© Publicación realizada por Jaime Cinca Yago con la autorización de la hija y nieto de Nilamón Toral, Licia Toral de Córdoba y Juan Manuel Salaberry Toral. Para utilizar material de esta publicación deberá citar la fuente.
MILAMON TORAL, Memorias incompletas (a página principal)

Finales del 36

Columna Mangada finales 1936.

Yo no diría grande, diría grandísimo por razones obvias, pero los momentos serán de actuar con todas las consecuencias de marcharme a la retaguardia sin intentar transportar una carga demasiado pesada para mis cortas fuerzas mentales y culturales.

Sin desearlo, pensaba en todos los comandantes que había en la repetida columna, todos ellos seguramente más conocidos políticamente que yo, algunos nombrados para ese cargo por el mismo Francisco Largo Caballero, y como esos casos el de otros de distintos sectores políticos.

No pretendo ni censurar ni criticar a nadie con cuanto digo, pretendo exponer cuanto sucedió en esos como en otros momentos de la creación de unidades y de la defensa de las posiciones de los frentes.

Sin la menor duda cualquiera de esos comandantes tenían mejor preparación política y militar que el que fue designado.

Pues bien, en este estado moral me preparo mentalmente para que me acepten o me rechacen como jefe de la columna.

Solo pretendo poner en práctica cuanto veo más o menos confusamente en mis ideas enmarañadas relacionadas con la organización y eficacia de las unidades militares, para militares y civiles, si seriamente se pretende derrotar a nuestros enemigos de clase nacional e internacional.

Todos tienen conocimientos desconocidos para nosotros.

Sé que hay muy pocas posibilidades para ganar la contienda, pero estas pocas deben ser utilizadas para lograrlo.

Mi pensamiento es demasiado peligroso para exponerlo públicamente, y por esa razón, de suma trascendencia para la eficacia de las unidades en lucha y sobre todo mandadas por mí, no se puede dejar traslucir en lo más mínimo. Procuraré no dejarme influenciar en ningún momento con nada ni con nadie, para ser un ejemplo como el pueblo se merece.

Esas pocas posibilidades serán la meta que yo me fijo una vez más para intentar vencer en primer lugar y en caso de no lograrlo, que las pérdidas sean las mínimas.

Esta situación me impulsa fríamente a cargar con la responsabilidad de tomar el mando y dirección de la columna de don Julio Mangada.

El despacho con los jefes de sección fue algo inolvidable y merece la pena dedicarle algo del mucho tiempo que el caso requiere.

Deseamos que cuanto queda expuesto, si alguien tiene la curiosidad de leerlo que no saque falsas conclusiones, pues para poder hacerlo con algo de justicia sería necesario haber vivido en esos días cuanto decimos anteriormente de nuestra zona.

Podemos empezar por cualquiera de las secciones y veamos como no tienen la menor justificación las deficiencias organizativas de cada una de ellas.

Solamente podemos deducir que al carecer de un jefe con la visión realista de las características de nuestra guerra, las secciones no funcionan ni tienen la eficacia que pueden y deben tener, porque aún no siendo profesionales tienen la capacidad cultural e interés para informarse en todas y cada una de sus misiones.

Todo el aparato de E.M está compuesto y formado por hombres intelectuales o con estudios superiores casi todos. El único que carece de cuanto antecede es el nuevo jefe, esto lo pudimos ver nada más hacernos cargo del mando y saludar a cuantos nos fueron presentados.

La situación era algo más que deprimente, afortunadamente yo había vivido situaciones complejas y delicadísimas en el transcurso de mi existencia un poco azarosa, para dejarme dominar por algo que, aun siendo todo lo desagradable que se quiera, era solamente el producto natural de una situación realista de todo un pasado de injusticias humanas en los sistemas políticos de España.

Solo pensando en la responsabilidad adquirida al aceptar el mando nos imponía hacer frente a la situación sin amilanamiento de ninguna clase ni por ninguna razón, por mucho peso que tuviera, no siendo el encontrar en mi camino alguna persona mejor dotada, y con el mismo o más interés que el nuestro, para defender la vida y los intereses de nuestro pueblo.

El gobernador del cuartel general (comandante Carrasco) es un antiguo oficial del Ejército y el hombre pretende hacerme el tiempo de espera lo más agradable que puede, se dio perfecta cuenta de la violencia ambiental y quizá por su insistencia me parece un poco demasiado oficioso.

Sigo con mi norma de no dejarme dominar por ninguna impresión momentánea y tengo la obligación de reconocer que fue el único que me trató con la cordialidad que debía caracterizar a todo militar y civil.

Se aproxima el momento de los enfrentamientos y choques, si consigo ganar esta partida tendré una de las mejores unidades.

