El origen del tatuaje no está claramente establecido, ya que se hay indicios de origen en distintos sitios, pero practicando diferentes técnicas de grabado. Desde el período Neolítico ya se observaron los primeros signos de tatuación en humanos, concretamente en la zona euroasiática (en concreto en Siberia), esto es hace más de 6.000 años atrás.
Posteriormente, en la cuna de la Henna, Egipto, las mujeres se tatuaban como símbolo de posición en la pirámide social. También muchas momias se tatuaban en pro de ciertos beneficios en la siguiente vida.
Casi de forma paralela, los celtas y los nórdicos se tatuaban para mejorar los resultados en la batalla. Proporcionaba valor a aquellos que luchaban y debilitaba la moral del enemigo, causando gran temor en sus rivales. También en la cultura azteca se tatuaban, por ejemplo, los niños, para rendir tributo a ciertos dioses.
Más tarde en la Edad Media e influida por la creciente mentalidad católica, ciertos reinos llegaron a prohibir los tatuajes, ya que estos se percibían como un acto de mutilación al cuerpo brindado de forma natural por Dios. Esta prohibición duró hasta pasado el siglo XVI.
El movimiento del tatuaje vuelve a resurgir en el siglo XVIII, a manos de los colones ingleses, significando este el comienzo de una nueva etapa para el tattoo. En dicha época predominaba el comercio mediante rutas marítimas y, fueron los marineros los que fomentaron el uso de tatuajes extraídos de nuevos y exóticos pueblos y tribus, como Nueva Guinea, Tahití o Samoa.
Otra etapa significativa en la evolución de estos es la Guerra Civil de los EEUU, donde aparece el primer tatuador de oficio.
Hoy en día, impulsado por la creciente libertad de expresión en todo el mundo, el tatuaje se ha establecido como una práctica habitual en cualquier individuo. Es considerado un fenómeno mediático que resulta perfectamente de la evolución de su propia historia y que permite que cualquier persona exprese sus pensamientos, sus emociones y su arte a través de su propio cuerpo