IMMANUEL KANT 

VICTOR FERNÁNDEZ (2º BCT)

¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza si te hablo de filosofía? Puede que te imagines un señor barbudo fumando de una pipa. Quizás si eres estudiante pienses esa soporífera asignatura que un lumbreras del ministerio ha hecho obligatoria solo para fastidiarte. O tal vez, simplemente pienses en una de esas frases horteras que infectan los estados de tu tía y el catálogo de Alehop. La verdad es que la filosofía hoy en día no recibe la misma atención que hace unos cuantos años. Sin embargo, muchos elementos de la filosofía sesuda de antaño forman parte de nuestra forma de entender el mundo. El pensador con un mayor impacto en ella es Kant.

Immanuel Kant nació en 1724 en Königsberg, lo que entonces era la capital de Prusia Oriental y hoy en día es la capital de esa parte de Rusia incrustada entre Polonia y Lituania para confundir a los estudiantes de geografía. A diferencia de otros pensadores como Platón, que eran hijos de aristócratas, Kant nació en una familia modesta y muy religiosa. Eso sí, con suficientes recursos para que fuera a la universidad. Allí estudió con mucho interés matemáticas, física, filosofía y religión. Sin embargo, la muerte de su padre en 1746 lo obligó a abandonar la universidad y dedicarse a dar clases particulares en los pueblos de la zona. En esta primera etapa como profesor ya se dejan ver sus ideas filosóficas, que buscaban enseñar al hombre a pensar por sí mismo; pues decía que él no enseñaba filosofía sino el arte de pensar.

Ya en 1755, tras haber continuado los estudios por su cuenta, recibió su doctorado y se especializó en la metafísica. También fue en este año cuando publicó Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, una obra que, en lugar de ser un muermo sobre la existencia de dios como uno esperaría de su título, se inspira en el trabajo de Newton para deducir con certeza el origen del Sistema Solar, la forma de la Vía Láctea y la existencia de otras galaxias. Nada mal para ser de letras.

Durante los años siguientes, Kant irá publicando ensayos filosóficos y será iluminado por Hume; quien, según él, lo había hecho “despertar del sueño dogmático”. Esto, traducido al español, significa que se pasó del racionalismo, estricto y basado en la razón, al empirismo escéptico, que se puede condensar en una sola frase: “Si no lo veo no lo creo”. Armado con este nuevo punto de vista, Kant publicará en 1781 su obra más conocida: Crítica de la razón pura. Este libro, denso como él solo y con un estilo académico ideal para leer con un diccionario a mano, trata el sencillo asunto de los fundamentos y los límites del conocimiento humano.

Sin embargo, lo que nos interesa es que; en una época convulsa, en la que conviven los movimientos racionalista y empirista, la Revolución Francesa y la física de Newton, Kant reconcilia la razón y los sentidos para que participen juntos en la búsqueda del conocimiento. Vamos, que, como en la ciencia actual, los razonamientos parten de las experiencias y no son válidos sin ser demostrados fuera del papel.

Además de por su importante labor como filósofo, también se conoce a Kant por ser un “rarito”. Muchas personas afirman que era metódico tanto en los estudios como en su vida diaria; llegando hasta el punto de que la gente ponía en hora sus relojes cuando lo veían dando su paseo diario. Cabe destacar que esto se debía a su delicada salud y su amistad con un comerciante británico de hábitos milimétricos. Lo que sí es totalmente cierto es que casi no viajó; pasó toda su vida en Königsberg y sus alrededores.

Kant murió el 12 de febrero de 1804. Por su gran influencia, tuvo un funeral multitudinario y más adelante se recaudó dinero para construirle una capilla que todavía es visitada. Marcó un antes y un después tanto en la filosofía como en nuestra concepción del mundo.