María

Cuando vi el agujero en la puerta de entrada, se me detuvo el corazón. Supe inmediatamente que el unicornio había vuelto. Me acerqué con miedo a que todavía estuviera cerca. No se veía nada por los alrededores. El bosque estaba quieto y silencioso, aunque no sé si eso me tranquiliza.

No quisiera que los chicos se asusten otra vez, ya tienen demasiado.

¡No sé cómo decirles que quiero salir de esta casa, que quiero mudarme de nuevo! Ellos recién se están adaptando al cambio, lo entiendo, pero no podemos vivir así; estamos enloqueciendo por separado, porque ninguno quiere contarle al otro lo que ve y escucha. No puedo hablar con nadie, ni siquiera con Marcelo. Y la culpa la tiene él. Esta pesadilla es por él. ¡Por él tuvimos que mudarnos y el accidente lo tuvo él!

Los chicos no pueden verme llorar.

Voy a tener que tapar el agujero de la puerta. Por lo que veo, debe haberse lastimado un poco. El piso está chorreado de sangre plateada.

Si pudiera disculparme lo haría. Pero no puedo dejar de pensar en que esto es una locura. Y quizá lo mejor sea calmarnos.