© Publicación realizada por Jaime Cinca Yago con la autorización de la hija y nieto de Nilamón Toral, Licia Toral de Córdoba y Juan Manuel Salaberry Toral. Para utilizar material de esta publicación deberá citar la fuente.
MILAMON TORAL, Memorias incompletas (a página principal)

Estalla la guerra



El Golpe de Estado de 1936. Situación en Valdemoro.

Cuando se produce la sublevación de parte del ejército español el 18 de julio, me encuentro recorriendo las plazas donde hago mis compras. De Torrejón de Velasco pasé a Ciempozuelos, Titulcia de Bayona, Sanmartín de la Vega, Villaconejos y Aranjuez. En todos estos sitios alerto a los compañeros que me consta son de izquierdas y se sorprenden cuando les digo que las noticias que da nuestro gobierno carecen de veracidad bien por falta de información o por no alarmar al pueblo.

Dejo paralizados los negocios y regreso rápidamente a Valdemoro, donde considero que mi presencia puede ser más importante para mi pueblo, pues los negocios son totalmente secundarios en esa situación. Me reúno con el Frente Popular y me informan de las medidas tomadas. Me pongo a su entera disposición y algunos de los componentes no tienen ningún interés porque yo participe en sus reuniones y mucho menos cuando les hago observaciones que son elementales en ese momento.

Solo saben esperar noticias de Madrid, que es lo único que hicieron en el 31 y 34. Creen que puedo hacerles sombra y temen por dejar de ser los caciques de turno, siguen sin querer saber que a mí la política, con todos mis respetos para los políticos, no me atrae ni poco ni mucho.

Si les gusta como si no les gusta les digo cuanto pienso de la situación y cuáles son las medidas que yo tomaría en su lugar.

1º Ponerme en contacto permanente con el Colegio de Guardias Jóvenes y controlar todas las armas de Valdemoro.

2º Utilizar esas armas para insistir y preparar a los que tendrían que utilizarlas no tardando.

3º Controlar de forma y manera eficiente a todo el pueblo para impedir el menor desorden en beneficio de todos.

Me aconsejan, puede que con la mejor intención, que me ocupe de los negocios en beneficio del pueblo y que ellos recurrirán a mí en cuanto no puedan resolver algún problema. Cito en casa a los muchachos más conscientes y les hago ver que la situación cada día es más seria y complicada y por lo tanto no podemos perder el tiempo sin prepararnos militarmente. Deben tener armas para enseñarles el manejo y hacer tiro real.

Me desplazo a Madrid y me informo de cuánto sucede y puedo apreciar el desconcierto y la falta de decisión del Gobierno para tomar las medidas que la situación requiere.

Tomo contacto con viejos conocidos y entre el desconcierto y desmanes que son provocados por enemigos de la República la situación se hace cada vez más complicada y por tanto se precisa que cada uno adopte la posición más acorde con su conciencia en servicio del pueblo, que es quien siempre sufre las consecuencias.

En Valdemoro hay persecuciones de los de izquierdas contra los que son auténticos izquierdistas. Fue asesinada una familia tildada de comunista, los del Huerto de la Fuente. Esto fue mandado hacer por algunos de los miembros del Frente Popular.

También pretendieron asustarme a mí y a las 3 de la madrugada llamaron a la ventana de mi alcoba para dispararme al acercarme a dicha ventana, pero lo pensaron mejor cuando sintieron que montaba mi pistola y les preguntaba qué querían. No contestaron y salieron corriendo.

Esto me puso en guardia y lo planteé a la Juventud Socialista Unificada de la que era miembro. Al Frente Popular y al señor alcalde les indiqué que a mí no era tan fácil matarme como a los de la Huerta.

Cada día la juventud y todos los que sinceramente sienten y aman la República creen más en mí y me consultan cuanto deben hacer. Cuando se incautan de algo les digo que hagan inventario firmado por varios testigos.

Se manda una expedición de ropas y víveres para una columna de la Sierra, si mal no recuerdo que fue la de LA PÚA.

Pretendía quedarme en ese frente y no me lo permitió el Frente Popular.

Creación de la Compañía de Valdemoro.

Cuando regresamos en un mitin de la JSU les propuse que ya era hora de dejar tanto control como se tenía montado en todos los pueblos y que esas armas hacían falta en los frentes. Uno de los asistentes me preguntó que como se podía hacer y mi contestación fue:

—Los que quieran seguirme que den un paso al frente.

Todos como un solo hombre lo hicieron, fue necesario seleccionar a unos cuantos por tener defectos físicos y a otros por no tener la edad precisa o tener más de la que yo consideraba ideal en esos momentos. En menos de 48 horas se creó una expedición solamente con ideas elementales para hacer o crear una compañía de milicianos que más del 90% no habían hecho el servicio militar ni tenían la menor idea de cómo funciona un fusil.

Con ser importante cuanto antecede, carece de importancia ante el hecho de no tener a nadie preparando con un mínimo de conocimientos para hacer frente a un enemigo profesionalmente preparado para hacer la guerra. Enemigo que sabe lo que quiere y cómo puede conseguirlo.

Para mí fue una decisión seriamente pensada y determinada. Pensé y sopesé qué debía hacer. Tuve infinidad de oportunidades para marcharme al extranjero, pude hacerme súbdito francés por mediación de mi socio Hipólito Cricheg o de los Tillit franceses instalados en Aranjuez con gran influencia en Francia. Por su mediación, el ministro de negocios del exterior francés me reclamó o pretendía hacerlo cuando ya tenía el grado de comandante y mandaba una agrupación de brigadas.

Tantas veces como me lo propusieron lo rechacé con firmeza por saber que mi puesto estaba junto a los míos y en mi país. Con la mejor intención, Antonio Tillit me decía:

—Usted ha hecho más que cuantos son mandos como usted, y puede ayudar a su causa más eficazmente haciendo compras para la defensa de su patria que la mayor parte de los incapaces y aventureros que se dan la gran vida en mi país como en otros.

Mi contestación siempre fue la misma:

—Les agradezco profundamente su interés por sacarme de la lucha, pero yo pienso que aquí en el puesto que ocupo se precisa, a más de honradez, valor para enfrentarse a los enemigos del frente y con los del interior que son más o tan importantes como los otros.

Seguro que yo no había comprado material inservible y cañones sin cureñas, pero esto y mucho más será tratado más adelante, por ser necesario hacer comprender a los que durante toda la campaña me vigilaron por encargo de otros, que sí fui capaz de, a pesar de estas desconfianzas estúpidas, ayudar a mi familia, amigos y a cuantos sabía que no eran enemigos nuestros, si nosotros sabíamos tratarles.

Hice la guerra con todas las consecuencias y me propuse antes de marcharme al frente vencer a mis enemigos con métodos distintos a los empleados por ellos. Durante la lucha no hice ninguna concesión a mis enemigos, pero una vez vencidos los consideré como seres humanos pensando —nada fácil, por cierto— olvidarme de su criminal conducta y ensañamiento.

En una carta Testamento escrita por mí horas antes de marcharme al frente yo decía:

Creo no tener enemigos personales; al menos eso pienso de cuántos pueden discrepar de mis ideas, de mi manera de ser y de mi forma de comportarme. Los considero como rivales o contrincantes en una lucha que no fue sin la menor duda desencadenada por ninguno de nosotros sino por aquellos que dicen ser salvadores de las patrias, cuando lo único que hacen es enriquecerse a costa del sudor y la sangre de los pueblos destruidos.

Podría escribir durante horas y horas sobre este tema tan importante, al menos para mí, pero considero necesario aclarar cuál era mi estado de ánimo en una situación como la que pretendo reflejar (para un escritor esto no tendría importancia) en estos pasajes históricos vividos por un hombre de veintitantos años que con mucho trabajo y sacrificio había sido capaz de crearse un nombre y una posición económica que le permitía, sin falsa modestia, aspirar a casarse con cualquiera de las muchas muchachas. Un buen partido, como se decía en ese pueblo.

Pero para mí lo más importante fue y será la consideración y el cariño de mi pueblo, es entonces, y en particular ahora, cuando puedo estar convencido de no haberme equivocado en la elección hecha.

Parecerá que en cuanto digo anteriormente pretendo presentarme como un predestinado o un sabelotodo, todo lo con63

trario, lo digo como sucedió porque me tocó ,sin desearlo, hacer y realizar papeles que no me agradaban. No me gustó ni me gusta mandar, y no por carecer de dotes de mando para ciertas cuestiones, sino por tomar en serio las cosas de menos importancia y por lo tanto soy como fui, demasiado exigente con todo el mundo que esté a mi lado, pero nunca mandé nada que yo no fuera capaz de comprender y hacer.

Los errores para mí solo tienen una importancia relativa, pero soy intransigente ante la indiferencia y la incapacidad por falta de interés.

Cuando se da cuanto tenemos, no nos pueden pedir más, y es así cómo yo me había educado durante mis mejores años de duros trabajos.

