A lo largo de mi vida he vivido varias revoluciones digitales, momentos clave que han transformado mi forma de aprender, enseñar, comunicarme y organizarme. Cada uno de ellos marcó un punto de inflexión y me abrió nuevas posibilidades, tanto personales como profesionales.
La primera gran revolución digital que recuerdo fue la llegada de mi primer ordenador de sobremesa, cuando aún era estudiante. Aquella torre pesada, la pantalla de tubo y los disquetes eran símbolo de modernidad. Pero lo que realmente cambió mi vida fue poder escribir los trabajos sin necesidad de repetirlos a mano o con máquina de escribir una y otra vez. El procesador de textos fue, para mí, un antes y un después: podía corregir, editar y guardar sin perder el esfuerzo invertido. Aquello supuso eficiencia, tranquilidad y la sensación de tener el control sobre mi propio aprendizaje.
Más tarde llegó otro momento clave: el acceso a internet. Recuerdo el sonido del módem y la emoción de entrar por primera vez a un buscador. De repente, el conocimiento ya no estaba solo en los libros, sino también en la pantalla. Como docente, aquello me cambió la perspectiva: las aulas dejaron de estar limitadas al espacio físico y empezaron a conectarse con el mundo.
Otro paso fundamental fue la llegada de mi primer ordenador portátil, esta vez ya como profesora. Poder llevarlo a clase, preparar materiales en cualquier lugar, proyectar contenidos o corregir en casa sin depender de un aula informática fue otro avance esencial. Me dio movilidad, autonomía y flexibilidad, algo que hoy damos por hecho, pero que en su momento supuso una auténtica transformación.
Tampoco olvido mi primer teléfono móvil, que al principio usaba solo para llamadas, pero que pronto se convirtió en una herramienta multifuncional: mensajes, fotos, correos, y más adelante, redes sociales y apps educativas. En cada etapa, el móvil ha ido adaptándose a mis necesidades y ampliando sus usos.
Y ahora, vivo una nueva revolución con la irrupción de la inteligencia artificial generativa. Estas herramientas, no solo permiten crear contenidos y organizar ideas rápidamente, sino que invitan a reflexionar sobre el futuro de la educación y el papel del docente en un entorno digital en constante cambio. La IA abre puertas, pero también exige criterio, ética y un aprendizaje continuo.
Cada uno de estos momentos tecnológicos ha sido una revolución en sí misma, pero todos comparten un rasgo común: han mejorado mi forma de enseñar y de aprender, y me han conectado más y mejor con mi entorno. Hoy sé que no se trata solo de usar herramientas, sino de usarlas con sentido.