Capítulo 2: No hay lugar como el hogar

Todo lo que Jing Qi pudo sentir fue un estallido de oscuridad que todo lo abarcaba. Aunque todo parecía claro dentro del trance, también parecía estar dividido por una capa de muselina, la cual era indiscernible y lo envolvía como si pudiera quedarse dormido en un momento de descuido.

Recordó la última vez que vio el rostro de Bai Wuchang: helado e inflexible, como si estuviera encerrado en un caparazón que no dejaba verlo claramente. Pese a eso, el dedo en su entrecejo le había hecho sentir una calidez inefable.

Siempre había oído hablar de cómo el camino al Manantial Amarillo y las puertas del inframundo eran zonas de yin extremo. Cuando los ancianos fallecían, incluso tenían que hacerse una manta acolchada. Asimismo, sabía que todos los mensajeros fantasmas que iban y venían eran como cubos de hielo, pues parecía sentir un escalofrío cuando se acercaban a tres chi de él.

Aunque no lograba entender lo que había hecho Bai Wuchang, ahora que lo pensaba, la última calidez que le había dado el segador de almas (junto con todos esos susurros) habían transmitido un leve rastro de determinación.

Aturdido, lo reflexionó: Y la necesidad de esto era ¿cuál?

Su conciencia se volvió a desconcertar. No podía mantener los ojos abiertos; tampoco supo cuánto tiempo pasó antes de que pudiera sentir su cuerpo y sus extremidades. Al darse cuenta de que hacía más de sesenta años que no había tenido una sensación corpórea, volvió en sí de inmediato, solo para sentir una pesadez incesante y un dolor punzante en el cerebro.

De vez en cuando, alguien caminaba a su alrededor; el sonido cerca en un momento y lejano al siguiente. Entonces, alguien le abrió la boca y le vertió una tisana. No sabía qué estúpido lo había hecho, pero lo vertió todo allí de una manera brusca e imprudente. Tan pronto como su sentido del gusto se restableció, el sabor amargo se disparó a la coronilla de su cabeza. Debido a un momento de descuido, se atragantó con el líquido depositado en su garganta y comenzó a toser, lo que provocó un episodio de gresca.

Pero este alboroto le dio algo de fuerza y logró abrir los ojos...

Con la visión borrosa, tuvo que esforzarse en parpadear un par de veces hasta que se aclaró. En este momento, se encontraba en el pecho de un adolescente, quien le estaba suministrando medicina. Cuando este lo vio atragantarse, toser y abrir los ojos, dejó apresuradamente el cuenco de medicina a un lado y le dio palmaditas en la espalda mientras exclamaba:

—Rápido, pídanle al doctor imperial que venga. El príncipe júnior despertó.

Después de haber tenido un ataque de tos y haber recibido unas palmaditas no muy suaves de parte de este adolescente, Jing Qi pensó con resentimiento: ¿sus enemigos enviaron a este mocosito para hacerle pasar un mal rato o qué?

Pero vio que la nariz del adolescente de repente se arrugaba un poco e inclinaba la cabeza para decirle:

—Amo, el príncipe sénior ya falleció. Si también le ocurre a usted algún accidente repentino, ¿en quién podríamos depender?

Fue entonces cuando Jing Qi vio claramente la cara del adolescente y se quedó estupefacto por un momento.

Este es Ping'an...

Comprado y traído por su padre príncipe a los seis años de edad, Ping'an lo había servido toda su vida desde la cuna hasta la tumba. Actualmente, el adolescente no tenía más de trece o catorce años. No era más que un niño a medio crecer. Los bordes de sus ojos estaban rojos, con una capa de negrura flotante en el fondo y lágrimas que apenas podía contener. Su ropa parecía haber crecido una talla, incluso.

—Ping...

Jing Qi abrió la boca, pero su garganta estaba tan seca y dolorida que no pudo formar una oración completa. Creía que ya lo había olvidado todo después de cientos de años, pero en el momento en que vio a este adolescente, los recuerdos de colores desvaídos volvieron cual maremoto.

Por fin recordó su propio nombre: Jing Beiyuan.

En las generaciones pasadas, se decía que el príncipe Nan'ning Jing Beiyuan, quien tenía miles de rostros, una vez se desvivió por una sola persona durante toda su vida. Y a la edad de treinta y dos, el corazón desvanecido de Jing Beiyuan había sido arruinado y enterrado en manos de esa persona.

De pronto, entendió lo que quiso decir el segador de almas con "para que, a cambio, en tu próxima vida vuelvas a tener el cabello negro". No supo si reír o llorar ante su intromisión.

