La biblioteca escolar es un espacio educativo que sirve para proveer recursos literarios, bibliográficos y académicos, está dirigida a estudiantes, docentes y familiares con el fin de fortalecer el proyecto educativo de la institución. Es un lugar diseñado para facilitar oportunidades de aprendizaje y enriquecimiento personal a partir de la lectura y escritura como medios para desarrollar la creatividad y el conocimiento.
Abel Pérez Rojas
Existen grandes libros en el mundo, y grandes mundos en los libros. Existen demasiadas razones para desglosar las páginas de cada uno de ellos, y si aun te faltan razones para hacerlo es porque no te has dado la oportunidad de abrir por lo menos, uno de ellos.
Había una vez un canguro que era un auténtico campeón de las carreras, pero al que el éxito había vuelto vanidoso, burlón y antipático. La principal víctima de sus burlas era un pequeño pingüino, al que su andar lento y torpón impedía siquiera acabar las carreras.
Un día el zorro, el encargado de organizarlas, publicó en todas partes que su favorito para la siguiente carrera era el pobre pingüino. Todos pensaban que era una broma, pero aún así el vanidoso canguro se enfadó muchísimo, y sus burlas contra el pingüino se intensificaron. Este no quería participar, pero era costumbre que todos lo hicieran, así que el día de la carrera se unió al grupo que siguió al zorro hasta el lugar de inicio. El zorro los guió montaña arriba durante un buen rato, siempre con las mofas sobre el pingüino, sobre que si bajaría rondando o resbalando sobre su barriga...
Pero cuando llegaron a la cima, todos callaron. La cima de la montaña era un cráter que había rellenado un gran lago. Entonces el zorro dio la señal de salida diciendo: "La carrera es cruzar hasta el otro lado". El pingüino, emocionado, corrió torpemente a la orilla, pero una vez en el agua, su velocidad era insuperable, y ganó con una gran diferencia, mientras el canguro apenas consiguió llegar a la otra orilla, lloroso, humillado y medio ahogado. Y aunque parecía que el pingüino le esperaba para devolverle las burlas, este había aprendido de su sufrimiento, y en lugar de devolvérselas, se ofreció a enseñarle a nadar.
Aquel día todos se divirtieron de lo lindo jugando en el lago. Pero el que más lo hizo fue el zorro, que con su ingenio había conseguido bajarle los humos al vanidoso canguro.
(Pedro Pablo Sacristán)
Eduardo era el caballero más joven del reino. Aún era un niño, pero era tan valiente e inteligente, que sin haber llegado a luchar con ninguno, había derrotado a todos sus enemigos. Un día, mientras caminaba por las montañas, encontró una pequeña cueva, y al adentrarse en ella descubrió que era gigantesca, y que en su interior había un impresionante castillo, tan grande, que pensó que la montaña era de mentira, y sólo se trataba de un escondite para el castillo.
Al acercarse, Eduardo oyó algunas voces. Sin dudarlo, saltó los muros del castillo y se acercó al lugar del que procedían las voces.
-¿hay alguien ahí?- preguntó.
- ¡Socorro! ¡ayúdanos! -respondieron desde dentro-llevamos años encerrados aquí sirviendo al dragón del castillo.
¿Dragón?, pensó Eduardo, justo antes de que una enorme llamarada estuviera a punto de quemarle vivo. Entonces, Eduardo dio media vuelta muy tranquilamente, y dirigiéndose al terrible dragón que tenía enfrente, dijo:
- Está bien, dragón. Te perdono por lo que acabas de hacer. Seguro que no sabías que era yo
El dragón se quedó muy sorprendido con aquellas palabras. No esperaba que nadie se le opusiera, y menos con tanto descaro.
- ¡Prepárate para luchar, enano!, ¡me da igual quien seas! -- rugió el dragón.
- Espera un momento. Está claro que no sabes quién soy yo. ¡Soy el guardián de la Gran Espada de Cristal!.-siguió Eduardo, que antes de luchar era capaz de inventar cualquier cosa- Ya sabes que esta espada ha acabado con decenas de ogros y dragones, y que si la desenvaino volará directamente a tu cuello para darte muerte.
Al dragón no le sonaba tal espada, pero se asustó. No le gustaba nada aquello de que le pudieran cortar el cuello. Eduardo siguió hablando.
- De todos modos, quiero darte una oportunidad de luchar contra mí. Viajaremos al otro lado del mundo. Allí hay una montaña nevada, y sobre su cima, una gran torre. En lo alto de la torre, hay una jaula de oro donde un mago hizo esta espada, y allí la espada pierde todo su poder. Estaré allí, pero sólo esperaré durante 5 días
Y al decir eso, Eduardo levantó una nube de polvo y desapareció. El dragón pensó que había hecho magia, pero sólo se había escondido entre unos matorrales. Y el dragón, deseando luchar con aquel temible caballero, salío volando rápidamente hacia el otro lado del mundo, en un viaje que duraba más de un mes.
