Capítulo 2

Lander no prestó atención a la salida del jefe de policía enojado. Subió las escaleras, abrió la ventana y esperó pacíficamente a que apareciera la persona al final del callejón.

Nadie sabía que la razón por la que este científico loco se mudó a la cuadra que no estaba en muy buenas condiciones hace dos años y se instaló en una casa que no llamaba mucho la atención frente a un pequeño callejón era solo para poder ver a una persona.

Aunque el hombre pelinegro era guapo, sus antecedentes no eran muy honorables: era miembro de una pandilla.

A veces, el mundo del espíritu del señor Lander era tan difícil de entender como la mente de la máquina diferencial que había construido.

Pero, siendo honestos, ¿qué tan normal podría ser la persona que se dedicaba a investigar a este monstruo?

No era ninguna sorpresa.

En el segundo piso había una mesita cubierta con una gran pila de dibujos, pero no eran dibujos de la máquina diferencial, tampoco un complicado chip de programación... Eran los dibujos de una flor.

Lander quería crear una rosa que estuviera siempre en flor. Cuando abría la lámina de piel de cabra, no se atrevía a creer que se le había ocurrido una idea tan estúpida, pero en verdad se le había ocurrido.

Lander no estaba muy feliz hoy. La conversación con el estúpido jefe de la policía le había hecho perder media hora de su tiempo y la otra persona, por alguna razón desconocida, hoy no regresaba a tiempo.

Tal vez él y su grupo de malos amigos estaban en un tugurio barato maldiciendo en voz alta, tal vez alguna prostituta se lo llevó a su casa.

Tal vez...

Debido a una serie de suposiciones en su cabeza que se volvió cada vez más ruidosa, los ojos de Lander se oscurecieron y arrugó la lámina de piel de cabra fallida. Un pensamiento de repente entró en su mente: "¿Por qué no puedo hablar con él?".

Utilizó inmediatamente la misma autonegativa satírica para rehusarse. "Vamos, básicamente no puedes soltar ni una sola sílaba".

Se trataba a sí mismo con la misma crueldad con la que trataba a los demás.

Aunque pensó eso, sus piernas se movieron como si estuvieran poseídas por demonios, traicionando su gran cerebro. Lander se puso el abrigo y después de caminar dos pasos se dio la vuelta y se miró en el espejo. Sintiendo que su cuello estaba un poco descubierto, volvió a abrir la cómoda, se puso un sombrero y un abrigo oscuro que se veía básicamente igual y sacó respetuosamente una vieja pluma, metiéndosela en el bolsillo.

El bolígrafo de pluma había comenzado a filtrar tinta... O más bien, desde el momento en que se creó, este bolígrafo ya había estado filtrando tinta. Lander, en el aspecto material, era alguien que no se obligaba a perdurar ni un poquito las cosas, pero por alguna razón, no tenía el corazón para cambiarlo por completo.

Dicho todo esto, salió con una expresión seria.

Un perro mecánico con piel de metal accionó sus extremidades y corrió hacia él mientras movía la cola. Su espalda arrojaba un hilo de vapor.

"No, no puedes seguirme. Si te llevo conmigo, me verá como un monstruo". Lander se detuvo y se quedó mirando a su perro fiel.

Por desgracia, el perro mecánico no sabía leer la mente y no podía entender sus pensamientos.

Lander levantó la cabeza para mirar las nubes grises. El cielo de esta ciudad siempre estaba así, como si Dios ya la hubiera abandonado, llena de una represión desahuciada y la crueldad del caos.

"Bueno". Lander se encogió de hombros, abrió la puerta y guio al perro mecánico hacia el pequeño callejón trasero.

Un vagabundo rumano de túnica miró aterrorizado a su perro robótico. Luchó por levantarse y huyó como el humo, como si el apuesto hombre fuera una bruja malvada.

Al principio, sintiéndose poco natural, Lander se quitó el sombrero. El mundo exterior siempre lo hacía sentir incómodo. La multitud desafiante y obstinada siempre discutía que las máquinas y el vapor lo habían arruinado todo.