Cuando Ping'an lo vio perplejo, pensó que la enfermedad lo había dejado confundido, por lo que se aterrorizó y lo sacudió de un lado a otro. —¡Amo, amo! ¡Deje usted de asustar a los demás! ¿Qué sucede? Por qué el doctor no llega aún, el doctor imperial...

Jing Qi levantó la mano con gran esfuerzo (su cuerpo era cientos de veces más pesado que cuando era un alma errante) y la presionó sobre la propia mano incontrolablemente temblorosa de Ping'an. Incapaz de hablar, solo entornó los ojos y sacudió la cabeza con delicadeza. Al finalmente recibir una pizca de lenguaje corporal sobre el cual actuar, el otro se levantó deprisa, sirvió una taza de agua y lo atendió con cautela y prudencia para que se la bebiera.

Solo entonces Jing Qi pudo decir algo con voz ronca:

—¿Qué hora es?

Tan pronto como abrió la boca, quedó atónito. Pese a que su voz fue ronca, no fue difícil escuchar el tono de un niñito cuya voz aún no había cambiado, con un toque de leche. Bajó la cabeza para mirar sus propias manos: no solo eran pequeñas y escuálidas, sino que tenían un tenue color amarillo verdoso debido al estancamiento de qi y sangre durante la enfermedad.

—La hora del mono, amo. Se desmayó usted en el salón funerario y desde entonces que lleva dos días hirviendo de fiebre. No despertaba por más que lo llamaran. —Ping'an frunció los labios y bajó la cabeza para secarse en secreto las lágrimas que habían brotado de la comisura de su ojo—. La princesa consorte falleció hace mucho tiempo y el príncipe sénior... fue demasiado cruel, por fallecer así. Ahora usted es el pilar de toda nuestra residencia. Si algo le sucediera, este sirviente simplemente fallecería con usted.

Entonces... esto era cuando tenía diez años, cuando su padre príncipe acababa de morir.

La mirada de Jing Qi volvió a posarse sobre sus manos. Su cuerpo se encontraba muy débil y pesado, pero tenía una sensación un tanto nueva y extraña. Después de pasar por tantas reencarnaciones, regresar a su punto de partida realmente... le provocaba sentimientos encontrados.

Al recordar a Bai Wuchang, esa pizca de novedad en su corazón se volvió a diluir.

La inversión del espacio y el tiempo... aunque no entendía los pormenores de esto, ¿no tenía una idea clara del enorme precio que el segador de almas tuvo que haber pagado en aras de compensarlo?

¿En aras de hacerlo volver a vivir esa primera vida funesta?

Jing Qi dejó que Ping'an parloteara mientras lo ayudaba torpemente a tumbarse. Suspiró en secreto, pensando que con razón ese señor segador de almas parecía frío y renuente a hablar mucho, pues resultó ser un poco estúpido.

Con una segunda vez, ¿se puede borrar lo ocurrido con un trapo, como si polvo en una mesa fuera?

El corazón humano tampoco estaba hecho de piedra; "cúbrelo de mugre y lávalo con agua, tan limpio como siempre queda".

Al poco rato llegó el doctor imperial. Le tomó el pulso, lo examinó de pies a cabeza, recitó sus conocimientos médicos (para demostrar que era relativamente confiable) y dijo un montón de tonterías sobre que "el cielo bendice a los dignos", en el sentido de que no le pasaba nada y que estaría bien siempre que se cuidara.

Jing Qi había estado sentado junto a la Piedra de las Tres Vidas durante sesenta o setenta años, por lo que, desde luego, tenía paciencia. Sin enfado ni alboroto, dejó que un grupo de personas lo manipulara, vertiera tisanas y sacudiera como si esto fuera un asunto de rutina, hasta que llegó el concubio.

Ping'an les pidió a todos los ociosos que salieran y lo ayudó a recostarse.

Solo entonces Jing Qi preguntó, como si fuera algo improvisado:

—Hace un momento dijiste que estuve inconsciente durante dos días. Entonces, el primer siete[1] de mi padre príncipe es mañana, ¿verdad?

Ping’an se quedó perplejo y, creyendo que estaba ansioso, le dijo:

—Descuide, amo. El propio emperador pidió a alguien que se ocupara de los asuntos del príncipe. También vino ayer por la noche a verle personalmente y nos ordenó que descansara usted bien y no se preocupara de nada más.

Jing Qi asintió y miró aturdidamente el dosel sobre su cabeza por un momento. Justo cuando Ping'an estaba a punto de apagar la lámpara, de repente giró la cabeza. —Todavía no —dijo.

