POEMAS

Tomás

VIEJA FLORESTA

Ya es tarde,

y ahora no queda nada aquí.

Antes era un bosque

donde crecía un frutal,

ahora es un descampado,

una melé

de malas hierbas y pocos brotes.

Y lo que antes era hojarasca

que caía con abundancia,

ahora cae por mustia y no se levanta.


El parque es silencioso,

ya se olvidó de su luz,

de las tardes de sol,

pero sol que apenas entraba,

porque los árboles se abrazaban, se envolvían y no se soltaban.


Hace mucho que los talaron,

y ahora el sol entra de un solo rayo

y no cien destellos.

El suelo es tierra mojada,

el cielo es una ventana.


Ahora ya nadie viene al jardín

porque se convirtió

en un cementerio de flores.

Es un secarral.

Un solar sin sol.

Un horno sin pan


Hasta los pájaros desviaron su vuelo.

Hasta en los aires edificaron senderos

para evitar ese lugar.

Ni las personas por allí pasaban.

Nadie pasaba por el secarral.

No tenía flores, tallos,

ni tampoco miradas

que le auguraran prosperidad.


Mil sonrisas que se volvieron cien,

y luego diez. ¿Y luego?

Que triste decir que desaparecieron.


El cielo se ha rendido.

El cielo ha comprendido

que es inútil llorar,

que hasta las nubes guardan secretos

y que las lágrimas más tristes

son las que tardan en secar.


EL TERCER POEMA

Las calles de Viena están torcidas.

Las cafeterías no tienen café.

Las avenidas son calles angostas,

los claroscuros son sólo sombras.

Los subterfugios mudaron

de refugios a escapatorias

Las calles de Viena están sombrías. Encontrarlas es la misión,

una vez perdidas.

Dentro de los hogares no hay luz.

Las farolas están fundidas.

Las luciérnagas tienen sueño,

y la luna, nictalopía.

Las calles de Viena están dormidas.

Los adoquines sólo los pisan

pesadas chaquetas,

y no el gastado zapato dócil,

que apenas deja huella,

menos el pie descalzo, ni la candela.

Las calles de Viena están sin vida.

Están silenciosas,

a merced del azar

o del decurso natural,

aguardando que las lágrimas

que ahora se disparan

acaben cayendo,

no por carencia,

sino por gravedad.

Y cuando se vean desde la noria,

el fasto de la ópera

y la elegancia del vals,

cuando el Danubio sea

del color del mar,

el reloj de cuco y no de arena,

la música no de triste cítara

sino de alegre feria,

volverán a su sonrisa,

las calles de Viena.