La “bis-bis" –así es como la llamaban mis hijas o sus bisnietas– fue una mujer muy independiente y moderna, a la vanguardia de su generación y de su género; no solo en España sino universalmente. Después que, lejos de su casa, termina el bachillerato en la I.L.E. de Madrid, opta por una profesión socialmente útil y personalmente gratificante capacitándose para la educación de niños sordo mudos y ciegos, habiendo ya dominado los conocimientos, destrezas y gracias esperadas de señoritas de su tiempo: piano, canto, baile, conocedoras de la literatura clásica española y universal y de la cultura en general, e hilo, punto y costura, etc.. No me cabe la menor duda de que hubiera preferido matricularse en la Facultad de Derecho, como su hermano Rubén, o en la Facultad de Medicina si esas opciones universitarias hubieran existido para ella. Mientras estudió, trabajó como asistente de laboratorio para el reconocido matemático pacense Pedro Carrasco Garrorena (Badajoz, 17 de noviembre de 1883; México D.F., 22 de octubre de1966) en el Observatorio Astronómico de Madrid, en el llamado castillito ubicado en el Parque del Retiro. Ahi pulía lentes y ayudaba a mantener en orden el laboratorio; lo que le brindó cierta independencia financiera y mucha autoestima. Su propósito de vida iba encaminado hacia la profesionalización y la autosuficiencia que su capacitación ofrecía. Esto la distinguió de las otras señoritas que vivían en la Residencia de Señoritas de la Calle Fortuny.
Una vez casada con Xohán Vicente Viquiera y viviendo en Galicia, aprende mecanografía empleando una de las primeras máquinas de escribir, una Blickensderfer portátil que aun ronda por un fallado (desván en gallego) de la Quinta de San Victorio en San Fiz de Vixoi. Ayuda a su marido a transcribir algunos de sus escritos y traducciones, entre ellas Tres diálogos entre Hilas y Filones de Berkeley (publicada en Madrid, 1923). La pareja con su primera hija –Luisa– se desplaza a París en 1920 donde Xohán Vicente amplia estudios en el campo naciente de la psicología infantil y recibe tratamiento médico para su dolencia ósea. Fue, decía Jacinta, una especie de luna de miel retrasada después de su matrimonio en 1917. En París, en plena ebullición cultural después de concluida la Gran Guerra, visitan museos y van al teatro, especialmente a conciertos. La abuela recordaba con regocijo la oportunidad que tuvieron para disfrutar de una interpretación fabulosa del Der Ring des Nibelungen en el Palacio de la Opera; ambos eran entusiastas de la música de Wager, separándolos de gustos más convencionales. Por cierto, dispongo del pasaporte expedido por el gobernador civil de la provincia de la Coruña, acreditando a Don Vicente Viquiera López ante las Autoridades y Representantes diplomáticos y consulares de España en Francia… con el objeto de hacer estudios de filosofía en compañía de su esposa Jacinta Landa Vaz y su hija Luisa de 2 años, con fotos de los tres y huellas digitales de Xohán Vicente. En el reverso va la visa del Vice-Consulat de France en Galice et Léon a Vigo con todos los sellos de entrada y salida, etc.: entran a Francia el 12 de junio y regresan a España, via Endaye, el 11 de julio, 1920.
En 1924, después de apenas siete años de matrimonio, fallece Xohán Vicente dejando a Jacinta sola con tres hijos menores; ni su familia, su padre falleció en 1923, ni los Viquiera y López pudieron ayudar mas allá de ofrecer apoyo moral. La abuela recordaba con ternura como su suegro, Juan Vicente Viqueira Flores-Calderon, militar jubilado, fue quién hizo más presencia durante esos difíciles años. Las próximas dos décadas las vivirá como madre soltera, dependiendo casi exclusivamente del ingreso que pudo generar por su propios esfuerzos. Sus años con Xohán Vicente, que vemos como tan definitorios, fueron en realidad un instante fugaz de su larga, casi centenaria, existencia. Se capacita como matrona y, en efecto, trabajó para el Dr. Manuel Varela Radío (Pontevedra, 15 de diciembre de 1873; Madrid,13 de diciembre de 1962). Mis dos hijas mayores –Carmiña y Sira– nacieron en Madrid bajo el cuidado del Dr. Manuel Varela Uña quién nos relató con frecuencia la gran proximidad, personal y profesional, que existió entre su padre y Jacinta Landa Vaz. La abuela trabajó con Varela Radío al mismo tiempo que el Dr. Urbano Barnés hacía su residencia médica con él. Barnés, en México, también recordaba con mucho placer los tiempos cuando él y Jacinta atendían las pacientes del Dr. Varela. Fue durante esos años que la abuela se unió a las fuerzas feministas españolas, haciéndose miembro fundadora y activa del Lyceum Club Femenino Español. Esta etapa de la biografía de la abuela es, para mi, como la de un personaje sacado de las páginas de una novela de Henry James en transición a su ubicación en una obra de teatro de Ibsen, un transito desde la vida y sociedad del Siglo XIX al modernismo incierto del Siglo XX.
