Si bien parece que los músicos antiNapster sólo tratan de proteger su propiedad intelectual, en realidad están reaccionando violentamente a un fenómeno que les causa terror porque escapa de su control y porque parece anunciar el fin de una era y el comienzo de otra en la que todo el poder estará en manos de nerds y geeks, es decir de expertos, adictos y obsesivos de la computación. Por ahora Napster no es una amenaza a nivel masivo, aunque se puede intuir la magnitud de los cambios que tendrán lugar en el mercado del entretenimiento en un futuro cercano, cuando el acceso a alta velocidad a la red sea más sencillo, aumente la amplitud de banda de internet y haya alrededor de mil millones de cibernautas. La lógica de los enemigos de Napster es que si se eliminan o reducen notablemente las regalías que perciben los artistas por su trabajo, éstos perderán el interés en crear. Este razonamiento rabiosamente materialista y mercantil no es falso; eso sí, resulta difícil entender que la creatividad artística moriría sin el estímulo monetario. Entre los enemigos de Napster resulta muy significativo que se encuentren músicos rebeldes y contestatarios como el niño malo del rock industrial predigerido Trent Reznor (alias Nine Inch Nails), Tracy Chapman (quien hace poco le cantaba a la revolución), Ziggy Marley (cuyo padre seguramente se revuelca en su tumba), el rapero Puff Daddy (quien sin duda prefiere las pistolas a las computadoras) y, por supuesto, Sting (uno de los mayores oportunistas de la historia del rock y actual portavoz de la megacorporación Compaq y de la empresa de autos Jaguar), entre otros. La lucha en contra de Napster es el mejor ejemplo de cómo el idealismo que regía a la red se ha diluido en la ambición sin límite de la era de los dot coms o negocios en la red. Muy pronto, oleadas de inversionistas, yuppies y policías expulsarán del universo que les da sentido a los hackers, ciberpunks y demás cibernautas quienes, como los indios de Norteamérica, quedarán confinados en reservaciones digitales y cubículos corporativos desde donde prestarán sus servicios a las transnacionales voraces que están convirtiendo a la red en un centro comercial.