el poder militar es la principal moneda de cambio. Una civilización puede poseer toda la cultura, el arte, la filosofía, el esplendor y la gloria del mundo, pero nada de eso importa si no tiene un ejército poderoso con el que defenderse. En África esto se hace especialmente evidente, agravado por la inestabilidad crónica de muchos países, donde resurgen una y otra vez luchas internas motivadas por intereses comerciales, conflictos étnicos o religiosos, o la simple falta de recursos para cubrir las necesidades más básicas de la población.
Las guerras en África han provocado, a lo largo de los años, cientos de miles de muertes y millones de desplazados. Son conflictos armados que han perdurado demasiado tiempo y que han tenido consecuencias devastadoras para el desarrollo de las naciones africanas. Según diversas agencias y medios de comunicación, África ha sido el continente con mayor número de conflictos armados durante más de una década y, en varias ocasiones, ha concentrado más de la mitad de los ocurridos en todo el planeta, con numerosos crímenes de guerra y violaciones graves de los derechos humanos que han dejado a millones de personas en situaciones humanitarias extremas.
No es de extrañar, por tanto, que muchas organizaciones humanitarias intenten encontrar formas de llevar a cabo su labor mediante estrategias que, en numerosos casos, requieren el apoyo de fuerzas armadas que garanticen su seguridad y mantengan el orden. Pero lo realmente relevante es que, en este caso, no existe nada parecido. Aquí, la defensa ante un ataque bélico está en manos de agentes microscópicos acelulares que afectan exclusivamente a los seres humanos y que se dispersan por el territorio mediante distintos sistemas. El más efectivo es el cerco formado por los postes verticales que delimitan la vasta extensión de tierras que rodean los asentamientos, propiedades de empresas mineras con sede en Canadá cuyos principales accionistas son conglomerados de laboratorios farmacéuticos y de biotecnología.
Estos postes están conectados de tal manera que pueden expulsar chorros de aire contaminado según convenga. Al detectar cualquier amenaza, el sistema se activa y libera el agente, que permanece activo durante un tiempo determinado. El cerco está bien señalizado, con carteles en varios idiomas que indican claramente la prohibición de portar armas, ya que se trata de una zona desmilitarizada. Pero el efecto del agente es aterrador: el simple contacto con la piel o la inhalación de una sola molécula activa desencadena una serie de procesos en el organismo que, sin intervención, provocan la muerte por paro cardíaco en cuestión de horas. Lo más inquietante es que no es una muerte dolorosa; los síntomas comienzan con un debilitamiento progresivo y una intensa sensación de cansancio que obliga al individuo a detenerse y descansar hasta que, finalmente, fallece.
Recuerdo perfectamente haber sentido ese cansancio repentino el día que llegamos a las instalaciones. Supongo que fue debido al contacto con la molécula, aunque lo atribuí al agotamiento del viaje y a la relajación de haber llegado por fin al destino. Lo cierto es que, nada más entrar, nos dieron un brebaje “reconstituyente” que se aseguraban de que bebiéramos. Esto significa que el sistema no es selectivo: todos los que habitan aquí están o han estado expuestos al agente y deben inmunizarse periódicamente, de manera activa o pasiva, para no sucumbir a sus efectos.
¿Es lícito actuar así? ¿Es moralmente sostenible? A mí me asaltan las dudas. Por un lado, es una manera de eliminar silenciosamente a quien no respete determinadas normas; por otro, es un sistema extremadamente eficaz para protegerse de quienes quieren imponer las suyas por la fuerza. Sin embargo, el control está en manos de unos pocos, como siempre, y eso es lo que más me preocupa. Tienen la llave de la inmunidad y, aunque la otorgan a quienes aceptan las normas con conocimiento de causa, en cualquier momento podrían decidir lo contrario. Esa coerción me incomoda profundamente, a pesar de que son los mismos que han ideado y promovido una fórmula para ofrecer esperanza y calidad de vida a los desahuciados del mundo.
Hablé sobre ello con un par de personas directamente implicadas en la implementación del sistema. Me tranquilizaron diciendo que, tarde o temprano, entregarán el control de la tecnología inmunitaria a la comunidad y que, de hecho, indirectamente ya lo tienen. Ya veremos; el tiempo lo dirá. Pero creo que deberían haber sido transparentes desde el principio si sus intenciones son nobles, o si no están experimentando con algo más. Lo desconozco. Admito que es complicado juzgarlo y que hay que vivir esta realidad para comprenderla en toda su dimensión. Porque, lo cierto es que, según me consta, los únicos fallecidos han sido agresores o personas expulsadas por la propia comunidad, plenamente conscientes de las consecuencias e insistiendo en permanecer allí por la fuerza. Cuando me argumentaron que aún era pronto para ceder ese control, que debía esperarse a generar una inercia cultural lo suficientemente fuerte como para administrar una tecnología así, también se escudaron en que, quizá, en un futuro cercano, todo ese sistema de protección ya no sería necesario.