Cuando estuvo seguro de que el dragón estaba lejos, Eduardo salió de su escondite, entró al castillo y liberó a todos los allí encerrados. Algunos llevaban desaparecidos muchísimos años, y al regresar todos celebraron el gran ingenio de Eduardo.
¿Y el dragón? ¿Pues os podéis creer que en el otro lado del mundo era verdad que había una montaña nevada, con una gran torre en la cima, y en lo alto una jaula de oro? Pues sí, y el dragón se metió en la jaula y no pudo salir, y allí sigue, esperando que alguien ingenioso vaya a rescatarle...
(Pedro Pablo Sacristán)
Había una vez un pirata muy feo al que todos llamaban Caraderrata. El pirata Caraderrata se sentía muy ofendido por el apodo. Pero no decía nada, porque no quería parecer débil. En lugar de eso, el pirata Caraderrata hacía todo lo posible por dañar a todo el que se cruzara en su camino. Era temible incluso con sus compañeros de tripulación.
Un día, el pirata Caraderrata fue apresado, junto con toda la tripulación del barco. Los llevaron a todos en un isla desierta y los encerraron en unas jaulas.
Al pirata Caraderrata, como era el más feroz de todos, lo encerraron solo y apartado. Ni siquiera podía oír a los demás.
Pasaron los días y, finalmente, la tripulación fue liberada. Pero los rescatadores se olvidaron del pirata Caraderrata. Los demás piratas tampoco se acordaron de él. Y si alguno lo hizo se calló y no dijo nada, porque el pirata Caraderrata era tan malvado y desagradable que nadie quería tenerlo cerca.
Afortunadamente uno de los rescatadores se dio cuenta de que el pirata Caraderrata seguía encerrado y lo soltó. Pero ya era demasiado tarde: su barco había zarpado sin él.
-Puedes quedarte con nosotros -le dijeron-. Pero más te vale moderar tu actitud. Si nos das problemas te dejamos en cualquier parte y te buscas la vida.
-De acuerdo -dijo el pirata Caraderrata.
-¿Cómo te llamas? -le preguntaron.
-Todos me llaman Caraderrata -contestó el pirata.
-Pero tendrás nombre ¿no? -le dijeron-. ¿O me vas a decir que te gusta que te llamen Caraderrata?
El pirata Caraderrata se quedó sorprendido. Nunca nadie le había llamado por su nombre de pila. De hecho, no recordaba la última vez que alguien se había preocupado por saber su nombre.
-Me llamo Filomeno -dijo el pirata.
-De acuerdo, Filomeno. Manos a la obra, que hay mucho trabajo.
El pirata Caraderrata, es decir, Filomeno, se convirtió en un hombre amable, útil y entregado a su nueva comunidad. Y todo por algo tan sencillo como ser llamado por su nombre, sin apodos humillantes. Es más, quienes lo vieron años después apenas lo reconocieron, porque su gesto se había vuelto mucho más agradable y había aflorado su verdadera belleza: la belleza interior.
Eva María Rodríguez
Había una vez un molinero pobre que cuando murió sólo pudo dejar a sus hijos por herencia el molino, un asno y un gato. En el reparto, el molino fue para el mayor, el asno para el segundo y el gato para el más pequeño. Éste último se lamentó de su suerte en cuanto supo cuál era su parte.
- ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo tengo un pobre gato.
El gato, que no andaba muy lejos, le contestó:
- No os preocupéis mi señor, estoy seguro de que os seré más valioso de lo que pensáis.
- ¿Ah sí? ¿Cómo?, dijo el amo incrédulo
- Dadme un par de botas y un saco y os lo demostraré.
El amo no acababa de creer del todo en sus palabras, pero como sabía que era un gato astuto le dio lo que pedía.
El gato fue al monte, llenó el saco de salvado y de trampas y se hizo el muerto junto a él. Inmediatamente cayó un conejo en el saco y el gato puso rumbo hacia el palacio del Rey.
- Buenos días majestad, os traigo en nombre de mi amo el marqués de Carabás - pues éste fue el nombre que primero se le ocurrió - este conejo.
- Muchas gracias gato, dadle las gracias también al señor Marqués de mi parte.
Al día siguiente el gato cazó dos perdices y de nuevo fue a ofrecérselas al Rey, quien le dio una propina en agradecimiento.
