Filosofía

Ensayo de Marcos Jara Manzano

El ego de la mediocridad

De un día para otro, nieve en Madrid. Sí, podría parecer que este es un comentario más de esos que no paran de correr por la red en los que el evidente capitalcentrismo hace que un evento extraordinario en nuestra capital pueda parecer toda una odisea, siendo este el pan de cada invierno en otras zonas. Pero, aunque evidentemente que nieve en Madrid es una novedad, la situación en sí no es la cuestión a tratar. El objetivo de este ensayo, por otra parte, es hacer una humilde reflexión acerca de diversas cuestiones que, si bien ya se encontraban entre mis inquietudes, han aflorado ante esta ventisca. Estoy hablando del cambio climático y su negacionismo, el especialismo, las consecuencias de la hipercomunicación, la libertad de expresión, y muchos otros temas que trataremos abajo. Parece que la nieve ha sido motivo de carcajada y, cómo no, pavoneo, para todos aquellos insufribles negacionistas. Hijos de la conspiración y la soberbia, pretenden desde sus comentarios en redes sociales captar la máxima verdad y poder alardear de poseerla.

Como hemos dicho, ha nevado, y mucho. Esto ha provocado que los grandes pensadores de España se lancen, como hacen siempre, al comentario discreto, fácil, en el que, como es obvio, rebosa su sabiduría y alta comprensión. Estos grandes pensadores fueron los mismos que acabaron por calificar el cambio climático, que posee prácticamente total acuerdo en la comunidad científica, como “un invento progre para subir los impuestos”. No seré yo, ni mucho menos, quien pretenda entre estas líneas explicar el funcionamiento de dicho cambio, o avalarlo a través de un discurso argumentativo. No porque no tenga una opinión, sino porque precisamente eso es lo que tengo, una opinión abstracta acerca del contenido, llena de nociones básicas que de ninguna manera sabría desarrollar debido a carecer de una formación en dicho campo . No obstante, por otro lado, lo que sí creo poseer es una opinión concreta acerca de la cuestión del conocimiento. Opinión que está basada en mi fe en la ciencia como la mejor alternativa, y, por ello, me veo obligado a creer en el cambio climático, no como verdad absoluta, sino como aproximación a la misma. Si bien es verdad que no puedo defender el cambio climático, como ya he dicho, pues, yo no soy un científico formado en esa materia, lo que sí que puedo hacer, desde la capacidad de mi razón, la cual todo hombre sano tiene a su disposición, es defender la credibilidad de la ciencia como la mejor opción ante la toma de una decisión.


Esto no es, ni mucho menos, una defensa de uno de los fenómenos más polémicos de nuestro tiempo, a saber, el del fundamentalismo científico. No pretendo decir que la ciencia sea un manual de la verdad efectiva, o que por el hecho de que una serie de experimentos hayan dado unos resultados determinados, debamos tomar esos hechos como una norma. Nada más lejos de la realidad. El debate está abierto: como puede observar, atento lector, nos encontramos con dos bandos muy diferenciados. Por una parte existe un sector denominado negacionista, el cual pretende, desde su intelectual opinión, refutar hechos científicos a través del uso, frecuentemente, de la ironía o el débil sentido común. Pero, por otro lado, encontramos a un sector fundamentalista, responsables de mancillar la labor de la ciencia, pretendiendo, desde su saber especializado, dar una respuesta absoluta a cualquier tema. Estos dos extremos, como suele pasar, se tocan. Comparten la soberbia y el arrogante sarcasmo: el ego de la mediocridad. Pero el denominador común de su actividad es su visión acerca de la ciencia. Ciencia que, una vez más, está en el punto de mira.


