1957: Nacimiento en Santiago de Chile.
1961-1973: Escolaridad Alianza Francesa de Santiago.
1974: Baccalauréat, Francia.
1978: Licenciatura en Ciencias Económicas, Paris I Panthéon-Sorbonne, Francia.
1979: Maitrise en Ciencias Económicas, Paris I Panthéon-Sorbonne, Francia.
1979-1980: Investigador en el Centre International pour le Développement, Paris.
1983: Doctor en Ciencias Económicas, Paris X Nanterre, Francia.
1981-1989: Investigador en Centro de Estudios VECTOR; Grupo de Investigaciones Agrarias (GIA); Centro de Estudios del Desarrollo; consultor FAO-UNRISD, Santiago de Chile.
1990-1994: Subsecretario de Desarrollo Regional y Administrativo, Ministerio del Interior, gobierno del Presidente Patricio Aylwin.
1994-1998: Secretario General y Vicepresidente del Partido Socialista de Chile.
1999: Secretario de Programa del Partido Socialista de Chile.
1996-1999: Consultor BID-PNUD (Uruguay) y PNUD (Chile).
2000-2001: Director de Coordinación Interministerial del Ministerio Secretaría General de la Presidencia.
2002-2003: Subsecretario Ministerio Secretaría General de la Presidencia, gobierno del Presidente Ricardo Lagos.
2003-2005: Presidente Partido Socialista de Chile.
2007: Consultor UNCTAD, Ginebra.
2008-2010: Embajador de Chile en España.
2013-2016/2019: Director Departamento de Gestión y Políticas Públicas, Universidad de Santiago de Chile.
2015-2020: Miembro del Grupo de Trabajo latinoamericano Transformación Social-Ecológica de la Fundación Friedrich Ebert
1994-actualidad : Profesor Titular, Universidad de Santiago de Chile.
2010- actualidad: Director Magíster en Gerencia y Políticas Públicas y del Centro de Políticas para el Desarrollo, Universidad de Santiago de Chile.
Gonzalo Daniel Martner estudió Ciencias Económicas en la Universidad de Paris I entre 1974 y 1979, obteniendo los grados de licenciatura y maestría. Se graduó de doctor en esa disciplina en la Universidad de Paris X en 1983.
Se desempeñó en 1979-1980 en París en el Centre International pour le Développement y luego en los años 1981-1989 en Chile como investigador en las ONG independientes Vector, GIA y CED y como consultor de CEPAL-FAO y UNRISD.
Fue Subsecretario de Desarrollo Regional y Administrativo del Ministerio del Interior en 1990-1994 en la presidencia de Patricio Aylwin, Subsecretario del Ministerio Secretaría General de la Presidencia en 2002-2003 en la de Ricardo Lagos y Embajador de Chile en España en 2008-2010 en la de Michelle Bachelet.
Ha sido representante del gobierno de Chile ante el Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo y ante el Comité de Gestión Pública de la OCDE y ha sido miembro del Comité de Expertos en Administración Pública del Consejo Económico y Social de Naciones Unidas en el período 2001-2005.
Desde 1994 es profesor titular de la Facultad de Administración y Economía de la Universidad de Santiago de Chile, donde imparte cursos de economía.
Es autor de los libros El Hambre en Chile (Santiago, 1988); Descentralización y Modernización del Estado (Santiago, 1993); Gobernar el Mercado (Santiago, 1999); El socialismo y los tiempos de la historia (Santiago, 2003); La fuerza tranquila del socialismo (Santiago, 2004); Remodelar el Modelo. Reflexiones para el Bicentenario (Santiago, 2007); La Crisis y el Estado Activo (Extremadura, 2009); ¿Es posible disminuir la desigualdad distributiva? Hacia una concepción moderna de la justicia social (México, 2011); Economía: una introducción heterodoxa (Santiago, 2018) y "Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo", a 50 años del derrocamiento de Salvador Allende (Santiago, 2023).
Es co-autor de los libros Dette et développement (Paris, 1982); Democracia y orden económico (Santiago, 1985); Amérique Latine, les ripostes à la crise (Paris, 1988); La campaña del NO vista por sus creadores (Santiago, 1989); Diez años de renovación (Santiago,1991); Paradojas de un mundo en transición (México, 1993); Chile y el NAFTA (Santiago, 1996); El Chile rural en la globalización (Santiago, 2002); La Protección social en tiempos de incertidumbre (Santiago, 2007); Consenso progresista. Las políticas sociales de los gobiernos progresistas (Santiago, 2009); Chile en la Concertación, 1990-2010 (Santiago, 2009); Chile 1973. Los meses previos al golpe de Estado (Santiago, 2013); Socialismo & Democracia (Mar del Plata, 2015); La felicidad de los chilenos. Estudios sobre bienestar II (Santiago, 2016); La gran ruptura. Institucionalidad política y actores sociales en el Chile del siglo XXI (Santiago, 2016). Es co-editor de Radiografía crítica al modelo chileno (Santiago, 2013) y autor principal de Esto no da para más (México, 2019), así como autor de diversas otras publicaciones.
Actualmente es Director del Magíster en Gerencia y Políticas Públicas de la Facultad de Administración y Economía de la Universidad de Santiago de Chile, así como de la revista Políticas Públicas.
En el campo político, fue miembro del comité central del Partido Socialista de Chile a partir de 1985, secretario general (l994-1995), vicepresidente (1995-1998) y presidente (2003-2005). Por discrepancias dejó de pertenecer a ese partido entre 2016 y 2023, y volvió a integrarlo una vez que éste consolidó su pertenencia a una coalición progresista amplia.
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Gonzalo Daniel Martner Fanta realizó sus primeras actividades políticas en 1971, con 14 años, como simpatizante de la Juventud Socialista y luego, desde fines de 1972, como militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. En 1973 formó parte de la Dirección de Estudiantes Secundarios del MIR y dirigió el Frente de Izquierda de Estudiantes Particulares (FIEP). Luego del golpe militar partió al exilio a Venezuela junto a su familia (su padre, ministro de Planificación -Odeplan- durante los tres años del gobierno del presidente Allende, fue perseguido por la dictadura y estuvo asilado en la embajada de Venezuela por 9 meses antes de que le diera un salvoconducto de salida). A fines de 1974 emigró a París para realizar estudios universitarios de economía. Allí, además de las actividades de solidaridad con la golpeada resistencia en Chile, dirigió la Asociación de Estudiantes Latinoamericanos en Francia.
A fines de 1980 volvió a Chile luego de que terminara la prohibición de ingreso que a cuenta gotas iba levantando la dictadura, aunque a su pareja le dieron permisos cada tres meses por mucho tiempo. Se incorporó al proceso de Convergencia Socialista, que lideraban Ricardo Lagos y Ricardo Núñez en Chile y Jorge Arrate en el exterior, participando de la reconstrucción y renovación de la izquierda y de la acción de desobediencia civil contra la dictadura. En 1983 fue partidario de realizar el acuerdo con el centro que cristalizó en la Alianza Democrática, así como de conformar el Bloque Socialista que reagrupara a la izquierda socialista.
En 1985 ingresó con la Convergencia Socialista al Partido Socialista que dirigían Carlos Briones y luego Ricardo Nuñez y a su Comisión Política. En 1987 fue de los que concibió y fundó el PPD como organización instrumental para enfrentar el plebiscito de 1988. Integró el Comité Técnico del Comité por Elecciones Libres y luego el Comando por el NO en 1988. Fue parte de la creación, el 2 de febrero de 1989, de la Concertación de Partidos por la Democracia, que desde 1990 gobernaría por 20 años.
En 1988 estuvo a cargo del recuento paralelo de votos en el Comando del NO, aunque paradojalmente no había votado nunca, proceso que concluyó exitosamente la movilización general contra la dictadura instarura en 1973 y contó más de 90% de los votos mesa a mesa.
