Suele decirse que con la llegada de los primeros nietos uno descubre lo que es el amor verdadero. Es un vínculo que va más allá del legado de la sangre, es la unión entre dos generaciones que dejará una huella emocional permanente, porque no hay nada más satisfactorio que “ser nieto”, y después, “ser abuelo”.
A su vez, con la llegada de esos nuevos miembros a la familia se reformulan las relaciones entre los padres y los hijos: si antes era maravilloso ser madre, ahora la satisfacción se ve incrementada al ser madre de una madre o padre de un padre. Es una etapa más en nuestro ciclo vital donde todos podemos enriquecernos, limar diferencias y estrechar aún más nuestros lazos.
La llegada de los nietos y la creación de nuevos vínculos
Entre cada abuelo, padre y nieto se conforma una interesante trama generacional en la que cada uno va a tener que definir su posición. A día de hoy, todos tenemos muy claro que los abuelos son fundamentales en el bienestar de sus nietos, no obstante, siempre aparece la duda de si también ellos “tienen la obligación de educar”.
Sabemos que en una sociedad todos somos responsables últimos de la educación de las generaciones que vengan, empezando por los propios padres, la escuela e incluso los medios de comunicación. No obstante, los abuelos cumplieron ya su labor de crianza con nosotros, y ahora, con los nietos, merecen sin duda desarrollar un papel más relajado, basado en el cuidado y en ese legado emocional indispensable.