En poco tiempo se levantó con sus propios esfuerzos y se erige como una innovadora en el campo de la pedagogía fundando y dirigiendo instituciones y enseñando a niños. Sus métodos de pedagogía práctica llaman la atención, tanto a nivel nacional como internacional, y atraen a inversionistas y ciudadanos interesados en ampliar opciones, privadas y laicas, en España para la educación de niños. Crece en estos andares hasta el estallido de la guerra en 1936. Durante los años de guerra se dedica completamente al cuidado, protección y educación de niños desplazados por el conflicto, muchos de ellos huérfanos. Basta recordar como, al finalizar la guerra, sale a Francia acompañada de más de un centenar de niños que entrega a los Cuáqueros, con quienes había trabajado.
Van algunas anécdotas del tiempo cuando quedó encerrada en Galicia sin una perra gorda con una tropa de hijos, sobrinos y amigos que veraneaban ahí durante el verano del 1936. Mantuvo un régimen escolar en la Quinta de San Victorio para mantener a los niños ocupados y distraídos del tumulto, a la vez que avanzaban con sus programas formales de docencia. Logró reclutar la ayuda de vecinos, amigos y comerciantes locales para subsistir; entre ellos Ultramarios Koesler, ubicado en la Rúa Real de La Coruña, quien le abrió una linea de crédito a sabiendas de que la cuenta posiblemente nunca quedara saldada. El matrimonio Koesler, a quien conocí en los años 60 todavía en su tienda de ultramarinos, se acordaba con cariño y orgullo de esos acontecimientos y del hecho de que la cuenta quedó saldada poco después de que Jacinta logró regresar a su lado de la contienda. Los Koesler, por cierto, siguieron apoyando con crédito a Luisa López Viqueira, nuestra bisabuela, y su hija Maria Luisa durante y después de la guerra. Y la abuela, ayudó a esconder en los fallados de la Quinta y luego a escapar a varios vecinos –campesinos– perseguidos por la Guardia Civil y falangistas; en particular a Chus de Farragús, hermano mayor de Chinto o Carpinteiro quién acabo en Argentina después de que su familia logró meterlo a escondidas en un barco en La Coruña con destino a Buenos Aires. Según va la historia, la madre de Chus vino a la quinta una mañana temprano con una cesta para ropa en la cual se acurrucó el joven y lo cubrieron con sábanas de la casa y un paño; la madre procedió a salir de la aldea a otro lugar seguro con el hijo en la cesta sobre su cabeza.
Ya en México, con 44 años de edad, y unida a Casimiro –casados en 1948; dispongo del certificado de matrimonio en el cual figuras como testigos Rafael Rodriguez, Annie, Jacinto, Angel, Carmen y un tal Luis Zárate– la abuela asume tareas domésticas mientras esperan el retorno a España que nunca se dio. Pero las tareas domésticas, como siempre, no fueron fáciles. La unidad doméstica contiene sus tres hijos mayores –Luisa, Jacinto y Carmen–, una sobrina menor –Carmen la Chica– y las dos hijas de Casimiro –Matilde y Mari Carmen– también menores; además, la presencia intermitente de su hermano Rubén y su cuñada Maria Luisa. Sus tres hijos se casan muy jóvenes –mi madre Carmen con apenas 18 años– y pronto se agregan 6 nietos –Armando, Rafael, Juan Vicente, Luis, Manuel y Enrique– sobre los cuales asume considerable responsabilidad. Mis recuerdos de niño menor de 10 me sitúan con mucha frecuencia en la Calle Atenas 31-401, donde los abuelos vivían, en compañía de mis tres primos Rodriguez Viqueira. De hecho, los cinco primos nos criamos casi como hermanos bajo la tutela de la abuela mientras nuestros padres trabajaban o estudiaban. También, todos pasábamos con ella la temporada de Navidades en Cuernavaca, en un apartamento que tenía alquilado ahi. Durante estos años la abuela mantuvo unida a la familia a pesar de considerables desavenencias políticas y personales. Durante muchísimos años una gran parte de la familia –siempre todos los primos– se reunía los domingos en su casa, y periódicamente salíamos juntos al campo o al Parque Mundet armados con tortilla de patata, carne empalizada y naranjas preparadas por ella. Sospecho, además, que mantenía una intensa vida social entre sus muchos amigos también refugiados en México.