En 1989 fue secretario de programa del Partido Socialista dirigido por el nuevo secretario general Jorge Arrate, cuya campaña interna coordinó, y participó directamente en la unificación del Partido Socialista, culminada en diciembre de 1989. Fue Secretario Técnico de la Campaña de Patricio Aylwin, coordinador de su programa de gobierno y supervisó la franja televisiva.
Entre 1990 y 1994 fue Subsecretario de Desarrollo Regional y Administrativo del Ministerio del Interior y tuvo a su cargo la reforma municipal y regional que permitió democratizar los municipios en 1992 y crear los gobiernos regionales y la actual estructura de financiamiento regional.
Entre 1994 y 1998 fue Secretario General y luego Vicepresidente del Partido Socialista, período en el que trabajó por su institucionalización, la aprobación de estatutos y la elaboración de una nueva plataforma programática.
En 1999 fue secretario de programa del PS y uno de los coordinadores del programa de gobierno de Ricardo Lagos. Entre 2000 y 2002 volvió a La Moneda como Director de Coordinación Interministerial y entre 2002 y 2003 como Subsecretario General de la Presidencia, participando en la coordinación de la gestión del gobierno y en el diseño de las reformas sociales del Presidente Lagos, como el seguro de desempleo, la reforma de la salud, la reforma laboral, la reforma a las ayudas estudiantiles, el programa Chile Solidario y la creación de la nueva institucionalidad cultural.
Dejó el gobierno en febrero de 2003 para ser candidato a Presidente del Partido Socialista de Chile, cargo que ejerció, luego de ser electo en elecciones internas por amplia mayoría, desde julio de 2003 hasta el Congreso de enero de 2005, que perdió por pocos votos en oposición a las tendencias internas de Camilo Escalona, Jaime Pérez de Arce y Ricardo Núñez.
Como presidente del PS, contribuyó con éxito a reestablecer la unidad de la Concertación en torno al gobierno del Presidente Lagos, codirigir la campaña municipal de 2004, apoyar la iniciativa del royalty minero, la defensa de los derechos laborales y los avances en justicia, verdad y reparación en materia de derechos humanos, así como seguir impulsando la plataforma programática de los socialistas alrededor del proyecto de construcción de un Estado democrático y social de derecho.
Desde la Presidencia del Partido Socialista estuvo en el origen de la candidatura presidencial de Michelle Bachelet y del apoyo del PS-PPD primero y de la Concertación después. Formó parte del Comité Político de la Campaña Presidencial y fue candidato a Senador por Santiago Oriente en 2005 para acompañar a Soledad Alvear y sostener la coalición de gobierno.
En 2008-2010 fue nombrado embajador de Chile en España por la presidenta Michelle Bachelet.
En 2016 renunció al Partido Socialista por prolongadas discrepancias programáticas, políticas y éticas con su dirección y se vinculó a diversas iniciativas de rearticulación de la izquierda y de su elaboración programática.
Desde 2020 es miembro del Comité de Políticas Públicas de la Central Unitaria de Trabajadores.
En 2021 participó en la elaboración del programa de gobierno de Daniel Jadue y fue candidato a Senador independiente en 2022 por la coalición Apruebo Dignidad, sin éxito, con el propósito de contribuir a lograr un gobierno de izquierda, lo que ocurrió con la elección de Gabriel Boric.
Se reincorporó al PS en 2023, una vez que este partido consolidó un postura de pertenencia a la coalición de gobierno del presidente Boric.
Extractos del libro de conversaciones entre Gonzalo D. Martner y Alfredo Joignant, El socialismo y los tiempos de la historia. Diálogos exigentes, PLA-CESOC,Santiago, 2003.
Orígenes familiares
“Provengo de una familia de profesionales, científicos y artistas. Mi abuelo paterno fue Ministro de Hacienda de Arturo Alessandri en el año 1920, en la primera ruptura con el orden conservador del siglo XX, luego rector de la Universidad de Chile a fines de los años 1920 y a su vez exiliado por la dictadura de Ibañez, en un exilio muy distinto eso sí al del año 1973. Mi abuela materna nació en Argentina a raíz de las persecuciones antibalmacedistas. Entonces siempre hubo un entorno no conservador, aunque también había personas del mundo cristiano y conservador. Además dos de mis tíos son del mundo militar y fueron oficiales del ejército y de la marina. Siempre hubo en mi entorno diversidad familiar y por lo tanto ocasión de practicar la tolerancia y el respeto a las distintas opiniones. En el ámbito escolar en que me eduqué uno estaba permanentemente expuesto a ideas diversas y a modos de situarse en el mundo muy distintos. Y esto se reforzó con el pluralismo propio de la Universidad de París en que hice toda mi formación superior, exilio de por medio. Por lo tanto, perteneciendo a una familia de izquierda, siempre he convivido con otras ideas, otras visiones, otra maneras de ver el mundo”.
“Mi padre fue desde el año 1958 en adelante uno de los asesores y amigos del Presidente Salvador Allende y Ministro de la Oficina de Planificación (Odeplan) durante los tres años de su gobierno. Esto naturalmente suscitaba mi interés y curiosidad de niño y luego de adolescente. Sin perjuicio de que en mi casa siempre prevaleció el respeto a las opiniones de los unos y los otros -yo fui educado en la tolerancia y el respeto de las diversas ideas- existía una identificación con el socialismo y un compromiso cercano con el líder de la izquierda chilena de la segunda parte del Siglo XX. De modo que en mi biografía se junta una mirada personal de rechazo frente al entorno injusto y a las desigualdades sociales prevalecientes en el país, y al mismo tiempo una cultura familiar de izquierda”.
“De niño a mi me impresionó profundamente el ver a otros niños sin zapatos en la calle o bajo los puentes del Mapocho que yo cruzaba cotidianamente (estamos hablando de los años sesenta), proveniendo de una familia de profesionales en la que no faltó nada material importante, y me resultaba muy chocante el ver que otros niños de la misma edad estaban en las calles en estado de miseria”.
Militancia juvenil
“En el año 1970, al momento del triunfo de Allende, con mis 13 años acompañé a mis padres a la celebración en las calles de ese evento decisivo en la historia de Chile, que fue muy emotiva y que por supuesto me impactó. Yo ya había en los meses previos acompañado a mi madre a un funeral masivo luego de hechos de represión que habían terminado con la muerte de dos jóvenes estudiantes secundarios socialistas en Puente Alto y recuerdo haber escuchado una grabación de Luciano Cruz, que se hacía presente a través de ese medio. Estos son hechos constitutivos de primeras impresiones sobre las circunstancias políticas que vivía el país. Luego me sentí motivado a participar desde 1971 en trabajos voluntarios, donde tuve cercanía con gente de la Juventud Socialista de la época”.
“Durante el período de adolescencia participé en diversos trabajos voluntarios. Recuerdo haber estado en el año 1972 en la Población Lo Hermida y que una noche llegó a donde estábamos reunidos con un grupo de pobladores una madre en estado de desesperación con un niño que se había quemado en un brasero en la precaria mediagua en que vivía. La acompañamos al hospital y el niño pudo recuperarse, pero constatar algunas dolorosas consecuencias humanas del hacinamiento me impactó. Recuerdo que en febrero del año 1973 estaba también, a los 15 años, con un grupo de amigos trabajando de obrero en la fábrica de Cristalerías Chile en Padre Hurtado y apareció una familia con un sacerdote que buscaba con urgencia un padrino para un niño recién nacido que iba a fallecer en cualquier momento por estar en un estado de desnutrición. Se requería bautizar a ese niño, la familia necesitaba un padrino y por una razón completamente casual yo estaba allí y me pidieron serlo, a lo que accedí sin dudar haciendo abstracción de mi ateísmo. Me marcó ver a un niño de pocas semanas que simplemente no iba a poder vivir por su estado de desnutrición y por provenir de una familia de trabajadores pobres, del que fui padrino y de cuya familia nunca más supe”.