Hubo una pausa en el movimiento de las manos de Ping'an, quien lo miró de manera algo inquisitiva.

Jing Qi se esforzó por levantarse de la cama con aquellos bracitos de paja de trigo, se inclinó hacia un lado y empleó una especie de mirada prácticamente codiciosa para observar la habitación, así como a Ping'an.

Según sus cálculos, Ping'an tenía casi catorce años. Aunque había crecido en estatura, todavía tenía una cara regordeta, una nariz blanducha, ojos ingenuos y una apariencia sencilla y amable. Este niño parecía haber nacido con menos tendones: sus manos y pies habían crecido, pero nunca llegaba a coordinarlos, lo que nunca le dio un aura de listeza en toda su vida.

Pero, pensó Jing Qi, este niño tonto fue uno de los pocos que lo trató con sinceridad.

Ping'an siempre sonaba un poco nasal cada vez que hablaba. Cuando era niño, le encantaba llorar como si estuviera envuelto en lágrimas; su carita redonda siempre tenía un matiz de agravio. Sin embargo, en este año, cuando se vio obligado a mantener la residencia del príncipe Nan'ning junto con él, pareció haberse convertido en un gran hombrecito de la noche a la mañana. Después del primer siete del príncipe sénior, el emperador había llevado a Jing Qi al palacio para que lo criaran. El senescal también estaba entrado en años, por lo que casi todos los asuntos de la residencia (grandes o pequeños, internos o externos) fueron atendidos solo por Ping'an.

Jing Qi miró al adolescente y pensó para sus adentros que, en realidad, fue Ping'an quien dedicó toda su vida a la residencia. Y pese a que mantener este hogar con escaso personal era bastante difícil, fue el propio Jing Qi quien terminó demacrándose con tanto estilo.

Cuando el otro vio su mirada distraída, pensó que la recuperación de su energía sería lenta debido a que recién se estaba recuperando de una enfermedad grave, por lo que musitó:

—No hace bien dormir con las lámparas encendidas, amo. No es necesario temerle a la oscuridad, ya que este sirviente estará afuera y vendrá cuando lo llamen en caso de que algo suceda.

—¿Tengo una habilidad tan grandiosa como para revivir a un cerdo muerto con un llamado?

Ping'an se quedó perplejo por un momento. Al darse cuenta de que había sido objeto de burlas, se ruborizó. —Bueno, este sirviente tomará un respiro... —tartamudeó.

Jing Qi sonrió en silencio mientras lo miraba y sus rasgos faciales se suavizaron. Sus ojos se curvaron primero, después sus labios se inclinaron lentamente hacia arriba. Su mirada parecía tener un lustre acuoso en ella, pero, al mirar con más detenimiento, desaparecía de nuevo.

Ping'an sintió que la forma en que lo miraba con esa sonrisa suave realmente se parecía un poco a la del senescal, quien había cumplido cincuenta ese año. La mirada que se posó en él tenía cierta inatención, como si hubiera recordado muchísimas cosas en un solo segundo. Se veía un poco impotente, pero también un poco aliviado.

¿Qué niño sonreía así? Ping'an saltó del susto. Creyendo que la fiebre lo había dejado tonto, extendió la mano para examinar la frente de Jing Qi. —Amo, ¿siente alguna molestia en algún lugar? O... ¿llamo al doctor imperial para que vuelva a echar un vistazo?

Jing Qi negó con la cabeza, bajó la mirada y contuvo sus emociones. Permitió que Ping'an lo ayudara a acostarse y lo arropara. Sin embargo, antes de que este último pudiera levantarse, fue atrapado por un par de manitos.

Todo lo que vio fue a su príncipe júnior tumbado de espaldas, con ambos ojos suavemente cerrados. —Ping'an, está bien. Estoy aquí —susurró.

Su voz fue extremadamente diminuta y suave. Al usar esa voz pueril para decir eso parecía que solo estaba siendo cursi, pero, al ver su expresión, Ping'an no pudo evitar sentir un nudo en la garganta.

El otro sonrió y se dio la vuelta. —Descansa un poco más temprano.

Las lámparas se apagaron; todo quedó en silencio.

Tal vez porque había estado inconsciente durante demasiado tiempo, aunque se quedó tumbado en la cama, no pudo conciliar el sueño. Utilizando la poca luz que entraba por la ventana, se quedó mirando aturdidamente la cortina de la cama. Ni siquiera un momento después, ese ronquido de cerdito de Ping'an se escuchó desde fuera de la habitación y no pudo evitar reírse.

