Los orígenes mistéricos de nuestra institución son inciertos, algunos investigadores los sitúan hace más de cinco mil años en el antiguo Egipto, otros opinan que en la Biblia hay evidencias de que algunos personajes fueron masones, incluido el mismo Cristo, sin embargo, lo anterior no son más que conjeturas que pretenden dotar a la francmasonería de un carácter sagrado que desciende directamente de aquello que comúnmente llamamos “Dios”.
Algo diferente son los orígenes históricos, pues hay evidencias que apuntan a que la francmasonería tiene su nacimiento en los gremios de constructores (masón significa albañil) de la Baja Edad Media, alrededor del año 1300 d. C. Estos gremios fueron evolucionando con el paso de los años y aceptando en sus filas a hombres que cada vez tenían menos que ver con la construcción de templos (operativismo) y más con el conocimiento filosófico y científico (especulación); estos hombres se hicieron llamar a sí mismos francmasones para distinguirse de los antiguos albañiles, a quienes únicamente se les llamaba masones.
La francmasonería se instituyó formalmente en Inglaterra en 1717 y obtuvo renombre internacional después de su participación en la Revolución Francesa (1789), extendiendo así sus enseñanzas a América y legando una nueva forma de vida basada en el pensamiento crítico y sistemático; el liberalismo mexicano del siglo XIX, que tiene como representante a Benito Juárez, es ejemplo de la francmasonería en nuestro país.
La francmasonería es la iniciación a la dignidad humana. Sin ser una institución filantrópica, pero reconociendo su responsabilidad social, está dedicada a la formación de ciudadanos honorables y convencidos de que es la virtud, en oposición al vicio, la que ha de conducir al individuo al conocimiento de sí mismo y al perfeccionamiento de su sociedad, siendo éste el testamento más noble que se puede legar a nuestros semejantes.
Si bien la francmasonería fundamenta su conocimiento en las enseñanzas mistéricas, ésta no es una religión, tampoco es un partido político ni un peldaño para alcanzar posiciones de poder, lejos estamos de ser un club de convivencia o una risible organización para la superación personal; nuestros objetivos son más profundos, están a la vista de todos, pero al entendimiento de unos pocos, el lema antimonárquico de 1789 nos define bien: libertad, igualdad, fraternidad.
Los francmasones se llaman entre sí hermanos. A un grupo de hermanos reunidos para trabajar en favor de la francmasonería se le llama logia. Y al conjunto de logias se le conoce como Gran Logia. En el pasado, las logias estaban ubicadas a resguardo de la sociedad, de ahí que la Institución fuera secreta, sin embargo, hoy la Fraternidad (como también se le llama a la francmasonería) es discreta y sus logias están a la vista de los profanos, llevando como distintivo un compás y una escuadra, recordatorio simbólico del trabajo material, social y espiritual al que un miembro está obligado desde el momento en que es aceptado en esta Augusta Institución.
Regularmente es la curiosidad lo que lleva a las personas a acercarse a la francmasonería, y es que no podría ser de otra manera, pues ésta siempre ha sido el primer impulso hacia la búsqueda de la verdad; si nosotros sabemos algo es porque en un inicio fue la curiosidad la que nos movió a cuestionarnos nuestra realidad. La curiosidad, cuando no es malsana, es una semilla que debe de ser cultivada.
Preguntarse a sí mismo lo que uno busca siempre es ideal para despejar las dudas; la francmasonería es para todos, pero no cualquiera puede ser francmasón, por ello es que es necesario participar en entrevistas a fin de conocer las aptitudes y defectos de quien viene a tocar la puerta del templo; evidentemente la imperfección también habita dentro de nuestros muros, pero reducir las posibilidades de que el vicio penetre nuestros recintos nunca será una labor que esté de más.
La mayoría de edad, la solvencia económica y una moral adecuada son, también, imprescindibles para nuestros estamentos, pues aquí no hay lugar para los espíritus irresponsables, sin embargo, la francmasonería no es del todo excluyente y cuando detecta a un individuo menor de edad con aptitudes destacadas es referido a la Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad a fin de que aprenda a utilizar su potencial en favor suyo y de los otros, pues qué deplorable resulta cuando las personas envejecen tornadas en sujetos egoístas que, por haber tenido la desgracia de educarse con un velo en los ojos, llaman realidad a un cúmulo de sombras en la pared.
Como toda institución, la francmasonería está organizada jerárquicamente a través de constituciones y reglamentos que determinan el actuar físico, moral, administrativo, intelectual y espiritual de sus miembros. La búsqueda de la virtud es el máximo bien de los francmasones y es de acuerdo a ésta como rigen su “modus vivendi”.
En el estado de Puebla los francmasones se reúnen en sus respectivas logias una vez a la semana y trabajan con el calendario correspondiente al ciclo masónico activo. Además, y a fin de que las logias puedan seguir trabajando en beneficio propio y de la sociedad, es necesario cumplir con una cuota mensual, misma que varía de una logia a otra, pero que generalmente es accesible para cada uno de sus miembros, pues la francmasonería, consciente de que el dinero corrompe y es uno de los vicios más destructivo en la vida de los hombres, lo que menos busca es enriquecerse materialmente.
En estos tiempos en que la desidia y el mal parecen no detener su marcha, la francmasonería otorga a sus miembros muchos deberes y sólo una recompensa: tranquilidad de espíritu, pero para que esa tranquilidad llegue es necesario, primero, trabajar infatigablemente combatiendo la corrupción moral y espiritual de una sociedad que, en aras de la autosatisfacción y del enaltecimiento del ego, se mira enamorada, como Narciso, en el espejo de su podredumbre.