“Ahora, a mi casa llegaban, porque eran compañeros de mi hermana mayor en la Universidad, estudiantes de economía que eran del MIR u otros grupos de extrema izquierda, gente que se desenvolvía en el ámbito universitario en aquella época y que resultaron para mí personas atractivas, interesantes. Entonces teniendo 15 años me fui vinculando con ellos, estando en la enseñanza media. Me resultó atractiva la idea de participar políticamente más allá de las actividades de trabajo voluntario. Aunque en primera instancia más bien me acerqué a la Juventud Socialista, sin embargo me pareció subjetivamente mucho más atractivo involucrarme en una militancia en el MIR. Influyó la fuerte impresión que en mi generación tuvo la figura del Che Guevara y su compromiso e intransigencia revolucionaria. Una parte muy importante de la generación de jóvenes de izquierda a la que pertenecí fue esencialmente una generación guevarista antes que allendista. De paso, claro, en la lógica adolescente por la cual cada uno pasa, ese fue un factor de afirmación e identificación propia frente al mundo adulto”.
“El fondo del tema era que para parte de esa generación no resultaba convincente la idea de transformaciones graduales desde las instituciones, la que se contraponía a la idea del cambio radical a través de actos heroicos, especialmente a través de un momento de paroxismo revolucionario que generaría un cambio inmediato de la situación de injusticia social y transformaría radicalmente en plazos breves la estructura social, la estructura económica y la estructura jurídica en Chile, América Latina y el mundo. Esa idea me resultaba a mí subjetivamente mucho más atractiva que la idea del socialismo gradual con vino tinto y empanadas. El “avanzar sin transar”, recordemos, fue la postura de la dirección del partido socialista de la época y a mí me parecía que si se trataba de hacer la revolución, era raro hacerlo desde la posición de partido de gobierno. En ese sentido yo nunca me identifiqué con “el avanzar sin transar” de esa dirección, porque si se trataba de hacer la revolución no se podía estar entonces en el gobierno y en el parlamento: me parecía contradictorio. En ese sentido mi identificación fue justamente no con la izquierda de un proceso sino que con otro proceso: aquel de la revolución, en oposición a la gradualidad de la acción política desde las instituciones democráticas. Otra cosa muy distinta es la evaluación que uno hace a la distancia, pero ese es el relato de mi primera inserción en política, la que transcurrió eminentemente desde lo subjetivo, desde la pasión adolescente, desde el punto de vista que se podía alterar el curso de la historia con la voluntad heroica, siguiendo el ejemplo del Che Guevara, en el contexto de la influencia de la revolución cubana que marcó a toda la generación de izquierda de los años 60. En Chile esa influencia estaba presente en parte del PS, del MAPU y de la IC, pero la encarnaban privilegiadamente estos jóvenes universitarios comprometidos con el destino de “la clase obrera y los pobres del campo y la ciudad”, en el lenguaje de la época, y que alrededor de Miguel Enríquez conformaban el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Yo me involucré en esa perspectiva, y llegué a pertenecer en el año 1973 a la dirección de estudiantes secundarios del MIR”.
Golpe de Estado
“Me tocó enfrentar el momento del golpe de Estado teniendo 16 años y con la idea de que este debía ser resistido. Efectivamente, luego de dejar temprano en la mañana no sin problemas el liceo donde estudiaba, me junté con la estructura territorial a la que pertenecía. Con otros grupos de gente estuvimos primero en el Pedagógico de la Universidad de Chile, luego en el cordón industrial Macul y luego en la población Santa Julia, intentando organizar una resistencia que resultó ser bien precaria. Éramos un grupo que disponía de unos armamentos caseros irrelevantes, pero que se dispuso a resistir. Nos encontramos en un momento dado en las calles de la población Santa Julia y fuimos acogidos por una señora que nos vio en estado de completa indefensión. Estuvimos en su casa un día, luego otros dos días recorriendo otros lugares de la población Santa Julia, intentando realizar acciones improvisadas de resistencia, impotentes frente a la noticia del bombardeo de La Moneda, de la muerte del Presidente Allende y de la instalación en el poder de una Junta Militar, pero dispuestos a luchar. Recuerdo, en un momento dado, la imagen de Carlos Ominami, que estaba ahí con nosotros como parte de la dirección territorial, que volvía de tener una comunicación telefónica con Bautista Van Schouwen, entonces número dos del MIR (que a su vez estaba un poco aislado del resto de la dirección, pues según otros testimonios Miguel Enríquez ya el mismo día 11 en la tarde había dado la instrucción de producir un repliegue), comunicándonos que la instrucción recibida por teléfono era “hagan barricadas de dispersión”. Nos miramos el grupo de poco más de una decena de personas que estábamos reunidos con cierto desconcierto. Empezamos a ver qué podíamos hacer en materia de “barricadas de dispersión”. Estábamos cerca de la Escuela de Suboficiales de Carabineros, donde hubo un enfrentamiento que no sabíamos bien en qué consistía, no sabíamos quienes estaban en qué posición y procuramos hacer acciones de hostigamiento de distinto tipo. Hasta que al tercer día empezamos a dispersarnos frente a la evidencia de la ausencia de resistencia global y a la completa desproporción de medios con la que nos enfrentábamos a las FF. AA. Fue un momento de derrumbe de la izquierda, pero de paso de hecatombe global de la sociedad chilena”.
“Los desastrosos resultados del intento de resistencia que realizó el MIR en los primeros años de la dictadura, me hizo mucho más crítico a la aproximación subjetiva de la acción política y más sensible a la apreciación de las situaciones específicas, de las relaciones de fuerzas y especialmente del no poder poner por delante la mera voluntad a la hora de las decisiones políticas. Desde ese momento parte un proceso de evolución, que tomó más tiempo, que implicaba asumir dolorosamente el profundo error que, en este sentido, había cometido una generación y yo, aunque siendo aún menor de edad, con ella. Ahora, yo hago la defensa de esa generación, porque fue una generación que puso su vida por delante, que no tuvo una actitud meramente verbal o meramente declarativa de sus opciones, sino que practicó aquello que predicaba, con gravísimas consecuencias: en el fondo la masacre de un grupo dirigente que emergió en los años 60. En mi ámbito cercano, de los miembros de la dirección de estudiantes secundarios del MIR a la que pertenecía hasta el golpe del 73, tres están desaparecidos (Sergio Riffo, Luis Valenzuela, Mauricio Jorquera), los otros dos sufrieron encarcelamientos y torturas, mientras yo partí al exilio”.
Exilio y renovación
“En el año 1976, a la par de avanzar en mis estudios de economía, yo había sido electo como parte de la llamada “Dirección de París” de los miembros exiliados del MIR, hasta que fuimos destituidos por los representantes de la dirección interior por “socialdemócratas” y otros epítetos menos amables. Tenía yo entonces 19 años”.
“En ese contexto mi evolución, mi trayectoria, consistió en sostener primero al interior del MIR, lo que me significó la expulsión, que esta idea de derrotar a la dictadura por la vía militar era una idea absurda: yo argumentaba con otros que no había en el continente latinoamericano un ejército mejor estructurado, con tradiciones prusianas más asentadas que el chileno y que, en consecuencia, lo que había que hacer era profundizar la resistencia a su dictadura en el terreno en el que éramos fuertes, la sociedad y su capacidad de organizarse, hasta generar situaciones de desobediencia civil masiva, y no en el de construir aparatos militares que pudieran competir con quienes eran extremadamente fuertes en el terreno de las armas. Eso era sólo prolongar un sacrificio inútil de muy alto costo humano, pues significaba someter a un conjunto de personas de carne y hueso a la exigencia de confrontar al aparato represivo de la dictadura de Pinochet, con una bajísima posibilidad de éxito, con la muy probable consecuencia de la tortura y el aniquilamiento. Yo jamás me sentí en condición de poder solicitarle a nadie que entregase su vida en una acción política cuya racionalidad era tan mínima. Desgraciadamente fueron decenas los que ingresaron clandestinamente a Chile a luchar junto a los que permanecieron en el país en las peores condiciones y murieron con honor en ese intento, a los que recuerdo siempre con respeto y aprecio y ante cuya memoria me inclino, y muchos otros los que sufrieron tortura y cárcel y que merecen nuestro reconocimiento por su heroísmo”.