Al plantear estos pensamientos solo persigo dos finalidades por si a alguien o a quienes puedan leerlo les puede servir para algo. Se me pidió durante muchos años y de forma insistente que escribiera mis memorias o cuanto yo viví durante la Guerra. Dejé pasar años y años para no estar dominado por ningún pensamiento partidista y ser tan objetivo como la situación histórica requiere en servicio y beneficio de cuantos tomamos parte en la criminal guerra civil.

Pensando en la situación que se nos crea con la movilización que propongo en Valdemoro, como en los pueblos que me conocen. Mi pensamiento tiene que trabajar a marchas forzadas y más en la situación moral que me encuentro con relación a nuestro negocio por encontrarse mi socio en su país, Francia. Pero pesa mucho más en mí la obligación que tengo para cuidar de la vida de cuantos salen a los frentes por mi actitud guerrera.

1º Si no me ocupo de orientar o dirigir a los compañeros serán carne de cañón, como pude ver en alguno de los frentes que visité. Ya no tenemos cuadros para hacer o nombrar mandos de ninguna categoría, por esto y no por otra razón me hago cargo de las fuerzas de Valdemoro y después de Ciempozuelos, Pinto y Getafe. Todos pertenecemos a la JSU y nos destinan al cuartel creado en el Instituto de Nebrija.

Pongo como condición que yo no quiero ser mando y que son ellos los que deben nombrar los cuadros correspondientes para mandar una compañía de 240 hombres que yo pienso es la ideal ante la carencia de cuadros como la que tenemos. Esto parece una contradicción, pero para mí fue por lo siguiente: mis conocimientos prácticos y teóricos son por haber estado en el segundo de ferrocarriles y haber sido cabo interino hasta mi salida para M2A. Teóricamente conozco la repetida historia militar del mundo y de ella las batallas más importantes de todos los genios creadores de la milicia, también las conferencias de la Gran Guerra 14-18 del mariscal Foch. Pero estos conocimientos primarios no tienen ninguna posibilidad de ser utilizados en el 1936 con unos hombres que no habían pasado por ningún cuartel y con un jefe de teoría que jamás había participado en ninguna guerra.

Los camaradas nombran los mandos por el sistema de los cargos políticos y por ser más o menos amigos. Los capitanes por compañía, los tenientes por sección, los sargentos por pelotón y los cabos por escuadra.

Les pregunto cuál es la razón de ese derroche de mandos y el comité me dice que si uno falla tenemos otro de repuesto. La razón de verdad es que se pretendía conformar a cuantos podían considerarse menospreciados; cosa gravísima en esos momentos por razones obvias.

Me insisten en que yo debo tomar el mando y que siendo el jefe debo ser otro capitán más y no sargento, como yo me consideraba por haber sido cabo interino.

Digo que el mando no reside en la categoría o graduación sino en que los camaradas o compañeros acepten nuestras decisiones. Mi razonamiento no los convence y me amenazan con presentar todos la dimisión de los cuadros asignados por el comité en asamblea decisiva.

Yo, ante su insistencia y peligro por retrasar nuestra preparación, les digo que saldré cuando marchemos al frente como teniente interino, esto les parece bien porque dicen que entre un teniente y un capitán la diferencia es solo una estrella. Pretendo convencerlos porque así lo pienso, que la eficacia del mando radica en que sea reconocido como superior en todos los sentidos, les digo también:

—Si vosotros me nombráis capitán estando en el cuartel, en cuanto estemos en el frente y tengamos unos cuantos combates al cabo de unos meses tenéis que inventar un nuevo escalafón para mí.

Unos lo tomaron en serio y otros pensaron que era broma. Aducir que muchos mandos salían de los centros de acuartelamiento (por llamarlos de alguna manera) con el grado de comandantes.

A los dos días de estar en Nebrija quieren mandarnos al frente y me opongo a la orden de Largo Caballero diciendo al camarada Jiménez que es comandante y a Mendieta que le diga que si esa compañía sale para el frente sin otros dos o más días de preparación serán 250 hombres que se perderán sin pena ni gloria. El comandante Jiménez es un miembro del JSU tan joven que para que le tomen en serio tiene que dejarse los cuatro pelos que tiene de la barba. Nadie se atreve a plantear a Caballero mi decisión y proposición pero yo lo hago por teléfono y comprende que tengo razón, se nos conceden tres o cuatro días más y esto nos sirvió para no ser derrotados antes de entrar en combate.

2º Cuestión, con este tiempo ganado nos dedicamos durante el día y parte de la noche a la preparación político militar. Yo procuro hacerme conocer por todos los componentes de esta compañía, un poco pesada a pesar del criterio del mariscal Jofre.

Hacemos los movimientos imprescindibles en orden cerrado para pasar rápidamente al orden abierto y con preferencia al despliegue de las escuadras, pelotones y secciones de compañía. El manejo de las armas fue el trabajo fundamental durante esos días, hicimos fuego real en pequeña cantidad por no tener suficiente munición en el cuartel.

Les enseño el manejo, mejor dicho, la utilización de un fusil ametrallador simulado con un mosquetón. También el de las bombas de mano, y todo esto les da una gran confianza y seguridad en sí mismos. Todos, sin la menor duda, acatan cuanto decida.

El comandante con todos los mandos del cuartel nos trata bien y se me considera. Les comunico a los cuatro o cinco días que estamos en condiciones de salir para el frente que nos precisen.

Columna Perea. Somosierra.

Tenemos la gran suerte de ser destinados a la columna Perea, que está situada en una zona de Somosierra Lozoyuela, el cuartel general y posiciones en el Nevero, casa forestal, y Reajo Capón, enlazando con las vistas por la derecha de la colina con Galan, en Paredes de Buitrago el cuartel general.

Llegamos de noche y les digo a los capitanes que se presenten al comandante Perea y que le pidan datos de dónde están las posiciones y permiso para visitarlas durante el día todos los mandos de la compañía, por si tenemos que ocupar alguna de ellas. Que nos proporcione munición para hacer ejercicios con fuego real, si él lo considera pertinente. Les ruego que no le den mi nombre porque nos conocemos, tengo que imponerme porque les parece mal que no sea yo el que lo haga siendo en realidad el que manda. Les digo esto, que cuanto les diga que sea por escrito, para no tener ningún problema.

Por fin lo hacen y don Juan Perea Capulino tarda 3 minutos en saber que yo estoy al mando de la compañía. En cuanto le hacen las peticiones anteriormente indicadas, les pregunta si son profesionales y si ellos mandan la compañía.

Los muchachos son honrados y dicen la verdad:

—Nosotros somos los capitanes, pero el que nos manda es el teniente Toral.

—¿Toral no será Nilamón?

—Sí, señor, el mismo.

Al poco tiempo se presenta su ayudante con los capitanes en nuestro campamento y me ordena que, por favor (como el pidió siempre todo), de parte del comandante, me presente en su puesto de mando por estar él pendiente de una llamada telefónica con Madrid. Me pongo a sus órdenes y después de darnos un abrazo mutuamente reanudamos una vieja amistad que se había cortado, pero no roto, después de la noche de San Juan.

Me informó de la composición de la columna y de su petición de material y más fuerzas para lanzarlas sobre Segovia al mismo tiempo que don Julio se lanzará sobre Ávila.

Pero una vez más perderemos el tiempo y no por falta de los mandos que son republicanos y demócratas. Perea me promete no utilizar mi compañía para que pueda prepararla cómo le había indicado, pero su promesa depende de las pretensiones del enemigo y este no iba a dar facilidades sabiendo por observatorios que llegaban refuerzos.

Como indico anteriormente fue una gran suerte que nos mandaran a la columna Perea y en este factor no había intervenido nadie, ni fuimos recomendados por nadie ni por nada.

Que don Juan me recordara después de tanto tiempo fue una gran alegría para mí, por ser un militar capaz y sobre todo entregado a la lucha.

Era otro más, que si ganábamos la guerra, perdía económicamente, pero que tendría la satisfacción de haber dado por una causa justa cuanto tenía. Por esa razón deja su estudio en el extranjero y se incorpora voluntariamente a la lucha sin apetencias de mando, otro que tampoco fue comprendido ni valorado su esfuerzo y mucho más siendo solamente liberal.

Este es el final de la segunda causa y empezamos por lo tanto un proceso que la historia dirá si fuimos o dejamos de ser consecuentes y justos con nuestras ideas. Creo que hicimos casi todo cuánto podíamos, teniendo en cuenta nuestra falta de preparación política y militar.

Veamos cómo se puede llegar a ser un jefe de gran unidad y un militante del Partido Comunista Español sin tener más recomendación que el interés de ser útil a su propia clase, la trabajadora. La clase más sufrida, la más desinteresada y la más abnegada sin límites. Por ser así sufre como sufre y sufrirá hasta que sea capaz de crear una sociedad totalmente distinta a cuantas fueron implantadas en este mundo habitado por nosotros.

