Mi pintura nace desde dentro, de una urgencia silenciosa que me impulsa a contar lo que no se dice: el dolor, la espera, la resistencia. Es una práctica íntima, que se hunde en la memoria y en el presente, y que transforma el dolor en algo visible, que se pueda compartir. Cada obra es una pequeña confesión, una pequeña parte de mí que se esconde en ella. Doy voz al cuerpo y a la mente en su fragilidad, cuando lucha, cuando espera: la enfermedad es una presencia constante que marca mi mirada, aunque no solo me centro en eso.

Trabajo normalmente con pintura acrílica sobre tela, en un lenguaje figurativo que une realidad y símbolo. Cada objeto, cada escena, cuenta algo que va más allá de la imagen: una herida, una necesidad, una fuerza. Busco un realismo sensible, donde la luz y los detalles hablen también de lo que no se dice.

Mi proceso es personal, lento y reflexivo. Parto de dibujos preparatorios muy básicos, para darme espacio y dejar que la obra se transforme y siga el sentimiento del momento. Me tomo mi tiempo para reflexionar sobre lo que quiero hacer y decir con la obra, sin dejar de lado el espacio para el error, para la espontaneidad.