ORACIONES COMUNES

ORACIONES COMUNES

EL PADRE NUESTRO

« Estando él (Jesús) en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: "Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos"» (Lc 11, 1). En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración cristiana fundamental. S. Lucas da de ella un texto breve (con cinco peticiones). (Cf Lc 11, 2-4) S. Mateo nos transmite una versión más desarrollada ( con siete peticiones). (Cf Mt 6, 9-13). La tradición litúrgica de la Iglesia ha conservado el texto de S. Mateo. (C.I.C. 2759)

«La oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio» (Tertuliano, or. 1.) «Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: "Pedid y se os dará" (Lc 11, 9). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental» (Tertuliano, or. 1.).(C.I.C. 2761)

Padre nuestro que estás en el cielo,

santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu Reino;

hágase tu voluntad

en la tierra como en el cielo.

Danos hoy

nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden;

no nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal. Amén.



Pater noster qui es in caelis:

sanctificetur Nomen Tuum;

adveniat Regnum Tuum;

fiat voluntas Tua,

sicut in caelo et in terra.

Panem nostrum

quotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus

debitoribus nostris;

et ne nos indúcas in tentationem;

sed libera nos a Malo. Amen.



EL CREDO

La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela.

Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros. (Catecismo de la Igelsia Católica, 166).

"Creo": (Símbolo de los Apóstoles) Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. "Creemos": (Símbolo de Nicea-Constantinopla) Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. "Creo", es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: "creo", "creemos". (C.I.C., 167)

Desde siglos, a través de muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia no cesa de confesar su única fe, recibida de un solo Señor, transmitida por un solo bautismo, enraizada en la convicción de que todos los hombres no tienen más que un solo Dios y Padre. (Cf Ef 4, 4-6) (C.I.C. 172)

Quien dice "Yo creo", dice "Yo me adhiero a lo que nosotros creemos". La comunión en la fe necesita un lenguaje común de la fe, normativo para todos y que nos una en la misma confesión de fe. (C.I.C., 185)

Ninguno de los símbolos de las diferentes etapas de la vida de la Iglesia puede ser considerado como superado e inútil. Nos ayudan a captar y profundizar hoy la fe de siempre a través de los diversos resúmenes que de ella se han hecho. Entre todos los símbolos de la fe, dos ocupan un lugar muy particular en la vida de la Iglesia: (C.I.C., 193)


Símbolo de los Apóstoles

Creo en Dios, Padre Todopoderoso,

Creador del cielo y de la tierra.

Creo en Jesucristo, su único Hijo,

Nuestro Señor,

Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,

nació de Santa María Virgen,

padeció bajo el poder de Poncio Pilato,

fue crucificado, muerto y sepultado,

descendió a los infiernos,

al tercer día resucitó de entre los muertos,

subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios,

Padre todopoderoso.

Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.

Creo en el Espíritu Santo,

la santa Iglesia católica,

la comunión de los santos,

el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne

y la vida eterna.

Amén.

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Credo

Niceno-Constantinopolitano

Creo en un solo Dios,

Padre Todopoderoso,

Creador del cielo y de la tierra,

de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo,

Hijo único de Dios,

nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios,

Luz de Luz,

Dios verdadero de Dios verdadero,

engendrado, no creado,

de la misma naturaleza del Padre,

por quien todo fue hecho;

que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo,

y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;

y por nuestra causa fue crucificado

en tiempos de Poncio Pilato;

padeció y fue sepultado,

y resucitó al tercer día, según las Escrituras,

y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;

y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos,

y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo,

Señor y dador de vida,

que procede del Padre y del Hijo,

que con el Padre y el Hijo recibe

una misma adoración y gloria,

y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia, que es una,

santa, católica y apostólica.

Confieso que hay un solo Bautismo

para el perdón de los pecados.

Espero la resurrección de los muertos

y la vida del mundo futuro.

Amén.


LA SALVE

Salve Regina


Dios te salve, Reina

y Madre de misericordia,

vida, dulzura y esperanza nuestra;

Dios te salve.

A ti llamamos

los desterrados hijos de Eva;

a ti suspiramos, gimiendo y llorando

en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora, abogada nuestra,

vuelve a nosotros esos tus ojos

misericordiosos;

y después de este destierro,

muéstranos a Jesús,

fruto bendito de tu vientre.

¡Oh, clementísima, oh piadosa,

oh dulce Virgen María!



Salve, Regina

Salve, Regina,

Mater misericórdiae,

vita, dulcédo et spes nostra,

salve.

Ad te clamámus,

éxsules fílii Eva.

Ad te suspirámus geméntes

et flentes in hac lacrimárum valle.

Eia ergo, advocáta nostra,

illos tuos misericórdes óculos

ad nos convérte.

Et Iesum benedíctum fructum

ventris tui,

nobis, post hoc exsílium, osténde.

O clemens, o pia,

o dulcis Virgo Maríae!