Al día siguiente de nuestro emplazamiento en la llamada zona horizontal de Cachiporrilla sufrimos un bombardeo de artillería que fue más espectacular que eficaz, por estar situados en una gran zona boscosa muy tupida.

Cuando se inicia esa preparación me encuentro con mis compañeros oficiales realizando y visitando parte de los sectores que cubren y ocupan las unidades de la columna del comandante Perea, incluso antes de ser llamado por el mando regresamos a su puesto de mando por dos cuestiones de gran importancia desde mi punto de vista: ¿cómo está reaccionando nuestra unidad ante algo totalmente desconocido para ella? ¿Puede ser necesaria nuestra unidad para reforzar a otras unidades o recuperar alguna posición si se pierde?

Ese pensamiento y decisión fue expuesto por mí a mis camaradas para realizar cuanto antecede. La medida fue aprobada por Perea y yo pude sacar magníficas experiencias de nuestros milicianos clases y oficiales.

Había en todos nosotros muchos nervios y como no, mucho miedo. Procuro explicar a todos la importancia de no perder la serenidad y el protegerse detrás de los árboles y en las ondulaciones del terreno de la preparación artillera.

Me parece que no podemos hacer los reconocimientos deseados por nosotros y tomar contacto con las fuerzas de Paco Galán, que situadas en Buitrago enlazan por la derecha con la columna de Perea.

Es maravilloso ver y vivir junto a estos muchachos, que hace unas horas no pensaban ni sabíamos nada de la realidad de la guerra, cómo se interesan por los detalles más insignificantes de una contienda totalmente decisiva para sus vidas y el destino de su familia y por lo tanto de su clase. ¡Qué transformación se produce en cuántos somos enemigos de la guerra y de la violencia! Nos habíamos pasado años y años hablando de la solidaridad humana, sabíamos que nuestra causa era totalmente justa. Estábamos totalmente convencidos de tener que luchar y pelear contra los elementos de fuerza creada por nuestros enemigos de clase para lograr la más mínima reivindicación, pero pocos o muy pocos habían pensado en hacer una guerra con todas sus consecuencias.

Está demostrado hasta la saciedad en todo el desarrollo de la humanidad que jamás ninguna clase fue capaz de conceder a su antagónica la más mínima mejora de motu propio. Todas las conquistas en todos los tiempos en todos los estadios fueron logradas con sacrificios, con luchas más o menos cruentas y por lo tanto con violencia.

Siento enormemente no recordar los nombres de tantos y tantos auténticos héroes de nuestra Guerra Civil, para mí estos fueron en primer lugar los milicianos, las clases, los oficiales y algunos jefes.

Yo no encuentro ni puedo encontrar por más que lo intento el nombre que puede darse a los que cargaron con la responsabilidad de ser responsables políticos en los primeros meses de la guerra.

Esos fueron los titanes que con su ejemplo crearon las condiciones básicas para resistir y poder hacer más tarde un ejército que no tuvo nada que envidiar a los mejores del mundo.

Cuando menos lo esperamos todos se nos da la orden de recuperar la posición de Reajo capón que fue ocupada por el enemigo. Pido datos al jefe del subsector y algún enlace que conozca dicho a posición por no saber dónde se encuentra, me indica una dirección con la mano y me dice que donde el tiroteo sea más intenso esa es la posición a recuperar. Esto sucede porque el comandante Perea está en Lozoyuela, dónde tiene su cuartel general.

Con esos datos inconcretos y confusos me pongo en marcha con mi compañía y me coloco a la cabeza de dicha unidad. Marchamos todo lo rápidamente que podemos en un terreno boscoso y con una gran pendiente, pues estamos a más de mil y pico metros de altura.

Nos aproximamos a la posición perdida y en nuestro camino encontramos a varios defensores de la posición. Les mando incorporarse a nuestra unidad y me quedo con un sargento del Regimiento Fermín y Galán (antes número 1 de infantería). Con los pocos datos, pero valiosos, que me ha dicho el sargento organizo el dispositivo de nuestra compañía y las fuerzas que recuperamos.

Marcho con una sección en cabeza y otra escalonada para apoyarnos cuando yo lo ordene, pues escalono enlaces de vista por la repetida boscosidad y el desconocimiento del terreno. A la tercera sección le ordeno que no pierda el contacto y que marche próxima a nosotros pero asegurando nuestro flanco derecho para que el enemigo no pueda atacarnos de revés.

Con esas medidas, quizás no las indicadas ni las más idóneas, avanzamos y llegamos a la cota geográfica de la posición perdida. Afortunadamente para nosotros el enemigo no tiene tiempo de consolidar su conquista y cuando está intentando retirar las dos piezas de artillería del 75 que en esa posición tenía emplazadas el comandante Perea, nosotros nos lanzamos el asalto de la forma siguiente:

Ordeno a la primera sección cuerpo a tierra y a la segunda rodilla en tierra, y a la voz de fuego por descargas de las dos secciones, nos lanzamos al asalto. Se hacen solamente dos descargas por sección y la segunda no me mata por pura casualidad o como dicen los católicos por verdadero milagro.

Cuando ordené cuerpo a tierra se me olvidó que yo no debía estar de pie. Al grito de viva la República nos lanzamos al asalto de la posición y el enemigo abandona las piezas conquistadas y una pequeña ametralladora de unidades de montaña.

¿Por qué el enemigo abandonó su conquista sin hacer una mediana resistencia? Es algo que no pude explicarme de forma concluyente. Pudieron suceder dos casos: que el enemigo no tuviera tiempo de consolidar la posición por haber atacado con menos fuerzas de las necesarias para consolidar una posición que tenía un gran valor militar o que ante nuestro rápido contraataque, con tanta densidad de fuego y tanto grito, pudo pensar que éramos más numerosos y más aguerridos de lo que en realidad éramos.

Conquistada la posición (mejor dicho, recuperada) mando un parte al subsector dando las novedades. Procuro que los muchachos no se entusiasmen demasiado y ordeno seriamente que debemos organizar la posición en profundidad y con posiciones fortificadas.

Aparecen dos artilleros sirvientes de las piezas, pero no saben nada de preparación de fuego y por lo tanto pido al jefe de la columna que me mande quienes puedan utilizarlas. Recibo la felicitación del comandante Perea, que hago extensiva a todos cuantos están a mis órdenes.

Cuando estamos en plena organización del terreno el enemigo intenta ocupar otra vez la posición, al recorrer las posiciones del enemigo me hieren en la barriga, al doblarme un poco por la quemadura más que por el dolor, toda la unidad o cuantos han visto mi gesto de dolor quieren recogerme para llevarme al puesto de socorro. Tengo que ordenarles que cada cual ocupe el puesto que tiene, pues lo mío no tiene importancia.

La situación se pone fea y tengo que hacer uso de la artillería para rechazar al enemigo, me coloco en una pieza y cuando la cargan, disparo. Me sorprende que la explosión se produzca tan pronto pero como no tengo la menor idea de lo que es un cañón sigo disparando con las dos piezas por estar casi juntas.

Apunto por el tubo pues no quiero pegar algún pepinazo a mis muchachos y procuro que delante de los tubos de los cañones no haya ningún pino, por lo menos cerca.

El enemigo es rechazado y eso me permite curarme la barriga, fue un tiro de suerte pues no había perforación de intestino.

En otro intento del enemigo pero con menos fuego e intensidad, estando en una de las piezas, una bala fragmentada me pega en la cara, parte izquierda, pero también sin importancia: un poco de sangre en las dos heridas y la compensación de ser considerado por los camaradas como un tío valiente.

Mi única satisfacción fue que a pesar de mi miedo no había fracasado y que nuestras bajas no tenían gran importancia.

El comandante Perea me felicita y me comunica que el general Sarabia me había consolidado en el cargo de teniente y el mando de la compañía de milicia y la de soldados del regimiento Fermín y Galán. Organizada la posición en profundidad a base de elementos de resistencia, los fortificamos haciendo trincheras donde el terreno lo permite y parapetos de roca donde no podemos hacerlo con sacos terreros.

Procuro que todas las unidades tengan sus reservas, empezando por el pelotón. Una parte de las dos secciones que son la reserva general de mi sector se dedican a prepararse militarmente y a construir senderos para poder acudir con rapidez a cualquier punto de nuestras posiciones. Estas medidas militares no les hacen ninguna gracia a los militares y en particular a los comités políticos de cada unidad.

Está actitud de los comités me crea situaciones de tirantez entre los mandos militares y políticos, pero en el fondo, la cuestión, aun siendo importante, no me preocupa seriamente, hay otros problemas que sí lo hacen.

Insisto para que el comandante Perea visite mi frente y me diga cuanto está mal organizado pues estoy seguro de que algo no marcha bien, pero por más que pienso en ello no doy con la causa.

Rechazamos más ataques —si a los intentos del enemigo en este sector se puede llamar ataques— y los rechazamos fácilmente. Es esta facilidad lo que me hace pensar que no son ataques serios, pueden ser tanteos.

