La infranqueable desigualdad social

La naturaleza de la sociedad mexicana está llena de matices, una hermosa diversidad que tristemente se transforma en desigualdad. ¿Cómo se construye un país en el que los futuros de los individuos no son siquiera parecidos?

Azael J. Mateo Mendoza
12 de Agosto del 2019

No únicamente existen muros de construcción material que nos impiden cruzar al otro lado, existen otros más perversos que están en nuestro subconsciente por la percepción que tenemos de estas barreras y cómo reaccionamos ante ellas. En ocasiones, es tal su imponencia que intentamos empequeñecerla y hasta normalizarla, sutileza mediante la cual la ausencia del acto olvida su brutalidad. La desigualdad social es la gran muralla a la que nos enfrentamos y que hemos ido levantando con el paso de los años.

México no es ajeno al problema característico de las sociedades modernas que comparten muchos países, no obstante, podemos tener una visión única para nuestro país. Vivimos en una estructura social fragmentada donde las virtudes de la diversidad cultural se trasforman en desigualdades, donde el género se convierte en un ancla para el desarrollo individual y donde nuestros orígenes étnicos y raciales se vuelven barreras para la movilidad social

De acuerdo con el informe “Por mi raza hablará la desigualdad” que publicó Oxfam hace unos días, el impacto que tienen las características étnico-raciales genera efectos negativos persistentes durante toda la vida del individuo. Independientemente del mérito, los mexicanos nacen, crecen y mueren en familias con mayores desventajas socioeconómicas, resultado de las privaciones sociales acumuladas por generaciones. Esta desventaja se expresa a través de la incapacidad de movilidad social ascendente en indicadores como la escolaridad de sus padres, posición ocupacional y riqueza.

En educación, las mayores desventajas las enfrentan las personas que tienen tonalidades de piel más oscuras: Solo 12.4% logra llegar a la universidad, mientras que para el grupo con tonalidades más claras el porcentaje asciende a 25.5%. Esta dificultad de inserción a la educación superior se acentúa para las personas indígenas; únicamente llega el 8.5%.

Para el caso de la ocupación las características étnico-raciales también condicionan el logro laboral. La proporción que alcanza las posiciones de mayor jerarquía es 13.9% entre quienes tienen tonos de piel oscuros, mientas que para las personas con tonos morenos es de 21% y de 26.5% entre las de tonos claros. Las mujeres con tonalidades blancas tienen 43% de probabilidad más que sus contrapartes con tonalidades más oscuras de conseguir un empleo prestigioso y bien pagado.

El informe resalta que cuanto más clara sea la tonalidad, mayor es el porcentaje de personas en una situación privilegiada. A estos resultados donde las condiciones del lugar de origen determinan el destino de las personas se suman los del “Informe de movilidad social en México 2019” que elaboró el CEEY hace unas semanas, donde mencionan que la movilidad social en México es muy baja: 49 de cada 100 personas que nacen en los hogares más pobres, se quedan ahí toda la vida. Y aunque la otra mitad logra ascender, 25 de ellos no logran superar la línea de pobreza en México. Lo anterior implica que 74 de cada 100 mexicanos que nacen en la base de la escalera social, no logran superar la condición de pobreza. Esta permanencia intergeneracional de la pobreza es diferente para cada una de las regiones del país: alguien que nace en un hogar muy pobre en el norte tiene 3 veces más posibilidades de salir de la pobreza que quien nace en el sur en la misma situación. Si quisiéramos desagregar aún más los resultados por género encontrarías una gran brecha de desigualdad donde pertenecer al género femenino es sinónimo de anclaje, e incluso, movilidad descendente.

La inequidad en México, como en otros países, anula las equivalencias de futuros de individuos que no pertenecen a un mismo grupo social y aquí, lo social a menudo de entiende como socioeconómico. ¿Cómo se construye un país en el que esos futuros no son siquiera parecidos, en donde las familias más ricas ganan 18 veces más que las familias más pobres?

A falta de una construcción social en la que todos los ciudadanos se consideren a sí mismos iguales, ¿qué tanto se hará por los que no se consideren pares? No hay modelo a seguir en la disparidad; el fracaso del Estado ha sido no garantizar un piso común para todos los mexicanos. Si hay suerte y perseverancia, esta lucha contra la desigualdad y la mutilación de su significado podrá revertir la estructura social actual y construir una con futuros y garantías más iguales para toda la población. Es nuestra responsabilidad colocar esos cimientos, no podemos vernos inmersos en el conformismo de aceptar lo que sabemos que está mal.