“Cuando llegamos los de la ciudad nos dijeron locos porque nos veníamos al campo; y los del campo nos dijeron locos porque veníamos acá y no nos íbamos a la ciudad. Nos costó mucho y nos sentíamos muy desorientados, hasta que conocimos a la gente de “El Peregrino” y nos dijeron que sí, que era posible. De todos modos fue muy difícil y seguimos siendo locos durante muchos años. Nos trataron de hippies, de comunistas, de drogadictos, de gitanos y de secta”. (Rubén Pagliafora)
Es un proyecto productivo basado en la agroecología, donde conviven producciones de este tipo y producciones convencionales. Desde el trabajo con la tierra, la familia propone nuevos recorridos y relaciones con la ruralidad. Un cambio de paradigma que permite construir alternativas económicas y sociales al monocultivo y a la concentración de la tierra en pocas manos, así como una toma de conciencia acerca de la relación de varones y mujeres con la naturaleza, como así también las consecuencias de persistir en la imposición del modelo productivo hegemónico actual.
Desde hace dieciocho años buscan el sostenimiento y sustentabilidad de la finca a partir de prácticas que aporten a la soberanía alimentaria, a la autogestión y a la construcción de otras relaciones interpersonales, educativas y productivas que alienten a construir un sistema económico alternativo al capitalismo. A lo largo de los años han impulsado espacios de estudio y de socialización colectiva del conocimiento que redundan en un fortalecimiento del proyecto productivo, no sólo en los aspectos económicos sino en una mirada multidimensional de la vida que acentúa el carácter complejo del mundo.
La Finca Pagliafora se encuentra en la República Argentina, provincia de Mendoza. Está ubicada en el departamento de Tunuyán, distrito El Algarrobo[1]. La misma se encuentra a una distancia de 100 kilómetros en relación a la capital provincial y en cuanto a la ciudad cabecera del departamento a 25 kilómetros. El departamento de Tunuyán se ubica dentro de la región denominada "Valle de Uco", junto con los departamentos Tupungato y San Carlos. La misma tiene suelos fértiles, aptos para el uso agrícola-ganadero y en la que se realizan además otras actividades como el turismo, producto de su belleza paisajística.
La región presenta un clima árido continental, donde las temperaturas tienen una importante oscilación anual con precipitaciones escasas y concentradas en la estación de verano. En esa estación las temperaturas medias se sitúan por encima de los 25 °C y en el invierno por debajo de los 8 °C, lo que muestra la gran amplitud térmica por estación. Este mismo fenómeno se manifiesta en las amplitudes térmicas diarias. A su vez hay dos fenómenos atmosféricos relevantes que también afectan la producción: las heladas y el granizo. Este último tiene mucha relevancia en la provincia, ya que las estadísticas muestran que Mendoza es una de las más afectadas económicamente por las pérdidas en cultivos debido al granizo[2].
En cuanto a la hidrografía, la presencia del Río Tunuyán es vital para el desarrollo de la agricultura. Este río nace en la Cordillera de Los Andes y establece el límite oeste del departamento, además limita al norte con el departamento de Tupungato, al este con el departamento de Rivadavia y al sur con el departamento de San Carlos. Tunuyán presenta una superficie de 3.317 Km 2 y una población de 47.436 habitantes[3].
En el plano cultural, Tunuyán se caracteriza por el tradicionalismo y el conservadurismo. Una vez al año se realiza el Festival Nacional de la Tonada, ritmo folclórico que caracteriza a Mendoza. En la tonada se construye un relato que asocia al campesino con el borracho, quien purga sus penas en el alcohol. Además promueve un discurso de la vida cotidiana asociada al machismo, en el cual las mujeres quedan recluidas a los quehaceres de la casa y la crianza, y su figura es asociada a la culpable del dolor en el desamor.
Este contexto cultural está relacionado a las formas desplegadas en la propiedad de la tierra. El departamento se caracteriza por la presencia de pequeños y medianos propietarios de menos de 100 hectáreas y terratenientes que representan linajes de familias históricas que han concentrado el poder económico y las influencias políticas, a punto que la Sociedad Rural Argentina[4] tiene en Mendoza una sede en San Carlos. El modelo de producción impuesto en la región es el monocultivo de la vid y su posterior industrialización en mosto de uva o vino de mesa; a la vez cuenta con grandes superficies de plantaciones de frutales y olivos. Por otro lado, ha habido una creciente extranjerización de tierras y bodegas, siendo capitales europeos y chilenos quienes se han transformado en los nuevos dueños de las tierras más fértiles. El Valle de Uco está ubicado en una zona estratégica en términos geopolíticos, al estar en la frontera con Chile y por ser el Oasis centro de la provincia, con un acceso privilegiado al recurso hídrico. Por esto ha crecido en las últimas décadas la extranjerización de tierras, e históricamente ha contado con una fuerte presencia militar.