Por fin el comandante visita al frente y recorre todas nuestras posiciones y una vez más le insisto en encontrar algo raro en la organización dada a mi sector. Él me felicita delante de todas las fuerzas y puedo ver que se marcha gratamente sorprendido de cómo organicé el terreno.

Al día siguiente me manda un alférez de artillería —por cierto, destacado en Getafe—, y cuando le informo de cómo está situada la batería y cómo disparamos con las dos piezas, se alarma y me dice que podíamos haber tenido muchas bajas por disparar a cero. Al parecer pueden explotar las piezas cuando se disparan de esa forma.

Me parece una excelente persona y un mando enterado, pero yo no tengo conocimientos para enjuiciarlo y mucho menos en la primera entrevista.

Organizamos algunas patrullas para hacer reconocimientos entre las dos líneas. No pretendo enjuiciar la dirección de la columna, pero hay, desde mi punto de vista, una pasividad que no justifica en el fondo la carencia o falta de medios para realizar una defensa más activa. Puede ser que el conjunto de la marcha de la guerra en todo el terreno dominado aún por la República impida dar a la contienda un carácter que no tiene.

Intento con la ayuda valiosa (sin límites) de unos cuantos camaradas de Ciempozuelos, Valdemoro, Pinto y Getafe, dar a nuestras unidades el carácter militar que deben tener.

El descontento se agudiza entre los que creemos en la eficacia de la organización y entre las políticas sin sentido de la realidad de los momentos históricos que vivimos.

Ascenso a Capitán

El comandante Perea me comunica que el ministro de la guerra me ascendió a capitán, esto, aunque parezca raro, no me produce ninguna satisfacción. Los compañeros se alegran seriamente y yo se lo agradezco, pero sigo teniendo un concepto del mando y de la disciplina como lo tenía antes de pensar en llegar a la situación que llegamos.

Cuanto antecede y precede puede parecer a quienes no me hayan conocido en los años que antecedieron a la guerra y durante la campaña, que soy un presuntuoso, un engreído y un petulante.

Históricamente fue lamentable que en el puerto de Alicante quemara mi diario personal, pero no me pareció político y mucho menos humano dejar esos pensamientos relatados, mejor dicho, escritos diariamente, en manos de un enemigo como el nuestro.

Yo no creo estar en posesión de ninguna verdad concluyente y por esa misma razón me enjuiciaba, y me enjuicio, como lo hice y lo hago con cuantos tuve la suerte inmerecida de mandar.

Si alguien tiene la oportunidad de leer cuanto pienso decir no debe pensar en deformaciones por mi parte, sino en opiniones personales y quizá influenciadas por situaciones creadas incomprensiblemente para mí.

Dejé pasar años y años para reflejar cuanto me sucedió y pude vivir en algo que no podía ser borrado ni por los hombres ni por el tiempo. El sufrimiento durante 3 años de guerra criminal desencadenada por unos intereses inconfesables, pero siempre dispuestos a pasar por encima, pisoteando todas las conveniencias de todas las leyes y todos los principios que puedan ser un obstáculo para su eterno dominio de la riqueza de los pueblos.

Los sufrimientos de nuestros pueblos durante la guerra palidecen comparados con la criminal represión mandada hacer durante su reinado por el magnánimo y casi bendecido Salvador Franco.

Esta represión tuvo una duración tan larga como su vida de gobierno. ¿Qué pueden decir todos estos hombres que tan amantes de su pueblo se consideran? ¿Dónde están sus creencias religiosas que en el nombre de su Dios se permiten asesinar a hombres que solo cometieron el delito de intentar defender sus vidas y su cacareada libertad capitalista? ¿Porque se trató a nuestras mujeres, a nuestros hijos, a nuestros padres, de la forma y maneras más inhumanas que nuestro pueblo conoce? ¿Se preocuparon de los miles y miles de dolorosas que además de ser vejadas incluso fueron maltratadas cuando pretendían ver a sus hijos, maridos, novios, o hermanos? ¡Ellas no tuvieron el consuelo de María! ¡Ellas no pudieron recibir en sus brazos a sus hijos agonizantes!

No es el momento de plasmar en estas deshilvanadas memorias lo más sublime de nuestro gran y maravilloso pueblo, y por encima de todo la abnegación de esas mujeres que supieron hacer frente a tanta represión, miseria, y a cuanto un enemigo sin principios y sin humanidad es capaz de desencadenar sobre vencidos inermes abandonados por quienes presumen de ser mejor que nosotros.

¡Esas famosas democracias internacionales! Recibimos fusiles que habían sido fabricados para México. Estos fusibles, nuevos y modernos, comparados con los que habíamos podido recoger en Valdemoro y en el cuartel de Nebrija dan una gran moral a nuestros milicianos. También nos entregaron los correspondientes machetes. Los embalajes de dichas armas mandé utilizarlos para guardar los restos de cuanto no podían comerse y lo dejaban tirado.

Estas medidas elementales de orden y administración desagradan a unos cuantos insensatos y sorprenden a casi todos los componentes de las dos unidades. Quizá no lo precisemos, pero no está mal guardarlo por si no es tan fácil suministrarnos como hasta la fecha.

El derroche que hacemos de comida no puede mantenerse por mucho tiempo. La economía de la República no es tan sólida como muchos pensáis, pero aun siendo no se puede hacer cuanto se hace.

Un jamón es demasiada comida para 10 o 12 hombres; si se utiliza para el doble será mejor para todos. Pido al jefe de la columna que me mande cocinas de campaña o en caso contrario calderos para dar a las fuerzas comida caliente.

El gobierno paga a cada miliciano 10 pesetas diarias, nos da de comer opíparamente y un paquete de tabaco a cada miliciano. Los comités, como dicen los muchachos, no hacen otra cosa que incordiar, cada día hay más descontentos por no comer nada más que jamón, butifarra catalana, y embutidos que la mayor parte no habían comido nunca. Este estado de cosas y el no ser relevados como hacen en otros frentes, crea una situación delicada y peligrosa.

Me amenazan con dejar las posiciones abandonando el frente para marchar a Madrid y a sus casas para descansar. Es cierto que en varios frentes las fuerzas abandonan las posiciones durante la noche y las ocupan por la mañana cuándo no se anticipa el enemigo.

En el sector que yo mando no permito semejantes estupideces y esto no se comprende con facilidad. Intento hacerles ver lo funesto y peligroso de estas actitudes y en la responsabilidad criminal que incurrimos de continuar por este camino y con esas irresponsabilidades.

Como mis argumentos no dan ningún resultado, este proceso me afecta seriamente y me resta capacidad moral para mandar estas unidades. El sargento de milicias Alain de Getafe me dice que no debo perder la moral y que debo demostrar mi carácter terminando con ese estado de cosas. Me promete su ayuda como la de otros cuántos más (no muchos, por cierto) para terminar con el motín e imponer la disciplina rota por incapacidad de los comités.

Tomando en consideración las recomendaciones de los pocos que son capaces de comprender mi actitud intransigente para no abandonar las posiciones encomendadas a nuestras fuerzas, me esfuerzo una vez más en hacerles ver todos los intentos que hice para que el jefe de la columna nos dé un pequeño descanso para reorganizarnos y tomar cuantas medidas sean necesarias para impedir casos análogos.

Perea me repite una vez más que está esperando refuerzos pero que no puede garantizar cuándo pueden llegar. Informa a los comités de cuánto se me dice y espero tranquilo la resolución de cuanto ellos pueden o quieren decidir, pero yo ya tengo tomada mi decisión de continuar defendiendo el sector asignado a mis fuerzas hasta que lleguen los refuerzos para relevarnos.

Tomando las medidas que la situación requiera pienso crear una unidad que sea ejemplar para cuantos no son capaces de comprender que la guerra no es un juego y que esta lucha puede ser totalmente decisiva por mucho tiempo, para el ser o no ser de la clase trabajadora.

Comprendí sin gran esfuerzo la imposibilidad de que los muchachos fueran capaces de comprenderme y mucho menos cuando no teníamos ninguna experiencia de casos parecidos. Quizá yo quería cosas fuera de lugar en esos momentos, y ante mis dudas de cuánto la guerra podía durar y de ser necesario el hacer y crear un ejército como el que teníamos enfrente, por cuanto antecede decidí ser más realista y terminar con cuánto estaba sucediendo en mi sector.

Visito el elemento de resistencia más importante del subsector y pregunto lo siguiente:

—¿Dónde están los que se quieren marchar a Madrid con relevo o sin él? Los que estén dispuestos a hacerlo que salgan ahora mismo.

Sale uno y sabiendo lo que me juego sigo preguntando:

—¿Alguno más quiere salir?

En vista de que nadie sale ni contestan, digo:

—Desde este momento y mientras yo esté al mando de estas unidades no hay más mando que el mío. Cuando regresemos a Madrid a nuestro cuartel, todos los componentes de la compañía pueden elegirnos o rechazarnos como tales mandos, pero mientras estemos en el frente no hay más mando que el del jefe de la columna y el mío mientras él no me destituya. Compañeros, ¿está claro cuanto digo?

