Capítulo 4

—Hoy es Navidad, ¿quieres ponche? —Arno preguntó cortésmente.

Lander lo observaba en silencio, con los ojos aturdidos y distantes, como si no fuera solo una persona frente a sus ojos, sino innumerables pasados ​​y futuros de colores deslumbrantes. Mientras miraba a Arno, su corazón repentina e increíblemente se ablandó, como si uno real todavía bombeara sangre dentro de su pecho.

Lander tardó mucho tiempo en negar con la cabeza, como si acabara de recobrar el sentido.

—¿Y whisky? ¿Café? ¿Té negro?

Lander volvió a negar.

Los ojos del joven científico eran amables. Arno no pudo controlarse e inclinó la cabeza para evitar su mirada.

Lander se apoyó en la mesa y se levantó lentamente, encontrando tinta y una pila de piel de cabra andrajosa. Sacó la pluma de su bolsillo y tocó con cuidado la tinta. Muy bien, esta cosa aún no se había convertido en un bloque.

Este es el bolígrafo que me diste, ¿lo recuerdas?

"No soy Merck", escribió Lander en el papel, con determinación y gracia, pareciendo extremadamente agradable a la vista. "Me llamo Edward Lander".

—Lo siento. —Arno apartó la mirada de la escritura, su expresión inconfundiblemente inmutable e inmóvil, como si realmente no supiera leer.

Lander se quedó mirando el papel. En ese momento, su expresión se volvió solitaria.

No le hizo caso a la excusa de "analfabeto" de Arno. El bolígrafo se detuvo y después siguió escribiendo. "Me gustan tus ojos. La razón por la que me mudé a esa cuadra fue para verte todos los días. Todos los días, si puedo verte una vez, siento que puedo vivir otro día pacíficamente con este mundo".

El apuesto caballero pelinegro miró con indiferencia la escritura en la piel de cabra. Sus ojos negros no vacilaron ni un poco.

—¿Tu pierna izquierda está bien? ¿Todavía te duele?

No hubo respuesta, y al igual que las numerosas "cartas de amor" que había escrito y nunca habían visto el sol, se quedó para siempre en su monólogo.

Lander realmente no se atrevía a recordar esas coloridas palabras, pero después de ridiculizarse a sí mismo, como un perro adiestrado, todos los días en el momento y lugar adecuados, subía al balcón y echaba un vistazo furtivo al secreto en su corazón: la historia del señor Lander, la persona más horrible, fría y fea del mundo. Incluso su corazón que se había convertido en piedra durante muchos años había jurado en silencio no cambiar y añorar siempre a una persona.

Hace trece años, la mujer pobre y su hijo se llevaron a Lander a casa. Vivían en un pequeño ático, y al momento de tumbarse en la cama, por la ventana se podía ver la Londres siempre desprovista de luz solar. La señora gorda que se ganaba la vida horneando pan casero y tejiendo cosas feas y su caballero pelinegro que se iba temprano y llegaba tarde a casa, usaron pasto torcido para trenzar animalitos y los colgaron en las ventanas para que se sintiera menos triste.

Esos saltamontes eran juguetes para niños. Lander nunca había sido solamente un niño en ese sentido. Arrastraba su pierna herida y se apoyaba diariamente en la ventana, ello solo para esperar a que llegara la puesta de sol, a que la otra persona se bajara del caballo y volviera a casa.

Usaban un bolígrafo de pluma para conversar. En aquel entonces, Arno nunca le dijo fríamente que "no sabía leer".

Hasta que medio año después, los viejos amigos de los Lander se enteraron de la noticia y trataron de encontrarlo por todos los medios necesarios.

Debían venir a buscarlo, era "el hijo del Sr. Lander" después de todo. Tenía la sangre maldita y la expectativa maldita de este país. Los superiores misericordiosos estuvieron dispuestos a arrancar una pluma, permitirle estudiar y darle algo de comer en espera de que les retribuyera generosamente como si fuera una gallina que supiera poner huevos de oro.

Lander sabía que el otro lo había reconocido y simplemente no estaba dispuesto a admitirlo. La tensión del científico más frío de la nación se disipó gradualmente, sostuvo el bolígrafo de pluma que goteaba tinta y tomó asiento bajo la luz tenue, sintiendo como si el pequeño chorro de sangre en su corazón que siempre había existido gracias a esta persona fuera desechado como un zapato viejo por dicha persona.

El calor débil se disolvió en el aire, pero el dolor echó raíces.

"Cuando una persona pierde sus esperanzas y sueños, incluso si tiene el poder de destruir el mundo, a menudo siente que tiene las manos vacías. Pase lo que pase, sea lo que sea, no podrá sentirse feliz", escribió rápidamente Lander. "Una vez, me puse una inyección de morfina..."

