ventana de opinión

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Y si quieres indica el nombre del centro si representa a todo el claustro o el nombre de las personas a las que represente.

Esther: Me parece que la Administración Educativa no está velando por nuestra seguridad como docentes con las mascarillas que nos ha proporcionado. En mi centro, tres, una azul, que se deteriora a menos de 20 lavados y otras dos blancas, que ni voy a usar, puesto que no llevan filtro y dudo mucho que cuenten con algún tipo de homologación. Así que, SI QUIERO PROTEGERME EN MI PUESTO DE TRABAJO, ME LAS TENGO QUE PAGAR DE MI PROPIO BOLSILLO.

Poco más tengo que decir, salvo que siento una profunda decepción con el Sistema, únicamente confío en la profesionalidad y las ganas que mostramos cada día todo el personal que trabajamos en los centros educativos de que esto funcione bien y en la buena voluntad de las familias y el alumnado.

Me llamo Francisco Fernández, tengo 53 años y algunas patologías previas, entre ellas una enfermedad autoinmune. En julio de este año, la administración nos hizo firmar un famoso "anexo II", que era una declaración responsable de la situación de especial vulnerabilidad al COVID-19.

A estas altura sigue siendo un misterio para mí, la utilidad de aquel papel. Empecé a trabajar, como los demás, con mi especial vulnerabilidad. La administración no ha tenido ni el detalle (o más bien responsabilidad) de proporcionarme una mascarilla ffp2, que tengo que descontar de mi sueldo.

Es curioso, pero en todas las discusiones sociales que he visto en los medios de comunicación, cuando se habla de la conveniencia o no de mantener abiertas las escuelas e institutos, no he visto en ninguna que ni por casualidad se mencione la situación física y psíquica de los docentes. Sé que en muchos casos es mero desconocimiento de nuestra labor en esta pandemia. Pero, para los que la conocen, es imperdonable el olvido a que estamos sometidos.

El caso es que, tal y como podía suceder, el día 29 de octubre, tras dar síntomas, me salió la PCR positiva, y me sigue saliendo. Llevo ya más de 20 días de fiebre casi ininterrumpidos y otros síntomas, aparte del confinamiento que te hunde moralmente.

No sé qué me depara el futuro próximo, pero creo que ya puedo afirmar, pase lo que pase, que nadie, en ningún puesto de trabajo, merece ser tratado con esta dejadez, y menos sabiendo la presión emocional que estamos sufriendo en los centros de trabajo y la dificultad de lo que intentamos hacer en un medio más o menos caótico.

Para rematar, y como el COVID-19 es la excusa perfecta para todo, me dicen que las bajas por COVID, por ser 15 días o menos (que en realidad están siendo más) no se cubren. Con lo cual, como vago funcionario que soy, aprovecho los ratos que no tengo fiebre para seguir haciendo clase on line, mandando trabajos y corrigiendo a través del classroom.

Lo mejor de todo, es que las únicas noticias que nos llegan de inspección, son de qué colorines hay que pintar los "contenidos mínimos" de unas materias en una ley educativa, la 8ª en 40 años, de la cual ya se ha decretado su muerte. Por supuesto, como siempre, sin preguntar a los docentes, y sin ruborizarse por no obtener consenso tras estos 40 años. ¿O será que esto forma parte de un caos calculado?

Mi pregunta es simple ¿qué tendría que pasar para que no nos dejemos atropellar ya más? ¿Cada uno va a buscar su solución personal? o ¿quizás sería el momento de denunciar públicamente lo que está pasando y es intolerable?