“Las razones descritas me llevaron, junto a vivir en una sociedad europea democrática y evolucionada marcada por el libre flujo de las ideas, a involucrarme en el proceso de la renovación de las ideas de izquierda y a acercarme, con muchos otros amigos, al proceso llamado de Convergencia Socialista. Este proceso implicó para la izquierda chilena una división profunda, precisamente porque estos temas no podían, en medio de la derrota y la dispersión, sino debatirse en profundidad. Esta era especialmente la situación que vivía el Partido Socialista. La responsabilidad que el Partido Socialista tuvo en los acontecimientos de los años ‘60 y luego en el Gobierno de la Unidad Popular hicieron que este debate fuera intenso en su seno e implicó también una fractura y división que duró entre 1979 y 1989”.
“En ese contexto, el proceso de la renovación fue un proceso que se planteó, entre otras cosas: a ver, bueno ¿en qué estamos desde el punto de vista de la eficacia de la acción política y desde el punto de vista de la coherencia entre fines y medios? No podía ya pensarse que podría usarse cualquier medio para los fines que se perseguían. Entonces lo interesante resultó ser precisamente el descubrir que esta era una reflexión muy antigua en el Partido Socialista, especialmente en lo teórico expresado en los textos muy notables de Eugenio González, quien precisamente reflexionaba en los años 1940 y 1950 sobre la dialéctica de fines y medios con una conclusión muy perentoria; “no puede el socialismo alcanzar sus fines con métodos que lo desnaturalizan”. Me sedujo la idea de Jorge Arrate, que dirigía luego del retiro de la vida política de Carlos Altamirano a una de las corrientes del socialismo en el exterior, y Ricardo Núñez en Chile, de producir en la izquierda chilena un proceso de rescate teórico y político de las mejores tradiciones del socialismo chileno y al mismo tiempo de renovación de las ideas. Me pareció una idea coherente y atractiva partir por rescatar a Eugenio González y el programa socialista de 1947 y a su vez reivindicar la práctica política que eso conllevó, encarnada por cierto en la figura de Salvador Allende y en su esfuerzo de una vida por construir una “vía chilena al socialismo”.
“Estas consideraciones implicaron, además, tomar una distancia ética de ese tipo de acción política y estimuló una reflexión más de fondo, no sólo a propósito de cómo se actúa frente a una situación tan grave como la dictadura en Chile, sino que también la percepción creciente de que cuando se producen las revoluciones sociales, éstas tienen momentos épicos muy fuertes, pero que cuando se hacen sobre la base de pequeños grupos que actúan en nombre de una clase social o de un configuración de sectores sociales, dependiendo de las circunstancias de las distintas revoluciones, lo más probable, y así lo demostró la experiencia histórica del siglo XX, es que tomarse el poder por la fuerza en nombre de ciertos ideales se transforma rápidamente en el predominio en el Estado de ese pequeño grupo de hombres –porque dicho sea de paso las revoluciones sociales clásicas nunca fueron dirigidas por mujeres- y en la apropiación entera del poder por sus más implacables miembros. Con la consecuencia de instaurar la ausencia de pluralismo y de libertad en la sociedad y el sistema político. Por lo tanto, para mí empezó a quedar claro en aquella época que se trataba no sólo de un tema de eficacia y de viabilidad de la acción política sino que también de prefiguración en caso de éxito de ese tipo de acción, llamémosle militarista, que en todo caso yo veía de nula probabilidad, de una sociedad también militarista, no democrática y libertaria y en consecuencia enteramente ajena finalmente a los propios valores y objetivos que se perseguía. Allí estaba, para ilustrar este punto, la experiencia que se desplegaba ante nuestros ojos de la toma del poder por los Khmers Rojos en Camboya y el posterior genocidio sangriento que practicaron”.
“Ya Allende nos había dado una lección a los jóvenes que éramos sus críticos con su ejemplo de consecuencia al resistir con las armas el golpe y quitarse la vida antes que someterse a los mandos militares que lo habían traicionado destruyendo con violencia inusitada la democracia chilena. Y sólo nos cabía con humildad revalorizar esta figura trágica de la historia nacional y de la izquierda chilena como alguien que tuvo razón en un tiempo adverso de guerra fría y de rigidez ideológica, que no logró ser acompañado por fuerzas políticas que sólidamente compartieran su idea de transformación profunda de la sociedad en el marco de las instituciones democráticas y con pleno respeto de las libertades”
“Viví en el error” político hasta ser mayor de edad, aunque defendí en las asambleas de los liceos la política educacional del gobierno, trabajé en la candidatura de Luis Maira en las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, resistí como pude el golpe que terminó con nuestra democracia y luego trabajé siempre con lógica unitaria en las actividades de solidaridad en el exilio. Sin embargo, reivindico con orgullo y con claridad la que fue una generación que quiso, como la Comuna de París de 1871, “tomar el cielo por asalto” y que fue consecuente al actuar en función de lo que predicaba. El valor y la consecuencia política de esa generación en el MIR, en el Partido Socialista y en otras fuerzas políticas de izquierda está ahí para ser reivindicada en su inspiración y heroísmo como componentes indelebles de nuestra memoria histórica”.
“La subjetividad en política, defender valores y convicciones, es también para la izquierda democrática un componente básico e irrenunciable de su identidad, aunque, claro está, no suficiente. El voluntarismo y la subjetividad pura tienen en política gravísimas consecuencias, pero a los que estuvieron dispuestos a empeñar su vida en el intento de construir un mundo mejor, aunque equivocados, yo los respeto. Creo que además esa generación tenía en su propia evolución política las posibilidades de rectificación posterior. Justamente la aproximación eminentemente ética desde la subjetividad y la voluntad de esa gente muy joven -recordemos que Miguel Enríquez murió a los treinta años y que hay cientos de asesinados que eran aún más jóvenes- probablemente le hubiera permitido enmendar esos errores como muchos de nosotros creo lo hicimos y haber conducido el proceso en otra dirección, aunque otros persistieron en el rumbo original y terminaron con los años retirándose de la vida política. Aunque esa generación cometió un error grave de perspectiva y pagó las consecuencias, muy probablemente, porque se trataba de gente inteligente, sólida en su gran mayoría desde el punto de vista valórico y a su vez con una capacidad de apreciación de las cosas, a la larga pudo haber evolucionado en un sentido distinto. Pero la historia fue lo que fue y ahí está una parte de una generación masacrada y yo no me desligo de ella ni le doy la espalda. Y a mis compañeros y compañeras muertos yo no los olvido, sino que honro su memoria”.
“Había entonces que concluir en la mirada larga que lo que, en su momento, fue una rebelión juvenil en contra de la política tradicional, rebelión que tuvo sus causas y sus méritos (inserta en particular en el proceso de organización y movilización social en el ámbito obrero, campesino, poblacional y estudiantil de los años sesenta, que fue extendiendo la base de acción de la izquierda), fue inconducente para producir las transformaciones que queríamos y que había que retomar el rumbo rescatando las orientaciones de Eugenio González y la práctica política y el ejemplo de Salvador Allende, renovando nuestras ideas y programas en el contexto de un mundo que cambiaba aceleradamente y de una tarea política inmensa que se nos ponía por delante para derrotar a la dictadura y reconstruir la democracia en Chile. Debíamos asumir que esa democracia a reconquistar sería el espacio y el límite de nuestra acción transformadora, teniendo como instrumento un partido socialista reconstruido y renovado, proceso al que había que aportar nuestro grano de arena. Lo que se hizo”.