“Este producto está científicamente probado” ¿Acaso no es esta una de esas frases que a todos en algún momento nos ha hecho gracia? Nos sale la sonrisilla de saber que nos están mintiendo, que, el marketing, desde sus miles de teorías inhumanas, busca persuadir a nuestra conciencia en busca de un argumento que nos convenza para comprar su producto. Y no niego esto, ni mucho menos, pero este evento es aquel que resume de mejor forma el peso que ha caído sobre la ciencia estos últimos años. Analicemos el fenómeno: Por un lado, desde la perspectiva negacionista, nace en nosotros la duda. Igual nos hemos comprado ese producto y ha resultado tremendamente ineficaz, o, simplemente, por astucia, el sentido común nos alerta de que el objetivo último de la empresa es vender su producto, haciéndonos ver que debemos cuidarnos de sus mecanismos de persuasión y abogar por una perspectiva más racional. Aquí es cuando el hombre astuto siente un fuerte placer, aparece tras esta tibia reflexión su sonrisa. Ha ganado el juego, ha sido más inteligente que el resto, más inteligente que esa “ciencia”. Propiamente tenemos muchos motivos para poder dudar de la fiabilidad de esos presupuestos científicos y, seguramente, tenga razón aquel hombre astuto que no se deja fiar por la publicidad, pues comprende los intereses de esta última y la falta de objetividad en sus “altamente testados”. Pero extrapolemos el problema. Surge un nuevo hecho inédito, lo llaman “cambio climático”. Esto supone que debemos reducir considerablemente nuestras emisiones de CO2 ya que hay evidencias científicas (no de un grupo reducido de científicos financiados por una empresa, sino de la universalidad de la comunidad científica) de que este perjudica considerablemente a la evolución climática de la tierra, causando un efecto invernadero que de aquí a unas décadas podría llevarnos a consecuencias catastróficas.


Que raro, vuelve a pensar este hombre astuto, el cual lleva a cabo, de nuevo, su uso del potente sentido común. Comienza a pensar que él, desde su perspectiva absoluta, no ha notado en ningún momento cambios de temperatura; es más, ¡pero si está nevando en Madrid! El mismo sentido común que encontraba contradicciones en la lógica publicitaria, refutada a costa de probar el producto y ver que su efecto no es el esperado, es el sentido que aparece ahora. Queda entonces el momento del placer, el cual antes asociamos a entender que la publicidad nos miente con el objetivo de vender. Hay un interés particular en la mentira, y en el caso del cambio climático, contiene un interés partidista. Lejos de mi el querer utilizar este ensayo para criticar a la derecha tachándola de escéptica. Si bien es verdad que el sector liberal-conservador se ha mostrado, a lo largo de la historia, mucho más reacio a esta evidencia científica del calentamiento global, no significa en absoluto que sea un rasgo propio de la misma. La propia izquierda socialista está basada en pretensiones de carácter no científico, como así lo es el materialismo histórico de Marx, o varios ejemplos que demuestran sus desligamientos del campo científico, como es el caso de la agricultura soviética de Lysenko. Por esto mismo, tomaremos dos posibles reacciones negacionistas, tanto de un sector como de otro.


Para empezar, el votante de derechas, liberal o conservador, habiendo superado esa fase del sentido común en la que se atiene a que el cambio no es verdad porque no lo nota o porque ha visto algún artículo que lo niega, busca ese interés del que hablábamos. Y, como no podía ser de otra forma, el-libre-pensador se echa las manos a la cabeza entre carcajadas cayendo en la cuenta de que es una invención por parte de la izquierda, cuyo progresismo tiene la hegemonía de lo políticamente correcto, para insuflar a nuestras empresas una buena dosis de impuestos, con los cuales poder llenarse las manos y bolsillos, a la par que empobrecen a la ciudadanía. Esto no es más que un invento del gobierno... como lo llaman ahora… ah sí, social-comunista, para atar de pies y manos al mercado, mientras ellos se enriquecen a nuestra costa. ¿Dónde está el cambio Greta? ¡No ves que nieva en Madrid, ingenua!