Debía decir formaremos, pero no me gusta hablar antes de tiempo y por lo tanto pondremos en marcha mi norma y maneras peculiares de afrontar los problemas tal y como yo los considero, sin miedo ni reparo a las consecuencias que puedan derivarse de tan singular situación.

Procuraremos sintetizar cuanto podamos por dos razones fundamentales en estos asuntos.

1º Quizá cuanto precede y antecede ya no tiene ningún valor real en el futuro, pero por si algo puede deducirse de un pasado tan próximo como el de nuestra guerra, le dedicaremos una parte de cuanto mereció entonces.

2º No pretendimos hacer cargos personales a nadie y por lo tanto la única finalidad de cuantos vivimos en esos momentos históricos es y será procurar por cuantos medios podamos, que en el futuro no se repitan, en beneficio de todos, los mismos o parecidos errores cometidos absolutamente por todos y contra todos.

Mi despacho con las secciones de E.M de la columna Mangada empezó por donde más interés podía tener en esos momentos para mí.

Jefes de ingenieros y zapadores: es un comandante profesional, tiene casi un batallón completo.

—¿Quiere decirme cómo está organizado el sector de la columna y qué sistema de fortificaciones tenemos?

—Hay algunas trincheras y tenemos minada la carretera en algunos puntos para impedir que el enemigo pueda avanzar por ella.

—¿Los campos de minas están defendidos durante el día y la noche por nuestras fuerzas?

—No puedo asegurarlo en ningún orden.

—Pues debe comprobarlo y presentarme en un plazo de 24 horas, como máximo 48, un plan de fortificaciones basado en fortines situados donde el terreno mande, pero pensando cuáles pueden ser las zonas de penetración que el enemigo puede intentar. ¿Quiere decirme cómo y dónde tiene usted emplazado el grueso de sus unidades?

—Están haciendo una pista o una carretera estratégica para poder socorrer al flanco izquierdo de la columna.

—¡Eso es la mar de interesante para mí! ¿Puede usted indicarme sobre el plano de dónde parte y por dónde pasa?

—Arranca de aquí y termina en la estación de Santa María, en todo su recorrido queda oculta a las fuerzas del enemigo y lo mismo sucede con los observatorios que el enemigo pueda tener.

—¡Pero, comandante! ¿Santa Catalina no está en manos del enemigo? no sucede lo mismo con la Atalaya?

—Sí.

—Pues desde cualquiera de las dos pueden sin esfuerzo alguno observar el más mínimo movimiento de nuestras unidades en casi todo nuestro sector. Por favor, suspenda los trabajos y dedique sus hombres a la fortificación donde los que tengan que defenderla puedan causar un gran número de bajas sin sufrir ninguna. Donde se encuentren cómodos incluso en pleno invierno. No le importe el tiempo que podamos estar en ello, todo debe ser hecho como si esto fuera para permanecer en ellas durante tiempo indefinido.

El comandante se encuentra la mar de molesto ante mis preguntas y procuro tranquilizarle diciéndole lo siguiente:

—Desde mañana visitará usted todo el frente en mi compañía y sobre el terreno y el plano. Estudiaremos la organización que debemos aplicar en el terreno defendido y pensando las pretensiones del enemigo. Comandante, quiero conocer sus pensamientos sobre la defensa y propóngame lo que piense sin la menor duda, donde yo esté al mando de cualquier unidad no deseo ver parapetos de Guardia Civil. Esas posiciones pueden ser defendidas por ellos pero no por nuestros milicianos.

Se violenta cada vez un poco más el comandante y sin poderlo remediar me pregunta:

—¿De qué arma es usted?

—¿Tiene la pregunta mucha importancia para usted?

—¡La tiene porque es la primera vez que oigo plantear tantos problemas en tan pocos minutos como usted hizo!

—No se preocupe quizá usted pueda enseñarme más de cuanto se supone, para su tranquilidad soy de milicias.

—Perdone, ¡no me lo creo!

—Bien, mañana en cuanto sea de día recorremos el frente empezando por nuestra derecha. Si no le molesta, diga al jefe de artillería que lo espero.

Repito una vez más que en todo cuanto antecede y precede era solo un reflejo sintetizado de cuanto vivimos y sucedió en estos históricos momentos.

Debí empezar por la primera sección, pero me pareció más eficaz empezar por el orden que expongo.

El comandante jefe principal de artillería de la columna Mangada, era un intelectual y casi un catedrático.

Todos los componentes del E.M de artillería eran, y los que viven siguen siendo, hombres estupendos en todos los órdenes de la vida y en el terreno militar no tenían que aprender nada de sus compañeros de armas profesionales de ninguno de los campos.

Mi entrevista con él resultó para mí estupenda y terminamos por lo que a mí se refiere bien impresionado.

