En la equitación moderna estamos acostumbrados a ver a los caballos como individuos que pasan su vida entre las cuatro paredes de un box, excepto en las ocasiones en las que los sacamos para pasear, entrenar o participar en una disciplina equestre. Sin embargo, sólo podemos entender la compleja psicología de este animal si tenemos en cuenta cómo es su vida en libertad y sobre todo, cuáles son las necesidades que derivan de ese "yo" primitivo que sólo puede entenderse si se tiene en cuenta su vida en manada.
En la naturaleza, el caballo como unidad no existe. Es decir, su supervivencia está estrechamente ligada a su pertenencia al grupo, y en caso de quedar aislado, sus posibilidades quedan tan mermadas que son prácticamente inexistentes. Desde su nacimiento, cada ejemplar establece estrechos vínculos con su madre y con la manada a la que ésta pertenece, y sólo unos pocos minutos después de haber comenzado a respirar, su primer instinto le dicta que debe ponerse en pie y aprender a caminar y a correr si es que quiere seguir el ritmo del grupo.Los expertos en comportamiento animal han podido comprobar que en las manadas de caballos que viven en libertad no existen los tan conocidos y temidos "vicios". De hecho, la aparición de estos problemas en los caballos domésticos es casi siempre consecuencia de su vida en cautividad. El concepto humano de "bienestar" casi nunca coincide con lo que un caballo necesita para sobrevivir y de nuestra ceguera para percibir esa realidad suelen proceder la mayor parte de los problemas de entendimiento al tratar con ellos.
Con esto no se quiere decir que sea necesario prescindir de un modo de tratar a estos animales que ya es tradicional, pero sí que es posible adaptar algunos de nuestros hábitos para tratar de hacer más placentera su estancia en cautividad. Los caballos tienen necesidades concretas que, si son cubiertas de una forma natural, contribuyen a proporcionarles una vida más feliz y sana .
Para comenzar, los caballos son animales herbívoros que necesitan masticar durante un mínimo de dieciocho horas al día. Durante ese tiempo, realizan desplazamientos constantes en busca de nuevos pastos, moviéndose al paso, y sólo en contadas ocasiones, al trote o al galope. Por otro lado, la ingestión de grano no es corriente, y además del agua que beben, una parte importante del líquido que precisan para sobrevivir lo obtienen de la digestión de la hierba.
Por otro lado, sus sentidos están habituados a los espacios abiertos. Sus ojos están diseñados para ver de lejos, y sus oídos son tan sensibles que son capaces de percibir sonidos que se han producido a kilómetros de distancia. El olfato, que les permite distinguir las plantas nutritivas de las venenosas, tiene un papel fundamental en el reconocimiento de los otros individuos del grupo y de los posibles depredadores.
El espacio vital de cada individuo está rígidamente establecido, y sólo alguien muy cercano a él tiene permiso para entrar dentro de ese espacio. Al vivir en libertad, no suelen aparecer conflictos por causa del espacio. Los caballos no tienen ningún instinto que les impulse a la defensa del territorio, sino únicamente protegen el espacio que ocupan la totalidad de los individuos de la manada.
Los problemas que observamos en los caballos que se mantienen en cuadras surgen de su propia naturaleza, "violentada" por la necesidad de convivir con los humanos. Para comenzar, restringimos las posibilidades de movimiento de cada ejemplar, obligándolo a permanecer durante horas, e incluso días, confinados a un espacio estrecho que en el mejor de los casos no supera los nueve metros cuadrados. Desde ese pequeño habitáculo se ve bombardeado por multitud de olores, muchos de ellos desconocidos y antinaturales, otros procedentes de ejemplares con los que no puede mantener ningún tipo de relación. Por regla general las cuadras cuentan con una iluminación natural limitada, y se recurre a la luz artificial durante las 24 horas del día. Rigiéndonos por los hábitos de los humanos, insistimos en alimentarles tres veces al día, con compuestos y grano que exigen digestiones más largas que la hierba, pero que no proporcionan al caballo la posibilidad de masticar y mantenerse ocupado de la forma que le exige su naturaleza.