Por último, y aunque resulte macabro, merece la pena contar un suceso casi surrealista. Una caravana de vehículos perteneciente a un señor de la guerra particularmente despiadado se dirigía directamente al campo de acogida situado al este del territorio. El agente actuó y, finalmente, todos los vehículos se detuvieron por la incapacidad de sus conductores para seguir manejándolos. Todos excepto el del propio señor de la guerra, que continuó varios kilómetros más: su conductor había muerto con el pie en el acelerador, y el vehículo siguió avanzando, pasó de largo por el campo de acogida y terminó chocando contra el único árbol de la zona. Los residentes, alarmados, recogieron piedras, palos y cualquier objeto que pudiera servir para defenderse y se acercaron al lugar del accidente. Al comprobar que todos los ocupantes del vehículo estaban muertos, cavaron un hoyo, introdujeron los cuerpos y las armas, les prendieron fuego y esperaron a que las llamas se extinguieran. Al día siguiente taparon el hoyo y llevaron el vehículo a reciclar. Fue un “aquí no ha pasado nada”, y quizá sea mejor que así quede.
A lo largo de mi vida profesional he documentado realidades muy diversas, desde desastres naturales hasta conflictos humanos. El periodismo me ha llevado a múltiples rincones del mundo y me ha permitido escuchar voces muy distintas. Aun así, pocas experiencias han resultado tan reveladoras como mi estancia en este lugar.
He tratado de reunir lo más significativo de mi visita para ofrecer una mirada general que invite a cuestionar aquello que solemos dar por sentado. En un entorno donde los valores éticos se anteponen a la competitividad y la innovación se entiende como una herramienta para sostener la vida en común, surge un modelo que contrasta profundamente con las estructuras socioeconómicas a las que estamos habituados. Esta comunidad demuestra que imaginar un sistema más justo no es solo un ejercicio teórico, sino una práctica tangible cuando el bienestar compartido se convierte en brújula.
Sin embargo, mi tiempo allí fue limitado y dejó en el aire muchas preguntas. El uso del esperanto como lengua común encaja con su espíritu igualitario, pero no pude indagar en la profundidad cultural de adoptar una lengua artificial como base de comunicación en una sociedad tan diversa. También la cuestión de la propiedad intelectual genera dudas. Aunque rechazan las patentes y defienden el acceso abierto al conocimiento, dependen de tecnologías corporativas que emplean sin permiso, una contradicción difícil de pasar por alto.
Su interés por Bitcoin abre otro frente, marcado por problemas ampliamente conocidos: el elevado coste energético, la volatilidad que puede comprometer la estabilidad económica y el uso criminal asociado a esta criptomoneda. Todo ello sugiere que aún existen lagunas importantes en la manera en que gestionan su infraestructura tecnológica.
También persiste la incógnita de si su modelo puede mantenerse más allá del territorio protegido en el que opera. En su forma actual depende de apoyo externo para sostener a cientos de miles de personas, lo que impide considerarlo, por ahora, una alternativa plenamente consolidada. Y aunque defienden haber trascendido el capitalismo, resulta evidente que su proyecto se apoya en tecnología producida por él, recibe financiación de una corporación y solo puede funcionar gracias a un aislamiento extremo que lo preserva de agresiones externas mediante un sistema de seguridad que me genera grandes inquietudes. Más que un relevo estructural, se asemeja a un experimento acotado dentro del mismo sistema que cuestiona.
Otra cuestión llamativa es el peso de las tradiciones éticas occidentales que orientan la organización social. Muchos de los principios que la sostienen —incluidos los Derechos Humanos— proceden de corrientes culturales específicas, lo que sitúa a los refugiados en un papel más cercano a la recepción que a la construcción de su propio marco normativo. Aunque, en justicia, lo aceptan voluntariamente tras un largo proceso educativo que garantiza su plena comprensión.
A esto se suma su apuesta por una democracia basada en el razonamiento colectivo en lugar de la votación. La idea es sugerente, pero también plantea dilemas profundos. Parte de la premisa de que para cada conflicto existe una solución razonable alcanzable mediante el diálogo, lo que permitiría resolver todas las diferencias sin necesidad de votaciones. Sin embargo, muchas disputas no se basan en hechos, sino en valores difíciles de conciliar. En esos casos no pude determinar cómo decide la comunidad qué camino tomar ni qué ocurre cuando la disidencia persiste sin romper la convivencia.
Incluso su contrato social, simple por diseño, deja cuestiones sin resolver: la gestión de quienes discrepan pacíficamente, los procedimientos para modificar reglas fundamentales o la figura encargada de interpretar las situaciones ambiguas que surgen en toda vida colectiva. Tampoco define con claridad cómo evitar que la voluntad mayoritaria se convierta en una forma de presión sobre quienes piensan diferente.
A pesar de estas dudas, mi paso por esta civilización ha sido también un ejercicio de introspección. Observar cómo abordan sus desafíos desde la cooperación y la ética me ha permitido reconsiderar prácticas que casi siempre damos por inevitables. He comprobado que otras maneras de convivir existen y que pueden generar resultados más justos y sostenibles si se sostienen con convicción.
Quizá ese sea el aprendizaje más valioso. No se trata de decidir si este experimento es perfecto, sino de reconocer que ofrece pistas hacia caminos posibles. Y en ese sentido, confieso que esta experiencia ha dejado en mí una inquietud inesperada: estoy planteándome seriamente adentrarme en este otro laboratorio social para aprender si es posible una nueva manera de habitar el mundo.
Si todo va bien, ya les iré contando.