Es otro que piensa que debo ser profesional, conste que yo no traía nada preparado y que mis preguntas eran elementales y un poco sorprendentes para quien las hacía por no haber soñado jamás con mandar cuanto inmerecidamente habían puesto en mis manos. Seguro que fue el concepto que siempre tuve de la responsabilidad el que me hizo preguntar y preguntar con más o menos acierto cuanto debía conocer.

Teníamos tres baterías como mínimo, yo creo que cuatro, dos del 7 y medio, una del 109 y otra del 103. Pocos mandos, pero magníficos oficiales de batería, y por lo tanto, estupendos sirvientes. Varios observatorios, pero insuficientes estudios para emplazamientos.

La sorpresa se produce cuando pregunto planes de fuego para la defensa de las posiciones en ataques diurnos y nocturnos: fuego de barrera, de concentración, de rastrillaje, de hostigamiento y contra batería.

—¿Para cuándo los quieres, camarada Toral?

—Para lo antes que puedas. ¿Se estudian las penetraciones que puede hacer el enemigo y se tiene previsto contra batería en todo tiempo?

—No, pero lo haremos.

—Un momento, otras preguntas: ¿se baten las concentraciones enemigas?

—No, porque es superior a nosotros en fuego y sobre todo en aviación.

—¿Hay refugios para los civiles y para cuantos no están en la primera línea?

—No,

—Pues todos cuantos no tengan servicios de primer orden deben trabajar de acuerdo y a las órdenes del comandante de ingenieros para construirlos.

—Tengan presentes que cada jefe de sección recibirá órdenes que podrán estudiar o discutir en mi presencia si antes de cumplirlas tenemos tiempo. Se que alguien dijo que una orden, por mala que sea, es mejor cumplirla que dejar de hacerlo. La guerra hay que hacerla con todas sus consecuencias, menos ensañarse con el vencido, a mí me parece lícito cuantos medios se empleen. Antes de batir las concentraciones del enemigo debemos crear las condiciones para no sufrir pérdidas innecesarias ante su réplica o cuando él quiera batirnos. Refugios, fortines y trincheras es mi lema, encontrar alojamientos a los campesinos y a cuantas personas estén innecesariamente en nuestro sector. Espero su colaboración y si me lo permite trabajaremos en equipo para defender nuestra causa. Le agradecería que comunique a información y operaciones mi deseo de charlar con ellos.

—¿Las dos secciones juntas?

—Sí.

Hacen su presentación Amilibia y el capitán Leoboga, el primero de información y el segundo, aun perteneciendo a artillería, será el jefe de operaciones. Lo cierto es que la primera entrevista es algo más anodina y tengo la impresión que no por falta de capacidad, sino todo lo contrario, los datos que puedo lograr son intrascendentes. Saco la impresión de que los jefes anteriores tenían un concepto distinto al mío de la guerra y que si me quedo al mando de esta unidad será lo que los creyentes llaman un milagro.

Despacho con los dos jefes y los emplazo para que me presenten en un plazo breve planes y datos concretos de lo que sepan del enemigo y de la capacidad de nuestras fuerzas. Pido que me manden al jefe de organización.

Cuando estoy charlando con el jefe de organización, el comisario, jefe de artillería, jefe de operaciones y dos o tres más me piden permiso para marchar a Madrid. Le pregunto al comisario si es imprescindible que todos se marchen a Madrid el mismo día y una comisión tan numerosa.

—De comisión nada, comandante.

—Puede que tenga usted razón, comisario, pero será el tiempo el que nos informe o niegue mi impresión. Si regresa por la mañana me encontrará visitando el frente, cosa que me agradaría hacer acompañado de usted.

Se masca en el ambiente el descontento y el malestar por mi presencia, mentiría si dijera que esto me hizo ni pizca de gracia.

Al despachar con cuantos lo hice y ver lo que había en esta columna calculaba lo mucho que podía hacer si era capaz de hacerme con este futuro cuartel general y no digamos con la columna Mangada. Pero quizá el máximo responsable de cuanto se avecina sea mi temperamento y la manera de enjuiciar los problemas que me presentan. Si consigo ganar esta batalla será con mi manera de ser y con mis métodos, si a mis maneras se les puede llamar método.

Seguro que el permiso es para pedir que me destituyan y será interesante ver lo que decide Madrid, ante un caso tan peregrino como el que pueden presentar estos camaradas. Mi conciencia está totalmente tranquila y como no tengo con quien cambiar impresiones pienso en cuanto debo hacer mientras esté en esta unidad. ¿Quizá debí entrevistarme con la C. del partido antes de tomar el mando y sobre todo para despachar con los jefes de sección y de unidades que pienso hacerlo mañana? Pero no los conocía.

