Aquel día transcurrió normal en su trabajo, salvo que tuvo que quedarse más de la cuenta. Al llegar a su casa en la noche y ver la cara de Gonzalo, lo supo. “Tenemos que hablar”, le dijo. “¿Tiene que ser ahora? Estoy realmente cansada”, le contestó, pero a él no pareció importarle. “Quiero el divorcio”, le vomitó en la cara sin ninguna contemplación. Mónica quedó perpleja y no supo qué decir. Su mente giraba a mil y no encontraba la respuesta correcta, si es que la había. Sintió que todo su mundo se derrumbaba en ese instante. Tuvo sensaciones mezcladas entre furia y frustración. Quiso decirle tantas cosas, pero eran cuestiones que no tenían respuestas. En su interior, ya lo sabía. Conversaron un rato y concluyeron que lo mejor era separarse. Acordaron los términos y quedaron en llevarse bien por los niños y por ellos mismos. Era lo más importante.
Mónica ahora estaba segura: haría la maestría con Daniel.