Max Aub: El laberinto mágico

El laberinto mágico es el título genérico de una serie de libros que Max Aub dedica a la guerra civil española: Campo cerrado, Campo de sangre, Campo abierto, Tierra de campos, Campo francés, Campo del moro y Campo de los almendros.

Ofrecemos algunos fragmentos de Campo de los almendros, centrado ya en las últimas semanas de la guerra en que, ante la inminente derrota, no queda más salida que el exilio. Hombres y mujeres se afanan por llegar a Alicante y hacerse con un sitio en los últimos barcos que zarparán de su puerto.


Texto 1


- [...] Lo único que dije fue que me preocupan estos niños.

- Déjalos, ya crecerán y tal vez lo que hicimos no haya sido en vano.

- ¿Qué dirán cuando se enteren de esto que está pasando? ¿De este fin que les legamos sin querer?

- No te preocupes. No se lo contarán y, si lo hacen, será de tal manera que nos les quedarán ganas de saber de nosotros. Lo tendrán que redescubrir todo por sí mismos.


Texto 2

En el puerto:

- Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía sin escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides.

Lloraba. El niño –tendría cinco años- lo miraba sin comprender.


Texto 3

Lo que usted tendría que escribir es lo que pasó en la Cárcel de Mujeres, porque eso no lo escribirá nadie.

A una muchacha, de dieciocho años, es decir que tenía quince al empezar la guerra (¿qué podía saber de la vida o de política?) la mataron porque se había vestido con mono. Las monjas de la cárcel le decían:

- No te van a matar.

Cantaba muy bien y la mañana que se la llevaron, para fusilarla, le hicieron cantar el Ave María. ¡Qué Ave María les hubiera cantado yo!

En la Cárcel de Mujeres, en la Dirección de Policía: a latigazos, sí, a las mujeres. Sangrando. Les arrancaban las pestañas, los dientes, las uñas. A una, muerta de hambre, le dieron de comer puro bacalao; estaba sentada en una silla, atada, y luego le pusieron, en una mesa, delante, un jarro de agua. Y luego un litro de aceite de ricino. ¿Me entiende? Un litro. Y después, de una patada, la silla, a tierra. Yo sé que eso se ha hecho en toda partes. Yo le hablo de Valencia, donde yo estaba. Pero en los pueblos pasó lo mismo o peor; meses, años. En Benaguacil, pasearon a todos los detenidos por el pueblo -eso lo hacían en todas partes-, y, en la plaza del pueblo, los fusilaron, como lo habían hecho en la plaza del Torico, en Teruel. Y, como allí, echaron los cadáveres a un lado y obligaron a todos los demás, a los del pueblo, a bailar la jota sobre la sangre todavía derramada. Es posible que alguno lo hiciera a gusto.

Pasará el tiempo que pasará. Cómo pasará, eso nadie lo sabe; pero lo evidente, lo que nadie podrá ocultar, olvidar ni borrar es que se mató porque sí. Es decir, porque fulano le tenía ganas a mengano, con razón o sin ella. Ese es otro problema. Pero allá, del otro lado, y aquí, cuando entraron, mataron a sabiendas de quién mandaba. Se mataba con y por orden, con listas bien establecidas, medidas. En el último año de la guerra nosotros no fusilamos a nadie. Ellos, después de la guerra siguieron matando como al principio. Esa es la diferencia, señor.

Hoy ya se ha olvidado mucho, dentro de poco se habrá olvidado todo. Claro está que, a pesar de todo, queda siempre algo en el aire. Como con los carlistas, pero eso aún fue ayer. Antes debió de pasar lo mismo, y pisamos la misma tierra. Yo creo que la tierra está hecha del polvo de los muertos.

Claro que queda el otro mundo, y hablando de él le tengo que contar lo de la Virgen de los Desamparados, la famosa historia de la Virgen de los Desamparados. Al principio de la guerra el alcalde, republicano, claro está, la mandó sacar de su camarín, y la puso en la biblioteca del Ayuntamiento. Le aseguro que no le faltaba nada, absolutamente nada. Intacta. Lo sé porque una amiga mía era la encargada de quitarle el polvo. No le faltó nada hasta el día que entraron ellos. Luego dijeron que le habían robado la corona y que tenía un rayón en la cara. Y la llamaron "La Mutilada" y la condecoraron. Y se hizo un llamamiento para que todo el mundo entregara joyas o dinero para hacerle una corona nueva, y se la hicieron. A mí me gustaría saber quién tiene la antigua, la de verdad. Le aseguro que no es ninguno de nosotros.

Ya sé que me cree porque usted fue amigo del doctor Peset, al que tardaron más de un año en fusilar porque fue rector de la universidad. Tampoco creía él que le iban a matar, igual que Manuel. Fíjese por qué cargos mataban a uno... Y él pudo haberse marchado, Negrín se lo quiso llevar. No se quería ir sin su hijo. Y luego:

- ¿A mí por qué me han de hacer algo?

Y era un hombre bueno como ya no los hay. Y un sabio, un sabio de verdad. Luego la gente come y se olvida... Yo no, tal vez porque aquello me cogió ya vieja. Y lo que le he dicho de esa niña de Alcira, la que cantaba tan bien, la que les cantó el Ave María a las monjas antes de que la fusilaran... Se llamaba Amparo, como la Virgen. Era mi hija.