Los días fueron pasando y el gato continuó durante meses llevando lo que cazaba al Rey de parte del Marqués de Carabás.
Un día se enteró de que el monarca iba a salir al río junto con su hija la princesa y le dijo a su amo:
- Haced lo que os digo amo. Acudid al río y bañaos en el lugar que os diga. Yo me encargaré del resto. El amo le hizo caso y cuando pasó junto al río la carroza del Rey, el gato comenzó a gritar diciendo que el marqués se ahogaba. Al verlo, el Rey ordenó a sus guardias que lo salvaran y el gato aprovechó para contarle al Rey que unos forajidos habían robado la ropa del marqués mientras se bañaba. El Rey, en agradecimiento por los regalos que había recibido de su parte mandó rápidamente que le llevaran su traje más hermoso. Con él puesto, el marqués resultaba especialmente hermoso y la princesa no tardó en darse cuenta de ello. De modo que el Rey lo invitó a subir a su carroza para dar un paseo.
El gato se colocó por delante de ellos y en cuanto vio a un par de campesinos segando corrió hacia ellos.
- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que el prado que estáis segando pertenece al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.
Los campesinos hicieron caso y cuando el Rey pasó junto a ellos y les preguntó de quién era aquél prado, contestaron que del Marqués de Carabás.
Siguieron camino adelante y se cruzaron con otro par de campesinos a los que se acercó el gato.
- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que todos estos trigales pertenecen al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.
Y en cuanto el Rey preguntó a los segadores, respondieron sin dudar que aquellos campos también eran del marqués.
Continuaron su paseo y se encontraron con un majestuoso castillo. El gato sabía que su dueño era un ogro así que fue a hablar con él.
- He oído que tenéis el don de convertiros en cualquier animal que deseéis. ¿Es eso cierto?
- Pues claro. Veréis cómo me convierto en león
Y el ogro lo hizo. El pobre gato se asustó mucho, pero siguió adelante con su hábil plan.
- Ya veo que están en lo cierto. Pero seguro que no sois capaces de convertiros en un animal muy pequeño como un ratón.
- ¿Ah no? ¡Mirad esto!
El ogro cumplió su palabra y se convirtió en un ratón, pero entonces el gato fue más rápido, lo cazó de un zarpazo y se lo comió.
Así, cuando el Rey y el Marqués llegaron hasta el castillo no había ni rastro del ogro y el gato pudo decir que se encontraban en el estupendo castillo del Marqués de Carabás.
El Rey quedó fascinado ante tanto esplendor y acabó pensando que se trataba del candidato perfecto para casarse con su hija.
El Marqués y la princesa se casaron felizmente y el gato sólo volvió a cazar ratones para entretenerse.
Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia. No se interesaba por sus soldados, ni le atraía el teatro, ni le gustaba pasear en coche por el bosque, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos.
Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey que se encuentra en el Consejo, de él se decía siempre:
-El Emperador está en el ropero.
La gran ciudad en que vivía estaba llena de entretenimientos y era visitada a diario por numerosos turistas. Un día se presentaron dos trúhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las telas más maravillosas que pudiera imaginarse. No sólo los colores y los dibujos eran de una insólita belleza, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de convertirse en invisibles para todos aquellos que no fuesen merecedores de su cargo o que fueran irremediablemente estúpidos.
-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los llevase, podría averiguar qué funcionarios del reino son indignos del cargo que desempeñan. Podría distinguir a los listos de los tontos. Sí, debo encargar inmediatamente que me hagan un traje.
Y entregó mucho dinero a los estafadores para que comenzasen su trabajo.
Instalaron dos telares y simularon que trabajaban en ellos; aunque estaba totalmente vacíos. Con toda urgencia, exigieron las sedas más finas y el hilo de oro de la mejor calidad. Guardaron en sus alforjas todo esto y trabajaron en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.
«Me gustaría saber lo que ha avanzado con la tela», pensaba el Emperador, pero se encontraba un poco confuso en su interior al pensar que el que fuese tonto o indigno de su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que tuviera dudas sobre sí mismo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para ver cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban deseosos de ver lo tonto o inútil que era su vecino.
«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para ver si el trabajo progresa, pues tiene buen juicio, y no hay quien desempeñe el cargo como él».
El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos pícaros, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos.
«¡Dios me guarde! -pensó el viejo ministro, abriendo unos ojos como platos-. ¡Pero si no veo nada!». Pero tuvo buen cuidado en no decirlo.
Los dos estafadores le pidieron que se acercase y le preguntaron si no encontraba preciosos el color y el dibujo. Al decirlo, le señalaban el telar vacío, y el pobre ministro seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había.
