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Las obras actuales nos incitan a entrever el proceso creador, esa agónica que se debate entre las opresiones y las coerciones exteriores e íntimas. La obra artística es el fruto de esta lucha, es el resultado de la liberación. Lejos quedaron, perdidas en el naufragio, insinuaciones y guiños extraños y comprometedores, falsos destellos y en ocasiones hasta tiranías y servilismos que manipulan el resultado artístico y llegan a doblegar la sinceridad del creador. Esta actitud independiente tiene una denominación limpia: autenticidad. ¿Cómo no estar de enhorabuena al encontrarla?. Más tenaces y ahogadoras son esas opresiones de dentro, maraña de devaneos y dudas, y así hasta el hallazgo. Creo que en la pintura de Rafael Fernández, entre esas opresiones íntimas las que me refiero, está la de quien puede lograr la obra perfecta y depurada, pero que le obligara a exclamar un "no es eso, no es eso”. Ese vencimiento, esa liberación nos permite ahora el encuentro de una renovación en su pintar; estos cuadros son una de esas primicias que únicamente concede la madurez, la sapiencia. El atormentado trabajar explica la tonalidad sentimental apasionada de sus cuadros, sin destruir formas, pero deformando. Y es que la conciencia de las cosas se le expresa bajo la violencia y-espesor de los colores incluso llega hasta eximirlos de la propiedad del tema, de la anécdota: matorrales, arbustos de secano, cantiles y costaneras, montañas en iejana….Antiguos y hermosos paisajes en tomo a Denia bajo una claridad -en ocasiones- sensual y detenida. Es la emoción la que ha recompuesto los espacios y la intuición la que va dictando las pinceladas.

Completan la exposición esos bodegones -tema que siempre constituye una prueba- de composición acertada y colores en sazón. Y esos cuadras de figuras humanas perfiladas, seres que abatidos por la luz agria del ventanal reducen su dolorido sentir bajo una común soledad, tal vez bajo una común esperanza.

No es en punto alguno aventurado el convencimiento de que aquella expectación, aquella exigencia que antes mencionaba, quedan cumplidas en esta exhibición de Rafael Fernández.

Eduardo Alonso

Como ves, se puede insertar un pie de foto

"La obra de Rafael Fernández, vista en conjunto, ofrece lecciones de tratamiento matérico en relación con la luz y la coloración. Son paisajes distintos, con climas diferentes y ambientaciones diversas. Es como si Rafael Fernández, sin duda un profesional con mucha técnica, quisiera que cada cuadro muestre las formas y las formaciones, los tonos y los acentos, que exigen las realidades o las intuiciones expresadas.

Rafael Fernández pinta la luminaria mediterránea desde su orilla. Ello significa que se aparta del amaneramiento sorollesco para entrar de lleno en las circunstancias cambiantes. Tierra madre; suelo fértil; verdores. Y rocas de edades con distancias y acercamientos, con arboleda y yerba. En alguna ocasión unas construcciones blancas se destacan en el blanco del soporte y su dibujo queda en la intemperie, mientras que la coloración escueta se manifiesta. Otras, la espesura se impone y mil trazos cortos, apuntes cromáticos, señales configuran la pradera. Fernández ejerce su magisterio y , en su saber, derrocha ingenio. Por eso, sus cuadros interesan, se quedan."

José Pérez Guerra

"Desde Valencia, este profesor de dibujo nos trae sus cuadros de temática fundamentalmente referida a los paisajes y a la figura humana. Pintura luminosa la suya; aunque a veces deslumbrante y de estentóreo cromatismo, con clara inspiración "fauve” en los recursos de contraste de los colores puros, y en otras ocasiones se apague su paleta, sin perder luminosidad, con entonaciones agrisadamente austeras cuando representa figuras con argumento. La misma disparidad de propósito en cuanto a la representación formal, se aprecia en estos cuadros: desde académicamente irreprochable, a las estructuras geométricamente interpretadas, pero siempre dominadoras del dibujo, de la perspectiva y de cuantos problemas se derivan de la composición figurativa, más o menos deformada según los distintos criterios con los que Rafael Fernández realiza sus versiones del modelo."

Cayetano Molina

‘Siguiendo una tradición en la pintura levantina, levanta este artista en cada una de sus obras un monumento al color y coleando. Si es cierto, como afirman los científicos, que el color viene producido por la vibración de las ondas luminosas, me imagino que las que parten de estos lienzos deben tener una agitación rayana en e paroxismo. El paisaje revienta en mil fragmentos de color encendido, como una bomba de fuegos artificiales; las formas a veces muy esquemáticas, se agitan impulsadas por el huracán cromático. Rafael Fernández fustiga, hasta enloquecerlos, a los alegres corceles de su paleta, los lanza a desbocarse por los anchos campos, a saltar vaguadas hasta perderse extenuados en las sierras lejanas y pálidas. Parece que el pintor estuviera poseído por un jubiloso éxtasis, por una embriaguez vital, pero no hay peligro de vuelco: es áuriga experto y sabe sujetar los colores para que compensen y equilibren sus bríos. A la postre las mil manchas de pigmentación violenta van relatando ordenadamente el tema, con el énfasis rimbombante de una obertura wagneriana.

Como complemento a la vorágine de sus paisajes, se recrea el artista en las elegantes suavidades del desnudo femenino; no falta en estos cuadros el esplendor carnal del cromatismo, pero aquí aparece emergiendo sobre el agrisado entorno de los interiores.