Recuperación de la democracia
“Decidí volver a Chile a fines de 1980, una vez que aparecí en una de las listas que a cuenta gotas iba permitiendo el retorno al país de algunos de los exiliados, para empujar esa perspectiva. El punto de partida era que debía trabajarse una línea de derrota política de la dictadura a través de un proceso de desobediencia civil generalizada y de alianzas partidarias amplias y no una línea de acciones militares sin viabilidad en las condiciones de la dictadura chilena y que en caso de éxito prefiguraría un autoritarismo contrario a nuestros propósitos democratizadores. Además, se trataba de definir sin equívocos, no como una cuestión táctica, que la democracia sería el espacio y límite de nuestra acción política futura, en un contexto de plena autonomía de la sociedad civil y con, además, una ruptura clara con cualquier alineación con los llamados ”socialismos reales”.
“Para mi ese proceso quedó saldado en mi fuero interno en la noche del 5 de octubre de 1988, en un breve momento de introspección cuando ya se hizo evidente, después de horas de zozobra, que habíamos logrado derrotar en el plebiscito a la dictadura de Pinochet, 15 años después de los trágicos hechos de 1973. Yo había intervenido activamente en el proceso político desde que pude volver al país a fines del año 1980 (en este contexto participé de todas las protestas que encarnaban el esfuerzo de desobediencia civil, en las movilizaciones en las calles y en barricadas diversas) y que condujo a la conformación de alianzas amplias y a la derrota política de la dictadura en un contexto de amplia movilización social. Formé parte desde 1985 de la dirección de uno de los sectores en que se encontraba dividido el Partido Socialista. Tuve en la etapa final la específica responsabilidad de organizar el recuento paralelo de los votos en el plebiscito organizado por el Comando del NO, lo que logramos con un amplio control democrático en el que participaron miles de personas con una alta eficacia que hizo imposible desconocer el resultado. Esa fue una alegría profundamente reparadora, como lo fue en diciembre de 1989 la reunificación del Partido Socialista, en la que participé con entusiasmo”.
“Si se retrotrayera la historia, habría que hacer de nuevo el proceso de rescate y renovación de la izquierda y el socialismo. La lógica en la cual se desenvolvía la izquierda chilena en aquella época estaba agotada y había una reafirmación ortodoxa encarnada por el Partido Comunista, completamente impermeable a la discusión sobre el eurocomunismo, enteramente pro-soviética: recordemos, por ejemplo, que el Partido Comunista de Chile apoyó la invasión soviética a Afganistán y más tarde apoyó el golpe de Jaruzelsky en Polonia. En consecuencia, la matriz ortodoxa siguió su curso y el resto de la izquierda abrió un gran debate y naturalmente entonces yo me sentí muy cómodo en ese debate. Para muchos de nosotros y para mí en lo personal era volver al tronco del cual se produjo el desprendimiento guevarista en los años 1960 y al espacio natural, el socialismo chileno, en el que tenía sentido involucrarse para llevar adelante este debate acerca de la necesaria renovación de la izquierda en sus ideas y en sus prácticas políticas y desde allí intervenir en la modificación de la difícil situación que vivía el país”.
“Insisto en que para la mayoría de nosotros el paso no consistía en abandonar dogmatismos para pasar a pragmatismos, y del pragmatismo a una conducta de renuncia frente a los roles transformadores de la acción política de izquierda, conducta meramente adaptativa para ocupar espacios de poder. Ni pasar del maximalismo al minimalismo. Y cuando ese proceso de la renovación empezó a derivar para algunos en una especie de abandono de la vocación de cambio de la sociedad, entonces para mí eso fue una frontera que no estuve ni estoy dispuesto traspasar, porque iría contra mis convicciones más profundas. Renovar la izquierda, establecer que la democracia es el espacio y límite de nuestra acción, reconocer que la transición a la democracia y establecer en Chile un Estado fuerte capaz de gobernar el mercado y ganar derechos sociales extendidos iba a ser mucho más complejo y largo que nuestra aspiración inicial, no implicaba en absoluto abandonar la vocación de transformación radical y, en este sentido, revolucionaria de nuestra sociedad. Por lo tanto, superada como fue en el socialismo chileno la antinomia ortodoxia-renovación, con los unos a un lado del muro de Berlín y los otros al otro, caído por lo demás en buena hora el propio muro de Berlín, entonces tenía todo el sentido del mundo afirmar que la renovación era un proceso en el marco de la izquierda y no fuera de ella. La vocación transformadora igualitaria es lo que define la condición de ser de izquierda y por lo tanto para mí, en un momento dado, a mediados de los años noventa, se me hizo inevitable alejarme de quienes en materia de derechos humanos, rol del Estado en la economía, profundización de la democracia y vocación de cambio de las relaciones sociales, habían pasado de una cierta raya hacia el mundo liso y llano de la adaptación acrítica a lo existente y asumían un discurso cercano a la derecha. Yo simplemente nunca estuve en eso. Entonces, he mantenido mis convicciones y punto. Cuando otros las cambiaron, no quise seguir asociado a ellos, para seguir sosteniendo con energía la necesidad de mantener al socialismo con una clara identidad de izquierda moderna y popular, pero siempre con espíritu unitario y abierto”.
“La ruptura principal fue ya no dejar nunca de combinar la voluntad con la racionalidad. Tempranamente me impresionó, leyendo a Gramsci en Francia, una cita que en algunos de sus artículos este hacía de una máxima de Romain Rolland, el escritor francés de principios de siglo, autor de la novela Juan Cristóbal: ”actuar con el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”. Actuar con racionalidad es hacerlo desde el reconocimiento del mundo tal como es, desde los límites presentes en la realidad, que entre otras cosas hacen complejos y no paroxísticos los procesos de cambio, aunque estos tengan momentos de quiebre de tendencia de mayor o menor intensidad. Es también hacerlo desde la consideración de las situaciones específicas que hacen o no viable la acción política que uno se propone o que siendo viables generan a la larga efectos distintos a los que uno persigue. La voluntad de alcanzar un fin, sin más consideraciones, puede llevar a resultados totalmente contrarios a ese fin que se persigue. Pero eso no debe implicar en momento alguno el abandonar esa voluntad, puesto que eso sería rendirse frente a lo indigno, lo injusto y lo arbitrario de la sociedad en que vivimos y dejar de luchar por las convicciones que uno tiene. Sería dejar de actuar desde una sensibilidad particular frente al malestar colectivo que generan las estructuras de dominación económica, social y cultural. No tiene ningún sentido pertenecer a una fuerza de izquierda y abandonar la voluntad de cambio de esas estructuras. La política democrática de izquierda es siempre lucha, una lucha colectiva consistente y persistente”.
En este debate no veo qué tiene que ver lo que yo haya hecho o no antes, pero voy a dar mi versión para no dejar pasar la maledicencia de los que me descalifican personalmente a falta de argumentos, supongo.
Fui efectivamente militante del MIR, a mucha honra, y miembro de su dirección secundaria en 1973 (tres de sus miembros siguen desaparecidos) y parte de la dispersa resistencia armada inicial al golpe. Me expulsaron una primera vez por salir exiliado del país a través de una embajada a los 16 años -por lo demás nadie me dijo que no debía irme- pues no tenía cómo quedarme clandestino y me parecía necesario formarme primero, lo que hice en Francia. Esa fue mi primera experiencia con la irracionalidad de izquierda, luego vendrían muchas más. Me volvieron a destituir -era parte de la dirección del MIR en Paris- en 1976 por discrepancias políticas sobre la lucha armada (estaba en contra) y el estalinismo interno.