«¡Dios mío! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No debo decir a nadie que no he visto la tela».
-¿Qué? ¿No decís nada del tejido? -preguntó uno de los pillos.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujos y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.
-Cuánto nos complace -dijeron los tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo ministro tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.
Los estafadores volvieron a pedir más dinero, más seda y más oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Lo almacenaron todo en sus alforjas, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en el telar vacío.
Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado del tejido y a informarse de si el traje quedaría pronto listo. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y remiró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-Precioso tejido, ¿verdad? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.
«Yo no soy tonto -pensó el funcionario-, luego, ¿será mi alto cargo el que no me merezco? ¡Qué cosa más extraña! Pero, es preciso que nadie se dé cuenta».
Así es que elogió la tela que no veía, y les expresó su satisfacción por aquellos hermosos colores y aquel precioso dibujo.
-¡Es digno de admiración! -informó al Emperador.
Todos hablaban en la ciudad de la espléndida tela, tanto que, el mismo Emperador quiso verla antes de que la sacasen del telar.
Seguido de una multitud de personajes distinguidos, entre los cuales figuraban los dos viejos y buenos funcionarios que habían ido antes, se encaminó a la sala donde se encontraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo afanosamente, aunque sin hebra de hilo.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados funcionarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -, y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían perfectamente la tela.
«¿Qué es esto? -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tonto? ¿O es que no merezco ser emperador? ¡Resultaría espantoso que fuese así!».
-¡Oh, es bellísima! -dijo en voz alta-. Tiene mi real aprobación-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío, sin decir ni una palabra de que no veía nada.
Todo el séquito miraba y remiraba, pero ninguno veía absolutamente nada; no obstante, exclamaban, como el Emperador:
-¡Oh, es bellísima!-, y le aconsejaron que se hiciese un traje con esa tela nueva y maravillosa, para estrenarlo en la procesión que debía celebrarse próximamente.
-¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todos estaban entusiasmados con ella.
El Emperador concedió a cada uno de los dos bribones una Cruz de Caballero para que las llevaran en el ojal, y los nombró Caballeros Tejedores.
Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con más de dieciséis lámparas encendidas. La gente pudo ver que trabajaban activamente en la confección del nuevo traje del Emperador. Simularon quitar la tela del telar, cortaron el aire con grandes tijeras y cosieron con agujas sin hebra de hilo; hasta que al fin, gritaron:
-¡Mirad, el traje está listo!
Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros más distinguidos, y los dos trúhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-¡Estos son los pantalones! ¡La casaca! ¡El manto! ...Y así fueron nombrando todas las piezas del traje. Las prendas son ligeras como si fuesen una tela de araña. Se diría que no lleva nada en el cuerpo, pero esto es precisamente lo bueno de la tela.
-¡En efecto! -asintieron todos los cortesanos, sin ver nada, porque no había nada.
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad a quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones-, para que podamos probarle los nuevos vestidos ante el gran espejo?
El Emperador se despojó de todas sus prendas, y los pícaros simularon entregarle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Luego hicieron como si atasen algo a la cintura del Emperador: era la cola; y el Monarca se movía y contoneaba ante el espejo.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaron todos-. ¡Qué dibujos! ¡Qué colores! ¡Es un traje precioso!
-El palio para la procesión os espera ya en la calle, Majestad -anunció el maestro de ceremonias.
-¡Sí, estoy preparado! -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? -y de nuevo se miró al espejo, haciendo como si estuviera contemplando sus vestidos.
Los chambelanes encargados de llevar la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y siguieron con las manos en alto como si estuvieran sosteniendo algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada.
Y de este modo marchó el Emperador en la procesión bajo el espléndido palio, mientras que todas las gentes, en la calle y en las ventanas, decían:
-¡Qué precioso es el nuevo traje del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué bien le sienta! -nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que no veían nada, porque eso hubiera significado que eran indignos de su cargo o que eran tontos de remate. Ningún traje del Emperador había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios mío, escuchad la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo empezó a cuchichear sobre lo que acababa de decir el pequeño.
-¡Pero si no lleva nada puesto! ¡Es un niño el que dice que no lleva nada puesto!
-¡No lleva traje! -gritó, al fin, todo el pueblo.
Aquello inquietó al Emperador, porque pensaba que el pueblo tenía razón; pero se dijo:
-Hay que seguir en la procesión hasta el final.
Y se irguió aún con mayor arrogancia que antes; y los chambelanes continuaron portando la inexistente cola.