Las cosas ya no tienen solución y por lo mismo, mientras pueda estar en esta unidad, trabajaremos para enseñarles que la guerra es algo más serio que cuanto piensan algunos.

Al día siguiente me levanto el primero y en cuanto es de día salgo con mi ayudante para visitar el frente, empezando por donde está el primer batallón de Largo Caballero. En está misión me acompañan algunos de los oficiales que no marcharon a Madrid del cuartel general de la columna. Debieron avisarles y conste que no pretendíamos sorprender a nadie. El recibimiento que se me hace no puede ser más glacial y con caras más hoscas pero esto es lo que yo precisaba para estar a la altura que la situación requería.

Después de la presentación del comandante Marcos, jefe del batallón de Caballero, le pido que me acompañe si no le importa para visitar la zona que ocupa su unidad. Lo acompañan demasiados oficiales, nos ponemos en marcha y me sorprende que con un batallón de más de 1200 hombres tenga tan pocas reservas en un frente inactivo y un terreno tan compartimentado.

Me saca de quicio la irresponsabilidad de los hombres presuntuosos y engreídos, yo no sabía ni tenía por qué saber, que había sido el primer comandante de milicias designado por Caballero.

Las trincheras no existían por dos razones fundamentales:

1º Se habían limitado a excavar la pequeña capa de tierra que había dónde lo tenían situado y las lluvias se encargaron de derruir las piedras que habían acomodado en esas indecentes zanjas sin perfil y profundidad alguna.

2º El terreno era y es rocoso en su mayor parte, pero a ese terreno se podía sacar un gran partido si los mandos eran capaces de pensar en su responsabilidad.

La columna y el batallón tenían más medios de cuanto se precisaba para construir una línea prácticamente inexpugnable sacando de ese lodazal el 70% de la fuerza para otros sectores o para prepararlos militarmente. En está unidad no se podía alegar nada de nada para no ser un modelo de batallón. Mandos con capacidad política, todos o casi todos intelectuales. Voluntarios, desde el jefe al último soldado, eso sí lo sabía yo, un batallón con Intendencia propia que podía pedir lo que deseara y se lo concedían sin la menor duda. Tenían cuanto una gran unidad podía precisar y lo más interesante era lo dicho de sus mandos y que cuando nos hacemos cargo de esa unidad estamos a finales de 1936.

Por esto y por cuanto no debo decir, había motivos en mi pensamiento para tratar a su jefe sin delicadezas de ningún género. Viendo ese estado deplorable donde las fuerzas no pueden hacer frente a ninguna clase de enemigos le digo al comandante delante de soldados y de toda su plana mayor (quizá me excedí):

—¿Cree usted que a estas alturas de la guerra se puede tener una unidad como la suya entre inmundicias? Si el enemigo nos atacara en este momento, ¿cómo defendería usted este subsector? No quiero ni pensar en la masacre que le harían al Batallón y por lo tanto al Ejército de la República.

Nadie absolutamente nadie puede defender esa parodia de trinchera ridícula, sobre este asunto podría estar escribiendo días y días.

Avanzamos un poco más y en ese momento una ametralladora enemiga dispara sobre nosotros, el señor comandante que porta un uniforme impecable se lanza al suelo y fue una pena como lo puso de barro y porquería. No pude remediarlo y dije: «¡Pobre uniforme!».

Esta frase pudo tener fatales consecuencias para mí. Siento, señor Marcos, haberlo tratado como lo hice, pero si usted no hubiera estado al frente de tantos hombres, los que para mí eran y son sagrados, yo no hubiera hecho ningún comentario, como no lo hice jamás sobre otros. Usted me pidió que no de163

bíamos continuar por ese camino por ser una zona batida por el enemigo. Le contesté que el enemigo se encontraba de nosotros en el terreno a más de 2000 metros y por lo tanto hay que ser demasiado buen tirador para poder hacer blanco cuando se sabe marchar. Pero cuando la cosa se calma un poco le hago la pregunta siguiente:

—¿ Donde está esa famosa posición que llaman ustedes de la muerte?

—En la dirección que marchamos. Lo crea o no lo crea está más batido de cuanto pueda suponerse.

—¿Puede decirme cómo suministran a esa posición durante el día?

—Lo hacemos solamente durante la noche.

—¿Y si el enemigo intenta tomar esa posición cómo lo socorremos? ¿ Si tiene una herida o un enfermo cómo lo socorremos?

—¡También esperamos a que sea de noche!

—¡Comandante si mal no recuerdo en esa posición tiene usted una sección y en este lado más de mil hombres! Si todos se ponen a cavar y hacen una trinchera en zig zag en menos tiempo de lo que usted piensa estarán enlazados con el grueso de sus fuerzas. Comandante, regresen a sus puestos que yo visitaré ahora a esa unidad aislada.