Pero la izquierda no se salva: Escéptica del mercado y el emprendimiento, ve en las empresas el reflejo de la publicidad; toda su actividad se basa en la explotación y el engaño, y para nada -ni se te ocurra pensar esto- las empresas fomentan una red de trabajo que constituye el tejido social más importante, mediante el cual, el esfuerzo y el riesgo se convierten en beneficio para el trabajador y, a la par, en servicio para el consumidor. No, evidentemente solo quieren eso, engañarnos. Y por ello no es de extrañar que las nuevas tecnologías estén detrás de todo este entramado. Al no poseer Europa prácticamente fuentes de petróleo, haciendo que nuestras potencias dependan necesariamente de países extranjeros, se ha ideado desde la hegemonía científica europea un plan mediante el cual se pueda sancionar a las energías que supuestamente contaminan.


Y en ellos, de nuevo, sale una sonrisa. Lo han descubierto, el entramado, la conspiración que subyacía. Puesta patas arriba por ellos. Pero no soportan ver como su chorreante conocimiento no es valorado por el resto, y eso les da rabia, deben alimentar su ego. Así es como se lanzan a las redes sociales, único lugar donde tendrán voz, y porque la tenemos todos, a dar explicaciones sobre sus teorías, intentando abrirles los ojos a la gente engañada. Y así, el resto, tan poco formados como él, acaban siendo seducidos. Al final, su teoría se basa en el más común de los sentidos, y la ciencia contiene explicaciones sumamente complejas, haciendo que el receptor caiga ante su encanto. Pues, como dice Hegel: «Se llama sano sentido común; este, que se tiene a sí mismo por la conciencia real sólida y genuina, no es, en el acto de percibir, más que un juego de estas abstracciones; y es siempre de lo más pobre allí donde cree ser más rico.»1 Así es como el soberbio economista que tanto sabe del mercado, en su pretensión de querer dar lecciones de todo, da una opinión estúpida acerca de una cuestión científica, pues su lógica, la económica, es la única que sabe, y en su cabeza es más normal que se trate de un entramado de intereses políticos o empresariales, que una serie de reacciones en cadena constatadas experimentalmente. Pero también es así como un filósofo es ministro de sanidad, o determinados científicos, desde su fundamentalismo, que ahora pasaremos a diseccionar, se creen capaces de abrir las aguas y poseer las tablas de la verdad.


El cambio climático sí da una explicación a este temporal de nieve, perfectamente desarrollada en un artículo del abc que dejaré en la bibliografía para aquel lector que le interese. Es por eso que el sentido común es tan peligroso, porque, a problemas complejos aporta soluciones fáciles que nada tienen que ver con la realidad. Y así es como, en pleno temporal, un par de personas empiezan a difundir que la nieve que cae no es nieve, y que lo pueden comprobar haciendo una bola de nieve, la cual queda negra y no derretida tras el calor de un mechero. De esta forma, este fenómeno incomprensible, que ante el fuego del mechero la nieve no se derrita y se ponga negra, el sentido común acaba por aceptar la propuesta de que no es verdaderamente nieve. Se trata, una vez más, de desconocimiento científico. El suceso es sencillo, el mechero no proporciona el calor suficiente como para derretir la nieve en el acto, y el color negro se debe al aspecto de los residuos que genera la combustión de los gases del mechero, de ahí también el olor raro. Pero esto es más difícil de pensar.

Por otra parte, es totalmente cierto que muchos artículos preveían consecuencias atroces, como el hundimiento de Holanda o Venecia, artículos científicos que han fracasado. Pero, sin ni siquiera poner en duda la veracidad de esos artículos, eso no justifica de ninguna forma que debamos ser escépticos con la ciencia. Si de verdad era ciencia, sus motivos tendrían para proclamarlo, y si han errado, en su error encontrarán su progreso.