Milité desde entonces en la convergencia socialista y luego lo hice durante 30 años en el PS. Pude volver en 1980 para luchar contra la dictadura en Chile, participando en las protestas y promoviendo la estrategia de desobediencia civil y de alianzas amplias, colaborando en la elaboración programática y en una salida política -estuve a cargo del recuento paralelo de votos en el plebiscito de 1988- que resultó a la postre exitosa y también con graves deficiencias (lo que no incluye tremebundos acuerdos secretos con los militares a espaldas de nadie, pues las 54 reformas constitucionales pactadas fueron públicas y plebiscitadas por un gran mayoría en 1989, lo que no obsta que varias de ellas fueron equivocadas, como he escrito en variadas ocasiones).
Luego tuve diversas responsabilidades (al parecer no era demasiado incompetente) y fui dos veces subsecretario en La Moneda, con Aylwin y Lagos. Fui secretario general, vicepresidente y encargado programático en 1994-1999 y más tarde presidente del PS en 2003-2005. Dicho sea de paso, soy el único dirigente socialista que renunció al gobierno para, previa elección competitiva, ocupar el máximo cargo en el partido (lo usual era exactamente al revés), gobierno en el que era subsecretario de la Presidencia y en el que me podría haber quedado (así me lo pidió en ese momento el Presidente Lagos) en vez de asumir una tarea partidaria ardua y azarosa (aclaro para los maledicentes: sin remuneración alguna, pues me mantuve como profesor de la Universidad de Santiago, haciendo clases y todo lo demás, además de dirigir el partido).
En ese espacio, aunque logramos situar un discurso más a la izquierda y avanzar en un tiempo breve en temas como las reparaciones frente a las violaciones a los derechos humanos, los derechos laborales, la educación pública, la reforma de la salud, la tributación minera, la posición internacional (Irak, Bolivia), mis convicciones de izquierda democrática y libertaria fueron quedando en franca minoría frente al pragmatismo reinante en las principales corrientes internas. Yo distingo el pragmatismo como conducta política de resignación y acomodo frente a lo existente del necesario sentido práctico como apego al principio de realidad, pero sin renunciar al proyecto de transformaciones sociales igualitarias. Cometí el error, al dejar la corriente de la renovación por la presencia allí de lobistas y de personas que no buscaban ya cambiar el modelo económico y social o no persistían en la exigencia de justicia en las violaciones de derechos humanos, de incorporarme a la que presumía era la corriente de la izquierda partidaria, la que en realidad había asumido también el enfoque de búsqueda de posiciones en el Estado por sobre cualquier otra consideración, aunque en un momento apoyó posturas de izquierda, para luego darles la espalda. Eso si estuve, con los equipos diversos que apoyaban una gestión que buscó ser integradora, a pocos votos de ganarle un congreso a las tres corrientes principales reunidas en mi contra conspirando a mis espaldas (la renovación, el tercerismo y la nueva izquierda), lo que hubiera permitido seguir institucionalizando al PS al margen de los grupos de reparto del poder y con un plan de renovación de liderazgos colectivos y de reimpulso -con una articulación positiva con el PPD y el PR para conformar una gran fuerza de izquierda democrática que proyectara los avances de Lagos e impulsara nuevos cambios con Bachelet sin subordinarse al centro conservador y a los poderes fácticos- de las transformaciones estructurales en el país. Pero quedé en minoría y crecientemente aislado: el horno no estaba para esos bollos sino para soluciones sin contenido que mantuvieran una ficción de unidad de la coalición gobernante (la que contribuí a recomponer, pero sin rehuir las divergencias, unidad que mis sucesores fueron horadando en base a la mera voluntad de retener el poder, y a la vez rompiendo la unidad y diversidad interna con fines miopes de control burocrático) o yo no era el mejor cocinero, o una mezcla de ambos factores. Luego seguí buscando articular una oposición interna, lo que conseguí solo parcialmente. Más tarde, en 2008/2010, fui embajador en España bajo el gobierno de Rodríguez Zapatero, a quien conocía, por petición de la Presidenta Bachelet .
Renuncié al PS en 2016, cuando constaté la magnitud de la subordinación a los poderes fácticos y que ya no había nada que hacer en una estructura sin proyecto, centrada en el control del aparato del partido para el acceso a cargos estatales a cómo diera lugar, ya sin vocación de representar a la mayoría social, su historia, su proyecto y sus intereses. Intenté luego una reagrupación de socialistas de izquierda fuera del PS y participé del inicio del Frente Amplio (redacté parte de su declaración de principios, aún está en su página Web), manteniendo un diálogo con Marco Enríquez-Ominami, pero en realidad primaba en esos grupos, incluyendo aquel al que pertenecía, todavía no un proyecto, que importaba bien poco, sino grandes inconsistencias políticas e ideológicas en el marco de increíbles personalismos. No logré contribuir a encaminar nada distinto. Frente a la derecha y al retorno al camino propio de la DC, apoyé en 2017 a Alejandro Guillier en primera y segunda vuelta. Pero el desgaste en el gobierno había sido demasiado fuerte y el desdibujamiento del proyecto socialista de tal magnitud, especialmente frente a los jóvenes, que se formaron con toda naturalidad amplias fuerzas nuevas más allá del PS, lo que no había ocurrido a partir de 1989 cuando se unificó y actuaba, bajo la impronta de la dirección de Clodomiro Almeyda y Jorge Arrate, como casa común de la izquierda, proceso en el que participé activamente.
Creo en los proyectos colectivos, pero por el momento no veo condiciones para algo así como una nueva renovación de la izquierda (una izquierda que no se renueva se anquilosa y burocratiza). Yo no las avizoro por lo menos. Tal vez es la época actual la que está muy marcada por el individualismo negativo, tal vez hace falta menos agitación mediática improvisada e irreflexiva y variadas deliberaciones previas a una reagrupación de la izquierda sobre nuevas bases. Y esta vez dotada de una propuesta expresamente alternativa al gobierno y a las ideas e intereses de la derecha, para a partir de ahí buscar alianzas constructivas con el centro progresista. Por el momento, la izquierda en Chile sigue fragmentada, alejada del ciudadano/a común, y se mantiene empantanada en el pragmatismo ensimismado y en las disputas de liderazgo individual, incluso por parte de las nuevas expresiones que han decidido mantener una proyecto generacional (como siempre observo: en todo caso eso se pierde inevitablemente con el tiempo). El desafío innovador va por otro lado y no es un asunto de edades, aunque requiere de un cambio total en la paridad de género y en el vínculo con los movimientos sociales y con el mundo del trabajo y la cultura: representar contemporáneamente los intereses de la mayoría social y dotarse de un nuevo proyecto transformador, pero siempre democrático, igualitario y libertario."
Anoche participé en un programa radial con una emisora de Copiapó, para conversar sobre la necesidad de un royalty (regalía en castellano, por si acaso, o derecho sobre un bien propio, mejor todavía) en la minería. Todo bien e interesante, salvo que en un momento un participante dijo que compartía lo planteado, aunque yo fuera de Santiago.
Así es que le dije lo de siempre en estos casos: lo siento, nada que hacer, no cumplo con ninguna de las condiciones de la victimización social de moda hoy. Soy santiaguino, hombre, nacido y criado de Plaza Italia para arriba en una familia de profesionales y artistas y formado en un colegio pagado. Agrego que respecto de nada de eso -en todo caso- tengo problema alguno porque uno no decide su origen, dónde nace ni las opciones de sus padres, respecto de las cuales tampoco tengo ningún reproche, al contrario. Y a veces agrego que estudié en una universidad francesa por razones de exilio, que hice una carrera y un doctorado, respecto de lo que tampoco siento culpabilidad alguna -nadie es perfecto- por lo que asistí a las aulas durante un buen montón de años y escribí un buen montón de páginas para graduarme, y que sigo escribiendo artículos y libros y haciendo clases en una universidad, pública eso sí. Y que he tomado opciones políticas y sociales en la vida, empezando por ir a trabajar a una fábrica en el verano del 73 a los 15 años, respecto de las cuales pido se hagan los juicios negativos que se quiera. Pero no sobre mis orígenes, simplemente porque no me son atribuibles. En ocasiones, para provocar un poco, agrego que soy además un ateo irremediable, que considera a los agnósticos seres poco definidos y a los religiosos personas con una inclinación poco racional. Pero luego me arrepiento, porque básicamente soy respetuoso de las creencias de los demás. De nuevo, nadie es perfecto. Así es que perdón por no ser una víctima social de nada, lo que entiendo no me impide expresarme sobre los asuntos públicos y tomar en serio aquello de que la "distancia más corta entre dos puntos es la línea recta" del griego Euclides y tratar de expresarme directo y al grano.