—No debe hacerlo, pero si lo hace yo le informé lo que puede sucederle.

—Conforme, comandante, si se espera usted unos minutos puede ver que llegar a esa posición no es tan peligroso como parece, es un problema de sentido común y serenidad.

Me pongo en marcha y a mi ayudante y al enlace que me quieren acompañar les indico lo que deben hacer por si el enemigo destaca alguna patrulla para intentar capturarme. Cuando ellos se alejan del punto donde me encuentro en dirección a nuestra retaguardia yo me pongo en marcha y el enemigo en cuanto se da cuenta que marcho en dirección a la posición de la muerte dispara sobre mí, lanza una ráfaga de tres o cuatro disparos delante de mí, acorto el paso y cuando lanza la otra se queda cortísimo.

Esperan 5 segundos y marcho rapidísimo sin correr y me paró casi del todo. El tirador no sabe concentrar el fuego y sobre todo está demasiado lejos para hacer blanco sobre el objetivo.

Cuando llego a la posición el teniente de la posición con todos los componentes de la unidad me saludan alegres y contentos y me preguntan: «¿Quién eres y adónde vas a estas horas?

Antes de darles una contestación se presenta mi ayudante y el enlace.

—Este teniente es mi ayudante y este soldado es el enlace que tengo desde hace tiempo.

—Pues nosotros hace tanto tiempo que no vemos un comandante por esta posición que ya ni sabíamos cómo son.

—Puede que sea cierto cuanto decís, pero a partir de ahora os visitarán casi diariamente. Me parece que yo soy el nuevo jefe de la columna y por esa razón visito el frente para hacerme una idea de cómo está organizado y qué podemos hacer para defenderlo con el mínimo de esfuerzos y de hombres. Teniente, supóngase que usted y su unidad hacen un hoyo para construir los ingenieros durante el día y la noche, un fortín blindado donde estarían cómodos y podrían defender este espolón sin esfuerzo alguno. Lo marcaremos sobre el terreno ahora mismo y el comandante del batallón como el de Ingenieros recibirán las órdenes para hacer cuanto estamos hablando. Pida usted a su capitán que le manden picos y palas y no pierdan un momento en cuanto reciban las herramientas para trabajar en dirección adonde está el grueso de sus fuerzas y a pesar de ser el terreno rocoso en un par de días dejarán de comer rancho en frío y podrán defender la posición sin apenas bajas.

Charlamos un poco de la marcha de la guerra y sinceramente que fue este el primer día de alegría y contento desde hacía una temporada que pasé en este frente.

Sigo insistiendo que en esta columna hay jefes, oficiales y clases y sobre todo soldados, con los medios suficientes para dar serios disgustos al enemigo.

Nos despedimos de todos los camaradas de la posición de la muerte y le encargo al teniente que vigile el sector enemigo por si sale alguna patrulla para hostigarnos. El teniente recibe la misión de comunicar a su jefe que nosotros marchamos en dirección a Peña del Águila y que escalaremos dicha posición viniendo del terreno de nadie pero como si fuéramos enemigos. El enlace parte con nosotros y lo despedimos cuando ya no puede correr ningún peligro.

¿Por que no recibió el jefe de las fuerzas de Peña del Águila el comunicado? ¿Por que el observatorio de artillería no comunica que del campo enemigo marchan en dirección a nuestras líneas tres hombres y que dos son mandos? Pues su telémetro les permite identificarnos sin la menor duda! ¿Dónde está la vigilancia de la unidad que defiende esa posición? ¿Qué sucede en estas unidades? Este, si mal no recuerdo, era el batallón de la montaña.

Penetramos en el dispositivo del Batallón sin que nadie nos vea y cuando nos parece nos identificamos. Conste que hicimos la marcha sin ocultarnos de nadie pero por lo visto en estas unidades es necesario anunciar la presencia de los amigos y enemigos con la banda de música de la unidad.

Mi pequeño contento por el recibimiento se disipa ante los acontecimientos relatados y seguro que tendremos otra batalla en esta unidad.

Ordeno que el jefe de ingenieros y el comandante del batallón se presente en este sector para hacer un estudio de este sector. A los pocos minutos hacen acto de presencia el comisario de la columna con los demás comisarios y los mandos que anteriormente indiqué.

¿Qué había pasado con el comisario del batallón de Caballero que no había aparecido por el sector de su unidad? Mi contestación, sin una base firme, es que los comisarios habían recibido instrucciones del comisario de la columna en el sentido de esperar su regreso de Madrid.

