Introducción


Hace unos 100 años el pueblo yoreme –también conocido como mayo– producía dentro de su territorio, en los valles de los ríos Mayo y Fuerte al sur de Sonora y norte de Sinaloa, la mayor parte de lo que necesitaba para vivir. Así, entre granos, carnes, vasijas o máscaras de danza, se elaboraban textiles de lana para usos ceremoniales y cotidianos. En particular, las mujeres tejían espléndidas cobijas que proporcionaban abrigo durante las frías noches de invierno del semidesierto. Hoy, al igual que la lengua indígena, estos conocimientos están en alto riesgo de perderse debido a múltiples factores.


Junto con los yoeme o yaquis, los yoreme son los únicos sobrevivientes actuales de los antiguos pueblos cahitas, que habitaban la franja costera de los actuales Sinaloa y sur de Sonora. Desde el siglo XVII, en su territorio se establecieron misioneros jesuitas, que introdujeron el catolicismo y modificaron las formas de organización y subsistencia, bajo el sistema de los pueblos de misión. Las poblaciones, antaño seminómadas, se volvieron sedentarias, adoptaron y adaptaron la nueva religión y también asimilaron para su beneficio materias primas y herramientas de origen europeo, como la lana. Durante el porfiriato, padecieron despojos territoriales y los estragos de la guerra del Yaqui.


En la actualidad, en el territorio yoreme se practica una agricultura altamente tecnificada, además de la ganadería, que coexisten con el cultivo de temporal y con otras actividades tradicionales como la recolección. Asimismo, las generaciones más jóvenes tienen cada vez mayor participación en oficios y profesiones urbanas, aunque en muchos casos combinadas con responsabilidades comunitarias. Los yoreme tienen un complejo sistema de autoridades tradicionales, que regula la vida interna de las comunidades y, sobre todo, la organización de las celebraciones religiosas. La ritualidad y cosmovisión yoreme están íntimamente ligadas a su entorno ecológico; el Juyya Ania o ‘Mundo del Monte’ es el ámbito sagrado de la naturaleza, poblado por flores, plantas, culebras, venados, coyotes, roedores, aves y eventos meteorológicos como el agua y el rayo, todos responsables de la regeneración de la vida.


Las características del territorio, la historia, las formas de producción y organización social, las tecnologías y la cultura del pueblo yoreme están plasmadas en las cobijas. Están hechas de lana, teñida con tintes vegetales locales, hilada a mano con la técnica prehispánica y tejida en telares horizontales ‘de piso’, también precolombinos. Los diseños se construyen mediante la técnica de tapicería y su iconografía da cuenta de la cosmovisión y estética yoreme, así como de sus intercambios con otras tradiciones culturales. Todos estos elementos se manifiestan en la obra de las tejedoras contemporáneas al igual que en las piezas más antiguas conocidas.


Sin embargo, el cúmulo de conocimientos, tradiciones y sensibilidades que se entrelazan en una cobija yoreme enfrenta cada vez mayores desafíos para su preservación y transmisión. El aumento en las temperaturas ha vuelto cada vez más innecesarios los gruesos abrigos de lana y, cuando se requieren, es más cómodo y barato adquirir productos industriales; el cambio climático también ha provocado mayor escasez de agua, lo cual ha acabado con la cría de borregos y la producción local de lana, además de que el uso de agroquímicos ha afectado a las plantas colorantes. Aunado a ello, para las generaciones más jóvenes esta actividad resulta poco atractiva debido a la dedicación que entraña, su limitada presencia en la vida contemporánea y su insuficiente valoración en el ámbito local y regional, por lo cual solo es practicada por unas cuantas maestras de edad avanzada, en su mayoría en Teachive, Sonora. 


Ante el desuso en los ámbitos cotidianos, la producción de cobijas se ha reorientado hacia los mercados turístico y de coleccionismo. Este factor, junto con las iniciativas de fomento por parte de la sociedad civil y la determinación de las tejedoras por mantener vivo el legado de sus ancestras, ha permitido la subsistencia de estas obras excepcionales y los conocimientos para realizarlas. El Museo Textil de Oaxaca invita, con esta exposición, a reconocer los frutos de esta labor y contribuir a que siga floreciendo. El monumental esfuerzo de las artistas textiles yoreme, acompañado por un pueblo decidido a recuperar y revitalizar su patrimonio cultural y con el apoyo de una sociedad responsable, comprometida y respetuosa, puede lograr que nuevas tramas se sigan entrelazando en un tapiz infinito.


Octavio Murillo Álvarez de la Cadena