Hablaba nuestro Ortega, en su célebre Rebelión de las masas, sobre el problema de la especialización. La cuestión es simple: Al ser cada vez más profundo el conocimiento, este se organiza en distintas ramas, las cuales a su vez se vuelven a organizar en más variantes, y así sucesivamente. Esto hace que dos mil quinientos años atrás Aristóteles pudiese contener en su cabeza todos los conocimientos científicos del momento, sabiendo de esta forma física, matemática, lengua, retórica o filosofía, pero que hoy en día difícilmente podamos encontrar una persona con más de dos carreras y, menos aún, experta en más de dos campos. Esto hace que el hombre medio sepa en profundidad sólo acerca de lo que ha estudiado, y que del resto de materias solo tenga una fina capa de cultura general que ha ido aprendiendo con los años. «El especialista sabe muy bien su mínimo rincón del universo; pero ignora de raíz todo el resto.»2 Ya no hay, como bien dice Ortega, sabios o ignorantes; ahora existe una nube de mediocridad en la que la mayoría sabe de algo, ignorando el resto.


La especialización en sí no es un problema, en mi opinión, pues es síntoma del vasto progreso de la especie humana y una dinámica natural del tiempo. Lo que para mi es un problema es que en la mediocridad el hombre intente abarcar lo que no puede. Ser mediocre no es en sí malo, pues ser mediocre es ser una persona media, como prácticamente todos somos. Nuestro problema, hombres medios, es que nos falta humildad. Incluso el más excelente de los intelectuales no puede tomarse el permiso de dar su opinión en forma de lección sobre algo de lo que no sepa, y eso es lo que yo quiero denunciar. Tomen a Antonio Escohotado, que, siendo filósofo, se declaraba abiertamente marxista, filosofía que no puede ser entendida sin la realidad económica. Y precisamente esto le pasaba a Escohotado: sabía de Hegel y gustaba de Marx, pero no sabía nada de economía. Pero, como buen ejemplo a seguir, su trayectoria no quedó marcada por una simple verborrea que desde su etiqueta de intelectual se tomaba el permiso de dar clases de lo que no debe. Estudio y se especializó, y desde el saber y el conocimiento instruyó y declaró. La economía es un caso muy especial pues, parecería que estuviera diciendo que Escohotado salió de la mentira socialista a través de estudiar economía, que es lo que él mismo afirma, pero ni mucho menos pretendo defender yo. Escohotado, una vez fue formado, tomó partido de una opinión construida de forma sólida, muy distinta a la abstracción de su juventud. Pero como toda ciencia humanista, el camino hacia la verdad está generalmente más abierto a la discusión y a la opinión que en otras formas de ciencia, lo cual hace que perfectamente un economista bien formado pueda defender presupuestos marxistas. La diferencia sustancial es que al especialista le avala su formación, puede argumentar de forma sólida, lo que llamábamos antes, tener una opinión concreta; mientras que el ignorante tiene una opinión vacía, abstracta.


Por ello, volviendo al cambio climático, es estupendo que muchos, como estudiantes de derecho o de matemáticas hayan visto un video en el que se refuta este fenómeno y que además demuestra que la tierra es plana; pero desde la racionalidad debemos admitir la evidencia científica como la opción más fiable. Pero, ¿por qué? ¿Esa misma ciencia que decía que iban a haber 2 o 3 casos de coronavirus en España? No. La ciencia unida a la política puede ser la peor de las armas. Uno de mis ejemplos favoritos es el de Donald Trump. ¿De verdad creéis que le importa si el cambio climático existe o no? La lucha de Trump está fijada a una cuestión de hegemonía. A Estados Unidos, cuna del neoliberalismo, no le interesa poner restricciones o impuestos sobre las energías contaminadoras, pero no es tampoco culpa de Trump, es que el pueblo estadounidense es un pueblo tan materialista (el europeo en cierto modo también) que vive solo en el ahora, y esto hace que lo que pase de aquí a dentro de 100 años les de igual, no se puede arriesgar la capacidad productiva o ganar menos por algo que no es tangible. Pero gracias a Dios la ciencia es un fenómeno universal. Insisto, volviendo a la COVID-19, no me voy a meter en si el virus lo creó china, es mentira, o que el presidente de la OMS es cómplice. Lo que es un hecho es que hay un virus, y que la ciencia, básicamente porque sabe como funciona a base de prueba y error, es mejor alternativa que beber lejía porque un personaje público lo diga. La ciencia no tiene la verdad, y esa es su esencia, lo que Popper designó como falsabilidad, la capacidad de ser refutada. Quizás mañana la OMS comunique que la mascarilla no sirve para nada ¿Significa eso, acaso, que no debemos fiarnos de la ciencia? No, claro que no, porque beber lejía no tiene fundamento alguno, y llevar mascarillas, aunque se descubra como un método ineficaz, tenía un fundamento que lo mantenía. Por eso, si en un futuro se descubre que el cambio climático es una farsa, no será una hazaña de los negacionistas en ningún momento, qué más quisieran, ¡sería una hazaña de la ciencia! Pues, el argumento del negacionista pocas respuestas tiene si la ciencia no lo ha comprobado aún; en cambio, que la ciencia avance descubriendo su falsedad, es el descubrimiento de un error que nos hará progresar grandiosamente. Por eso hay que tener fe en la ciencia sin hacer de ella un dogma. Aquellos insulsos científicos que lo reducen todo a su disciplina no comprenden en absoluto la naturaleza humana.


