CAP 2

SEGUNDO CAPÍTULO

Se cumplía la segunda semana; el oleaje era tranquilo y el cielo se teñía de un azul tan profundo que ninguna nube pretendía taparlo. Klay bromeaba con Leonard sobre el incidente de hace unos días, provocando la risa del capitán y la turbación de algunos tripulantes, que escuchaban desde los camarotes. Pese a que muchos de ellos fueran reticentes a proseguir con la travesía tras el reciente lance, el capitán mantenía más que firmes sus intenciones; llegar hasta el final

En el amanecer del undécimo día, el buque Hamilton volvió a divisar tierra. Era una isla diminuta en comparación con la anterior, y cubierta de árboles con tupidos ramales que impedían ver más allá de la costa. No tenía muelle, así que Bob se las apañó para encallarlo en la arena. Solo el capitán bajó a explorar. Cuando los tripulantes quisieron encontrarle, él ya se había desvanecido sobre el verde espeso de la vegetación. Leonard caminó por los escasos huecos libres que allí ofrecía la naturaleza. Dos minutos llevaba cuando divisó una pobre choza de paja seca y huesos raídos. Sobre su pared descansaba una viejita, que parecía estar hilando un collar de dientes

- ¡Oh, dichosos mis ojos que no ven lo que creen o no creen lo que ven! – exclamaba la anciana - ¡Cuán prolongado sería el tiempo que llevaba sin ver a un humano!

- ¿Está bien señora? – decía Leonard sin escuchar del todo bien mientras apartaba la maleza para llegar a la choza

- Si, hijo, te contaba que eres el primer mozo que veo en mucho tiempo. Hace ya siete meses que nadie pisa la isla de Deusjudicii. Esta vieja cada vez es más mayor, y pensaba que iba a morir sin volver a ver nadie. Desde que las malas lenguas comenzaron a hablar de los secretos de esta isla, nadie quiere visitarme.

- ¿Cómo que secretos y malas lenguas? ¿Qué tiene de especial esta isla?

- Aquí es donde vienen los marineros de las islas cercanas a recibir el juicio de Dios, aunque cada vez menos; pues para algunos la providencia no depara destinos felices... Pero yo soy la encargada de Dios y, desde mi fe y mi culto, debo ejecutar los veredictos del señor

- Señora, realmente me está asustando, ¿a qué se refiere con veredictos de Dios? – dijo Leonard temeroso

- ¡Nada, cielo! Es una laaaarga historia... Anda, vete a dar una vuelta por la isla mientras yo preparo algo para comer. Aguanta hijo, que voy a chiscar la hoguera

- De acuerdo, iré a curiosear por el monte de detrás, ya vuelvo cuan...

- ¡NO! ¡No se te ocurra ir por allí! ¡¿Me has oído?! Mejor ve en dirección a la playa, haz el favor, yo conozco esta isla. Hazme caso hijo

- Perdón, perdón... Vo... vo...voy pa...para la... playa – dijo Leonard asustado

- ¡Ay, hijo mío, no tengas miedo! Que yo solo soy una pobre abuelita. Te espero para comer, anda. Nos vemos en un rato.

La anciana se despidió con una sonrisa dulce, pero Leonard seguía recordando su escalofriante reacción cuando él se disponía a marchar monte arriba y ella le detuvo. Recordaba como la vieja apretó la mandíbula y clavó su mirada en él, tratando de detenerle. Pero, si había reaccionado así, es porque algo debía ocultar. Toda la historia de Dios y sus juicios y veredictos, retumbaba como música macabra en la cabeza del capitán. La información estaba inconexa, y la única vía para acabar el puzle parecía hallarse en aquel monte.

Desatendiendo las advertencias de la anciana, Leonard se dirigió hacia lo más alto de Deusjudicii. No podía acceder al monte por el camino lateral a la choza, ya que alertaría a la abuela, así que rodeó la isla hasta encontrar un escarpado lo suficientemente accesible para trepar. Ya arriba, se vio obligado a seguir apartando la densa vegetación hasta llegar al claro del monte. Y por fin, llegó. Y allí descubrió el sombrío significado del lugar. Todo lo que le había contado la vieja ahora tenía sentido

Lo que vieron los ojos del capitán era difícil de expresar con palabras, incluso con imágenes... Quince eran las cruces de madera que se levantaban sobre el monte, y en cada una de ellas reposaba un cadáver. Algunos de ellos ya eran puros restos y huesos, otros aún conservaban tejidos carnosos, aunque en descomposición y con marcas de amordazamiento. Los más crueles a la vista, les faltaba la mitad del cráneo y tenían el cuerpo perforado por astillas y lanzas. Pero todos tenían algo en común, habían sufrido una muerte encarnizada.

- ¡Ay, hijo, te dije que no subieras hasta aquí! No me dejas otra alternativa je, je.

Leonard se giró aterrado al reconocer la voz de la anciana. Durante unos quince segundos, ambos combinaron fríamente sus miradas. La viejita achinaba los ojos mientras arqueaba una sonrisa mezquina. Leonard, atemorizado, dilataba su mirada al son que su mandíbula comenzaba a temblar. Inmediatamente se dio la vuelta y comenzó a correr al ritmo más frenético que sus piernas y su horror le permitían. Trotaba hacia el escarpado por el que había escalado antes. La abuelita, en vez de perseguirle, se arrodilló hacia él, miró hacia el cielo y comenzó a manifestar sus rezos en una lengua tan aborigen que ningún viajero de Occidente se atrevería a trascribir.

- ¡Klay, Klay! ¡Alguien viene hacia el barco! – advertía Parker desde la cubierta

- ¡Connor! ¡Lewis! Encañonen a aquel sujeto. ¡Se va a enterar de qui...

- Espere Klay, ¿ese no es el capitán? – se apresuró a decir Connor antes de disparar.

Efectivamente, se trataba de Leonard, quien corría hacia el buque con prisa y fatiga. Tras la intrépida y descalabrada huida, la naturaleza había maltratado tanto su atavío, que le hacía irreconocible incluso a ojos de sus tripulantes. Cuando el capitán llegó al barco, estaba exhausto y herido por una zarza que serpenteaba su brazo izquierdo, tiñéndolo de sangre y resina. Dado que no podía articular palabra, Bob arrancó el buque de inmediato. Un capitán prácticamente inconsciente y su tripulación se alejaban de Deusjudicii.

Los siguientes cinco días, Leonard los malbarató tendido sobre la cubierta mirando al cielo. Las únicas veces que se incorporaba lo hacía para tragar whisky y escupir sangre. Luego se volvía a tumbar sobre la madera. Jamás contó detalle de lo ocurrido en la isla. Se ve que había recuperado la conciencia, pero no la palabra. Las inseguridades de la tripulación eran crecientes.