Cuando visito otras posiciones se me contesta lo siguiente:

—Artículo 1º y único, desde este momento aquí no manda nadie más que tú.

Sería pesadísimo relatar en esta primera fase de la guerra todas las incidencias transcurridas día por día en este sector. En cuanto el comandante Perea recibió refuerzos, nos relevan y salimos para Madrid. Nada más llegar al instituto Nebrija se celebra una asamblea presidida por el comandante de este centro de reclutamiento de juventud campesina y también por el responsable político de dicho centro. Yo entrego mis 3 estrellas con sus puntas y los demás mandos hacen lo mismo.

El responsable político del cuartel y el comandante dicen que yo no me puedo degradar porque la compañía en su totalidad está conforme con mi mando y que en ellos no influye el haber sido ascendido por el ministro de la Guerra.

Dialogamos durante unos minutos y ante su insistencia, pero fundamentalmente considerándome responsable de haber sacado a estos hombres de sus casas tengo la responsabilidad moral y material de seguir siendo su capitán.

Pongo dos condiciones fundamentales:

1º Todo miliciano tiene el deber de acatar las órdenes de sus superiores sin la menor vacilación.

2º Los mandos de la compañía, empezando por las clases, serán, mientras el mando superior no ordene lo contrario, elegidos por mí, admitiendo por mi parte cuantas sugerencias o iniciativas se me hagan por escuadras, pelotones y secciones.

Se resisten un poco los componentes de los comités y en vista de que no quieren tomar en consideración cuanto les dice el comandante y el responsable político yo les digo:

—Desde este momento dejo de ser el capitán de esta indisciplinada compañía y me marcho a mi casa para ver cómo va mi negocio. En cuanto resuelva las pegas que tenga saldré para otro frente para demostraros que se puede ser útil a la República en cualquier frente o trabajo. Os prometo que seré otra vez mando si lo deseo, empezando la lucha como miliciano. No merece la pena mandar a hombres tan ingobernables como vosotros que solamente sabéis poner pegas. Decidme, ¿cuándo pensasteis vosotros tener un gobierno que os promete pagaros 10 pesetas diarias, que os da de comer y armas para terminar con los enemigos de la democracia y la República? Jamás se podría soñar nada parecido y por lo tanto no debemos perder más tiempo. Me marcho, y vosotros, si el comandante no se opone, os podéis marchar también a vuestras casas.

El ambiente se caldea, dicen que aceptaran todos los mandos menos a uno de los tenientes y un sargento o dos. Pregunto sus nombres y cuando me indican quiénes son les digo:

—Me lo suponía. Os agradan más el sargento y el teniente que os permiten hacer cuánto queréis y no tienen un mínimo de condiciones para ser dignos mandos de un ejército del pueblo. Deben ir pensando en cuanto digo. Preparaos moralmente para algo más serio que lo vivido hasta la fecha.

Piden que los dejemos solos unos minutos y que nos avisarán en cuanto hayan deliberado lo que decida la compañía.

Transcurridos unos minutos nos avisan para que acudamos a la asamblea. Lo hacemos sin tardar un solo minuto y nos aprendemos cuanto me piden que haga, cuantas modificaciones considere necesarias y con la promesa de acatar cuanto propuse. Se termina la asamblea con la aceptación del nombramiento de dos nuevos sargentos y un teniente.

A los destituidos les hago ver la importancia del mando y que mientras no comprendan la importancia de cuánto nos estamos jugando no podrán ocupar ningún puesto de responsabilidad. Me dicen que tienen miedo pero les contesto que yo tengo mucho más que ellos y no por eso dejo de hacer cuanto se me ocurre para no tener bajas innecesarias.

Valdemoro segunda movilización. Enfrentamiento por detención de paisanos.

Regresamos a nuestros pueblos a descansar unos días y reorganizarnos. Hemos tenido algunas bajas como heridos de no mucha importancia y sobre todo ningún muerto.

Se nos recibió maravillosamente en Valdemoro, Getafe, Pinto y Ciempozuelos.

En nuestro negocio se produjo una curiosa novedad: los operarios se incautaron de la fábrica de pan, así como de los almacenes de cereales. Les hago ver la torpeza de su medida teniendo en cuenta que mi socio es francés y esta medida crea dificultades internacionales. Lo comprenden y pretenden hacerme creer que si dieron ese pasó fue para que otros no lo hicieran. Puede que tengan razón, pero tampoco me sorprendería lo contrario.

Como los negocios en esos momentos históricos son totalmente secundarios, me dedico a reorganizar la unidad y movilizar a cuantos tienen edad para estar en el frente, siempre que no sean casados y que sus desapariciones no pongan en peligro servicios y defensa del pueblo.

Antes de marcharnos para el frente la primera vez, se planteó que los jóvenes de derechas podían ser un peligro para nuestras organizaciones. En teoría era totalmente cierto. Ellos tenían sus organizaciones fascistas y todos abrigaban dudas de cuál podría ser la conducta y actitud de la Guardia Civil. Rechacé todas las proposiciones extremistas y propuse que todos aquellos que podían ser un peligro para nosotros, y por lo tanto para la República, saldrían para el frente en nuestra unidad. Al mismo tiempo no correrían ningún peligro de muerte, como desgraciadamente sucedía en otros sitios y lugares.

No era fácil hacer comprender esta medida a todos los componentes de la unidad, mis argumentos fueron los siguientes:

—No podemos y no debemos matar a nadie por el hecho de pensar distintamente a nosotros. Si se les detiene son una carga para el pueblo y nos creamos más enemigos. Si los tratamos como a nosotros mismos, defenderán la República y digo la República porque de eso y no de otra cosa se trata en estos momentos. De nosotros depende el rendimiento que pueden dar.

Mi razonamiento fue comprendido y salieron unos cuantos con nosotros que dieron un resultado estupendo. Su comportamiento fue ejemplar en todos los deberes del frente.

En la segunda movilización sacamos a unos cuantos más y cuando nos quedaba poco tiempo para partir se nos presenta un grupo de descontrolados. Este hecho merece ser relatado para que se comprenda por amigos y enemigos lo que puede hacerse cuando no se pierde la serenidad y mucho menos el sentido humanitario de todo ser racional.

Me encuentro charlando y criticando la situación que se da en varios lugares de nuestra zona ante el comandante director de Guardias Jóvenes el señor Samaniego cuando le comunican que me llaman con urgencia por teléfono y personalmente le ruego que me perdone y que regresaré lo antes que pueda para continuar nuestra interesantísima charla.

Me ofrece una protección, le digo que no entiendo el porqué de ese ofrecimiento cuando en el pueblo hay total normalidad. Me consta que en el pueblo hay señores que no son vecinos de él y que según sus informes están armados y parece que no con buenas intenciones.

Me pongo en camino y por la calle monto mi pistola y me guardo el gorro con las tres estrellas de seis puntas. En la tienda me encuentro unos cuantos hombres armados y otros en mi despacho con la caja abierta. Le pregunto a mi encargado cuál es la causa de tal hecho y me contesta:

—Estos señores me obligaron a abrirla. Dicen que se llevarán cuánto contiene.

Ellos me preguntan en tono ofensivo e insultante que quién soy yo, todo esto con las pistolas de culatin apuntándome.

—Primero: si en la caja hay tanto dinero es porque esto es una casa comercial y el gobierno que yo sepa no ordenó que esto sea un delito realizarlo. Segundo: sería mejor que dejen de apuntarme porque yo tengo en mi mano una pistola también montada y lo mismo tiro con una mano que con la otra, pero sobre todo porque es una tontería resolver este incidente a tiro limpio.

—Pero ¿tú quién eres para hablarnos en ese tono?

En ese momento aparece el cornetín de la compañía preguntándome qué sucede. Le ordeno que toque generala. Se repite la pregunta de que quién soy y mi contestación es la siguiente:

—Un capitán de las milicias republicanas herido dos veces defendiendo la causa de su país mientras ustedes se dedican al asalto y saqueo de viviendas indefensas.

Cuando intentan reaccionar se presenta el teniente Pilili y me dice:

—Compañía formada con equipo y dotación, a tus órdenes.

El que parece el responsable de este grupo me presenta un documento donde vienen 16 o 18 nombres para ser detenidos. Me dirijo al que parece ser el cabecilla y le digo lo siguiente:

—Todos lo que pretenden ustedes detener son padres o hermanos de esos milicianos que están en la puerta esperando las órdenes que yo de.

—¿Te niegas a cumplir la orden del comité de Bellas Artes? Te prometo que ninguno llegará a Madrid porque estamos hartos de entregar detenidos que entran por una puerta y salen por la otra.

—Eso no es problema mío y por lo tanto yo os garantizo que estos hombres no serán estúpidamente asesinados en la carretera, podéis reíros de mi promesa pero estos sí que entraran por una puerta y saldrán por la otra.