Cierta vez un adinerado hombre de familia llevó a su hijo a un viaje por el campo con el firme propósito de que éste viera cuan pobres eran ciertas personas y comprendiera el valor de las cosas y los afortunados que eran ellos. Estuvieron un día y una noche en la granja de una familia muy humilde. Al concluir el viaje, ya de regreso en casa, el padre le preguntó a su hijo:
-¿ Que te pareció el viaje?-
- Muy bonito papá -
- ¿viste que tan pobre y necesitada puede ser la gente?-
- si papá -
- ¿Y que aprendiste? -
- que nosotros tenemos en perro en casa y ellos tienen tres, nosotros tenemos una piscina de 24 metros y ellos tienen un riachuelo sin fin, nosotros tenemos lamparas importadas y el ellos tienen las estrellas. Especialmente papá vi que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia, pero mamá y tú siempre trabajan y no tienen tiempo. El padre se quedó mudo y el niño le dijo: - Gracias por enseñarme lo rico que podríamos llegar a ser -
(La culpa es de la vaca)
La muerte de la rosa
Murió de mal aroma.
Rosa idéntica, exacta.
Subsistió a su belleza,
Sucumbió a su fragancia.
No tuvo nombre: acaso
la llamarían Rosaura,
O Rosa-fina, o Rosa
del amor, o Rosalba;
o simplemente Rosa,
como la nombra el agua.
Más le hubiera valido
ser siempreviva, Dalia,
pensamiento con luna
como un ramo de acacia.
Pero ella será eterna:
fue rosa; y eso basta;
Dios la guarde en su reino
a la diestra del alba.
Gabriel García Marquez
Cuando eramos niños
Cuando éramos niños los viejos tenían como treinta, un charco era un océano, la muerte lisa y llana no existía.
Luego cuando muchachos los viejos eran gente de cuarenta, un estanque era un océano, la muerte solamente una palabra.
Ya cuando nos casamos, los ancianos estaban en los cincuenta, un lago era un océano, la muerte era la muerte de los otros.
Ahora veteranos ya le dimos alcance a la verdad, el océano es por fin el océano, pero la muerte empieza a ser la nuestra.
Mario Benedetti
Si tú me olvidas
Quiero que sepas una cosa. Tú sabes cómo es esto: si miro la luna de cristal, la rama roja del lento otoño en mi ventana, si toco junto al fuego la impalpable ceniza o el arrugado cuerpo de la leña, todo me lleva a ti, como si todo lo que existe, aromas, luz, metales, fueran pequeños barcos que navegan hacia las islas tuyas que me aguardan.
Ahora bien, si poco a poco dejas de quererme dejaré de quererte poco a poco. Si de pronto me olvidas no me busques, que ya te habré olvidado.
Si consideras largo y loco el viento de banderas que pasa por mi vida y te decides a dejarme a la orilla del corazón en que tengo raíces, piensa que en ese día, a esa hora levantaré los brazos y saldrán mis raíces a buscar otra tierra.
Pero si cada día,cada hora sientes que a mí estás destinada con dulzura implacable.
Si cada día sube una flor a tus labios a buscarme, ay amor mío, ay mía, en mí todo ese fuego se repite, en mí nada se apaga ni se olvida, mi amor se nutre de tu amor, amada, y mientras vivas estará en tus brazos sin salir de los míos.
Pablo Neruda
En el silencio de mis palabras, en la compañía de mi soledad, descubro tesoros perdidos en tierras que nunca navegué.
Ausente se hace el tiempo cuando de lo eterno estoy rodeado, lentamente y sin prisa observo con asombro los detalles que antes ignoraba.
Al dormir pude encontrar descanso para mi alma, creo que en mis pensamientos dejé de correr.
Ya no hay conflicto en lo que siento ni cadáveres entre sus fronteras, la luz levantó bandera en los montes altos de la oscuridad.
¡Sé tú mismo!, especialmente no finjas afectos.
Tampoco seas cínico respecto del amor,porque frente a toda aridez y desencanto,el amor es perenne como la hierba.
Recoge mansamente el consejo de los años,renunciando graciosamente a las cosas de juventud.
Nutre tu fuerza espiritual para que te proteja en la desgracia repentina,pero no te angusties con fantasías.
(…)
Por lo tanto, mantente en paz con Dios,de cualquier modo que lo concibas,y cualesquiera sean tus trabajos y aspiraciones.
Mantén en la ruidosa confusión, paz con tu alma.
Con todas sus farsas y sueños rotos,este sigue siendo un mundo hermoso.
Ten cuidado… Esfuérzate en ser feliz.
Ser libre es vivir en verdad.
La verdad es el único lugar en donde no existen sombras.
Cuando descubres la verdad de quien eres no necesitas vivir bajo la sombra de alguien más.
¿ Verdad ?