A mediados de la década del noventa, Argentina se encontraba inmersa en una burbuja financiera producto del avance de las políticas neoliberales, encabezadas por el presidente Carlos Menem y el entonces ministro de economía Domingo Cavallo. La paridad uno a uno del peso argentino respecto al dólar, llevó a una liberalización del mercado y a la destrucción de las economías regionales. Por esos años se libera la semilla transgénica en el país y, con ello, comienza a avanzar la frontera del monocultivo y la migración de campesinos y campesinas a las ciudades. Sumado a esto, a partir del año 1994 la economía entra en recesión y se profundiza año tras año. Esto condujo finalmente a la crisis político-social y económica más importante en la historia del país entre los años 2000 y 2001.
En ese contexto, la Familia Pagliafora en conjunto a otras familias de la ciudad de Mendoza deciden emprender acciones que permitan palear las consecuencias de las políticas neoliberales. Como primera medida, comienzan a organizarse a partir de la compra de alimentos y de la construcción de una huerta agroecológica urbana y de gestión comunitaria. Para este último proyecto, recibieron el apoyo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA)[1], institución dependiente del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, en el cual se encuentra el programa Pro-Huerta. La huerta comunitaria se sostuvo en la casa paterna de la familia Pagliafora y fue acompañada institucionalmente “porque éramos casi iniciadores de lo que eran las huertas urbanas”, como recuerda Rodolfo Pagliafora.
Con las experiencias de compras comunitarias y huerta urbana crearon la Fundación Filantrópica Cosmogonía, la cual resultó en el primer intento de organización a partir de las familias involucradas. Eran alrededor de 50 personas que querían intentar una experiencia de vida en comunidad. Junto al avance en este objetivo, trabajaron dos proyectos: “servicio agropecuario obligatorio” y otro de “educación autogestiva”. En el año 1995, viajaron a Cuba a presentar dichos proyectos y, paralelamente, realizaron una colecta de útiles escolares en Mendoza que donaron al Estado cubano. Cabe recordar que por esos años el país centroamericano vivía una profunda crisis económica debido a la caída de la ex-URSS, etapa histórica que se conoció como “período especial” en la isla caribeña. Respecto al “servicio agropecuario obligatorio”, consistía en un año de trabajo voluntario en zonas rurales por parte de egresados y egresadas de las escuelas de nivel medio. Rodolfo lo define de la siguiente forma: “El planteo era simple: si nos enseñaron a matar, era tiempo que nos enseñen a querer la tierra, a cómo generar, cómo lo hacemos cotidianamente. Llevarnos el alimento a la boca, cómo es el proceso y que requiere mucho trabajo”.
En ese mismo año, deciden dejar la ciudad para ir al campo y comienzan la búsqueda de tierras que les permitieran construir un proyecto comunitario y autogestivo. Recorrieron varias zonas de Mendoza y hasta llegaron al pueblo de Pomán, en Catamarca. La selección del lugar donde hoy se emplaza la finca resultó de la búsqueda en los avisos clasificados de un periódico, en el cual aparecía la venta de tierras con la obligación de hacerse cargo de la hipoteca que recaía sobre el título de la propiedad. En enero de 1996 el grupo decide comprar la tierra, para ello se acuerda vender propiedades en la ciudad de Mendoza y así pagar parte del costo de la operación.
El primero en vender su casa fue Humberto Pagliafora, padre de Rubén y Rodolfo, llamado cariñosamente “El Gringo”. Recuerda Rodolfo: “…mi padre fue de una familia muy pobre, le costó mucho sacrificio construir esa casa, pero mucho. Y cuando se hizo la propuesta fue el primero que dijo: yo vendo, porque hay que hacer algo por tener un mundo diferente”. Con el monto de esa venta levantan la hipoteca. Luego, Rubén continúa con pagos parciales, donde el dueño de las tierras no le entregó constancia de esas cancelaciones, las cuales fueron reclamadas luego de un tiempo al desconocer la efectivización de dichos pagos. Por esta razón no se pudo escriturar durante trece años hasta que le entregan siete hectáreas al anterior dueño para cancelar la deuda y, finalmente, escriturar.
