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Lecturas de ciencia y educación, por Luis Moreno Martínez
Lecturas de ciencia y educación, por Luis Moreno Martínez
Título: Andrés Manuel del Río. El descubridor del vanadio.
Autor: José Alfredo Uribe Salas
Editorial: Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España, Fundación Sicómoro, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Real Jardín Botánico, Museo de Ciencias Naturales e Instituto Nacional Geológico y Minero de España.
Año: 2024.
Sinopsis: Este libro nos invita a adentrarnos en la fascinante vida y obra de Andrés Manuel del Río, un destacado científico ilustrado nacido en España en 1764. Reconocido por su espíritu pionero y su pasión por el estudio de los minerales, Del Río marcó un hito en la historia de la química al descubrir el eritronio, elemento que posteriormente sería conocido como vanadio, en 1801. Su hallazgo lo posicionó como una de las figuras más relevantes de la ciencia moderna de su tiempo. Siguiendo los designios de las autoridades españolas, Del Río se trasladó al Virreinato de Nueva España, donde desempeñó un papel crucial como catedrático en el Real Seminario de Minería de la Ciudad de México. Allí, se dedicó a la docencia y la investigación, contribuyendo de manera significativa al desarrollo de la cultura científica en México. Su legado no solo incluye su descubrimiento del vanadio, sino también su rol en la institucionalización de la ciencia en el México independiente.
Temáticas: Historia de la ciencia.
Género: Biografías.
La historiadora de la ciencia Elizabeth Garber escribió hace 35 años que ningún género historiográfico ha sido objeto de tanto odio como el género biográfico. Se refería así al menosprecio hacia las biografías científicas heredado por la generación post-kunhiana de historiadores de la ciencia. Ora por su vinculación con efemérides y panegíricos propios de las conmemoraciones científicas ora por su individualismo intrínseco, las biografías científicas fueron poco valoradas en la segunda mitad del siglo XX, salvo honrosas excepciones, como la defensa del género biográfico en historia de la ciencia capitaneada por Thomas Hankins. Sin embargo, las primeras décadas del siglo XXI han traído consigo la reivindicación y renovación del género biográfico (con trabajos como los de Thomas Söderqvist) como una aproximación de gran potencial analítico para comprender cómo se construye el conocimiento científico y los diversos aspectos socioculturales ligados a la actividad científica. Es por ello que las biografías científicas son hoy no solo un género de gran interés para divulgar la ciencia (interés que nunca perdieron), sino también una mirada imprescindible para la investigación histórica sobre ciencia y para el propio ejercicio crítico y socialmente comprometido de la ciencia.
No obstante, no siempre es fácil encontrar biografías científicas nacidas del trabajo serio y metodológicamente sustentado del historiador de la ciencia. Desgraciadamente, la todavía escasa visibilidad de la historia de la ciencia como área del saber y disciplina académica hace que muchas biografías científicas sea con frecuencia hagiografías bienintencionadas. Apremia por ello que las instituciones científicas y culturales promuevan trabajos de calidad y asequibles a públicos diversos como Andrés Manuel del Río. El descubridor del vanadio.
Impulsada por la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España, la Fundación Sicómoro y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas dentro de su colección Naturalistas del Mundo Hispánico, esta biografía del único madrileño que, hasta la fecha, ostenta el honor de haber descubierto un elemento químico es obra de José Alfredo Uribe Salas, doctor en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid y profesor de la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo en México. Su autor ofrece un ágil pero detallado recorrido por la vida y la obra de Del Río, una figura de la historia de la ciencia y la técnica en España y México que merece un mayor reconocimiento científico y social.
Como podrá descubrir el lector que se asome a las páginas de esta obra, Andrés Manuel del Río nació el 10 de noviembre de 1764 en la Calle Ave María de Madrid, en el céntrico y castizo barrio de Lavapiés. Tras estudiar en los Reales Estudios de San Isidro (actual IES San Isidro, instituto histórico de la Comunidad de Madrid), se formó en la Universidad de Alcalá de Henares (donde obtuvo excelentes resultados en física experimental) y en la Real Academia de Minas de Almadén. Todo ello le aportó una sólida formación en matemáticas, mecánica, física, química, geología y mineralogía. A sus 19 años regresó a Madrid, donde pudo respirar el ambiente de gran interés por los avances científicos y técnicos de la época. El impulso del gobierno de entonces a la formación de jóvenes científicos como del Río a través del Ministerio de Minería se aprecia en sus periplos por Europa. Así, recorrió Francia, Inglaterra y otras regiones de Centroeuropa, teniendo contacto con destacas figuras de la ciencia y la ingeniería del momento y adiestrándose en las técnicas y los conocimientos más recientes en mineralogía. Precisamente, estando en Viena y a instancias a Fausto de Elhuyar (que junto a su hermano Fausto descubrirá otro elemento químico: el wolframio), Del Río fue propuesto como catedrático de Química en el Real Seminario de Minería de la ciudad de México. Del Río aceptó su traslado al nuevo continente siempre que la cátedra otorgada no fuera la de Química sino la de Mineralogía, lo cual le fue concedido. El 20 de octubre de 1794, con 28 años, desembarcó en Veracruz. Llegó a la ciudad de México el 18 de diciembre de aquel año.