Ya basta, era la estupidez lo que arruinaba todo.

Pero al tan solo pensar en lo que había salido a hacer, Lander se sintió aún más nervioso. Sus palmas estaban frías por el sudor y no pudo evitar aflojarse el cuello.

"Carajo, no le vas a pedir matrimonio. ¡Solo espera allí, cuando venga, nada más sonríe y salúdalo!". Lander se regañó groseramente sin contenerse. "Suficiente, bastardo mudo que siempre piensa que tiene razón".

Le dio una patada a la cola del perro mecánico, le permitió esconderse en la esquina del callejón y esperó allí.

La ropa normal pegada a su cuerpo hacía que Lander no pudiera respirar, tenía que tirar levemente de ella de vez en cuando.

"Soy tan idiota", pensó. "Quizás... quizás debería terminar esa flor. Quizás va a pensar que esto es demasiado repentino..."

En este momento, la esquina de la calle resonó con el sonido de pasos. Lander puso rígida la columna al principio, con orejas que se le enrojecieron incontrolablemente, pero su espíritu pronto se puso rígido también. ¡Esto no estaba bien, estos pasos no sonaban bien!

Lander saltó inmediatamente por instinto, evitando una bala fatal. Giró la cabeza y vio a un hombre vestido de capa al otro extremo del callejón, con un cañón negro que apuntaba en su dirección.

El ruido de los pasos aumentó. De una forma desordenada y libre de disfraz, lo acorralaron en medio del pequeño callejón. La larga capa del asesino se arremolinaba en densas olas semejantes a una niebla negra. Lander se acurrucaba cerca de la esquina de la pared, escuchando el sonido de las balas que lo rozaban.

Un montón de dones nadie...

Desde el día en que nació la máquina diferencial, Lander había estado sufriendo constantemente intentos de asesinato. La gente de la iglesia y los herejes que normalmente comenzaban a pelear tan pronto como se veían estaban de acuerdo en este problema externo que le concernía. Estaban decididos a ocuparse de este portavoz del diablo.

El señor Edward Lander tenía la excentricidad que todos esperaban, alguien que no estaba muy entusiasmado con la Inglaterra llena de niebla y tontos. Tal vez, en una situación en la que nadie interfiriera, algún día se cansaría de este mundo absurdo y se iría por cuenta propia, pero los enjambres de sicarios habían provocado exitosamente su inherente naturaleza rebelde.

Ahora había decidido que tenía que vivir hasta los setenta u ochenta años, para que esos canallas pudieran mirar atentamente cómo clamaba vivir hasta el final de sus días.

El perro robot en el lugar que estaba al alcance de su mano en realidad también era un tanque de máquina diferencial. Había una serie de chips complicados en su cabeza, insertados directamente en la parte posterior de su cuello. Mientras abriera la boca del perro mecánico e ingresara un comando simple, esos sicarios de la organización anticiencia y tecnología podrían convertirse en "autosicarios" en un instante.

"Vengan aquí, la tierra de las eras necesita sus cuerpos como fertilizante".

Había una sonrisa llena de malicia en el hermoso rostro del genio malvado. El dorso de la mano a sus espaldas se levantó lentamente hacia la máquina diferencial en forma de perro.

De repente, al final del pequeño callejón se escuchó una serie de pesuñas de caballo.

Habían interrumpido repentinamente a los sicarios. Un hombre al final del callejón trató de voltear la cabeza y de repente fue derribado por un disparo cuya procedencia todos desconocían. Esta repentina sorpresa provocó que los sicarios no pudieran reaccionar. Los movimientos de Lander se detuvieron y miró fríamente en la dirección del disparo.

"¿Extraños?", pensó casualmente. "Se lidiará con ellos en conjunto. Solo considéralo como mala suerte tuya".

Ni siquiera estaba agradecido de que el disparo furtivo de recién lo había ayudado indirectamente.

