VIEJA FLORESTA
Ya es tarde,
y ahora no queda nada aquí.
Antes era un bosque
donde crecía un frutal,
ahora es un descampado,
una melé
de malas hierbas y pocos brotes.
Y lo que antes era hojarasca
que caía con abundancia,
ahora cae por mustia y no se levanta.
El parque es silencioso,
ya se olvidó de su luz,
de las tardes de sol,
pero sol que apenas entraba,
porque los árboles se abrazaban, se envolvían y no se soltaban.
Hace mucho que los talaron,
y ahora el sol entra de un solo rayo
y no cien destellos.
El suelo es tierra mojada,
el cielo es una ventana.
Ahora ya nadie viene al jardín
porque se convirtió
en un cementerio de flores.
Es un secarral.
Un solar sin sol.
Un horno sin pan
Hasta los pájaros desviaron su vuelo.
Hasta en los aires edificaron senderos
para evitar ese lugar.
Ni las personas por allí pasaban.
Nadie pasaba por el secarral.
No tenía flores, tallos,
ni tampoco miradas
que le auguraran prosperidad.
Mil sonrisas que se volvieron cien,
y luego diez. ¿Y luego?
Que triste decir que desaparecieron.
El cielo se ha rendido.
El cielo ha comprendido
que es inútil llorar,
que hasta las nubes guardan secretos
y que las lágrimas más tristes
son las que tardan en secar.
EL TERCER POEMA
Las calles de Viena están torcidas.
Las cafeterías no tienen café.
Las avenidas son calles angostas,
los claroscuros son sólo sombras.
Los subterfugios mudaron
de refugios a escapatorias
Las calles de Viena están sombrías. Encontrarlas es la misión,
una vez perdidas.
Dentro de los hogares no hay luz.
Las farolas están fundidas.
Las luciérnagas tienen sueño,
y la luna, nictalopía.
Las calles de Viena están dormidas.
Los adoquines sólo los pisan
pesadas chaquetas,
y no el gastado zapato dócil,
que apenas deja huella,
menos el pie descalzo, ni la candela.
Las calles de Viena están sin vida.
Están silenciosas,
a merced del azar
o del decurso natural,
aguardando que las lágrimas
que ahora se disparan
acaben cayendo,
no por carencia,
sino por gravedad.
Y cuando se vean desde la noria,
el fasto de la ópera
y la elegancia del vals,
cuando el Danubio sea
del color del mar,
el reloj de cuco y no de arena,
la música no de triste cítara
sino de alegre feria,
volverán a su sonrisa,
las calles de Viena.