Mi nombre es Cristián, técnico agrícola, artista y soñador. Detrás de cada macetero, cada puñado de tierra orgánica y cada idea que impulsa este proyecto, hay una historia de compromiso con la naturaleza, la justicia ecológica y la solidaridad global.
He tenido la fortuna de viajar por América, Europa y África, y maravillarme con la belleza y diversidad de sus paisajes, su gente, su cultura. Pero también he sido testigo de una señal común que se repite, más allá del país o el continente: el deterioro ambiental.
Es algo que se siente —y duele— en todas partes: cielos cada vez más grises, fuentes de agua secas, incendios forestales, pérdida de biodiversidad, calor extremo y deforestación masiva. El cambio climático, con todas sus caras, está afectando directa y silenciosamente la vida cotidiana de millones de personas.
Y lo más injusto: son las comunidades más desfavorecidas económicamente las que más sufren sus efectos, pese a ser, según numerosos estudios, las que menos contribuyen a la contaminación global.
Circuito Verde nace también como respuesta a esa realidad. Desde un pequeño taller ecológico, impulsamos una red solidaria, artesanal y circular, que une barrios, escuelas y comunidades —aquí y en África— en torno a la sustentabilidad, el arte del reciclaje y la dignificación de quienes construyen con sus manos un futuro distinto.
Creo en el trabajo cooperativo, en la belleza de lo simple, en la urgencia del cuidado.
Y en que reutilizar lo que otros descartan puede ser el comienzo de algo verdaderamente transformador.
Y por sobre todo, creo en el ser humano, en el cambio personal, en que nadie es desechable. Así como damos una segunda vida a los materiales, todos merecemos una segunda, una tercera, y todas las oportunidades necesarias para florecer.