Sandra Maggiolo recuerda que en marzo del mismo año se van a vivir junto a Rubén a la Finca y que en los comienzos “se comenzó a organizar un poco sin un conocimiento de lo que era la tierra”. Eran tiempos de desprecio de la actividad productiva rural y el avance de una lógica ligada al desplazamiento de campesinos y campesinas hacia los cinturones pobres de las grandes ciudades. Mano de obra barata y, casi siempre, desempleada. Rodolfo lo ilustra al describir: “Si lo vemos a la distancia y nos hubiesen contado la historia, diríamos que es imposible, que es utópico. Porque si a cualquiera viviendo en la ciudad, en buenas condiciones, iba a estar en el campo y le iban a decir mira que vas a tener que estar trabajando con una zapa, haciendo pan, laburando como se labura acá. Y, cualquiera renuncia”. Este contexto hizo que el proceso encontrara varios obstáculos, entre los cuales el más relevante fue la falta de participación, ya que el proyecto quedó circunscripto a un número reducido de personas. En este sentido recuerda Sandra acerca de las dificultades del inicio del proyecto que “Más del conocimiento de la pequeña huerta, no sabíamos nada. Y para toda la gente de acá del barrio, de la zona, éramos unos locos, unos raros. ¿Cómo veníamos de la ciudad acá al campo? Si toda la gente del campo lo único que quería hacer era irse para la ciudad. Odiaba ya estar en el campo”.
Rubén y Sandra con su hijo Yerimén y su hija Ailén son los/as primeros/as en tomar la decisión de migrar de la ciudad al campo y son quienes continúan hasta el día de hoy en la finca, junto a un grupo de jóvenes. Por un corto tiempo va una de las parejas del grupo a vivir a la Finca, pero vuelve a la ciudad. Posteriormente, va el hijo de Rodolfo, Federico, junto a su esposa Danisa Lucero y sus dos hijos; quienes si bien vuelven a la ciudad a la fecha siguen colaborando activamente. También se destaca la participación de Antonio Recabarren, que desde 1996 hasta la actualidad trabaja en el proyecto. Sólo el “Gringo” se queda en la finca hasta su muerte en el 2005. Rubén recuerda que “Una de las cosas importantes fue el apoyo del Gringo, nuestro padre, estando internado ya los últimos momentos de su vida, fue pedirme que por favor no vendiera la finca, que no lo hiciera, porque eso tiene que servir para los jóvenes. El siempre pensando que era un proyecto a largo plazo, que no esperáramos encontrar el camino fácil”.
Otro de los obstáculos iniciales fue la falta de lugar, ya que había dos casas, de las cuales una estaba en una situación muy precaria y la otra ocupada por los anteriores encargados. El resultado: hacinamiento y dificultades económicas para la sobrevivencia en la finca. Entre los años 1996 y 2001 las carencias y las continuas necesidades fueron constantes sin poder ser resueltas por la familia Pagliafora.
La crisis social, económica y cultural que vivía la Argentina desde mediados de los años noventa, encuentra su punto de explosión en los años 2000 y 2001. Fernando de la Rúa llega a la Presidencia de la Nación con una serie de alianzas que pronto comenzaron a resquebrajarse. Estas rupturas traen, como políticas de salvataje desde el FMI, el “corralito” bancario, masivos despidos de trabajadores y trabajadoras de pequeñas y medianas empresas como así también de las grandes corporaciones. La conflictividad social fue en aumento y la decisión del gobierno nacional fue ubicar en el Ministerio de Economía de Nación nuevamente a Domingo Cavallo. El mayor responsable de la crisis económica argentina nuevamente con el control de la cartera de economía. Aplicó políticas económicas que atentaron contra los pequeños/as productores/as y contra los/as trabajadores/as. Fue la crisis más importante en la historia del país. La consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola” se multiplicaba por todos lados y los saqueos a supermercados eran una constante. De la Rúa renuncia y sale en helicóptero de la Casa Rosada. Cinco presidentes en un mes y, para ese entonces, en la Finca Pagliafora quedaban sólo Rubén, Sandra y el “Gringo”, ya ni siquiera había quienes colaboraran. La situación era extrema. Hubo meses en los que no podían pagar la luz del pozo y tenían que tomar agua de la represa que se encuentra al interior de la finca. Para el año 2003 ya se habían retirado del proyecto el resto de las familias y, con ello, el fin del sueño de construir una comunidad. Ailén recuerda que: “la realidad era que no eran capaces ni de trabajar y vivir en el campo, ni tampoco de pasar las necesidades que se pasaban, de mandar a sus hijos a una escuela rural. Y bueno, de a poco se fueron yendo, y realmente para nosotros fue un alivio cuando se fue todo el mundo, porque recién ahí pudimos empezar a tomar las decisiones respecto a lo que pasaba acá”. Sandra sentencia: “La idea inicial, de formar una comunidad, quedó en la nada”.