Intento hablar con el famoso comité pero no lo consigo por no haber línea, quizás ellos la cortaron. Mi decisión está tomada puesto que el Frente Popular no aparece por estar asustados todos sus componentes:

—Teniente Pilili, prepare tres camionetas para marchar con dos secciones a Madrid conduciendo a quienes son detenidos y a sus opresores. Todos deben ser entregados en el comité de Bellas Artes, cuando digo todos me refiero también a estos elementos. Prepararé un informe y tú personalmente lo presentas para que pongan en libertad a vuestros familiares y mis ciudadanos. Toma cuántas medidas consideres necesarias y no les entregues las pistolas hasta que no lleguéis a vuestro destino.

El responsable político de este grupo y responsable pretende convencerme de la necesidad de esa medida que él llama sanitaria y depurativa. Mi contestación ratificada por todos los componentes de la unidad y no solamente por los afectados es la siguiente:

—Nosotros somos defensores de la República y no podemos permitir bajo ningún pretexto que se cometan asesinatos impunemente. Conocemos a todos los detenidos como ellos nos conocen a nosotros, sabemos cómo piensan y ellos saben que nosotros la mayoría somos de izquierdas. Casi todos, menos los familiares de los detenidos, pertenecemos a la juventud socialista unificada y yo soy un simpatizante comunista desde el año 1930. No tengo el carnet del partido por considerarlo innecesario durante esos años por mis negocios. Tengo la impresión de que estos elementos no son lo que dicen ser a pesar de los colores que portan en su vestimenta. Conozco su organización y no es posible que permitan algo tan sucio y tan impolítico como asesinar estúpidamente a hombres por el solo motivo de pensar distintamente a nosotros. Ya sabemos que en el campo o zona fascistas se cometen asesinatos a mansalva pero nosotros tenemos la obligación y el deber humano de no proceder como ellos procedían en todos los acontecimientos históricos de nuestro país. La República tiene tribunales para juzgar a sus enemigos, son estos tribunales y no los partidos políticos y organizaciones quienes deben hacer justicia.

Salió la expedición para Madrid y se me informa a las pocas horas de haber llegado sin la menor novedad y de estar todos en libertad.

El no haber acompañado a la expedición personalmente fue por considerar y no descartar la reacción negativa de quienes se considerarían ofendidos por haber impedido cuanto antecede.

Tengo la seguridad y quisiera estar confundido de que los salvados por nosotros no habrían procedido como nosotros hicimos. Ciertamente eso no me preocupa seriamente y procuraré en defensa de la República y de mis ideas marxistas leninistas no hacer ni permitir nada que sea contrario a los derechos humanitarios, demostrar que somos lo que ellos no pueden ser en una lucha criminal o cainita como las desencadenadas por los llamados patriotas.

Me importa tres pepinos que me consideren un sentimental o cuanto quieran pensar de mi conducta, pero no cambiaré de forma de pensar y de proceder mientras tenga mando.

Tranquilizado el pueblo por las gratas noticias recibidas y por el regreso de los expedicionarios, me marcho a charlar e informar al comandante señor Samaniego.

El diálogo fue la mar de interesante, creo que por ambas partes, el comandante me felicita y le pregunto:

—¿Puede decirme usted qué razones tienen ustedes para no actuar combatiendo seriamente a quienes cometen desmanes?

—Señor Toral, la Guardia Civil no puede actuar como usted piensa en estos trágicos momentos que vivimos, sería contraproducente utilizarla para mantener el orden. Sus muchos enemigos nos acusarían, como usted no puede suponerse, por razones obvias, no puede ni debe hacerse mientras la situación no se clarifique.

—Mi comandante, comprendo y me explico sus temores de cuanto podría suceder por haber sido usted utilizado durante muchos años en misiones totalmente distintas para las que ese cuerpo fue creado, pero pensemos por un momento que ustedes se guardan los uniformes y en particular los tricornios y se ponen unos monos como nosotros los milicianos.

—¡Señor Toral! Eso sería disfrazar a la Guardia Civil de milicianos y conste que yo no tengo nada que objetar contra ustedes.

—Conforme, comandante, ojalá que la República pudiera contar con muchos mandos como usted pero yo insisto en cuanto pienso y permítame exponerle mi pensamiento sin la menor reserva.

»A mí no se me ocurriría mandarles a ustedes al frente en ningún momento y mucho menos mientras la situación no se clarifique. Por las condiciones específicas de sus estatutos y formación no es nada fácil que ustedes acaten una auténtica democracia durante muchos años, no obstante, sí les utilizaría en la retaguardia para mantener el orden y no permitir el menor desván. Solo con ponerles al mando de auténticos militares republicanos podrían jugar un papel importante.

»A cuántos no fueran capaces de amoldarse a la nueva situación rompiendo con el pasado les mandaría a los frentes donde hay unidades con mandos con la suficiente inteligencia para poder utilizarles sin que se pasaran al campo enemigo.

—Puede que tenga usted razón, pero no es nada fácil poner en práctica cuanto usted dice.

—Le comprendo, mi comandante, y por lo tanto le ruego que no se moleste por cuanto pienso sobre este como otros problemas tales, que a todos nos atañen y nos afectan queramos o no. Cuando regrese otra vez, si regreso, tendré el placer de charlar con usted y de analizar la situación, si no lo molesto.

—Usted, señor Toral, no me molesta nunca y sinceramente me agrada charlar con usted.

A las pocas horas de cuanto había sucedido salimos para nuestro cuartel general en Madrid Instituto Nebrija. Nos ponemos en marcha todos los componentes de la unidad, milicianos de Ciempozuelos, Valdemoro, Pinto y Getafe. Cuando llegamos a Madrid desembarcamos en la estación de Atocha y nos hacen desfilar con música por el Paseo del Prado y la Castellana. En cuanto pasamos la Cibeles considero que no debemos seguir desfilando con la música del cuartel de Nebrija y por lo tanto seguimos la marcha en columna de viaje.

Tenemos serias novedades en la compañía, es más numerosa que la 1ª y han designado o piensan designar delegados políticos, desapareciendo los comités que, si bien en algunas circunstancias habían jugado un discreto papel, en el fondo ya no eran necesarios.

De Getafe, como de Pinto, vienen camaradas que no conozco y que serán un refuerzo importantísimo para la eficacia de las compañías, pues se nos destinó al mismo sector. El más notable, el más capaz, y que más me ayudó desde su incorporación a la unidad fue Leoncio Candelas (socialista).

Del cuartel de Nebrija nos mandaron a un periodista que, si mal no recuerdo, su nombre era Mendieta. Pasó unos días en nuestro sector y su presencia fue notable, quizás no recuerdo los nombres de otros, pero lo que sí puedo afirmar es que ya no somos los milicianos bisoños de hace una pequeña temporada.

Perea se alegró seriamente de nuestro regreso y lo mismo sucedió con todo su cuartel general. Ocupamos las mismas posiciones que la primera vez, pero en el ambiente y en todo el entorno hay algo que se percibe, pero no se palpa.

Los proyectos de ocupar Segovia al mismo tiempo que mandar a ocupar Ávila me parece que están desechados al ver que don Juan no dice una palabra sobre el asunto. La reorganización de las unidades da un estupendo resultado: mejoramos las posiciones, hacemos trincheras y utilizamos todos los sacos terreros que pudimos conseguir para hacer dos casamatas para las dos piezas que tenemos del 7.5.

Como el terreno es casi totalmente rocoso las trincheras no pueden tener el mínimo de las condiciones deseadas para las fuerzas defensoras.

Se dan charlas teóricas de organización y táctica con preferencia el manejo de las armas como el despliegue de las unidades.

Hacíamos algo práctico cuando la mayor parte de las unidades no habían pensado en nada tan necesario para hacer frente a unos enemigos conocedores de su profesión militar.

En nuestras unidades se vencían todas las resistencias por incomprensión o por otros intereses criminales para crear unidades que debían esperar nuestra ignorancia supina en organización militar y disciplina. En una palabra, procuramos aprender a marchas forzadas cuanto era imprescindible para velar por la seguridad y vida de cuántos estaban bajo nuestro mando.

Sigo preocupado por la seguridad de nuestro sector, pero sigo sin encontrar dónde está el error o la falta que me impide estar tranquilo, por más que recorro el sector no soy capaz de encontrar el fallo. Consigo que unos mandos militares visiten mi sector y les pido me indiquen cuanto consideren que no esté bien, todos dicen lo mismo:

—Ya quisiéramos nosotros tener unas posiciones como las vuestras y unos milicianos que hagan cuanto tú les mandes.

Seguimos sin cocinas y comiendo rancho en frío, pero se administra mejor el suministro que nos llega. Hay dificultades para que suban los camiones a la horizontal y por tanto los suministros escasean. El enemigo no pierde el tiempo y mejora sus posiciones ocupando cotas que no son defendidas por nuestras fuerzas y eso le permite batir la carretera durante el día casi en todo su recorrido, a pesar de ser tan recta como una cuerda en el bolsillo.