Siete vidas de reencarnación eran suficientes para meditar un montón de cosas, como Helian Yi, Ping'an y esta impresionante pero solitaria residencia.

En aquel entonces, ¿por qué había estado tan embelesado con Helian Yi?

No lo había podido entender durante muchos años, pero, tan pronto como abrió los ojos aquí, de repente pudo.

Ese príncipe sénior –nombre de pila Lianyu, de cortesía Mingzhe[2]– también había sido un tonto. Su propia naturaleza seguía directamente a la del difunto anciano en el sentido de que sus ojos eran enormemente inútiles: al tener que distinguir lo bueno y lo malo, lo que debía ver no lo veía y, lo que no debía, prefería verlo.

Solo tuvo ojos para una sola persona durante toda su vida, por lo que todos los demás no eran más que pensamientos, incluso ante un corazón desilusionado.

Todo el mundo decía que el príncipe sénior había estado enfermo de amor, pues desde el fallecimiento de la princesa consorte, era como si hubiera perdido el alma. El emperador entendió y empatizó con su hermano de diferente apellido, por lo que se llevó a su hijo, Jing Beiyuan, al palacio para criarlo junto a los duques.

Cuando tenía diez años, el anciano que pasaba todo el día con cara de no tener ganas de vivir finalmente logró su ansiada muerte y abandonó al niño de diez años y a la residencia vacía y solitaria en el mundo humano.

El mundo era inmenso, pero no había ningún lugar al que llamara hogar.

A excepción de Helian Yi. Hace trescientos años, siempre había sentido que Helian Yi era lo único que anhelaba en este mundo y, como un trozo de madera flotante para una persona que se estaba ahogando, tenía que atraparlo. Dado que fue así vivo, consecuentemente sería así muerto.

Ese grado de persistencia estaba a la par con Jing Lianyu, mientras que ese nivel de imbecilidad era un camino diferente con el mismo destino que el de Bai Wuchang.

Preocuparse de una sola persona de esta manera significaba que, cuando se tratara del resto, sin importar si era Ping'an o un amigo, no le prestaría atención a nadie. Jing Qi escuchó esos ronquidos uniformes y de pronto se vio a sí mismo como el ingrato número uno del mundo. ¿Todas esas vidas de penurias que sufrió resultaron ser una retribución?

Sin darse cuenta de cuánto tiempo había estado reflexionando en un desorden, Jing Qi cayó en un sueño aturdido una vez más. Dormitaba un momento y despertaba al siguiente, sintiendo que la incomodidad volvía a crecer dentro de su cuerpo, como si lo estuvieran asando en la rejilla de un fogón y cada grieta en sus huesos rezumara ácido. Sabía que la fiebre estaba reapareciendo y también sabía cómo procedería esto: una vez que hirviera durante la noche, estaría prácticamente bien. No se molestó en llamar a Ping'an y se encogió entre las sábanas mientras sudaba y soportaba el calor.

Se oyó un crujido en la bruma, como si alguien hubiera chocado con algo y lo hubiera roto. Su conciencia caótica se despertó, pero tenía demasiada pereza para abrir los ojos, pues sabía que Ping'an (el niño torpe) no podía vivir en paz sin dejar caer y quebrar cosas en el piso.

Sin embargo, en ese momento, una mano fría se posó sobre su frente, lo cual se sintió extremadamente cómodo. Escuchó entonces la voz de alguien hablar con un indicio de enfado:

—Todo el cuerpo le hierve, ¿así es cómo le sirves? ¿Y todavía no llamas a un doctor imperial...?

Jing Qi inmediatamente sintió que... sería mejor dejarse arder hasta convertirse en cenizas de fogón.

Respecto al título del capítulo (不如归去, lit. "es mejor/bien podría volver"), es un modismo que se utilizaba a menudo en la antigüedad como expresión de anhelo o para instar a alguien a volver. Se suele traducir en inglés con el proverbio "East or West, home is best" (en español: "este, oeste, nada como estar en casa" u "hogar, dulce hogar").[1] Uno de los rituales de duelo tradicionales en China es adorar al muerto una vez cada 7 días, eso por 49 días (7 semanas). Cada semana está dirigida por una persona diferente, pero la primera semana generalmente la realiza el hijo.[2] 明哲mingzhe, fig. "inteligente/sabio". Se desprende del modismo 明哲保身, fig. "un hombre sabio cuida su propio pellejo", que se refiere a poner la seguridad propia ante cuestiones de principio.