La gente que te quiere, cuando te ven llorar, dicen:
"Por favor, no llores."
No quieren verte sufrir.
Te ven pensar demasiado y dicen:
"Por favor, no pienses en ello."
Te piden que pares, porque ven el dolor y quieren eliminarlo.
Pero...
Y si eso es lo que necesitas?
Y si necesitas sentirlo todo, sentirte mal,
aprovechar el momento y aceptar que, hoy, no estás bien?
Necesitas dejar ir tus lágrimas, vivir hasta el fondo tus pensamientos.
Tienes que liberarte.
Por eso, cree en el hoy.
No porque todo vaya bien, sino porque también el dolor merece espacio.
Creer en el hoy significa acoger donde estás, aunque duela.
Es exactamente ahí donde tiene sentido creer.
Hoy no estás bien,
y está bien así.
Quizás mañana te sientas mejor.
Pero mientras tanto, si hoy el dolor te habita,
llora y vive cada lágrima.
Deja que este dolor florezca mañana en algo nuevo,
en algo que pueda volverse tu fortaleza.
Todos dependemos del oxígeno: es el elemento esencial para vivir que damos por sentado hasta que nos falta. Pero hay una diferencia entre la necesidad natural de respirar y la necesidad de algo que se convierte en presencia constante, inevitable.
La dependencia no es solo de la bombona. Es un conjunto de cosas que te atan, te limitan. Todos los días hay pastillas que tomar, dolores que sufrir, y todas estas pequeñas esposas te recuerdan que nunca eres realmente libre. La rabia crece, porque lo que en el fondo se desea es poder hacer cualquier cosa sin pensar en la enfermedad ni en las consecuencias de hacer un esfuerzo más.
Nadie debería vivir con el peso continuo de una enfermedad, ni con la carga mental de depender de una bombona o de cualquier medicamento que realmente no debería ser parte del día a día de ninguna persona. Sin embargo, se convierte en un ancla que te ayuda a sobrevivir al dolor.
En un mundo ideal, el dolor no necesitaría herramientas para ser controlado. Pero en este mundo, real e imperfecto, la dependencia se convierte en el precio a pagar para seguir viviendo.