Nada más ver la cara del comisario (el hombre más feo que había visto hasta la fecha) me di cuenta de que las cosas habían cambiado casi totalmente. En Madrid no debían haber conseguido cuanto se proponían y la presencia de todo el Estado Mayor cambiaba por momentos.

En presencia de todos y teniendo en cuenta que para mí las personas mayores eran un freno a mi impaciencia e ímpetu, el planteamiento que hago de este sector difiere totalmente del primer batallón. ¿Solo porque el comandante tiene más años y puede ser casi mi padre? Seguro que no fue porque vi en su mirada y en su manera de moverse algo que todo ser humano y animal llevamos consigo y lo manifestamos sin querer.

Repito que no tenía datos ni referencias en ningún sentido de nadie, no sabía quiénes eran los comandantes, no sabía cómo pensaba nadie, no se me había indicado ni por JSU ni por el PC con quienes tenía que enlazar y contar. Me gustaría saber si otros mandos se encontraron en la misma situación.

Agrupados todos, incluso los capitanes de las compañías, teniendo presente que el enemigo no podía ver ni seguramente percibir nuestra concentración, hago una pequeña exposición de cuál será mi conducta mientras esté al frente de la unidad.

Pido la colaboración de todos para crear una de las mejores unidades del Ejército de la República, no me importan los carnets ni las ideas de nadie, solo pido entrega total para defender los intereses de nuestro pueblo.

Por muchos convencimientos que podamos adquirir, jamás serán los suficientes para hacer frente a nuestra responsabilidad humana. Veamos unos cuantos ejemplos:

Yo no tengo ningún deseo de ser nada en el ejército, carezco de los conocimientos más elementales para mandar hasta una pequeña unidad. No importa que haya conseguido algo sin importancia en otros frentes, pero mi concepto de la responsabilidad me obliga a cumplir cuanto me ordenan.

Lo único sagrado es y será para mí el defender a mi pueblo, pero entremos al terreno práctico y que nadie se moleste por las observaciones que pueda hacer, jamás las hago contra la persona.

Estas fortificaciones, sí a esto se le puede llamar fortificación o trincheras, son lo menos indicado en un terreno rocoso como este. Si el enemigo nos ataca solamente con fuego de fusil, quizá la mayor parte de los proyectiles se aplasten contra las piedras pero como están solamente superpuestas hay balas que entran por los sitios más inverosímiles.

¿Qué sucede si nos lanzan unos cuantos morterazos o nos hacen una preparación artillera?

Todas esas piedras serán miles de proyectiles que acribillaran la carne de nuestros camaradas, lo mejor son sacos terreros y cuando estos no se tienen, nunca faltan elementos en el campo para amortiguar los efectos de los proyectiles.

La fortificación debe tener un gran campo de tiro y no debe haber ángulos muertos, debe carecer del más mínimo relieve, pero como el tiempo y los medios son los que mandan yo no puedo permitir que las fuerzas mandadas por nosotros estén a merced de la mejor preparación de nuestros enemigos.

El comandante de Ingenieros y el comandante jefe del batallón, me insisten en si soy o no profesional. Mi contestación desconcierta un poco a los que no tienen la menor idea de lo que es una guerra y lo que puede durar.

—No soy profesional pero os garantizo a todos lo siguiente: si la guerra dura cuanto puede durar, adquiriré los conocimientos que precisen para ser digno jefe de mis compañeros mejor preparados en nuestro campo. Esto que hablamos hoy es solamente el principio de cuanto tenemos la obligación de hacer en servicio del pueblo. Tareas y tareas importantes en nuestro futuro, trabajos y trabajos cada día más complejos. Estudios teóricos para todo mando, unidos a los ejercicios prácticos de marchas, orden abierto y manejo de materiales. Terminar rápidamente con la lacra del analfabetismo, hacer trincheras y refugios en las posiciones donde en todo tiempo el defensor pueda sentirse seguro y cómodo, ser capaces de mejorar cuanto dice el reglamento de las unidades en campaña, me refiero a las unidades de infantería. Poder interpretar el reglamento de las grandes unidades. En una palabra: saber lo que es una fortificación ligera y permanente, sin perder un solo momento crear una serie de profesores para que nos enseñen cuanto tenemos el deber de saber. Preparar cabos para sargentos, sargentos para oficiales y oficiales para jefes. ¿Queda claro, camaradas, que esto nada tiene que ver con las academias que el Gobierno tendrá creadas o creará no tardando? ¿Alguien tiene algo que preguntar? Camaradas, por favor, no hagan todos la misma pregunta y sobre el mismo tema, pensad en el tiempo y en el enemigo.

Es curioso las transformaciones que se han producido en cuantos me recibieron con las uñas preparadas. Alguien me dice:

—¿Tendremos tiempo de aprender tantas cosas como tú nos indicas?

