CAPERUCITA LOCA


RELATO GANADOR DEL CONCURSO DE RELATOS 2022


Víctor Fernández González, 4º A


Buenas, desestimados lectores, me llamo María Carmen Rosario de Dios, pero todos me conocéis como Caperucita Loca. Seguro que no tenéis nada mejor que hacer, así que os voy a contar la historia de cómo alguien se coló en casa de abuela y casi soy testiga de un homicidio.

Érase un sábado por la mañana y yo estaba durmiendo tranquilamente cuando, de repente, a mi madre se le cruza un cable y me saca de la cama sin siquiera darme los buenos días. Antes de que me dé cuenta, ya estoy en la cocina desayunado a toda leche sin siquiera subir un mísero video para mis followers de Insta y TikTok, pobres. Una vez termino de desayunar, como veo que mi madre está mucho más pesada que de costumbre, le pregunto qué narices quiere. Ella me dice que tengo que ir a ver a mi abuela porque hace media hora que no sube una foto a su Facebook y está preocupada por ella.

Media hora más tarde, después de compartir mi desgracia con mis followers, me monto en mi moto eléctrica autónoma™ y me dirijo al aburrido pueblo de mi abuela. Después de casi llevarme por delante un jabalí y perderme por esos terribles cortafuegos que llaman carreteras, finalmente llego al maldito pueblo. Una vez allí, actualizo mis vídeos de TikTok. Mis followers quieren saber dónde estoy en todo momento.

A la entrada del pueblo se me acabó la batería de mi moto eléctrica autónoma™ y tuve que ir hasta allí a pie como una normie. Una vez llego, entro por la pista de tenis trasera para evitar a los paparazis. Según voy cruzando el jardín, se empiezan a escuchar gritos en la casa. Pero, como mi abuela suele discutir con sus amantes, no le doy importancia. Nada más abrir la puerta, me arrepiento de haberme dejado el espray pimienta en casa y solo haber cogido el táser. I love my taser!

El panorama parecía un maldito campo de batalla salido de una película vintage de la Segunda Guerra Mundial. Todo el salón estaba patas arriba y mi abuela chillaba como una fiera y tiraba todo lo que encontraba a su alrededor a un bulto que había detrás del sofá. El bulto le pedía que se calmara. Asustada, le pregunté qué demonios pasaba y ella me gruñó: “¡Ponte a cubierto, niñata! ¿No ves que hay un sucio lobo detrás del sofá?” Confusa me tiré al suelo, preguntándome qué haría un lobo ahí. Había rumores en las redes de que cada vez más lobos cruzaban el bosque y venían a nuestras ciudades a robarnos y quitarnos el trabajo, pero no me esperaba que uno viniera hasta un pueblo olvidado en medio de la nada. Además, algo no cuadraba. En esas historias los lobos eran violentos y atacaban a la gente, pero él parecía más asustado de mi abuela que mi abuela de él.

Rápidamente, busqué un tutorial de negociación de secuestros y conseguí que mi abuela se calmara antes de que cogiera el trabuco de mi bisabuelo y pintara la pared de lobo.

Resultó que el lobo había venido desde el quinto pino huyendo de la guerra. Estaba empadronado en el pueblo y esta era su casa. Bueno, o lo había sido hasta que el banco lo desahució y mi abuela construyó un maldito resort encima. También explicó que solo quería recuperar unas fotos muy importantes para él.

El problema era que, desde que se retiró de Hollywood, mi abuela se había aficionado a navegar por Facebook todo el día. Allí fue donde se encontró con un grupo de imbéciles xenófobos llamado Ku Lupus Klan (bastante cringe en mi opinión) que le comió el coco. Por eso, cuando vio al lobo se le fue la olla.

Al final, todo salió bien. Mi abuela aceptó pasar una temporada en una clínica de rehabilitación anti secta y ha invertido sus ahorros en una ONG que lucha contra la desinformación. El lobo, por su parte, consiguió varias exclusivas para contar su historia y ahora vive en un casoplón. Además, da charlas contra la discriminación.

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