FINALISTA DEL CONCURSO DE RELATOS

MARTA MONTESO (2º A)

Es viernes por la mañana. Un día cualquiera. Suena el despertador como de costumbre, a las siete menos diez. Al levantarme de mi cama, voy al baño. Me miro en el espejo y me doy cuenta de que mi reflejo no se ve en él. Me froto los ojos para comprobar que sigo despierto y sigo sin verme. Me miro las manos y tampoco las puedo ver. Todo lo que llevaba puesto tampoco se veía y probé a quitarme la camiseta, y en efecto, parecía flotar en el aire. Pensé que sería un sueño, pero cuando el me vestí seguía ocurriendo lo mismo. Fui a por mi móvil a mi habitación y llegó un mensaje:” tienes el poder de ser invisible por un día, no lo desperdicies”

Decidí dejarles una nota a mis padres:” llegaré hoy más tarde a casa, me quedaré a comer en casa de la abuela”. Solía hacerlo entre semana y no había nadie más a la que me apeteciera contárselo.

Cogí el autobús del instituto y me senté en el asiento habitual. Al poco tiempo veo como mi compañero se sienta sobre mí. Exclamé y se asustó.

- ¿Andrés? – preguntó él.

Yo no quería asustarlo así que decidí no contestar ni contárselo a nadie de allí.

Me pasé esa mañana como si fuera invisible y es que realmente ¡lo era!

Antes de subirme al autobús para irme a casa decidí gastar alguna que otra broma a personas que no me caían realmente bien.

Empecé con el profesor de matemáticas. Me había puesto un cero en el último examen. Él iba caminando hacia su coche con las llaves en la mano. Tiré de ellas y sorprendentemente ni se dio cuenta. Avancé rápidamente hacia su vehículo, lo abrí y lo arranqué y salió corriendo detrás de él. Lo dejé cerca, tampoco quería ser malo.

 Al bajar del autobús fui hasta la casa de mi abuela, pero antes quise regalarle algo que ella deseaba tener. Estaba mal lo que iba a hacer, pero yo por mi abuela hacía cualquier cosa.

Entré a casa de su vecina, la cual le caía fatal, pero tenía una buenísima receta de sopa que mi abuela quería robarle. Salté por su ventana y entré a la cocina. Las tenía todas sobre la mesa por lo que me fue fácil verlas. Las cogí y dispuesto a volver a saltar, su perro, el cual yo no había oído, saltó sobre mi ladrando. Salí corriendo y cerré la ventana y el hocico del perro quedó estampado sobre ella. Me reí un buen rato.

Mi abuela, al contarle todo, se quedó sorprendida y me dijo que también podía hacer cosas buenas por la gente y me detuve a pensarme mientras comía. Me despedí de ella de inmediato y me dispuse a limpiar las calles del vecindario y recoger la basura, tocar en los timbres de las casas y dejarles en el suelo, sobre el portal, cosas útiles que yo ya no quiero ni necesito y recoger mi habitación para alegrarle un poco el día a mi madre.

Se hicieron las doce y se acabaron mis poderes.

A veces sólo pensamos en hacer cosas malas, pero a veces está bien ayudar a los demás para alegrarles, porque a nosotros también nos gustaría ¿verdad?