CAP 5

QUINTO CAPÍTULO

Llegó por fin el día. Era un húmedo y constipado 17 de octubre. Leonard salió de su camarote a las doce y media de la mañana. Consciente de lo tarde que había despertado, corrió velozmente por los pasadizos del barco hasta llegar a las escaleras. Mientras tanto, abrochaba inhábilmente la hebilla de cobre de su cinturón y acomodaba su jersey bajo la gabardina. Por fin llegó a las puertas que daban a la cubierta. Y salió. Y estaba solo. Lo estaba porque el resto de la tripulación se hallaba en proa. Y cuando se dirigió hacia a proa entendió porque estaban allí. Había llegado el momento. Los treinta grumetes dirigían sus miradas hacia el horizonte con el mismo temor e incertidumbre las hormigas cuando nos ven cerca de sus hogares y no saben qué va a suceder. Como mucho veinte millas separaban al Hamilton del Finisterre. Y la vista era espectacular.

Allí figuraba el vacío, la más pura oscuridad. El cielo más allá de El Fin era simplemente negro y de ninguna otra tonalidad. Y ese sombrío negro que toda luz atrapaba, solo degradaba su lóbrega profundidad en sus aristas confines al cielo y al talud del mar. Los grisáceos nubarrones que poblaban el techo etéreo se desvanecían a medida que llegaban a la divisoria. Parecían cristales de hielo que se descongelaban hasta menguar por completo. Y en los linderos de la mar, el agua se derramaba hacía el vacío cual cascada caudalosa e interminable. Y a medida que el agua caía, perdía transparencia y se ennegrecía más, pareciendo ir acompañada de polvo blanco o ceniza. Klay y el recién levantado Leonard observaban con asombro junto a los demás marinos.

- Capitán, ¡lo hemos conseguido, usted lo ha conseguido! – dijo Klay con admiración y entusiasmo

- ¿Cómo? – exclamó Leonard ligeramente aturdido

- Sus sospechas eran ciertas, capitán. Aquí está el Finisterre, aquí está el vacío. Aquí está lo que usted buscaba y anhelaba descubrir. Le dejamos dormir para que, cuando usted despertase, lo viera desde lo más cerca posible. Y aquí lo tiene capitán, el final del disco terrestre – afirmaba Klay con efusividad

- Pero, Klay...

- ¿Qué le ocurre Leonard? ¡Vamos, alégrese! Esto ya se ha acabado

- ¿Es este el final? – decía el capitán con desconcierto y melancolía

- Sí, lo es. Ahora volvamos a Roderick Port. La travesía ha sido un éxito. ¿No tiene ganas de contársela a Redford y a Barkley?

- No Klay, jamás le contaré a nadie sobre un proyecto que no haya terminado

- ¿Y qué queda por hacer? Vamos, dígale al piloto que de la vuelta. Ya estamos demasiado cerca

- Le repito que la travesía aún no ha concluido Klay.

- Capitán, no hay cosa que ahora podamos hacer distinta a maniobrar el barco y navegar hacia Roderick Port – decía Klay con cierta incomodidad por la insistencia de Leonard

- ¿Usted sabe lo que hay detrás de la oscuridad, Klay?

- No señor, es imposible

- Y, ¿le gustaría descubrirlo? – dijo Leonard mirando hacia el Finisterre

- Leonard, pero ¿¡qué dice!? ¿¡Se ha vuelto loco!? ¿¡Acaso pretende tirarse al vacío!? ¡Allí no hay nada capitán! ¿¡Va a morir como un estúpido tras navegar como héroe!? Por favor, no diga más estupideces

- La mar, como la vida misma, Klay, no es especial por lo que te muestra, sino por lo que te esconde. ¿Me está diciendo que ha llegado hasta aquí para darse la vuelta como un patán? ¿Acaso usted tiene miedo? – cuestionaba Leonard con sarcasmo

El contramaestre, atónito ante las palabras del capitán, le pidió apartarse un poco de los grumetes para no alertarlos mientras seguían elevando la voz.

- Mira, Leonard, esto es muy sencillo. – decía Klay grave e intimidante – Vas a la carlinga del piloto, le adviertes del giro que debemos hacer, y todos nos vamos a casa. ¿Entendido?

Ante la inexistente respuesta del capitán, Klay volvió a dirigirle pregunta. Pero esta vez, las instrucciones fueron mucho más claras. Sacó una navaja y se la puso en el cuello. Con la otra mano, apretó con vehemencia la gabardina levantándolo del suelo por la pechera.

- Si no lo haces tú seré yo quien lo haga. Esta es tu última oportunidad. Decide con consecuencia, capitán

El silencio y la tensión fueron protagonistas durante unos segundos, mientras Leonard apretaba los labios y Klay endurecía el agarre

- Bien, Klay, ya me has demostrado que eres un marinero sin sangre. Pero... tú ganas. Volvamos a Roderick Port. Ahora quítame esa puta bayoneta del cuello, miserable cobarde.