Antonio Díaz Bautista

"Treinta años hace que yo vi los primeros cuadros de Rafael Fernández. Era en Valencia, y en tiempos en que el sorollismo era la bestia parda de los jóvenes. La exaltación colorista del valenciano se curaba con rigores geométricos (desde Mantegna a Vázquez Díaz) y austeridades de paleta oscura (Pinazo, estrella que ascendía para los artistas jóvenes). Rafael pintaba entonces en grises plateados, mesurado, huyendo de la propensión levantina al "pensat i fet". Creo que, por su arte incipiente, poseía más elegancia que vigor. Por todo ello, me costaba casar la imagen pasada con la presente. (...) Aquellos grises han saltado por encima del luminismo, para caer en las exaltaciones cromáticas del fovismo. Un fovismo que no inventa nuevos colores a las cosas, sino que intensifica los que poseen, y busca el encanto de la pasta en carne viva, gozosa y pagana. Y que -verdadero fovismo- se apoya en el toque violento, como si el artista pintase bajo el imperio de la exaltación. Paisajes y naturalezas muertas son la mayoría de las obras expuestas, entre las que no falta la figura humana. Creo que es en el paisaje donde alcanza las más altas cotas, porque Rafael Fernández es, sobre todo, un colorista, y se erige en protagonista de la obra. He aquí un artista que prosigue la tradición de la pintura levantina, sin nostalgias inútiles, poniendo al servicio de su amor a la luz y los tonos de su tierra, todo lo que el arte contemporáneo ha aportado.

José Hierro

Para Rafael Fernández la figura es algo más que cuerpo, algo, mucho más, que una sopesada y armoniosa conjunción de contornos- s y encarnaciones. Hay, en la figura que muestra Fernández, todo un mundo oculto, toda una vida interna, escondida, latente y lacerante, que pone en situación, al que la contempla, de hacerse solidario con la pena y la angustia, el dolor y el problema que acucia a la figura, al ser representado o, mejor, al grupo de seres que conviven, quizás sin comprenderse, en este mundo creado por Rafael.

Como corresponde -al menos complementa- a la problemática de sus figuras, el color se hace grave, austero, sobrio.

Como compensación a ello, en el paisaje deja volar su fantasía. Junto a una temática de mares velados, montes que se esfuman, campos inmateriales, en que el color se hace transparente y pálido, nos dice, en su bello lenguaje, de otros paisajes de fronda y vegetal, en que los verdes son estallantes, como estallantes y apasionados son los rojos de una floración exuberante.

El bodegón lo resuelve con pincelada firme, a base de aristas superpuestas, que dan a la forma sensación de materia endurecida, de materia trabajada a golpe de cincel.

En esta muestra, que resulta interesantísima, Rafael Fernández demuestra sus dotes, sus grandes dotes de hombre observador y sensible, junto a un oficio de maestro y una estilística depurada.

Carlos Valcarcel

La pintura de Rafael Fernández es una pintura encendida, especialmente luminosa por derroche de vivos colores, la pureza de los cuales recuerda la intensidad "fauve". Con dominio del dibujo para la representación sustancialmente figurativa, su técnica se caracteriza por la ejecución espontánea, de pinceladas suficientes con gruesos empastes, sin rectificaciones ni retoques, y con un calculado ordenamiento para el resultado inmediato del efecto pretendido, dejando al descubierto, como prueba de esa espontaneidad, la imprimación del lienzo. Abundancia de pigmentaciones de llamativa intensidad en la temática del paisaje, que se hace menos pródiga y contenida en los temas de figura humana, por agrisamientos unificadores de la composición.

Cayetano Molina

Rafael Fernández, pintor granadino, expone 18 obras, entre óleos y acuarelas. En todas luce un gran optimismo cromático. Un ambiente luminoso de apasionada exaltación colorista envuelve las pinturas de Rafael Fernández, con tendencia expresionista en algunas de las figuras y composición. Así sus espléndidos paisajes, como sus bodegones, son altamente decorativos y en esta tendencia está su mérito principal.

Con tan brillante papeleta, puede esperarse mucho de este notable pintor andaluz, que ha conquistado éxitos en muchas exposiciones nacionales y extranjeras.

Luis Torres

Lo primero que se advierte es la predilección que el artista siente por los temas paisajísticos, que adoba de un intenso y variado colorido, en el que tienen cabida los más diversos tonos cromáticos, aunque hay un claro predominio de los fuertes: azul, rojo intenso, amarillo o, verde... destacan sobre la sierra, el campo labrado o el rio que se pierde entre los árboles. Y los paisajes pintados de Rafael Fernández no son un fiel reflejo de la realidad, en cuanto troca caprichosamente el colorido; lo emplea, en cuanto le sirve para suscitar una visión casi salvaje de esa realidad que ha plasmado en sus obras.

No dibuja apenas, aunque domina el dibujo. No se detiene a retocar la roca inamovible o las ramas fustigadas por el viento, Recoge en sus lienzos todo el contorno, todo lo que su vista abarca sin descender al detalle.

Frente a esta explosión de color, Rafael Fernández también presenta algunos cuadros de una temática y cromatismo totalmente distintos. Frente al paisaje, ha colgado algunas escenas de la .ida doméstica y rural, cargadas de intenso patetismo. Son como escribe en el catálogo, "escenas rurales, de hombres marginados o incapacitados, sus mundos de pitillo, estancados como un banco de duro asiento y duramente; se acertaron sus miradas y se convierten en melancolía serena". Las obras de este corte se muestran inmersas en una azulada neblina, que lo envuelve todo, inmersas en un mundo de cauto colorido.

Y por encima de todo, para el pintor importa la luminosidad, la bocanada de luz que penetra por el ventanal o el sol que desde el cénit ilumina todo el paisaje.

Pedro Soler