—Quizá tú pienses que la guerra no durará tanto yo puedo decirte lo siguiente: si estudiamos será un tiempo precioso que hemos ganado aprendiendo cosas que no sabíamos. Regresaremos a nuestros lugares de procedencia y no seremos los mismos del 18 de julio. Perdonad que insista en algo tan importante como debo deciros, no debe importarnos poco ni mucho la duración de la Guerra, quizá esta frase no sea la más indicada, pues ciertamente no puede haber nadie más interesado que nosotros para acortar el tiempo y los sufrimientos de esta criminal guerra. Nuestro convencimiento e interés deben ser factores casi determinantes, el casi dependerá de nuestros dirigentes en las decisiones y conductas para llegar al final de la contienda. Napoleón dijo que todo soldado cargaba en su mochila el bastón de mando de Mariscal. Procuremos hacer honor a este pensamiento. En todas las guerras lo más importante no fue el valor, el valor juega un importantísimo papel en toda lucha ,pero tiene que ser un valor sereno y frío. Lo que decide una contienda son los conocimientos y el uso que podemos hacer de las armas, terreno y el factor decisivo: los hombres. La vida de todos debe ser sagrada, reíros de quienes no sean capaces de comprender el valor de cuanto tiene suma importancia para la lucha. Podíamos estar horas y más horas charlando de cuanto no seríamos capaces de exponer y sobre todo hacer comprender. Para terminar: colaboración de todos los componentes de esta maravillosa columna es lo que nosotros precisamos para ser una de las mejores unidades de la República y lo decisivo es crear muchas buenas y no solamente un par o cuatro de ellas.

Me despedí de cuantos habían escuchado con interés cuanto habíamos sido capaces de poner en un tiempo limitadísimo y salí impresionado de la mejor manera de esta unidad. El resultado de mi trabajo ya no me preocupaba gran cosa. Habíamos sembrado; esta siembra daría más tarde o más pronto su fruto, las cosas no serían ya en este frente casi congelado, lo que habían sido hasta la fecha.

Regresamos al cuartel general y en él informo al camarada Ylleras de los incidentes surgidos en el primer batallón. Debía tener su información, me limité a exponerle mis planes de trabajo, le pedí su colaboración y me prometió seriamente colaborar conmigo sin la menor duda.

Puedo y debo decir que jamás ningún comisario puso más interés y más entusiasmo en su labor que Mariano Ylleras. Durante los años o meses que trabajamos juntos fue un colaborador inestimable. Charlamos durante horas esa tarde y noche. Nos escuchamos mutuamente y sin decir nada desagradable sobre nadie me hizo parte del historial de todos los mandos de la unidad. Por fin empezamos a hacer las cosas por su base fundamental, si esto hubiera sucedido cuando debieron hacerlo, hubiéramos perdido menos tiempo, nos hubiéramos ahorrado disgustos y las cosas hubieran sido más fáciles para todos y esto empezando por mí mismo.

Quizás en Madrid a estos amigos les habían dicho algo sobre mí, pero lo cierto es que como de esto jamás supe nada oficialmente, debo enjuiciar estos momentos decisivos de mi vida político-militar solamente con la actuación personal y la de cuantos trabajaban conmigo y no tardando serían estupendos colaboradores.

Todo esto tiene un origen como digo y repito en otros sitios: mi falta de trabajo colectivo en el seno de las organizaciones políticas a las que pertenecía.

Antes de la guerra por no gustarme y ahora por tener que dedicar todo mi tiempo para intentar adquirir los conocimientos que mis cargos me imponen en estos momentos.

Puedo repetirme mil veces, esta charla con el comisario sería uno de los jalones que nada ni nadie podría destruir para cuanto fuimos capaces de hacer durante nuestro trabajo en común.

Las cosas mejoran notablemente en todos los sectores, en todos los organismos y como no, siguen apareciendo lagunas, tengo o tenemos que afrontar problemas que habían sido creados en la formación de la unidad. Hay una Intendencia General pero casi todos los batallones tienen la propia y en particular la del batallón de Caballero. Esto no tiene explicación para mí y lo mismo sucede con el material de todas clases.

Le planteo a Mariano que debemos terminar con este estado de cosas y que todo debe estar centralizado en la Brigada pues las columnas desaparecen y por lo tanto seremos la 32 brigada perteneciendo a la Tercera División mandada por el profesional don Enrique Fernández de Heredia. Se agudiza la resistencia de quienes no comprenderán jamás, por mucho que diga, la importancia que tiene la centralización y que no puede haber oficiales y jefes privilegiados ni soldados mejor alimentados y vestidos o equipados que otros.