Klay soltó a Leonard hostilmente y le indicó la cabina con el mismo brazo con el que antes podía haberle dado muerte. Como si nada hubiera ocurrido, volvió a proa y se mezcló entre los grumetes, aunque su vista seguía sobre los hombros de Leonard. El barco cada vez estaba más cerca del Finisterre, ahora a escasas cinco millas

El capitán caminó hacia el habitáculo del piloto, que se situaba en el segundo piso del buque. Abrió las compuertas y subió con plomizo avance las dieciséis escaleras. En cada uno de sus pasos, se marcaba el agua negra que desprendían las botas sobre la moqueta que arropaba los escalones. Leonard llegó a la puerta y dio seis golpes sobre el hierro. Bob le escuchó. Sabía que, por la forma de llamar, se trataba de Leonard. Aunque la silla del piloto diera la espalda a la puerta, Bob pulsó el botón de apertura sin siquiera girarse. La puerta se abrió.

- Capitán, ¡lo logramos! ¡lo hemos conseguido! Parecía imposible, pero lo hemos conseguido. Ahora solo queda retroceder el barco y volver a tierra para contar esta gran hazaña. ¿Qué me dice capitán? ¡Esto es increíble! ¡Es increíble!

- Sí Bob, ya no nos queda nada – Leonard avanzaba lentamente hacia la espalda de Bob. Cada uno de sus pasos se combinaba con un sonido metálico. El capitán buscaba algo en su bolsillo

- Cuando usted me diga, giramos, capitán. Entre antes de la orden mayor tiempo tendré para maniobrar – decía el piloto, con una voz alegre y semblante sonriente

- Bien Bob, atento a la orden – El capitán seguía avanzando. Ya había encontrado lo que buscaba, así que dejó de agitar los compartimentos de la gabardina – Veamos, Bob. En tres……. dos………- el piloto ya tenía su mano derecha sobre el timón y su izquierda sobre el cuadro de mandos - uno.......

Al mismo tiempo que Bob iba a gritar “¡cero!”, sintió un metal frío en su nuca y escuchó como se articulaba un gatillo a escasos centímetros de su cabeza. Leonard le encañonaba con una Magnum de calibre 50. Bob estaba paralizado.

- ¿Usted sabe lo que hay detrás de la oscuridad, Bob?

- No señor, es imposible

- Y, ¿le gustaría descubrirlo? – dijo Leonard mirando hacia el Finisterre por los ventanales de la cabina

- Leonard, pero ¿¡qué dice!? ¿¡Se ha vuelto loco!? ¿¡Acaso pretende tirarse al vacío!? ¡Allí no hay nada capitán! – dijo Bob mientras comenzaba a hiperventilar

- Esta bien Bob – dijo el capitán mientras bajaba el arma – Entiendo que... No todos tenemos las mismas aspiraciones. Le pido que me disculpe...... pero yo debo cumplir las mías

Leonard volvió a encañonar al piloto. Subió el brazo con rapidez hasta alinearlo con su cabeza y, entonces, disparó. Una bala, que atravesó el cráneo de Bob y los cristales de la cabina, estallando los ventanales, aunque no llegaran a romper. El cuerpo sin vida del piloto cayó al suelo metálico y brillante. La cabeza, totalmente perforada y de la que ya era imposible figurar sus partes, aún derramaba sangre. El disparo resonó con eco y violencia en todo el buque. Los grumetes en proa giraron asustados cuando escucharon el bullicio, intentando dilucidar de dónde provenía aquel fatal estruendo. Klay se temía lo peor. El barco estaba a tres millas del Finisterre.

- ¡Cuidado! ¡Nos disparan, nos disparan! ¡Vayan a esconderse! ¡Connor rápido, rápido, dirija a toda la tripulación a popa! Voy a tomar control desde el mástil – decía Klay mientras corría hacia la cabina

- A la orden. ¡Todos vamos! ¡YA! – Connor y los demás tripulantes galopaban hacia el otro extremo del barco

Klay había simulado incredulidad para no alertar a sus marinos, pero él era quien mejor podía imaginarse lo que había sucedido. El contramaestre aceleró como jamás lo había hecho. Llegó a las compuertas del interior del barco y subió de tres en tres los escalones que conducían a la cabina. Cuando llegó allí, la entrada estaba bloqueada. Leonard había cerrado la compuerta desde el cuadro de mandos, y ahora paseaba con tranquilidad por la cabina.

- ¡Maldito hijo de puta! ¡Abre ahora mismo! – gritaba desesperado Klay mientras golpeaba la compuerta - ¡VAMOS, ABRE DE UNA VEZ!

Leonard dejó de caminar en círculos y dirigió sus pasos hacia la puerta y su mirada hacia el cristal por el que podía ver a Klay

- Tranquilo, querido contramaestre – advertía el capitán con sarcasmo – Y, recuerde; el tesoro aguarda para quien se muestra digno. Hasta siempre, Klay

Leonard se despidió con dos suaves toques a la puerta y caminó lento y vacilante hacia la silla del piloto. Apartó el cadáver de Bob y se dejó caer sobre la confortable poltrona giratoria mientras relajaba los hombros y exhalaba profundamente.

