México y Brasil, realidades similares que eligieron caminos diferentes.

América Latina ha sufrido una re-configuración política durante los últimos años. México y Brasil son dos casos de realidades que padecen problemas similares: bajo crecimiento económico, corrupción y hartazgo del partido gobernante, entre otros dilemas, pero que decidieron tomar dos caminos distintos de hacer política.

Foto: Kurko
Azael J. Mateo Mendoza
1 de noviembre del 2018

Los términos políticos izquierda y derecha tienen su origen en la Revolución Francesa, cuando durante la Asamblea Nacional los partidarios de la Republica se conglomeraron a la izquierda mientras que los partidarios de la Monarquía hicieron lo propio a la derecha. Así fue como históricamente se definieron los partidos políticos en dos variantes: los que impulsan los cambios y los que luchan por conservar el pasado. Hoy más que nunca los términos siguen vigentes en América Latina. Los resultados electorales que dieron el triunfo a los proyectos de nación de Andrés Manuel López Obrador en México y a Jair Messias Bolsonaro en Brasil constatan que la verdadera diferencia entre los gobiernos de izquierda y derecha radica en los métodos y los medios a poner para lograr solucionar los problemas que aquejan a la sociedad. Al menos en principio.

En América Latina, durante la primera década del siglo XXI, la izquierda era asociada con las distintas formas del socialismo cuyo discurso atentaba en contra de las políticas neoliberales y a favor de los sectores más pobres mientras que la derecha se vinculaba con proyectos capitalistas que promovían los grupos oligárquicos. Conforme loas años, la ideología neoliberal fue derrocando gobiernos izquierdistas a través de políticas económicas liberales, quitándole facultades de poder al Estado. Vemos como aún hay países que son gobernados por lideres de izquierda como son Venezuela, Bolivia, Uruguay y muy pronto México, pero también podemos observar como otros gobiernos han comenzado a girar a la derecha y se han establecido poco a poco, aunque no es lo mismo la derecha del presidente Sebastián Piñera o el macrismo a la ultraderecha de Bolsonaro y su proyecto político.

Dos de las elecciones internacionales más importantes de este año fueron las de Brasil y México, primera y segunda economía de América Latina respectivamente y líderes de la política económica en la región. Ambos ejercicios democráticos dieron como resultado una reorganización política: el electorado mexicano eligió por primera vez en la historia a un presidente de izquierda mientras que en Argentina se le puso fin al periodo petista y se votó por un presidente de derecha.

Bolsonaro, un excapitán de tinte autoritario, ganó las elecciones presidenciales en Argentina, su gobierno se enfrentará a un país polarizado, sin poder significativo en el Congreso y sin experiencia política. Su triunfo puede ser explicado por varios motivos: el sentimiento anti-PT, la composición social del voto, el apoyo de las iglesias evangélicas, la demanda de seguridad y orden a costa de las libertades y la larga recesión económica de la que Brasil apenas se está recuperando. Otro factor importante es su asesor económico Paulo Guedes, un banquero ultraliberal de 69 años que proviene de la cuna de aquellos Chicago Boys que instalaron las dictaduras militares del Cono Sur latinoamericano y realizaron reformas liberales por todo el mundo en la segunda mitad del siglo XX. Para los mercados, la noticia de que Bolsonaro le entregaría todo el poder económico a su asesor pudo darles certeza para en un futuro llevar a cabo las reformas tributarias y privatizaciones que han anhelado por un largo tiempo. Este beneplácito financiero empujó una apreciación del real respecto al dólar y un alza en la bolsa de valores de Argentina. El verdadero costo que esconde este augurio económico es la necesidad por reprimir a todas las resistencias ciudadanas que surgirán ante la desigualdad provocada por dichas políticas. La victoria de Bolsonaro es consecuencia de los dramas de Brasil y su apología de la violencia, su misoginia, su homofobia, su racismo, etc., será causa de muchos males para millones de personas dentro y fuera del país.

Para el caso mexicano, Andrés Manuel López Obrador ha dicho que durante su gobierno reivindicaría el poder del Estado por encima del económico. Los mecanismos fiscales como el recorte al gasto corriente y el aumento a gasto de capital le darían un amplío margen de acción para construir un verdadero Estado de Derecho. Su triunfo en México también puede explicarse a través de diferentes tendencias: un descontento generalizado de los resultados que han tenido los últimos gobiernos, la gran desigualdad y pobreza que vive el país, el problema de inseguridad y el bajo crecimiento económico, entre otras. De manera contradictoria, la victoria de una izquierda moderada pareció ser, dentro de lo que cabe, bien recibida por el sector financiero. El mercado le ofrecieron un bono democrático al tipo de cambio USDMXN, mismo que perdió cuando a través de una consulta de dudosa credibilidad canceló la obra de infraestructura más grande que tenía proyectada el país, lo que provocó una salida de capitales de renta fija y variable, ante el temor de la posible llegada de un dictador estadista, arrastrando al peso y a la Bolsa de valores a caídas muy profundas, no vistas en muchos meses. El discurso populista y en algunos momentos dogmático que ha empleado Andrés Manuel por casi 18 años le ha servido para solidificar una base social de apoyo político muy poderosa. Varios analistas consideran que este factor lo ha convertido en el presidente más fuerte en la historia reciente, tal vez suficientemente fuerte como para subordinar al poder económico y ejercer un gobierno liderado por el Estado y no por intereses empresariales. Los costos de sus actuaciones, a un mes de ser ratificado presidente, son la depreciación del peso de casi 4%, la incertidumbre de los inversionistas, el cambio de perspectiva a la baja de dos calificadoras internacionales de riesgo y la polarización de la sociedad, por mencionar algunos. Son varios los países de América Latina que han luchado en contra del sector financiero y de los empresarios, pero la mayoría de ellos no han salido victoriosos, ¿será que México gozará de un resultado distinto o sufrirá las mismas consecuencias de los otros?

Independientemente de un eventual regreso electoral de la izquierda a países de América Latina, el ciclo de los gobiernos progresistas en la región parece agotado; agotado y fracasado, al menos en sus posibilidades de generar cambios profundos a la estructura capitalista. Hablamos de experiencias políticas fallidas y caducas, incapaces de crear políticas que eliminen el desempleo, la pobreza y la desigualdad, que castiguen la corrupción, que adopten el surgimiento de movimientos sociales y la dignificación de los nuevos esquemas sexistas, que procuren la seguridad de sus habitantes, que reconozcan las demandas feministas, etcétera. Sin embargo, un cambio a la derecha no me parece la mejor opción –mucho menos a la ultraderecha–, los antecedentes de esta vertiente política en el cono sur nos traen a recuerdo mucha represión y tragedia. México y Argentina son dos países con realidades muy parecidas, ambos son victimas de muchos problemas similares pero han optado por caminos opuestos, uno giró a la izquierda moderada y el otro lo hizo hacia la ultraderecha, veamos cual llega primero a su meta.