Capítulo 7

—¿Puede fabricar ropa sola? ¿Es una estafa?

En el callejón, un grupo de adolescentes con gorras de béisbol rodeaban una máquina de coser de aspecto extraño.

El joven detrás de la máquina de coser no dijo nada, sonrió y levantó las manos, con un dedo presionando el botón de programación. En la caja negra escondida debajo de la voluminosa máquina de coser, el vapor subió y la computadora de la máquina diferencial comenzó a leer el chip del programa que había sido escrito y preinstalado.

La máquina empujaba hacia arriba y hacia abajo un trozo de tela sobre el escritorio, cortando y cosiendo, con los hilos prolijos. Justo frente a los adolescentes de boca bien abierta, una encantadora bufanda había comenzado a tomar forma.

—Guau...

—¿Puedo... puedo tocar un poco?

—¿Puedo yo también?

El joven de la máquina de coser sacó una vieja pluma de pájaro y escribió en la pizarra. "Dos libras, gracias por pasar".

Una gran gota de tinta rezumó, aparentemente queriendo oscurecer la escritura.

Surgió el silbido de los adolescentes. —¡Eso es demasiado caro, hermano!

El joven no dijo una palabra, solo se encogió de hombros en silencio. En ese momento, vio a una chica vendiendo flores. La chica llevaba una canasta tejida de bambú llena de flores, su ropa estaba rota. Temblaba con el viento frío, pero seguía caminando de puntillas con curiosidad para mirar hacia este lado.

El joven se levantó de un salto, agarró la bufanda del escritorio y corrió frente a ella. La chica de las flores, asustada, retrocedió medio paso y sus pálidas mejillas no pudieron evitar ruborizarse.

El joven bajó la cabeza, con ojos llameantes para mirar las flores en su canasta, y muy lentamente usó la lengua de señas: ¿Podemos hacer un trueque?

La chica de las flores se quedó atónita durante mucho tiempo, dándole torpemente toda la canasta de flores. —Para-para ti.

Esos chicos malos empezaron a silbar ruidosamente.

—Oye, guapo, ¿para quién son las flores?

El joven no respondió, sin ser tacaño, y les dedicó una brillante sonrisa. Envolvió alrededor del cuello de la florista la bufanda "hecha por la computadora de la máquina diferencial" rara vez vista, empacando sin dudarlo y partiendo con la canasta de flores.

Llevaba consigo máquinas de todos los tamaños, con los bolsillos llenos de chips de programación, como un vendedor ambulante caminando por cada calle y callejón, pero sus pasos eran alegres.

Los dos lados de la calle estaban llenos de imponentes fábricas, el vapor blanco se elevaba directamente a los cielos. La multitud era ruidosa y también había un hedor a aguas residuales.

La sombra del joven transportaba la computadora de la máquina diferencial en su espalda, con flores frescas en mano.

Parecía un comienzo, pero también un final.

Al fin podría regalar ese ramo.

"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos.

Era la edad de la sabiduría, y también de la locura".

Charles Dickens, Historia de dos ciudades