La ciencia no es un saber absoluto, es un saber humilde. Por eso, por otro lado, quien diga por ejemplo que la vacuna del coronavirus no es dañina porque lo dice la ciencia, niega la evidencia científica de que una vacuna no se había creado nunca en menos de 4 años, siendo esta creada en menos de 1. ¿Quiere decir esto que la vacuna no es eficaz? Ni mucho menos, no seré yo quien refute la evidencia, precisamente porque no soy quien. Ahora bien, de ahí a que pueda llevar a cabo una valoración acerca de los beneficios y perjuicios de la vacuna y resulte, en mi opinión, perjudicial, es otro asunto. De nuevo, lo que hay es fe en la vacuna, no certeza. Pero una fe racional basada en hechos. Si no me pongo la vacuna nunca será porque piense que no me va a hacer efecto. Será porque valorando la mortalidad del coronavirus, la cual es extremadamente baja, y los posibles efectos secundarios que podría ocasionar, como toda vacuna, puedo llegar a ver innecesario el ponérmela.


En resumidas cuentas, y ya para acabar, el hombre tiene a su disposición una capacidad extraordinaria para comunicarse hoy en día, pero a la vez un sentido común que lo traiciona, y un ego que le lleva a imponer su forma de pensar. El ego del mediocre. La soberbia de querer tener la llave que abre todas las puertas. Como ya he dicho, la ciencia es un saber humilde, y el conocimiento requiere modestidad. Por eso, el objetivo no es acabar con la mediocridad, es acabar con ese ego. Es ese saber socrático que parece que se nos ha olvidado. Sólo sé que no se nada reafirma nuestra mediocridad, sí, pero no alimenta el ego con ilusiones. Tampoco es una defensa a un conformismo mediocre. Si se busca la excelencia hay que pelear por ella, pero no se puede pretender salir de la ignorancia desde el sofá. Estos tres factores constituyen un peligro social que no se cura con la privación de derechos, sino que se cura con la educación. Comprender que si el 0,0058% es el porcentaje de científicos que niegan el cambio climático, y que tras de sí hay cientos de miles de artículos de especialistas que coinciden en una opinión por medio de unos hechos, lo cual nos lleva a la evidencia, hace que, por mucho que a ti te parezca que es más fácil de comprender que es una mentira del gobierno antes que un complejo entramado de reacciones y sucesos, el mundo pueda avanzar de forma informada, racional y eficiente. Negar a la ciencia es cometer los errores del pasado, es no aprender de ellos, es no entender que la opinión no basta para decir misa, y que el mundo afirma la irracionalidad. Los hombres medios, que si ha entendido este humilde texto, querido lector, somos en resumidas cuentas todos siempre que entramos en contacto con un tema que conocemos superficialmente, debemos asumir nuestra incapacidad para dar una respuesta sin formación, debemos acabar con nuestro ego y soberbia, y tratar a la verdad desde una perspectiva socrática.



Marcos Jara, La Tertulia

10 de enero del 2021



Bibliografía