Envidia

La envidia es una emoción desagradable que suele surgir cuando nos comparamos con otros y percibimos que salimos perdiendo en la comparación. Este sentimiento de inferioridad que caracteriza la envidia la relaciona íntimamente con la identidad. La envidia es una consecuencia de un proceso de comparación social ascendente que nos devuelve una imagen negativa de nosotros mismos, una imagen de carencia respecto a otro. Se trata, por tanto, de una emoción autoconsciente, como la vergüenza, la culpa o la humillación, en la que el yo se ve amenazado y devaluado.

Por otra parte, es una emoción muy común. Los humanos tenemos una arraigada tendencia a compararnos con los demás para saber si lo que pensamos, sentimos o hacemos es adecuado (Festinger, 1954) y dónde nos situamos en relación con otras personas. Es uno de los mecanismos más potentes que tenemos para valorarnos a nosotros mismos. De ahí que esas comparaciones afecten a nuestra autoestima. Y la información que obtenemos de esas comparaciones ha sido tan importante para los miembros de nuestra especie desde tiempos ancestrales que provoca una emoción fuerte y desagradable cuando nos vemos en desventaja. Esa emoción, la envidia, está diseñada por la evolución para una función muy importante en nuestra vida social: la de movernos a actuar con el fin de reducir la desventaja. ¿Cómo lograrlo? Dicho de forma muy esquemática, hay dos vías: intentar ponernos a la altura del que nos supera, o intentar que el otro baje a la nuestra.

Estas dos rutas para restaurar la igualdad, para dejar de sentir esa emoción desagradable, se corresponden con dos tipos de envidia que han sido diferenciados por los investigadores (Lange y Crusius, 2015; Van de Ven, 2016): la envidia benigna y la envidia maliciosa. Las dos implican una experiencia emocional frustrante y una motivación a acabar con ella, pero recurren a medios diferentes para lograrlo. En el caso de la envidia benigna, la ventaja que percibimos en el otro nos mueve a mejorar para ser como él o tener lo que él tiene. La envidia maliciosa busca que el otro pierda la ventaja que posee. La distinción entre estos dos tipos de envidia se basa en los appraisals (valoraciones de la situación) que los provocan, en el foco de atención característico de cada uno y, por supuesto, en las consecuencias para el envidioso y para el envidiado. La envidia benigna se experimenta cuando percibimos que el otro se merece lo que tiene y que tenemos control sobre la situación, de manera que nosotros también podríamos acceder al objeto de nuestra envidia. La atención se centra en aquello que deseamos, y el resultado, si la emoción nos impulsa a actuar, sería una mejora personal. En cambio, sentiremos envidia maliciosa si consideramos que la ventaja del otro es inmerecida y que no tenemos posibilidad de obtenerla. En este caso, la atención se centra tanto en el objeto de envidia como en el envidiado, y las respuestas resultantes irán encaminadas a lograr que el otro pierda la ventaja que tiene. Cuando esto ocurre, experimentaremos lo que se conoce con el término alemán schadenfreude (alegría ante el mal ajeno). Ni que decir tiene que este segundo tipo de envidia es mucho más peligroso. De hecho, es una de las causas más frecuentes de mobbing y humillación en el entorno laboral (Cohen-Charash y Mueller, 2007; Duffy et al., 2012; Khan et al., 2014). Pero también para el envidioso tiene consecuencias negativas: sentimientos de inferioridad, frustración, resentimiento, mala imagen social, incluso puede llevar a la devaluación de otras cualidades que poseía el envidioso. Todo ello contribuye a socavar las relaciones con los demás y a contrarrestar emociones positivas y modos de vida saludables, en definitiva, a una mala salud física y mental.

Aunque este grupo de investigación no se centra prioritariamente en la emoción de envidia, alguno de sus miembros sí ha participado en investigaciones donde se analiza su desarrollo en la infancia. Entre otras cuestiones, partiendo de que la envidia es una emoción socialmente censurable, al menos en su versión maliciosa, hemos estudiado el papel de la adquisición de las reglas sociales sobre lo que se debe y lo que no se debe expresar, cómo va evolucionando la visión de los niños sobre las expresiones de envidia y schadenfreude por parte del envidioso, y también las de jactancia y modestia por parte del envidiado. Los niños entienden de manera precoz estas reglas de no dañar la imagen de otro a través de menosprecio envidioso, pero tardan un poco más en entender la modestia como una estrategia de auto-menosprecio para no provocar sentimientos negativos en los demás (Quintanilla et al., 2018). Asimismo, hemos analizado la influencia del contexto de comparación (interpersonal, grupal e intergrupal) y la identificación de los niños con el grupo en el tipo de emociones y conductas que manifiestan cuando se sienten en desventaja respecto a otro (Gaviria et al., 2021).

Una constante de todos estos estudios, al margen de las variables analizadas, es que la expresión abierta de envidia y schadenfreude se hace menos frecuente con la edad. Los niños se van haciendo conscientes de que no es socialmente aceptable demostrar ese tipo de emociones hacia otros, ni tampoco es beneficioso para ellos dejar patente ante los demás que se consideran inferiores. Otros factores como el desarrollo de la autorregulación y la empatía también contribuyen a ese descenso, al menos en lo que se refiere a la envidia maliciosa. Sin embargo, esto no quiere decir que las emociones desaparezcan. Es su manifestación externa la que va evolucionando, haciéndose más sutil y apta para la convivencia, aunque no siempre menos dañina.