A partir del año 2003, el proyecto emprende una nueva etapa caracterizada por el asociativismo y la búsqueda de articulaciones que permitiesen crear y fortalecer redes de consumo dentro del mercado interno de Mendoza. Entre los años 2003 y 2004 comienzan una serie de reuniones con el Instituto de Desarrollo Rural de Mendoza (IDR)[1], para formar lo que hoy se conoce como “Bioferia”[2]. Este espacio se crea bajo la lógica del “comercio justo” y se plantea como una red de productores/as que trabajan con responsabilidad ecológica, y comercializan una vez a la semana productos libres de agroquímico. Bajo el lema: “Del productor/a al consumidor/a”, rompen con la exportación como modo de comercialización para ir a la ciudad y pensar en el mercado interno. En Mendoza, hasta ese momento, no existía una experiencia de estas características: productores y productoras agroecológicas en contacto directo con sus consumidoras/es.
Durante los primeros años funcionaba los días sábado en las intersecciones de las calles General Paz y Mitre. Así nace públicamente la Bioferia, la cual se conoció como “Feria Popular de Agroecología Familiar”. Durante este período las ventas fueron muy bajas y recién a partir del quinto año comenzaron a lograr sustentabilidad del proyecto colectivo. Sin embargo, una vez que la Bioferia comenzó a tener estabilidad, la Municipalidad de la Ciudad de Mendoza decide en 2008 prohibir que comercializaran sus productos en dicha esquina. El intendente Víctor Fayad había asumido un nuevo mandato al frente del municipio e impulsó a través del Concejo Deliberante una serie de Ordenanzas Municipales que prohibían la venta ambulante, además de una ordenanza que prohibía las movilizaciones populares por las calles de la capital provincial. Esto le valió una denuncia penal por parte de abogados de derechos humanos de Mendoza y Organizaciones Sociales.[3] En esa coyuntura, consideradas/os bajo la figura de vendedoras/es ambulantes fueron expulsados/as del boulevard de calle Mitre. Ante el desalojo se reubican en la plaza del Barrio Cano de la misma ciudad. El impacto fue una baja en las ventas. Sandra recuerda que “el cambio de lugar fue terrible porque ya estábamos teniendo una pequeña clientela estable”. La clientela fue en aumento progresivo en la nueva localización, hasta que en el año 2014 logra el pico máximo de ventas y que se sostiene hasta la fecha. La propia Sandra cuenta: “hoy tenemos una clientela estable que va hasta con lluvia”. A lo largo de los diez años de participación a través de la Bioferia, la familia Pagliafora, ha faltado a los encuentros de los días sábado sólo en cuatro oportunidades. La construcción del proyecto se estructura a partir de la participación y el compromiso de los saberes y los cuerpos no sólo en la etapa de producción sino también de comercialización.
Durante el año 2005 comienzan a abrir las puertas de la finca a voluntarios y voluntarias extranjeros/as. Esta decisión es tomada al evaluar la experiencia de otro proyecto agroecológico de la zona conocido como “El Peregrino”. Como testimonia Ailén, “nosotros compartimos desde el desayuno hasta la noche... Y realmente nos encanta compartir todo eso, o sea el intercambio básico es trabajo por comida y alojamiento. Pero lo que más nos gusta es el intercambio cultural. Lo que podemos aprender de ellos y lo que podemos transmitirle también nuestras experiencias. Realmente son los que permiten poder llevar a cabo el trabajo de tanta tierra, solos nosotros no podríamos, ellos permiten que esto funcione”.
Dentro de estas búsquedas asociativas, la familia Pagliafora en el año 2010 conforman junto a otras familias productoras lo que se conoce como “Siembra Diversa”: productores/as en cooperación que realizan envíos a domicilio de productos agroecológicos y orgánicos. Esta red de distribución permite una complementación con las ventas realizadas los días sábados en la Bioferia.