Los resultados no se hacen esperar, descontento en las unidades y como el tiempo es estupendo, con su calor sofocante, batimos las posiciones enemigas con nuestras dos piezas y tenemos la suerte de quemar la zona boscosa del enemigo. Esto da una gran moral a nuestras fuerzas y se olvidan de si llegará o no llegará el suministro.

Mientras arde el campo enemigo y vemos cómo abandonar sus posiciones, no se le ocurre al mando que deberíamos aprovechar esas circunstancias para mejorar nuestras posiciones. Yo aconsejo hacer quita o corta fuegos por si el aire cambia de dirección y se prende nuestro sector.

Hostigamos con la artillería las posiciones que vemos, pues no tenemos ametralladoras y las descargas de fusil no llegan a las posiciones enemigas. Seguimos sin suministros y cuando empiezan las protestas les propongo atacar las posiciones enemigas donde seguramente tendrán algo que comer. Al día siguiente empiezan a comerse todas las sobras que se habían recogido cuando nos sobraba de todo.

Hablo con Perea y le digo que mandaré un par de chóferes y una escucha para que suban comida para las posiciones, que nos quedamos sin suministro porque lo poco que llega se queda en las posiciones menos avanzadas.

Le pareció justa la idea y uno de los conductores de Getafe o quizá de Cienpozuelos que se había ofrecido voluntario dejó la posición en compañía de otros para subir en pleno día con uno o dos camiones cargados de suministros.

La operación resultó brillante y por lo tanto moralizadora para los componentes de juventud campesina, y podíamos decir que para toda la columna.

Al día siguiente el viento cambió de dirección y el fuego avanzaba de forma impresionante en dirección a nuestro sector, que era en esa zona el más avanzado.

Como la situación era delicada y peligrosa para todo el sector, el Comandante de la columna subió a nuestras posiciones para apagar el fuego, una gran parte de nuestras posiciones, o sea los elementos de resistencia que habíamos organizado no corrían serio peligro por estar organizadas en el calvero del bosque que estaba en la misma cota geográfica, pero de continuar el viento en nuestra dirección podía seguir avanzando a pesar de nuestros cortafuegos y el calvero.

El comandante Perea y capitán de ingenieros se comportaron con un gran valor dándonos a todos el mayor y más grande de los ejemplos de cómo debe actuar un auténtico mando en los momentos de peligro. Yo le repetí una y otra vez que nos dejara a nosotros apagar y rechazar el fuego, puesto que saliendo de las trincheras el enemigo nos abatía a placer por el flanco izquierdo. Él continuó impertérrito hasta que conseguimos dominar el fuego. Fue pura casualidad que nadie fuera herido.

Esa conducta ejemplar me sirvió y me confirmó que todo mando en el escalón que se encuentre debe dar ejemplo en todos los órdenes y mucho más cuando el peligro es serio.

Estoy seguro de haber pasado yo más miedo que el comandante Perea, y seguramente que cualquiera de los que combatimos el fuego arrostrando y menospreciando el fuego enemigo.

Pasado el trance me decía el comandante:

—¿Por qué usted no se marchó a las trincheras cuando sus milicianos salieron de ellas para apagar el fuego?

—Porque tenía que estar donde ellos estaban para dar ejemplo.

—Eso fue lo que yo hice.

—Sí, pero usted es el jefe de la columna y si el enemigo le hubiera matado se podría haber producido una catástrofe en nuestro frente.

Fuego amigo en el frente.

Pasados un día o dos el enemigo nos hizo un ataque con mucho fuego y encontrándome entre dos posiciones, por tener los elementos de resistencia organizados un poco en profundidad, de la posición a mi espalda salieron disparos que me arrancaron el gorro de la cabeza.

El cabo o sargento Juanjo de Valdemoro, un derechista enemigo de la república al que había salvado como otros más, Se me acercó diciéndome:

—Ten cuidado que quieren matarte y si lo consiguen nos echaran la culpa a nosotros.

Le agradecí su interés por mí y su contestación fue la siguiente:

—Tú nos salvaste a nosotros y como verás en todo momento cumplimos como los mejores y conste que no pensamos como piensan los tuyos. Si todos pensaran como tú para vosotros sería mejor.

—Bien, te agradezco tu interés por mí y desde este momento mandarás ese elemento de resistencia y procura que de esa como de ninguna otra posición situada a mi espalda salgan disparos que me quiten el gorro.

Esos elementos de resistencia se encontraban a unos cuantos metros del nivel superior a donde yo me había situado para dominar la marcha de los ataques enemigos.

Pienso, y no sin fundamento, que el enemigo podía atacarnos por estar mal organizado el sector, especialmente en el centro, o sea en el calvero, se reorganizaba rápidamente por estar fuera de nuestra visión.

Para salir de dudas mandé que unos cuantos tiradores salieran de las posiciones y dispararan sobre las capas de los pinos más frondosos. Puede que fuera una casualidad, pero el próximo ataque tardó mucho más tiempo en producirse.

En el resto del frente de la columna se habían producido cambios notables, se habían perdido posiciones importantes que amenazaban la seguridad de las nuestras en todo Reajo Capón.

Ataque enemigo y retirada nocturna en solitario. Toral me debes un cura.

Al segundo o tercer día de escaramuzas el enemigo nos hizo un serio ataque y su aviación, haciéndose pasar por la nuestra (o la nuestra por confusión), nos bombardeó por todo el sector. Se mandó jalonar o señalizar el frente con paneles rojos haciendo una V con el vértice en dirección al enemigo y los aviones lo vieron perfectamente y fuimos bombardeados, pero afortunadamente con poca eficacia.

Esto fue motivo para romper o quebrantar un poco la moral de nuestras unidades. Todo el frente se rompía a pedazos y las noticias eran la mar de confusas.

Durante estos momentos, los más serios de nuestra guerra en esa fecha, no recibí órdenes de nadie. El enemigo había desatado un ataque serio, nuestras dos piezas neutralizadas, pues desde sus observatorios estaban perfectamente localizadas. El ataque había empezado no más tarde del amanecer, ahora si era un ataque en regla para nuestro sector. Los anteriores fueron solo tanteos, pero esta vez las cosas habían cambiado.

Nos mantenemos durante unas cuantas horas en todo el subsector y en particular en el centro del dispositivo. Tenemos varias bajas y entre ellas un muchacho de Valdemoro que se me presentó con un brazo colgando pidiéndome que se lo cortara. Este valiente entre los valientes tenía pinta de afeminado, pero su ejemplo no pudo ser más edificante. No recuerdo si se lo cortaron, no quiso que nadie le acompañara al puesto de socorro para no restar defensores, creo haber conseguido que le acompañara uno.

Con un pequeño grupo seguimos resistiendo y cuando pretendo visitar los otros elementos de resistencia llega el teniente Leoncio Candelas y me dice que nos debemos replegar sin tardar por haber ocupado el enemigo casi todos los elementos de resistencia.

Me costaba trabajo admitir cuanto me decía Candelas, pero él me gritaba: «¡Los tienes ahí mismo, míralos!».

No nos mataron por casualidad, a pesar que Napoleón diga que ese factor no existe.

Salimos corriendo cuesta abajo y no nos matamos con alguno de los pinos porque aún no habíamos perdido la cabeza. En cuanto llegamos a la horizontal, con los pocos hombres que me quedan organizo la defensa de la carretera y procuro enlazar con el puesto de mando de combate del comandante Perea.

Me informan de que todas las posiciones de la columna se habían perdido y que era necesario replegarnos durante la noche. Se me encarga que el enemigo debe ser contenido y no permitir que descienda de las posiciones perdidas por mis fuerzas, pues en ese caso nadie podría salir de la horizontal.

Me prometen avisarme de cuando salen los últimos para que nosotros nos repleguemos. Prometí cumplir cuanto me pidieron si ellos evacuaban a todos los heridos. Me retiré para organizar la resistencia y cuando lo consigo con unos cuantos de Valdemoro, teniente Pilili, teniente Candelas y otros nombres que no recuerdo, veo que algo se mueve en el terreno de nadie.

Le pido al teniente Pilili que me cubra para ver de qué se trata. Quiere ir él porque como yo oímos unos quejidos y lamentos tenues pero insistentes. Por si es un engaño del enemigo le encargo al teniente, que también es un gran tirador, que me proteja si es necesario.

Con precauciones pero sin temor de ninguna clase marcho en dirección al enemigo y a unos cien o menos metros me encuentro a un miliciano herido gravemente. Es un chico jovencísimo, se le permitió estar en las compañías de la juventud pero con la condición de no entrar nunca en combate por ser demasiado joven. Él nos decía no tener familia, pero no tu95

vimos tiempo de comprobarlo. Lo cogí en brazos y me alejé rápidamente del terreno de nadie.

Me reconoció y quiso justificarse, le impedí hablar y lo llevé al puesto de socorro con otro camarada que me acompañó. Me dijo:

—Toral, están borrachos, se han bebido todo lo que había en la posición.

