Érase una vez...
...que en plena pandemia, Arantxa tuvo un sueño. Y es que aunque siempre había estado ligada a una u otra forma de arte, el sueldo se lo pagaban ocupaciones consideradas más “serias” y cero artísticas.
Pero érase que se era que tras hacerse su primer tatuaje a los 17, se quedó enganchada a la tinta y que varias docenas de tatuajes después, un día cualquiera de hace algunos años decidió comprarse una máquina de tatuar y aprender a usarla. Y cuanto más tatuaba más le gustaba y así se plantó en su cabeza la semilla de lo que hoy es Once Upon a Tattoo.
Y de repente lo tuvo absolutamente claro, iba a montar su propio estudio de tatuaje e iba a invitar a otras mujeres tatuadoras a que soñaran con ella.
Tras unos meses de búsqueda apareció por fin ¡el local perfecto! Con un escaparate y una entrada de cuento, montones de luz, árboles asomando por las ventanas ¡y al lado de las paradas de cercanías y autobús de Las Rozas!
1 hora después de pisarlo por primera vez, ¡tenía las llaves en la mano!
El sueño
Cuando la realidad empezó a parecerse a un sueño
La transformación del local fue una montaña rusa de trabajo agotador, imprevistos, algún drama, toneladas de generosidad de familia, amigas y amigos dispuestos a poner suelo, montar muebles, pintar y sobre todo, a echarle unas risas a las calamidades que fueron surgiendo.
¡Y llegó el día! Ya estaban listas sus cuatro cabinas transparentes y su jardín vertical y todas las plantitas y el rincón de sofá de terciopelo azul pato y el corner del café y té y las letras de madera que hubo que encargar ¡en Egipto! y rellenar a mano con mimo y mucha paciencia, y nuestro office para hacer comunidad... ese día en el que por fin fue posible sentir que las cientos de horas de trabajo y el flaquear de piernas y los llantos (que también los hubo) habían merecido absolutamente la pena y sobre todo, la alegría.