Prólogo

Abrí la ventana a tiempo, cerré los ojos y olí toda la humedad del aire que aún no se había dispersado.

Parecía que iba a llover y hacía un poco de calor, pero esa persona estaba a punto de llegar.

Su cabello era de un negro brillante que se parecía a las plumas de un cuervo, con un rostro pálido. No levantaba mucho la cabeza al momento de caminar y su mano izquierda tenía una cicatriz de aproximadamente medio centímetro de largo. En las tardes tan calurosas como esta, se arremangaba la camisa y se la desabotonaba hasta el pecho, y con sus patillas pulcras y mojadas, llegaba tranquilamente...

Escuché el sonido de pasos, una silenciosa cuenta regresiva en mi cabeza junto con ese ritmo. Abrí los ojos para ver a la persona que había estado ocupando mi imaginación, creándome así la ilusión de "un sueño hecho realidad".

Ah, había traído un montón de pescado seco. Se quedó merodeando un rato en el estrecho callejón y alimentó a un grupo de gatos callejeros.

Como un verdadero cobarde, me escondí en un rincón apartado y me pregunté en un susurro: "¿Debería compararte con un brillante día de verano?".

Pareció sentir algo. Levantó la mano izquierda de la cicatriz y frotó la cabeza del gato callejero, sonriendo, como si me hubiera respondido.

Una vez más, experimenté la sensación de un sueño hecho realidad.

P.D.: Si puedo darte una flor, me confesaré contigo.

La decimoctava carta de amor se escondió, Lander la escribió una tarde en pleno verano.

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