- ¡LEONARD, POR FAVOR! ¡ABRE LA PUERTA! ¡VAMOS A MORIR! ¡NO QUIERO MORIR!

Klay suplicaba con angustia desde el exterior e intentaba acceder a la fuerza. Sus nudillos se ensangrentaban con cada puñetazo al acero. Tampoco servía como palanca su navaja. El cristal se empañaba y su frustración la volvía a descondensar en sus fracasados intentos por hacerse visible para el capitán. Ya no había nada que hacer. El buque Hamilton estaba a apenas media milla del Finisterre.

En la popa del barco, los grumetes se arrojaban al mar enardecidos por el miedo. Uno a uno, saltaban del buque Hamilton con la esperanza de que no fuera demasiado tarde como para soslayar la tragedia. El contramaestre seguía tras la compuerta, golpeando con agonía y rabia, a la imprevisible espera de que el capitán por fin la abriese. Mientras, Leonard, sonriente, percibía los alaridos desde la comodidad de su locura y su butaca. Klay no era consciente de lo cerca que estaba del Finisterre hasta que el navío comenzó a inclinarse. El barco cada vez estaba más horizontal. Entonces, vociferó con toda la fuerza que conservaba su fatigada garganta, y empezó a suplicar porque el capitán desbloqueara la entrada.

- ¡LEONARD!

- ¡LEONARD!

- ¡CAPITÁN, CAPITÁN!

.........

- ¡CAPITÁN!

.........

- ¡Capitán, despierte!

......

- ¡Capitán, despierte!

............

- ¡Leonard despierte! – decía Barkley mientras le abofeteaba – Vamos, capitán

Leonard recuperó la conciencia y se incorporó mareado. Sus ojos enrojecidos en legañas salinas eran incapaces de enfocar imagen, aunque, entre las ondas, pudo distinguir los rostros de Redford y Barkley

- ¡Señores! Ha despertado el capitán. Falsa alarma. Este hombre es más duro que el las chapas del Maverick – jaleaba Redford mientras se recomponía Leonard

- Bravo, capitán. Solo ha sido un susto.

- ¿Qué hago aquí? ¿Hemos sobrevivido? ¿Por qué estoy en Roderick Port? ¿Qué ha ocurrido con el viaje de vuelta? – preguntaba Leonard aturdido

Los tripulantes se miraban entre ellos con incredulidad y arqueaban las cejas en señal de desconcierto.

- ¿Qué quiere decir con sobrevivir, capitán? – decía Connor mientras se acercaba a él, que estaba tendido sobre el suelo del muelle

- ¡Sobrevivir al Finisterre, idiota! Lo último que recuerdo es caer al vacío y... ¿ahora aparezco en Roderick Port? ¿Qué está pasando? ¡No se haga el loco, camarada!

Connor volvió la vista a sus compañeros con media sonrisa y todos comenzaron a reír, incluidos Redford y Barkley que miraban con afecto al capitán apoyados desde un barril cercano al amarre del Hamilton.

- Me temo que eso es fruto de su imaginación, señor. Lleva tres largas horas inconsciente.

- Pero... Pero... ¡¿Y qué ha pasado con la Isla de Cladevitare!? ¿¡y con los luxvetitíes que nos perseguían!? Y... ¿¡Y con la anciana loca de la isla de Deusjudicii!? – cuestionaba Leonard enloquecido

- Nada de eso ha existido capitán. Usted se desmayó cuando habíamos recorrido apenas 40 millas, así que decidimos volver a puerto para que recuperara la conciencia. Ya partiremos otro día. La mar le ha jugado una mala pasada – aseguraba Connor mientras le apretaba el hombro cariñosamente

- Pero... ¿Y si... Ehh...

Leonard seguía sin comprender la situación. Ya no podía pensar con precisión. No era capaz de diferenciar la realidad del sueño. No era capaz siquiera de articular palabra. Seguía desconcertado e indispuesto

Redford y Barkley, que observaban al capitán, se miraron mutuamente. Y ambos entendieron enseguida aquella mirada. Quitaron sus codos del barril, apoyaron en él la cerveza que sostenían con la otra mano, y fueron a levantar a Leonard

- Venga, novatillo – decía Redford amistosamente mientras le levantaba – El cielo está precioso. Vamos a caminar un rato antes de que muera la tarde, y nos cuentas lo que te ha sucedido, ¿te parece?

Leonard se levantó de la madera mojada y agarró las manos que le tendían sus dos compañeros.

- Entonces, cuéntanos, ¿Qué es todo eso de Cladevitare y Deusjudicii y los demás nombres extraños que has nombrado? ¿qué has soñado, Leonard? ¿Qué has visto durante toda tu deriva de inconsciencia? Tenemos dos largos kilómetros para caminar y cuatro viejas orejas para escucharte – decía Barkley

- Pues, verás todo comenzó con...