En 1954 Jacinta y Casimiro se mudan a la casa que construyeron en los Jardines del Pedregal, Crestón 112, entonces en las afueras de la ciudad de México, en condiciones de extremo aislamiento. La abuela, siempre una buena corresponsal, desarrolla una intensa vida epistolar con parientes y amigos en España –a mi entender, toda esta correspondencia se perdió o está dispersa– y dedica una gran parte de su tiempo solitario a la creación de un extenso jardín privado con huerta que contiene muchos ejemplares botánicos de significación emocional para ella: un magnífico fresno, una elegante magnolia grandiflora, un laurel tan grande como los de Galicia, un naranjo sevillano y un membrillo, con los cuales confeccionaba mermelada agria y dulce de membrillo, mimosas, camelias y toda clase de hiervas aromáticas –romero, tomillo, orégano y menta– y muchísimas otras plantas del viejo mundo acompañadas de algunos de sus preferidos árboles y flores americanas –jacarandas, pirules y bugambilia–. Un gran jazmín, enredado en los balcones, perfumaba el contorno de la casa, en particular el balcón de su recámara desde donde presidía sobre su jardín. Lamentó que nunca logro introducir con éxito ejemplares de toxo, retama, jara y quiroga –brezo– pero lo compensó con muchas otras plantas que le fueron misteriosamente llegando a México. Gran amiga de los animales, la casa del Pedregal siempre tuvo una nutrida población de gatos, perros, gansos, conejos y palomas. Caviló que una o dos ovejas ayudarían a mantener el césped pero nunca lo llevó manos a la obra. Al fondo del jardín construyó una casita con la ayuda de Demetrio, un carpintero extremeño que ocupábamos los Palerm Viqueira durante nuestras estancias vacacionales en México y que eventualmente se convirtió en la residencia permanente de tío Rubén y tía María Luisa; después la ocupó Luisa Viqueira que unió su soledad a la del poeta malagueño, Emilio Prados, con quién frecuentemente conversaba durante horas por teléfono. Fue, además, como mecenas del pintor Arturo Souto de quién compró cuadros, especialmente cuando este se encontraba en dificultades económicas y pedía auxilio de los amigos; como resultado, la casa del Pedregal estaba adornada con obras del pintor gallego.
Regresó a España en múltiples ocasiones pero siempre de visita, aprovechando los viajes para pasar temporadas en Madrid, Badajoz y la aldea en Galicia. Durante esos viajes fue cerrando asuntos privados y públicos que habían quedado pendientes por el exilio. Su primer viaje fue en 1962 con Jacinto Viqueira y el último en 1973, a los 79 años de edad, cuando hace entrega de los papeles de Xohan Vicente a la Fundación Penzol. Entre estos dos viajes fue a España al menos 3 o 4 veces más, con seguridad en 1965 y1967. Durante sus visitas a la aldea, a la Quinta de San Victorio, se dedicó por las noches a revisar toda su vieja correspondencia, y la de Xohan Vicente, separando lo que le pareció interesante conservar y quemando el resto en la chimenea de su habitación, cuya galería también presidía sobre el jardín y huerta de la Quinta. Lo que conservó fue lo que recibió la Fundación. Sospecho que hizo lo mismo en México con su acerbo epistolar con una multitud de corresponsales, muchos de ellos personas de importancia cultural y política. En Galicia me decía, mientras rasgaba a la mitad las hojas de papel tupidas con texto y las echaba sobre la lumbre, a nadie le importan ni les deben importar estas cosas mías. Durante su último viaje, en 1973, se quedó con nosotros en nuestro apartamento en Madrid ubicado en la Avenida Mendez Pelayo 67, a un lado del Parque del Retiro y solo a unos pasos del lugar donde tuvo su primer empleo con el Dr. Carrasco. Fue una visita memorable pues durante un mes desfiló diariamente una multitud de personas –amigos de generación, ex-alumnos, camaradas, parientes próximos y lejanos, y muchas personas cuyas vidas tocó de manera definitiva– que venían, a la vez, a saludarla y para despedirse. Ella había advertido de antemano que este sería irrevocablemente su último viaje a España. Por las tardes salía con Casimiro para acudir a múltiples agasajos que habían preparado para ellos ex-trabajadores de la fábrica Mahou y sus hijos mayores con sus familias, y co-conspiradores de las Plurilingües.
Vivió otros 20 años en México, muchos de ellos dedicados a su afición epistolar y al cuidado a su jardín. Fue durante estos años que hizo sus últimas grabaciones de canciones con Juan Pedro y cuando empezó a inmiscuirse en la vida de sus bisnietos: Carmina, Mariana, Laura, Jannek, Arcadi y Sira.
Esto se hizo mucho mas largo de lo que fue mi propósito pero lo voy a dejar como está como mi testimonio parcial de la abuela Jacinta (Cintita) Landa Vaz.
Xan Palerm Viqueira.