tres poemas

Tomás Verdes

TU SILENCIO

Explícame qué haces en tu jaula de algodón y por qué tú mismo la custodias.

Dime por qué

eres el vigilante de tus pensamientos

y guardas la llave de tu celda.

Sé de sobra que cabes entre los barrotes, pero no quieres salir.

Entre las nubes puedes sentirte cómodo, porque ni siquiera sabes

lo que es incómodo

si nunca te apoyas en nubes más ásperas.

Tienes miedo.

Lo sé porque nunca has salido

de la cárcel, de tu cárcel.

Y de ella, conoces todos sus pasadizos.

Y también sabes cómo articulan

todas las cerraduras.

Y, ¿qué haces?

Preocuparte por la soledad de sus pasillos, por los caminos

de una cárcel sola con un solo preso.

Eres el alcaide y el recluso del alcaide.

Te gustaría escribir tus memorias,

sin recuerdo,

con memoria de la cárcel, de tu cárcel.

Te gustaría encenderte y brillar,

como luz en la sombra,

pero te apagas como un árbol de otoño.

No caen tus hojas, pero sí tus ojos, lentamente,

como las compuertas de la cárcel,

de tu cárcel

FELIZ

Yo soy feliz. Yo soy muy feliz.

Soy tan feliz que cuando quiero ver el cielo, ninguna nube me lo tapa. Y si me lo tapa, pues ya no quiero ver el cielo.

Porque mi felicidad

no depende de una nube.

Una nube no es feliz. Una nube es gris y fea y no sabes cuándo se va a marchar.

Pero el cielo es azul y profundo.

Y el cielo me recuerda al mar.

Y yo, cuando veo el mar soy feliz,

porque no sé dónde acaba.

Y esa sensación es mágica.

Y la magia es feliz. Porque te hace latir

un poquito más deprisa

y abrir un poquito más los ojos.

Y cuando abres un poquito más los ojos, también curvas un poquito más los labios. Y entonces, sonríes. Y si sonríes, vives.

Y si vives, eres feliz

TÚ Y YO

Dime qué haces, tú, o sea, yo,

cuando prometes y no cumples.

Dime qué haces y por qué dejas de hacer. Digo, o sea, dime, qué piensas

cuando no haces,

y qué haces cuando no piensas.

Me gustaría, o sea, te gustaría saberlo. Pero dímelo susurrando,

pues no quiero que se entere, o sea,

no quiero enterarme. Pero, al menos, di.

Al menos dame una razón,

porque me conoces

mejor y peor que nadie.

Cuéntame por qué tengo, o sea,

por qué tienes miedos.

Ya sé que has abierto la puerta para pasar, pero ahora tienes que salir

para que yo pueda entrar, o sea,

puedas entrar.

No te preocupes, porque no te trancaré,

o sea, no me trancarás.

Además, los dos tenemos la misma llave. Aunque, a veces,

no sé por qué no la uso, o sea,

por qué no la abro

y por qué todavía puedes pasar.