El que llegó era un hombre. Yacía agachado sobre su caballo, con una mano sosteniendo las riendas y la otra un arma, confiando en su alta velocidad para esquivar las balas que le disparaban mientras contraatacaba con fuerza. También era un tirador increíble, cada disparo aterrizaba sin falta.

Los dedos largos y pálidos de Lander ya estaban insertados en la boca del perro robot. Tenía la intención de matar a todos sin importar si eran amigos o enemigos. Odiaba el mundo de todos modos, casi no había criaturas que le interesaran. En ese momento, el jinete levantó la cabeza, sus ojos se encontraron accidentalmente con el joven científico. Las manos de Lander temblaron y la sangre se le precipitó a la cara.

Dios mío, ¿por qué es él?

En el segundo siguiente, Lander se avergonzó al descubrir que había ingresado el comando incorrecto. El perro mecánico pensó que el dueño quería que se mantuviera alejado, por lo que retrocedió a las profundidades de una esquina y escapó de su control.

El científico estaba completamente inconsciente de lo peligrosa que era la situación. Abrió los ojos de par en par, quedándose inmóvil en el lugar, sumergiéndose en la ansiedad y las preocupaciones de una sorpresa y un encuentro incómodo. Una bala había incluso logrado impactar en su pierna.

Lander se tambaleó al suelo y en un abrir y cerrar de ojos se deshizo de su más patética autoestima y espíritu rebelde.

"Solo mátenme a balazos", pensó. "Esto es demasiado humillante".

Pero normalmente despreciaba a Dios. En una situación como esta, por supuesto, no había ningún dios que escuchara sus plegarias. Siguiendo el sonido de las pesuñas que se acercaban, el otro hombre montó su caballo y eventualmente se precipitó hacia Lander según lo planeado.

El jinete pelinegro disparó tres tiros a la vez, agotando todas las balas. Entonces se agachó, estiró la mano y le dijo a Lander:

—¡Sube!

Lander tomó esa mano como si lo hubieran poseído. La palma del otro estaba tibia y seca, parecía tener algún tipo de electricidad extraña, una que le recorrió todo el cuerpo en un instante, por lo que se olvidó del dolor del disparo en su pierna y subió fuertemente al caballo.

El caballo marrón galopó por la caótica cuadra. Los sicarios caídos a lo largo de la calle y la peligrosa máquina diferencial en forma de perro, todo se quedó atrás. Lander levantó la mano experimentalmente y abrazó la pequeña, pero poderosa cintura del caballero pelinegro. Poco después, no pudo evitar subirse por el chorro y apretó un poco más.

"Dios mío...", pensó Lander como si estuviera de sonámbulo. "Debo estar soñando".

Cabalgaron durante mucho tiempo. El científico que no salía mucho perdió el sentido de la orientación rápidamente, por lo que ya no se molestó en evaluar la situación de su entorno y se enfocó en mirar la espalda de la persona ante él.

La espalda que extrañaba y anhelaba día y noche.

Por lo que Lander sabía, ahora debería pensar en por qué había aparecido aquí, por qué lo salvó de las manos de esa gente y adónde lo estaba llevando.

Sin embargo, en un momento, todos estos problemas tuvieron dificultades para entrar en el cerebro sobrehumano del científico. Los esquivó, con sus pensamientos descarrilándose, sin siquiera prestar atención a la pierna que recibió un disparo y había estado sangrando durante todo el camino.

No sabía cuánto tiempo había pasado antes de que el jinete pelinegro detuviera al caballo en el patio trasero de un pequeño pub.

—Ven —dijo el caballero pelinegro, saltando primero del caballo.

Lander lo siguió de cerca, a punto de bajar del caballo con un gesto galante. Sin prestar atención, sus rodillas se ablandaron y casi se cayó de bruces. El caballero pelinegro levantó la mano para sostenerlo. —Ten cuidado.