Detuvo el bolígrafo e inclinó la cabeza por un largo rato, como avergonzado de su impureza, pero la expresión de Arno no cambió. Siempre esa expresión de indiferencia. El corazón de Lander comenzó a enfriarse lentamente, como si cayera en una zanja de agua helada y sucia. El entorno era tan oscuro que no podía ver sus propios dedos, todo lo que quedaba era la palabra "frío".

A Arno no le importaba.

Lander bajó sus largas pestañas. El bolígrafo de pluma comenzó a derramar tinta nuevamente, dejando una mancha en la piel de cabra e incluso en sus dedos. "La droga me dio una calma temporal y una felicidad falsa. Entonces, lo que me esperó después fue un vacío y un sufrimiento interminables. Lo único con lo que pude contar fue..."

Temía convertirse en un verdadero loco.

Temía que cuando atrapara la luz del sol, ya estuviera ciego.

¿Por qué Arno? A veces, Lander también tenía que preguntarse por qué se trataba de una persona... que conoció en su niñez.

Ahora que lo pensaba, esa persona parecía ser el único punto de apoyo que lo sacó adelante cuando su vida estuvo a punto de colapsar. Definitivamente tuvo que confiar en esta pequeña esperanza para superar los siempre largos años hundidos en las profundidades de la insania.

Todo el mundo necesita un punto de apoyo. La vida de las personas que Lander había conocido no había sido larga. Salvo por Arno, no parecía haber nadie digno de esta posición de punto de apoyo.

Lander pensó, qué bueno sería si realmente fuera un loco despiadado, para así poder succionar energía del sufrimiento de los demás sin la necesidad de ningún estúpido punto de apoyo.

Lander detuvo el bolígrafo y sus profundos ojos azules miraron a Arno durante mucho tiempo.

Arno lo miró casualmente. En ese momento, entre todo el intercambio de misterio o fiereza había una barrera invisible, la que la otra persona bloqueaba sin vacilación.

Arno desvió la mirada, levantó con tres dedos la media copa de vino barato, tomó un sorbo y se lo terminó. No se sabía si estaba feliz o si se sentía miserable. Frunció el ceño, sus rasgos parecieron aún más profundos.

Estaba frente a la estufa del viejo y destartalado pub. Sacó un botiquín de debajo de la cama y se arremangó. —Déjame ver tu pierna.

Dolía, pero no ponía en peligro la vida. Para Lander, ninguna herida ponía en peligro su vida. Este era su secreto.

Dentro de su cuerpo, he ahí la máquina diferencial inteligente más avanzada del mundo, en la que solo había dos chips de programación. Este artículo invaluable con la mayor precisión se dedicaba a su trabajo, ejecutando solo estos dos programas. Uno de los dos se detonaría en una fracción de segundo cuando el anfitrión muriese, el radio de alcance de ataque podía ser de más de diez metros.

Y otro enviaría una señal específica. Tan pronto como se emitiera la señal, todos los tanques de máquina diferencial en este mundo, independientemente de si tenían forma de vehículo, animal o humana, considerarían a todas las criaturas frente a ellos como enemigos y procederían a atacar.

Así es, Lander era esta especie de perro rabioso. Si él moría sin razón, conturbaría a toda a la isla de Gran Bretaña para que fuera un exterminio total.

Todas las personas del partido AS conocían este secreto, por lo que Lander sabía que definitivamente no lo tocarían con facilidad. Usar el nombre de los demás, crear amenazas y provocar un asesinato rastrero, solo el montón canalla e irrelevante lo haría.

Arno tenía las manos de un cirujano, parecía poseer por naturaleza la función de paliar el dolor. Lander se sentaba allí en silencio. Si no fuera por el sudor frío en su frente, realmente parecería un hombre de madera que había perdido la sensibilidad al dolor.

"Quiero estar cerca de ti". El joven científico murmuró en silencio esta frase innumerables veces en su corazón, cada hilo era como sacar un chorro de sangre en su corazón. Dios se había llevado su voz. Todo este sentimiento tenía que expresarse solo en un silencio mudo.

"Quiero abrazarte".

"Quiero que me mires dos veces más".

Cuando la esperanza de alguien se colocaba en una persona en vez de un cometido u objetivo específico, se volvía vulnerable y cobarde. Cuando anhelaba la mirada de alguien más, ello era como abrirle el pecho de par en par y revelar un corazón débil. Y todos en el mundo podrían venir y darle una patada.

Este amor era igual de feo que una espina.

Lander miró a Arno. De repente se inclinó, agarró el bolígrafo y escribió: "Si me dieran otra oportunidad, iría por la morfina. Te olvidaría".

—¿Qué escribiste de nuevo, amigo "poeta"?