Lo entregué en la enfermería y me dijeron que seguro moriría no tardando.

Me personé otra vez en el puesto de mando del comandante Perea para ver si había alguna novedad, me dicen que no hay ninguna y que por lo tanto piensan evacuar todo, que cuando salgan los últimos me avisaran.

Regreso a nuestros puestos y periódicamente hacemos fuego sobre el campo enemigo para dar la sensación de que somos más de cuantos somos. Para ello nos desplazamos de izquierda a derecha. ¡Qué lástima no contar con fuerzas para hacer un contra ataque! Cuando el niño me dijo que estaban borrachos se me ocurrió esa idea, pero no tenía fuerzas para algo que hubiera dado resultado.

Yo no comprendía cómo había perdido tantos hombres y esto me hizo pensar en suicidarme, cosa que manifesté a los pocos amigos que me quedaban para realizar esa misión encomendada. Pasamos horas de angustia y de temores no infundados, siempre pensando en lo peor, pasan las horas y nadie dice nada ni se oyen más disparos que los nuestros.

Serían las 4 de la madrugada cuando me marcho acompañado por otro camarada al puesto de mando y no encontramos a nadie, absolutamente a nadie. Se habían marchado sin tener la delicadeza de avisarnos. Regresamos rápidamente adonde están nuestros compañeros y en el camino nos encontramos con uno que dice conocer el camino pero que si no es por mí acompañante me hubiera matado por confiado. Quiere matarlo y le digo que no lo haga, lo desarmamos y le decimos que marche delante de nosotros.

Cuando informo los camaradas de la situación les digo que es necesario dejar hogueras encendidas para dar la sensación de que el frente no está avanzando. Así lo hacemos y nos ponemos en marcha. Pasamos por la enfermería y nos encontramos que había dos heridos abandonados, esto no tiene calificativos. La situación es de campeonato: no tenemos guía, carecemos de planos y de linternas, el que dice conocer el camino quiso matarme por la espalda…

Es un momento para no perder la cabeza y el tiempo nos apremia seriamente. En cuanto amanezca el enemigo nos puede capturar tranquilamente, mientras sea de noche no se dará cuenta de que no queda nadie en este frente.

Dejamos la carretera, cargamos con los heridos y nos ponemos en marcha descendiendo de la montaña hasta encontrar el arroyo o río que baja hasta Lozoya. Cuando logramos encontrarlo nos metemos en su cauce y esto me tranquiliza, estoy seguro de que llegaremos a las cercanías del pueblo si el enemigo no lo ocupó y no está situado en la misma carretera.

Uno de los heridos hace cuanto puede por no ser una carga para nosotros. Los relevos son frecuentes, pues transportar heridos sin camilla, sin manta o sin parihuelas no es nada fácil ni cómodo cuando no sabes cuándo el enemigo puede descubrirte.

No podríamos meter ruido para cortar árboles pequeños y hacer unas parihuelas, el tiempo y la oscuridad era lo que podía salvarnos.

En estos momentos de angustia de miedo, por qué no reconocerlo, todas las miradas están pendientes de quien creemos es el más valiente o por lo menos debe serlo.

Hace falta saber escribir para relatar cuanto yo vivía en esos momentos, mejor dicho, horas interminables por lo desconocido y por cuanto podía sucedernos si caíamos en manos de nuestros enemigos. Sobre todo conmigo se hubieran ensañado como hicieron con otros en ese tiempo y más sabiendo yo que el único responsable era y seré yo de cuanto se hizo en las fuerzas que mandé.

Afortunadamente el bosque es menos tupido, el arroyo o río es más transitable y la negrura de la noche va desapareciendo paulatinamente. La aurora nos despeja las tinieblas y esa dichosa luminosidad despeja nuestras mentes y serena nuestros corazones por poder ver de frente los enemigos que desearían capturarnos.

Seguramente a menos distancia de un tiro de fusil tenemos el pueblo y un paso totalmente despejado que cruzar, por no poder seguir el arroyo, pues con los heridos no podemos pasar por las alcantarillas que cruzan la carretera.

¡Es de día, día claro y luminoso! A la izquierda unas posiciones enemigas muy poco alejadas de la carretera, a la derecha a mucha distancia grupos de enemigos tomando posiciones.

El peligro está solamente a la izquierda, en un peñasco se destaca la negra silueta de un sacerdote, hace un blanco impresionante, cualquier mediano tirador podía batirlo tranquilamente, pero ¿qué más da un cura más que menos? Alguno de los que me acompañan pretende dispararle, yo se lo impido y me contesta: Toral me debes un cura.

Ordeno que pasen los heridos y con ellos los que regresaron durante esta noche inolvidable; el teniente Pilili y yo protegemos su paso cueste lo que cueste.

Hay una pequeña pero desagradable sorpresa, el herido que no podía dar un solo paso en cuanto ve que el enemigo puede cazarlo sale corriendo y el desgraciado llega antes que nosotros al pueblo.

No pudimos localizarlo en Lozoya, y fue una suerte para él pues cuanto menos le hubiéramos dicho unas cuantas cosas.

Me presento al comandante Perea y me abraza diciéndome:

—Habían dicho que se había suicidado y créeme que lo hubiera sentido.

—Lo dije, pero no fui capaz de hacerlo, me faltó valor para ello.

—Escucha lo que le digo, Toral, no hay nada en la vida, y mucho menos los hombres, que merezca la pena para que una persona honrada se mate por ello. No crea que perdió el grueso de sus fuerzas, afortunadamente las tiene acampadas fuera del pueblo. ¿Porque tardó tanto en regresar?

—Quedaron en avisarme cuando hubieran salido todos y aún sigo esperando ese comunicado.

Me acompañó un oficial adonde estaban las fuerzas y antes de marcharme el comandante Perea me ofreció su cama para descansar, pero indicándome que en el campo estaría más seguro que en ese cuartel general.

Tenía razón, el enemigo podía batir el pueblo con la artillería.

Reunido con mis fuerzas, en cuanto me dieron las novedades me quedé dormido en la cuneta de la carretera. No sé cuánto tiempo estaría dormido, me despertaron cuando el agua casi me cubría por completo, por haberse desencadenado una tormenta.

Autocrítica y crítica de cuantos tomamos parte en la defensa de un sector que jamás debió defenderse a toda costa:

1º Si no teníamos posibilidades ni medios para defender las posiciones logradas cuando la columna franquista fue derrotada y contenida al ocupar el Nevero y saber que Mangada no fue capaz de ocupar Ávila habiendo estado a las mismas puertas se debió sin la menor duda haber creado un dispositivo totalmente distinto a como se había hecho por el mando de la columna.

2º Este fracaso puede ser causa fundamental para que no se repita una vez más, por mucho que la guerra dure. ¿Por qué pudo producirse una desbandada en parte de las fuerzas mandadas por mí?

a) Por no estar situado mi puesto de mando en el lugar más indicado, en un terreno tan boscoso y tan compartimentado como el que ocupamos, era totalmente negativo estar en la primera línea.

b) Carencia total de información por medio de enlaces escalonados con las unidades colindantes a las nuestras, pues carecíamos de toda clase de señales y teléfono.

c) Cuando la información no llega hay que buscarla donde tienen la obligación de darla, pero que por desconocimiento no se haga en una relativa importancia. En esa columna había mandos profesionales que debieron tomar medidas tan elementales como esas.

d) No deben organizarse posiciones defensivas en el calvero del bosque, esa estupidez no me la puedo perdonar fácilmente y procuraré recordarlo mientras viva.

e) Por esa mala organización, por esa pésima distribución de fuerzas, el enemigo se permitía el lujo de atacarnos cuando le daba la gana y dando siempre la impresión de ser más numeroso de cuánto era en realidad.

3º No pretendo justificarme de nada y menos a cuenta de otros, tuvimos tiempo para haber talado parte del bosque despejando el campo visual, para el tiro de nuestras fuerzas y en ese caso la situación habría cambiado. Me olvidé de la importancia del glacis.

a) Yo sé lo que este fracaso me hizo sufrir y que si bien no fue un lastre en el aprendizaje de cada día, si sé y no olvido las bajas que tuvimos indebidamente, afortunadamente no fueron bajas totales por las causas referidas.

b) Considero y no sin fundamento, lo difícil que resulta, en situaciones de peligro físico y moral, el recordar cuanto había leído, pero no estudiado, pero el concepto que debe tenerse de la responsabilidad del mando, te obliga a buscar soluciones para cuantos problemas te son presentados por las fuerzas propias y sobretodo por las del enemigo.

c) La milicia, como toda profesión, se aprende actuando, pero para lograr los conocimientos deseados, no se puede desencadenar una guerra para entrenamiento de mandos y soldados.

d) Los mandos que sean responsables moral y materialmente de la seguridad, bienestar y vida de sus subordinados, estarán en todo momento pendientes de cuanto puede aprenderse en toda acción militar pasada, presente y futura.

Pienso tomar en consideración todos los fracasos desde el primer día hasta el último de esta pequeña batalla.