Lander percibió un leve olor a tabaco en su cuerpo, el que de repente le produjo un mareo difícil de describir.

"¿Es porque perdí tanta sangre?", pensó aturdido.

—Lo siento —dijo el caballero pelinegro—. Debí haber aparecido antes, una turba me obstaculizó y no pude irme. ¿Te encuentras bien?

La respuesta de Lander al otro fue una sonrisa. Al fin le había dado esta sonrisa como siempre había querido.

Parecía que el caballero pelinegro pensó que habló demasiado rápido. Se detuvo un poco, a un ritmo más lento, y repitió seriamente:

—Dije, ¿te - encuentras - bien?

Lander solo señaló su garganta, usando una expresión para transmitir que no podía hablar.

El caballero de pelinegro se sorprendió un poco. —Lo siento, no me hicieron saber quién necesitaba ayuda... Em, o sea, eres el Sr. Merck, ¿verdad?

Los brillantes ojos de Lander se oscurecieron. Lo reflexionó un momento y preguntó en lengua de señas: ¿Reconociste a la persona equivocada?

El caballero pelinegro yacía en silencio frente a él, intercambiando una breve mirada de ojos muy abiertos con el científico lamentable. —Lo siento de nuevo, no entiendo la lengua de señas —dijo después de un rato.

Lander atrapó su mano izquierda, la que tenía la cicatriz de una quemadura de medio centímetro de largo. La cicatriz que acababa de tocar con los dedos.

El caballero pelinegro cerró con suavidad la mano y la apartó casualmente. Su mano estaba fría, sus encantadores ojos negros permanecían bajos. Con la justa dosis de indiferencia y cortesía, dijo:

—No sé leer, tampoco escribir.

Lander se quedó estupefacto.

En ese momento, el arrogante científico era como una oveja perdida. Miraba al caballero pelinegro que tenía al frente con una apariencia algo lastimera.

El caballero pelinegro evitó su mirada, cediendo levemente el paso. —En cualquier caso, por favor entra primero antes de hablar.

Extendió la mano y tiró de Lander. Este estaba un poco tambaleante, comenzaba lentamente a sentir el dolor. Sus dedos pálidos no pudieron evitar tiritar.

Solo ahora el caballero pelinegro notó su pierna herida. Vacilante, se encorvó y dijo:

—Yo te llevaré.

Lander sintió que su corazón estaba a punto de saltar de su pecho. No sabía cómo se las arregló para trepar en la espalda del otro hombre. El dolor penetrante prácticamente desapareció en un instante, tanto su cuerpo como su corazón se habían adormecido.

—Parece que ni siquiera me he presentado. Me llamo Arno, Arno Hall, al que enviaron a ayudarte.

Arno.

Lander repitió en silencio el nombre en su corazón una vez, contemplando la espalda del caballero pelinegro con una mirada extremadamente gentil. "Desde luego que sé que eres Arno... pero, ¿ya no me recuerdas?".

Dijo con un sonido inaudible: "Me llamo Edward, Edward Lander, ¿no lo recuerdas?".

Toda la calle estaba envuelta en la barata atmósfera navideña.

Lander odiaba la Navidad.

Odiaba todas las festividades que parecían animadas, odiaba las multitudes ruidosas y rugientes, odiaba el olor mixto de la comida en los pequeños restaurantes, odiaba la sensación de estar rodeado de gente estúpida vestida de rojo.

Pero ahora, acostado sobre la espalda de Arno, de repente sintió que el himno desafinado en las lejanías era tan cálido. El viejo bolígrafo de pluma escondido en el bolsillo de su abrigo parecía irradiar una temperatura caliente.

Arno lo llevó a cuestas a través de la barra, con gente buena y mala combinada, dirigiéndose directamente al patio trasero. El ruido de la conmoción y el canto de la sinagoga poco a poco se volvieron distantes y solo quedó el sonido de las botas en la calle cubierta de nieve, lo que hizo que Lander retrocediera trece años.

También era un día de invierno.