Agregué en la conversación, para ver si podía aligerar en algo la deleznable condición de santiaguino, que en todo caso mi abuela paterna Camila García Torreblanca era de Copiapó, y que a mayor abundamiento desciendo de la familia de Rafael Torreblanca, uno de los emblemas copiapinos del siglo XIX por su lucha y sacrificio en la guerra del Pacífico. Tal vez eso no cayó bien, por aquello de la reproducción de las elites, en este caso la elite que no rehúye morir combatiendo, pero era para salir del paso. No quise agregar que mi abuela materna Rosa Núñez Zamora, hija de un doctor balmacedista y que nació en el exilio en Argentina después de la guerra civil de 1891, era de Vallenar, por prudencia porque los de Copiapó a veces no tienen la mejor opinión de los de Vallenar y viceversa, como suele ocurrir en casi todas las localidades respecto de las del lado en el largo pero angosto territorio que nos reúne. El interlocutor, simpáticamente, terminó por reconocer que él ¡había nacido en Santiago! Pregunto: ¿cuántas personas tienen un solo origen y arraigo territorial en Chile? Conjeturo que bastante pocas.
Así son las cosas con las identidades: febles frente a la realidad esencial de la universalidad de la condición humana. Las considero respetables, como todo enraizamiento que permite crecer, pero no dejo de considerar que su extensión irracional llevó al escritor libanés Amin Maalouf a llamarlas "identidades asesinas" en un libro que lleva ese título, habida cuenta de la trágica experiencia de su país. Somos parte de una ciudadanía nacional que ojalá fuera global, porque de esa escala son los problemas que enfrentan las sociedades, más allá de nuestros variados y queridos terruños.
Pero también cabe, tal vez, una reflexión sobre un rasgo de la cultura chilena que he terminado por llamar para mis adentros el "reflejo de culpabilización". En la conversación con otras personas, lo que ocurre con frecuencia en mi actividad profesional y docente y en mi pasada actividad política, una parte de los interlocutores con rapidez se pone en una posición de víctima de algo y por ello de reclamo abstracto de alguna deuda, con la que uno no tiene nada que ver y de la que implícitamente sería responsable o derechamente culpable y lo haría merecedor de reproches (y, en algunos casos, de castigos, si se pudiera). Y si en estas interacciones sobreviene un matiz o una discrepancia de opinión, según los contextos aparece aquello de "eres de Santiago", "eres de la élite", "eres hombre", "está bien el fondo pero no la forma -directa, digo yo- de decirlo" y las diversas variantes de la victimización culpabilizadora. Y la conversación igualitaria, horizontal, de eventuales discrepancias rudas pero mutuamente respetadas, se cierra. Se pierde así la oportunidad de intercambios fructíferos o de sostener conversaciones enriquecedoras, de aprendizaje o simplemente de pasar un buen rato compartiendo con otros, algo tan importante en la vida. Una lástima que la cultura del intercambio, la contrastación de opiniones, su evolución en el diálogo y la apertura de espíritu -lo que en nada contradice la firmeza de las convicciones- esté ahogada por la cultura de la descalificación generalizada. Y ahí a los acusados en el altar de las deudas de la humanidad y de la victimización no nos queda más, cuando rebota toda argumentación racional, que refugiarnos en la ironía, el humor o el silencio.
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TEXTO DE DESPEDIDA PARA GONZALO MARTNER GARCIA
Gonzalo Daniel Martner Fanta 19 de septiembre de 2002
Quiero agradecer en mi nombre y en el de mi familia lo expresado aquí en homenaje a mi padre en el día de su despedida y agradecer a todos su presencia y compañía afectuosa. Lo despedimos de manera sencilla pero auténtica, como el fue, sencillo y auténtico.
Gonzalo Martner García nació en marzo de 1928, hace 74 años, como el menor de una familia de 6 hermanos, hijos de Daniel y Camila, familia que se originó en la llegada desde Alemania al puerto de Constitución de su abuelo Rudolf Martner, por razones que se perdieron en el tiempo. Desde que nació, debe mi padre haber percibido el tráfago de la agitada vida pública de la época, y haberlo marcado para siempre, puesto que a los pocos meses de su venida al mundo su propio padre, Daniel Martner, fue electo por el claustro académico rector de la Universidad de Chile, cargo poco plácido a la sazón puesto que le significó terminar en el exilio con su familia. A su hijo menor le tocó, pues, aprender a dar sus primeros pasos en Ginebra, precisamente donde habría de pasar 45 años más tarde parte de su segundo exilio, que duró eso sí mucho más tiempo y se originó en hechos mucho más dramáticos. Para mi es imborrable el recuerdo de caminar con él, hombre de pocas palabras, junto al lago Leman evocando estas y otras circunstancias familiares, como el hecho de que a él le tocara la muerte de su padre a los 17 años después de una larga enfermedad invalidante, la huella que dejó en él el Instituto Nacional, donde fue Mejor Institutano, después de salir del Colegio Alemán, en el que cultivó un sólido rechazo al nazismo que allí prevalecía, y luego su paso por la Universidad de Chile como estudiante de derecho y filosofía y luego de economía, en el que junto con destacar académicamente, selló su compromiso con los desposeídos de Chile como parte de una generación de hombres y mujeres que identificaron indeleblemente su destino con la izquierda, en el que fue secretario general de la FECH y cultivó amistades entrañables.
Mi padre fue en primer lugar un hombre con una gran curiosidad por la diversidad del mundo, con una formación variada y sobre todo con una mirada amplia sobre la vida. Estuvo diez años en la universidad como estudiante de dos carreras y media, fue abogado (aunque contaba que solo ejerció como tal durante una semana) y economista, y luego realizó estudios de postgrado en EE.UU. Pero además conoció casi el mundo entero en sus innumerables misiones como funcionario de Naciones Unidas. En nuestra infancia una pregunta a mi madre, que siempre lo apoyó en sus devaneos por el mundo y en sus opciones en la vida, era ¿donde está ahora el papá? y tenía las respuestas más variadas, así como variadas las tarjetas postales que llegaban de países lejanos. Como familia nos llevó a vivir a Bogotá, a Paris (mientras él estaba en Addis Abeba), a Bangkok. A los 13 años yo había dado dos veces la vuelta al mundo y mi hermano, que sólo tenía nueve años, había desarrollado una sólida aversión a los museos, que visitamos en los muchos países que recorrimos.
Los objetos que coleccionaba venían de todas partes, con una admiración por la cultura africana, por la música árabe, por la estética asiática, por la plástica de Oceanía, además, claro, de su devoción por América Latina y su admiración por Europa, en donde vivió parte importante de sus 12 años de exilio. Mi padre perteneció a esa categoría de chilenos y chilenas que vivieron su existencia con una actitud de apertura personal al mundo, compatriotas con auténtica vocación universal dignos de admiración, que contrasta con algunos de los aperturistas fenicios de hoy y tan irremediablemente provincianos que recorren el mundo como pequeños mercaderes arrogantes y que algún día aprenderán de sus compatriotas que han sido ciudadanos humildes de la tierra.
