GANADOR DEL CONCURSO DE RELATOS

MIGUEL MARTÍN (1º DIVER)

Hoy era un viernes normal y corriente, o bueno, eso pensaba. Me desperté tranquilamente a eso de las 7:00 h de la mañana, saludé a mi perro y me metí en la ducha. Tenía una reunión de trabajo muy importante y no podía faltar. Estaba tan ocupado pensando en mis cosas que, hasta que no salí de la ducha y me miré al espejo, no me di cuenta de que era invisible. Al principio estaba muy asustado y nervioso, pero después de un rato me di cuenta de que era de las mejores cosas que me habían pasado en la vida, o eso parecía al principio.

Como era verano y hacía demasiado calor, decidí salir sin ropa, total, no me podía ver nadie y no era muy buena idea ir por la calle “dando la nota” con ropa flotante.

El primer problema al que me tuve que enfrentar era salir de casa sin que mi madre me quiera ver, aunque dentro de lo que cabe fue bastante sencillo. Fui rápidamente hacia la puerta y, mientras salía y sin dar tiempo a mi madre para responder, grité: “Adiós mamá me voy ya la reunión”, mientras daba un portazo. Ya fuera de mi casa pensé en qué hacer en mi maravilloso día, aunque, en verdad, fue toda una aventura, pero, primero empecemos por cuando cogí el bus.

Cogí un bus en la parada más cercana a mi casa que iba a la feria, iba a aprovechar mis poderes para montarme en todas las atracciones gratuitamente. Al montar en el bus, iba a pagar el billete, tonto de mí, no me daba cuenta de que era invisible. Gracioso, ¿verdad? Bueno, a lo que íbamos. Llegué a la feria y, mientras pensaba en qué atracción montarme primero, vi a un niño llorar en la entrada. Me acerqué por curiosidad al niño y, al escuchar a la madre decirle al niño que no tenía dinero para las entradas, algo dentro de mí se rompió. Me di cuenta de que no estaba bien aprovecharme de mis poderes para hacer el mal, así que se me ocurrió una maravillosa idea para hacer el bien, por así decirlo, robar un camión de Prosegur y repartir todo el dinero entre los pobres del barrio. Estaba tan convencido de que era una estupenda idea que, tan rápido como lo pensé, me puse a ello. Sabía que todos los viernes a las 17:30 de la tarde un camión de Prosegur pasaba por el banco de mi barrio Tan rápido como pude, cogí un bus y fui para allí. Llegué justo a tiempo, ahí estaba el precioso camión lleno de dinero con esos dos asquerosos y repugnantes guardias que siempre te hablaban borde y te miraban por encima del hombro.

Robar ese camión fue lo más sencillo que había hecho nunca, igual que robarle el chupete a un niño. Me monté y con las llaves que estaban aún puestas en el salpicadero, arranqué el camión y salí pitando de ahí.

¿Antes había dicho que fue lo más fácil verdad?, pues, bueno, ahora toca lo más difícil, escapar de la policía y pensar dónde narices podía meter ese enorme camión. A no mucha distancia de donde estaba, había un puente en obras que cruzaba un río, así que lo único que se me ocurrió fue agarrar todo el dinero y tirar el camión por el río, la policía no me podría ver, ya que era invisible.

Llegando al puente me di cuenta de que era una cantidad de dinero inmensa y tenía que dejar la mayoría, ya que yo solo no podía llevarlo, pero, por mucho que me doliese, tenía que dejarlo. Me preparé, agarré bien fuerte dos bolsas cargadas de dinero, pisé el acelerador a tope y, antes de llegar al borde, me tiré del camión; tonto de mí, porque no sabes el daño que me hice. Bueno, el caso es que, malherido y sin fuerzas, salí del río arrastrando las bolsas de felicidad, quiero decir, de dinero conmigo. A las 11:30 h sabía que, como todos los viernes, iban a hacer una cena gratis para los sintecho en el pabellón municipal. Me dirigí hacia allí para repartir el dinero, pero lo quise hacer de manera especial. Me subí al techo y empecé a tirar el dinero a la calle en forma de lluvia. De un momento a otro, se llenó la calle de gente y fue increíble ver a todos felices, pero no todo es tan bonito. ¿Cómo no? también llegaron los amigos de lo ajeno, es decir, la policía.

De repente, todo el mundo miraba hacia donde yo estaba súper sorprendidos. Habían dado las 12:00 de la noche y, sin yo saberlo, mis poderes habían desaparecido y, pues bueno, pongámonos en situación, ver a un tío en pelotas, con una enorme trompa, lanzando dinero del techo, pues no era muy normal, ¿no?

Al final acabé arrestado y acusado de disturbios y robo y por eso estoy aquí en la cárcel. Esa es mi historia. Ahora te toca a ti. ¿Tú por qué estás aquí?