El Real Seminario de Minería, que había sido fundado en 1792 bajo la dirección de Fausto de Elhuyar, fue el hogar intelectual de Del Río en México. A esta institución llegó con un valioso cargamento de manuales, reactivos e instrumentos, impulsándola a través de la docencia, la investigación y la innovación tecnológica hasta convertirla en una institución científica destacada. La predilección del madrileño por la mineralogía frente a la química no debe entenderse como un menosprecio a esta ciencia. Todo lo contrario, desde su sólida formación en química apostó por la importancia del análisis químico en el estudio de los minerales, en una disciplina intermedia entre ambas conocida como orictognosia. No en vano, fue en dicho estudio en el que encontró el motivo que le encumbrará a la historia de la química: el descubrimiento del vanadio.
Como nos cuenta Uribe Salas, entre 1800 y 1801 Del Río analizó un mineral procedente de la Purísima del Cardonal (en el actual Estado de Hidalgo) en el laboratorio del Real Seminario de Minería. Bautizó a este mineral como zimapanio o plomo pardo de Zimapán. De este mineral obtuvo un sustancia simple a la que llamó «pancromo» por la variedad de colores de sus compuestos. Más tarde, se decantó por el nombre «eritronio» por el llamativo color rojizo que adquirían las sales de este elemento cuando se sometían al fuego. Hoy a este elemento químico le conocemos como vanadio (V). La historia desde el eritronio de Del Río al vanadio actual es un claro ejemplo de los múltiples factores que se esconden tras los descubrimientos científicos. Así, aunque Del Río anunció en el Real Seminario su hallazgo en 1802, no se reconoció su descubrimiento hasta 1831, año en el que el químico alemán Friedrich Wöhler anunció en la Academia de Ciencias de Suecia que el nuevo elemento hallado por el químico sueco Niels Gabriel Sefström, al que llamó vanadio en honor a la diosa escandinava Vanadis, correspondía con el descrito por Del Río décadas atrás. ¿Qué ocurrió para que este olvido se perpetuara casi tres décadas? El autor relata los distintos factores que permiten explicarlo, como la influencia del célebre naturalista alemán Alexandre von Humboldt, con quien Del Río compartió sus hallazgos y que en un principio pensó que lo que el madrileño realmente había obtenido era cromo, elemento que Del Río entonces desconocía, pues había sido identificado en 1797 por el químico francés Nicolás-Louis Vauquelin. Esto hizo zozobrar la opinión de Andrés Manuel del Río sobre el eritronio, llegando a escribir en 1804 que creía que el plomo pardo era en realidad un cromato de plomo. Aun así, Del Río entregó muestras a Humboldt para que fuesen analizadas en Europa. La mala suerte jugó en su contra, pues el naufragio del barco que trasladaba muestras del plomo pardo y la memoria científica del hallazgo frece a Pernambuco (Brasil), lo impidieron. A la mala suerte cabe añadir, quizá, la mala praxis o las propias limitaciones del análisis químico, pues aunque Humboldt sí entregó una muestra que llevó consigo al químico Hippolyte Víctor Collet-Descotils, director del Laboratorio de la Escuela de Minas de París, este concluyó:
«Los experimentos que he informado me parecen suficiente para probar que este mineral no contiene nada de metal nuevo, sino cromo».
Aunque cuando Humboldt tuvo conocimiento de los trabajos de Wöhler no dudó en divulgar el hallazgo que había realizado Del Río en la Nueva España décadas atrás e incluso varios químicos norteamericanos llegaron a proponer el nombre de rionio para el vanadio, todo fue en vano. Solo tres años de su muerte, el madrileño escribió:
«Así llamé yo eritronio a mi nuevo metal... pero el uso, que es el tirano de todas las lenguas, ha querido que se llame vanadio, por no sé qué divinidad Escandinava; más derecho tenía seguramente otra mexicana, que en su tierra se halló treinta años antes».
