“Para el que mira sin ver, la tierra es tierra nomás”
Atahualpa Yupanqui
Las familias que inician el proyecto conocen en 1996 la experiencia que llevaba adelante El Peregrino[1], en la localidad de Vista Flores, en el departamento de Tunuyán. Fueron uno de los impulsores de los cultivos orgánicos y la agroecología en Mendoza. Ana Pérez junto a su familia llegaron a Tunuyán unos meses antes que la familia Pagliafora y fueron quienes incentivaron a cambiar el modelo productivo. “Los de la municipalidad estaban asustados porque vieron que unos locos se habían venido de la ciudad al campo, con cosas extrañas como cultivos orgánicos, sin pesticidas. Los “Peregrinos” ya en la ciudad ya habían experimentado cultivo orgánico en la ciudad de Mendoza”, relata Sandra.
En el Valle de Uco la agroecología era un modelo extraño que carecía de reconocimiento dentro de las políticas agrícolas de los tres municipios. Los cultivos tradicionales de la zona son la vid y los frutales, donde es común la aplicación de fertilizantes y agroquímicos en distintos momentos del año. Las políticas tanto del estado como de los bancos ha sido favorecer el acceso a créditos para plaguicidas y fertilizantes para un mayor rendimiento del campo. El modelo de respeto por la naturaleza y una búsqueda de equilibrio entre las tareas productivas y la tierra se constituyen en prácticas contrahegemónicas en la región.
La agroecología es un modelo productivo que es un cambio decisivo en las formas de relación con la tierra y lo expresa Rubén de la siguiente manera: “Volver a la tierra, volver a lo natural. Lo que me motiva es que va a ser la agricultura del futuro, tarde o temprano va a tener que aprender el hombre que es así la cosa”. El avance de las fronteras del monocultivo tiene en Mendoza la mayor expresión en la vid a punto de situar a la provincia como una de las capitales mundiales del vino. La extranjerización de las tierras junto al desmonte de tierras nativas pone constantemente en peligro la biodiversidad.
Durante los primeros años del proyecto la comercialización se resolvió a partir de la exportación de cerezas orgánicas a Inglaterra, pero resultaron en varias ocasiones perjudicados. Hicieron la primera exportación de cerezas orgánicas de Argentina y el resultado fue una mala paga. Luego conformaron una cooperativa, junto a otros productores como El Peregrino (la cual no llegaron a legalizar), para exportar ajo, pero nuevamente fue una experiencia negativa. No alcanzaron a llenar los contenedores, les pagaron mal y quedaron endeudados/as. Luego de estas dos experiencias toman el camino decisivo hacia el mercado interno: Siembra Diversa y la Bioferia.
Entre los obstáculos más relevantes está el tema del acceso al agua. La provincia cuyana es conocida por sus dificultades hídricas debido a sus condiciones climáticas y geográficas. El agua es vital para la vida como para toda actividad productiva. En las últimas décadas, el calentamiento global como así también la construcción de grandes diques para energía hidroeléctrica y riego, han afectado el caudal de ríos y lagos. Las nevadas y los glaciares han ido en retroceso y por quinto año consecutivo se ha declarado la emergencia hídrica en todo el territorio provincial. La consecuencia: sólo se obtiene agua para riego y consumo humano a través de un pozo de 80 metros de profundidad, debido a que no existe un sistema de riego por turno, al no contar con canales derivadores desde el río Tunuyán. Otro de los puntos importantes tiene que ver con el acceso a la tecnología. Incorporar tecnología implica una gran inversión económica y los márgenes de rentabilidad no lo permiten, en particular la incorporación de tecnología para riego por goteo. La mano de obra estable es otro de los obstáculos; ante esta realidad la decisión de invitar a voluntarios/as de otras partes del mundo a hacer una experiencia comunitaria, por más breve que sea, ha permitido resolver parcialmente la problemática e, incluso, ha habilitado el intercambio cultural.
En cuanto a las oportunidades se puede destacar el asociativismo propio del comercio justo. Las experiencias de Siembra Diversa y la Bioferia son puntapié para una ampliación de estas redes que impulsen más emprendimientos que reconviertan sus producciones hacia la agroecología y pongan en valor el trabajo cooperativo. La salida de la visión desde el mercado internacional y globalizado a partir de una matriz exportadora y extractivista es uno de los grandes cambios que habilita este tipo de proyectos. En particular, es una vuelta a la tierra acompañada de una revalorización de la micropolítica que se ramifica a través de redes de productores/as y consumidores/as. Otro punto de valor en este proceso es la posibilidad de reflexionar a partir de la práctica acerca de la visión que se tiene del mundo y la toma de conciencia respecto a los límites del sistema económico actual. Es la posibilidad de cuestionar un paradigma que está acuñado en los sistemas educativos formales como en los medios de comunicación y en las conciencias de quienes participan de las distintas etapas de la cadena de consumo y producción. Rubén comenta que “en realidad lo más difícil de hacer orgánico es la cabeza”, porque hay un pensamiento hegemónico que ha dominado durante siglos y que viene a ser puesto en cuestión. Una de las posibilidades es la educación a partir de la práctica concreta en la tierra. La agroecología, entonces, emerge como una instancia educativa y pedagógica.
Uno de los puntos más desafiantes está relacionado a la continuidad del proyecto. Una serie de problemáticas propias de la vida rural hacen muchas veces poco atractiva la apuesta por vivir en el campo, a la vez que las promesas de la Ciudad resultan tentadoras, en particular para los/as más jóvenes. En este sentido, las palabras de Ailén al relatar su experiencia de vida en la ciudad para poder llevar a cabo sus estudios universitarios son elocuentes: “Yo siempre pensaba que cuando terminara de cursar me volvía a la finca, pero cuando llegó el momento dudé, porque me habían atrapado un montón de cosas que podía hacer en la ciudad. Mi mamá me dijo volvé y si no te gusta te volvés a la ciudad. Volví estuve un par de meses y luego me fui a viajar. Y ahora después de la experiencia de vivir en Mendoza y que estoy metida en el trabajo de la finca, estoy re convencida de querer vivir acá, de trabajar en el campo. Y más allá que con mi hermano seguimos con muchas ganas de seguir viajando, sabemos que se necesita estar acá, nuestros padres están ya muy cansados, se necesita gente joven. Hemos decidido que es lo que queremos vivir acá, y que no solo sea un proyecto familiar. Queremos lograr lo que ellos no pudieron: una comunidad con más personas”.