Arno se arrodilló en el suelo. Gracias a medio vaso de alcohol de mala calidad, recurriendo a su gran habilidad actoral, preguntando incluso cuando lo sabía muy bien, levantó las comisuras de los labios, puntiagudas y delgadas, y mostró una sonrisa algo burlona. Usó las pinzas para agarrar la bala en la pierna de Lander, la arrojó al suelo e hizo una segunda ronda de desinfección alrededor de la herida.

La herida dolía tanto que Lander no pudo evitar temblar.

—Espera un poco, es solo... Em...

El científico loco de repente saltó de su silla de madera y se zambulló en el cuerpo de Arno. El pelinegro se tambaleó y cayó de espaldas, incapaz de tomar precauciones, y fue presionado contra el suelo por un loco herido.

—Oye, tú...

Lander le presionó los labios con dos dedos, suave como una pluma que cae. Arno perdió repentinamente la voz y pareció hundirse en esos profundos ojos azules en un instante.

Lander usó un modo respetuoso parecido a una peregrinación, tocándose sus propios labios con los dedos que acababan de estar en los labios del otro. Parecía haber un aroma que aún pervivía en ellos, hechizando su mente y flotando por todas partes, creando un sueño del que nunca querría despertar.

Mientras Arno estaba desconcertado, levantó la mano del pelinegro y escribió palabra por palabra: "¿Cómo está la Sra. Walson?".

La expresión de Arno por fin cambió.

La campana de las doce en punto sonó, destrozando la ilusión.

—Está muerta —dijo el pelinegro, después de mucho tiempo.

La sagacidad y la frialdad de su rostro ya no estaban, sus iris eran negros como un abismo sin fondo.

—Murió por un accidente mecánico —agregó con un rostro impasible—. Ella no esperaba que fueras un señorito, que personas vendrían a cuidarte. Temerosa de que las condiciones en la casa no fueran buenas y te hiciera sufrir, quiso buscar un trabajo adecuado para mujeres. Al hacer un movimiento incorrecto, la mitad de su cuerpo fue absorbida por la máquina la misma noche que te recogieron.

Lander se sorprendió al principio, la luz de sus ojos de repente se oscureció. Sus ojos evitaron frenéticamente la mirada de Arno, como si no pudiera mirarle los ojos llenos de odio tranquilo.

—Solo una operación incorrecta, ¿una operación incorrecta se castiga con la muerte? A los ojos de ustedes, las vidas de nosotros la gente común son todas inútiles, ¿verdad? No somos inteligentes, no hemos estudiado mucho, por lo que merecemos que nos desechen, ¿cierto?

Arno lo empujó. El científico con la pierna herida tropezó y cayó hacia atrás.

Lander apretó los dedos en el suelo.

—Indagar no es necesario, ya sabes el tipo de persona que soy.

Sí, el partido anticiencia más grande de la nación, AS, no era como las turbas que seguían a otras. Ellos eran de gran escala, tenían información rápida, tenían miembros oficiales e ideales más altos que esas turbas. Conocían el secreto del implante de máquina diferencial en el cuerpo de Lander. En una situación como esta, por el bien de las presuntas personas "inocentes", por supuesto, debían pellizcarse la nariz para proteger la vida de Lander.

Incluso si eran los que más querían que Edward Lander desapareciera de este mundo.

Arno no se movió durante mucho tiempo, mirando fijamente los ojos de Lander. En ese momento, sin saber si era la ilusión de Lander o no, su voz fue casi gentil.

—Edward Lander —preguntó Arno—. ¿Por qué? Ustedes son tan inteligentes que nosotros los mortales apenas lo podemos imaginar y aun así usaste tu inteligencia para sepultar a este mundo en miasma. ¿Podrías decirme la razón?

Lander se quedó estupefacto y miró fijamente los ojos oscuros que anhelaba, sintiendo como si hubiera una mano agarrando su corazón en las alturas, envolviéndolo en el dolor de no querer vivir.

No podía responder a esta pregunta. Nadie podía.

Lander quería decir, cuando la antigua era y la nueva era, como el continente que flota en la superficie del mar, choquen, tanta gente en la fisura morirá antes de que el brillo de la luz pueda llegar. Solo entonces podrán dar la bienvenida a una verdadera era nueva.

Pero no podía decirlo, eso significaría traicionar el odio en el que había confiado su supervivencia durante tanto tiempo.

La familia Lander había llenado los vacíos del tiempo y la Sra. Walson también se había llenado en los vacíos de los tiempos... Todo eso, ¿era solo una verdad fría y objetiva?

Él, Arno y la Sra. Walson, junto con... esta dolorosa emoción, una que había muerto antes de nacer, quizás, ¿en cierta forma no habían nacido en el momento adecuado?