Pero, por sobre todo, mi padre amó entrañablemente a Chile, su país. A mi padre le dolía la miseria, la desigualdad, el atraso y quería cambiar a Chile. Sentía desdén por la soberbia de los poderosos y estuvo dispuesto a enfrentarlos. Mi padre siempre vivió del fruto de su trabajo y fue un hombre sencillo y serio, aunque amante de la vida. Se preocupó de que nunca faltara nada en nuestra casa, pero sobre todo se preocupó de que no faltara el sentido del compromiso con nuestro país y con su pueblo. El canalizó ese compromiso, junto a un grupo de sus amigos, pares de profesión y sobre todo de convicciones, a través de una estrecha relación con el líder histórico de la izquierda chilena del siglo XX, Salvador Allende. Ellos eran unas dos décadas menores que Allende, pero fueron sus amigos auténticos, creo, y sus colaboradores por muchos años. Los nombró en su gobierno y lo acompañaron en su intento de transformar a Chile. En mi casa se hablaba de Allende con respeto y devoción. Cuando se lo recibía, había ahí sencillez, pasión y humanidad. Y tenía Allende con sus cercanos una lealtad a toda prueba. Me tocó sentirlo el 2 de septiembre de 1973, cuando una bomba estalló en nuestra casa, avecinándose la tragedia colectiva motivada por el odio ciego, y llegó el Presidente a los minutos. Me impresionó escuchar a mi padre tomar el teléfono e informarlo con serenidad y sobriedad de lo ocurrido y me impresionó mucho más ver a Allende momentos más tarde en la cocina de nuestra casa dar instrucciones a los policías que lo acompañaban con la indignación profunda del que quiere proteger a sus cercanos. Sentí cuando me saludó, sabedor creo de mi militancia adolescente de entonces en la extrema izquierda, el reproche silencioso hacia los que con nuestra pasión de justicia entendíamos poco de lo que estaba en juego. Nunca me extrañó entonces la defensa apasionada y pública que hasta el fin de sus días activos hizo mi padre del gobierno y de la persona de Salvador Allende, en la que empeñó su inteligencia, su capacidad de trabajo y su rigor, especialmente en las innumerables páginas y libros que escribió al respecto, cuando tantos preferían mirar para otro lado.
El análisis distante, que quede para los historiadores. Los que compartieron un sueño y una tragedia, y él fue el único ministro del Presidente Allende que permaneció en el mismo cargo durante los mil días de su gobierno, debían acompañarse y testimoniar. Los errores, había que reconocerlos, pero jamás renegar de los ideales compartidos. Mi padre fue un hombre fiel a sus convicciones y con su generación, hasta el difícil final de sus días, acompañado con abnegación infinita por mi madre. Muchos no lo comprendieron, pero él nunca se apartó de esa conducta. Enhorabuena. Así son los leales.
Permítanme leerles unas palabras en verso -que no era precisamente el género que ellos cultivaban, sino el de la escritura racional, muchas veces abstracta y severa- que escribió en 1995 su amigo Carlos Matus (para mí el arquero entusiasta aunque no siempre certero del equipo de fútbol de la CEPAL que integraba mi padre como medio campista y que veía jugar los fines de semana de infancia), no mucho antes de morir, en el prólogo de su último libro y que expresan bien la naturaleza del compromiso afectivo de la generación de hombres de izquierda a la que perteneció mi padre:
"A Pedro Vuskovic A Gonzalo Martner Éramos tres amigos Pedro, Gonzalo y yo, los tres fuimos hermanos de una misma convicción los tres fuimos ministros compañeros de Salvador. Pedro, integral y honesto, maestro y luchador Gonzalo, bondadoso y sereno generoso como un señor. Yo era el menor y orgulloso de la amistad de los dos. Alguien quitó el habla primero a Pedro, el soñador. Después castigó a Gonzalo, sólo a medias lo calló. Al frente hay pocos caminos, atrás, la noche está atrás, ¿Puedo dialogar con ustedes? ¿Puedo cambiar de visión? Conversemos, hay tantas cosas que acumula mi razón, y quiero compartirlas, contigo Pedro, hermano, amigo, contigo Gonzalo, ¡Qué importa si pensamos distinto! ¡Si la vida nos separó! Hasta siempre somos amigos, hasta el silencio mayor. "
Hoy ha terminado de llegar el silencio mayor, primero, me atrevo a decir, para Ernesto Torrealba, luego para Pedro Vuskovic, luego para Max Nolf, luego para Carlos Matus, y para tantos otros de sus amigos, como Darío Pavez, ahora para Gonzalo Martner García. Que descansen en paz, hombres buenos e íntegros que fueron.
Yo no puedo esconder, y ya lo habrán notado, la admiración que siento por mi padre. Yo
fui rebelde, siempre cariñosamente eso sí, con mi padre, como lo fue mi generación con los suyos. Mientras más rebeldes nosotros, más comprensivos y apoyadores ellos. Arrogantes nosotros, serenos y querendones ellos, a su manera, a la antigua. Sólo una vez mi padre me tuvo una tarde entera insistiendo en su punto de vista: cuando le conté en 1980 que me volvía desde Paris a Chile y él no quería que lo hiciera porque los riesgos le parecían grandes. Y se resignó y las cosas ocurrieron bien, por suerte. Si no, siempre su actitud fue la de respetar y apoyar, como lo hizo con sus tres hijos, con sus nueras y yernos, con todos sus nietos, a los que tanto quiso, preguntando especialmente en las muy últimas horas de su vida por su más pequeño nieto, hijo de su hijo menor, recién llegado a nuestra familia. Como querendón fue siempre también con sus hermanos, sus mayores a los que admiraba, que vivieron lejanos.
Cada uno seguirá con sus opciones en la vida. Las respetaremos como mi padre lo hizo, invocando su bondad, su firmeza de convicciones, su honestidad, su siempre vivaz sentido del humor, con más defectos que él, pero teniéndolo como un ejemplo de humanidad. Permítanme una disquisición muy personal. Me puso mi padre su nombre, que jamás fue una carga llevar sino un orgullo, aunque nos provocó a ambos bastantes situaciones cómicas. Si acaso, tal vez en alguna ocasión te habrás arrepentido de haberme puesto tu nombre, digo yo. Pero no, creo que con todos mis defectos nunca te puse en vergüenza, padre querido, y me esmeraré en no hacerlo nunca. Me pusiste además el nombre de tu padre Daniel, y jamás fue tampoco una carga sino otro orgullo. Yo nunca te hice promesas ni me las pediste. Pero hoy, mi padre muy querido, te voy a hacer una promesa en tu despedida de este mundo. Lo último que escribiste antes de tu enfermedad tan penosa fue, en 1991, un artículo que titulaste "Desafío para una generación" y en el que decías: "por mi parte sostengo que el objetivo central de un proyecto nacional de largo plazo es el de lograr, en democracia, que Chile llegue a ser un país desarrollado y equitativo en una generación" y que "para un economista, esto supone que los chilenos lleguen a contar en el 2020, o sea en treinta años más, con un ingreso por habitante bien repartido para situarnos así en el nivel de un país desarrollado de categoría media de Europa Occidental" y agregabas que eso suponía crecer al 6% anual pero haciéndose cargo de los 5.5 millones de chilenos ubicados debajo de la línea de pobreza. En ese empeño hemos estado muchos desde que tú escribiste esas líneas, padre, y el resultado no ha sido malo, más allá de las dificultades de la coyuntura inmediata. Ya para el 2010 estaremos bien encaminados hacia la meta. Yo tengo responsabilidades públicas y las seguiré ejerciendo, padre, mientras mis compañeros confíen en mí, y te prometo no cejar en el intento en lo que modestamente me corresponda, padre. Aunque nos dejas con un dolor infinito ante tu ausencia, ahora tú descansa, Gonzalo Martner García, que te lo tienes bien merecido.