Andrés Manuel del Río falleció el 23 de marzo de 1849 en la ciudad de México. Como puede desprenderse de las líneas anteriores, su aprecio a México estuvo muy presente en su vida y su obra hasta sus últimos días. Como se aborda en la biografía ofrecida por el profesor Uribe Salas, aunque fue diputado en las Cortes Españolas durante el Trienio Liberal (1820-1823) y recibió importantes propuestas para quedarse en España como la dirección del Museo de Ciencias Naturales de Madrid o de la Escuela de Minas de Almadén; no dudó en volver a México, donde se implicó activamente en la reforma del sistema educativo a partir de 1825 a consecuencia de la independencia mexicana. Mucho antes de esa labor, y más allá del eritronio y de su quehacer docente e investigador en el Real Seminario, había desarrollado en México una gran labor ingenieril perfeccionando la obtención de hierro en la ferrería de Nuestra Señora de Guadalupe y explorando las minas de mercurio de Taxco. Uribe Salas concluye el recorrido por la vida y la obra de Del Río citando las palabras que fueron pronunciadas tras su fallecimiento en la que se calificaba a Del Río como «buen matemático, buen físico, excelente químico, célebre mineralogista, perfecto literato, sabio en el mundo, y ciudadano honrado y lleno de virtudes públicas y privadas».
Sin duda, esta obra de la colección Naturalistas del Mundo Hispánico nos muestra la confluencia de factores sociales y científicos que confluyeron en la producción del conocimiento científico durante el siglo XVIII, un siglo en el que la filosofía natural integró áreas del saber que la ciencia decimonónica comenzaría a parcelar y que el calificativo «científico» (que no llegaría hasta la década de 1830) silenciará progresivamente. La biografía de Del Río se revela como una magnífica lente de aumento para analizar la naturaleza controvertida de los descubrimientos científicos y las múltiples relaciones entre áreas del saber hoy mucho más avanzadas pero también menos imbricadas entre sí. Asimismo, su modus vivendi nos ayuda a reflexionar sobre las notables ventajas del empeño de los gobiernos en impulsar la formación de sus jóvenes dentro y fuera de sus fronteras en aras de fortalecer las propias naciones desde el conocimiento científico y técnico, claramente universal.
Andrés Manuel del Río sigue siendo todavía hoy un gran desconocido para la sociedad española y para su Madrid natal. Es por ello que iniciativas como esta biografía impulsada por la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, la Fundación Sicómoro y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas constituye un valioso texto para científicos, humanistas, docentes y para todo el público interesado en la historia de nuestra ciencia y de nuestro país; las dos patrias de Andrés Manuel del Río, un madrileño universal.
Buena lectura, buen viaje.
Madrid, 31 de mayo de 2025.
Sobre el interés por la ciencia en el Madrid del último tercio del siglo XVIII:
«En el Madrid de los años 1784 y 1785 se vivía una euforia entre los hombres de ciencia por los nuevos paradigmas científicas, y en las esferas oficiales una preocupación mayor por el futuro de las minas del nuevo continente, cuya crisis amenazaba con paralizar las finanzas del reino».
Citado por el autor en p. 17.
Sobre cómo la formación y la trayectoria profesional de Del Río ilustra la apuesta española por la formación de funcionarios al servicio de la ciencia y la nación:
«[Del Río] Traía una encomienda para cumplir, para la cual se había preparado a expensas del erario de la Corona española en las mejores instituciones de enseñanza del viejo continente: formar funcionarios mineros cualificados en las artes de los metales; impulsar la investigación sobre los recursos mineros y minerales; y promover en los reales de minas del virreinato todo tipo de innovaciones tecnológicas, que asegurasen la buena marcha de las explotaciones mineras y las finanzas del reino. A ello dedicaría el resto de su vida ».
Citado por el autor en pp. 26-27.
Madrid (1989). Tras licenciarme en Ciencias Químicas (UCM), cursé los estudios de Máster Universitario en Formación de Profesorado (UCM), Experto Universitario en Divulgación y Cultura Científica (UO) y Máster Interuniversitario en Historia de la Ciencia y Comunicación Científica (UA, UMH y UV). Me doctoré en Didáctica de las Ciencias (UAM) y en Historia de la Ciencia (UV). Realicé mi formación postdoctoral en el ámbito de la investigación histórico-educativa sobre ciencia (IPN, México). Profesor de oficio y vocación, soy funcionario de carrera del Cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaria de la Comunidad de Madrid en la especialidad de Física y Química. También soy presidente del Grupo Especializado de Didáctica e Historia de la Física y la Química de las Reales Sociedades Españolas de Física y de Química y embajador Scientix, la comunidad para la enseñanza de las ciencias en Europa. Concibo mi labor docente como un compromiso con la ciencia y la educación que me permite trabajar por la cultura científica de la sociedad y la formación integral de sus ciudadanos desde las aulas, a la par que cavilar, escribir y departir sobre diversas cuestiones científicas y educativas fuera de ellas. Estoy especialmente interesado en la didáctica, la historia y la divulgación de la ciencia, áreas a las que trato de contribuir modestamente. Todo ello ha dado lugar a múltiples publicaciones y ponencias, entre otros trabajos de investigación y divulgación.