El señor Marcos tiene la pretensión de hacerse con el mando de la Brigada pero a mí me tiene sin cuidado cuanto pretenda en este orden personal. Me consta que no tiene ni siente la menor simpatía por mí. Puede que a mí me suceda otro tanto, pero yo no tengo tiempo para menospreciarle en ese sentido.

Pido que me den una información amplia de su historial político y militar para ver si esto me puede aclarar su animosidad hacia mí. Se comunica una orden general para todos los componentes de la unidad: nadie puede ni debe ausentarse de la unidad sin mi permiso y con la firma del comisario.

Creación de la 32 Brigada Mixta.

Como decíamos anteriormente, se crean las brigadas mixtas y la 32 tiene el primer batallón de Largo Caballero, que en realidad son dos por número y mandos: Pueblo Nuevo, Ventas 4º, que manda Centeno, 3º de la montaña, Espinoza, 5º de Alicante, que manda Carrasco, escuadrón de caballería no completo, pero que se completará con soldados motorizados y que jugaría un papel importante durante toda la campaña que estuvo a mis órdenes.

Sería interminable relatar todas las incidencias hasta que conseguimos hacernos con el mando efectivo de la unidad y por lo tanto mencionaremos solamente las estúpidas denuncias y maniobras del señor Marcos. Es algo que en ningún momento pude comprender las razones para emprender contra mí esa actitud. Si hubiera sido hombre con más interés que yo, con los mismos conocimientos o algunos menos para mí no hubiera sido ninguna proeza dejarle el mando. Esto puede parecer raro, pero yo era y soy capaz de hacer cuanto expongo.

Hay un acontecimiento de suma importancia que se produce durante esta crisis. Sería más correcto decir toda una serie o quizás el orden cronológico no esté reflejado tal y como yo los pongo ahora, pero sí serán expuestos tal y como sucedieron.

Se me mandó tomar las unidades que mandaba Nino Nanetti en el frente de Villanueva del Pardillo a las órdenes del coronel Burillo. Se me dio la versión siguiente: se me había propuesto para mandar una división en el norte, pero como en ese sector atacaban los italianos consideraron que sería mejor mandar a Nino Nanetti.

Tomé el mando de sus unidades y no se pudo hacer nada durante la primera ofensiva que se hacía seriamente, incluso con carros, porque estos se perdieron con la niebla. Quizás está misión dada por el mando fuera cierta, pero yo pude deducir muchas otras cosas que serán expuestas cuando corresponda.

Regresé a hacerme cargo de mi brigada y cuando las cosas empiezan a marchar me visita el jefe de E.M, camarada Arregui de la Tercera División, y dando vueltas y vueltas al asunto de Marcos me dice que como he trabajado mucho durante los meses pasados que la división me comisiona para que salga para Valencia y hacer unas cuantas compras de cosas que la división y el cuerpo del Ejército precisan.

Le dije que no continuaría ni un momento más y que si me destituían dejaría el mando de la Brigada: para esa misión de compras se puede mandar a personas que no sean capaces de estar en el frente, pero si yo no soy capaz de mandar la 32, se me destituye y todos tan contentos. El amigo Arregui no sabía cómo dar fin a su desagradable misión pero yo sí sabía cómo debía comportarme.

Visita de Largo Caballero. Práctica de tiro.

A los pocos días recibimos la visita del Jefe del Gobierno, Casares Quiroga, acompañado de Jesús Hernández, el hombre que peor impresión me había causado hasta ese momento. Pocos días después recibimos a don Francisco Largo Caballero en El Escorial. En la comida que le dio su batallón habían tenido la atención de invitarme. Yo tenía malos recuerdos de don Francisco cuando lo de Cuatro Vientos, pero había sido superado por mí y por lo tanto salí de la comida bien impresionado.

Cuando Caballero le preguntó al señor Marcos a qué brigada pertenecía este le contesto que a la 32 y don Francisco le dijo:

—Me supongo que la 32 la mandarás tú.

Marcos le dijo:

—No, la manda Toral, que es este.

Me presento y me estrechó la mano y su único comentario fue el siguiente:

—Es lo mismo.

Que Marcos tenía influencias es algo que no puede dudarse, pero que su conducta era la menos indicada para quienes pudieran o quisieran interesarse por él también es cierto.

La brigada cada día tiene mejor preparación, mi posición es en cada momento más sólida. Los que me recibieron mal me habían pedido permiso para ir a Madrid, seguramente para decir todo lo contrario de cuanto habían dicho.

Consigo del jefe de la División algo de material moderno y cuando intentan hacerlo funcionar y sobre todo agrupar el fuego no lo consiguen porque la nieve les impide adoptar la posición de tiro que esos fusiles ametralladores precisan.

Cuando se desesperan aparecemos mi ayudante y mi enlace que volvíamos del mando de la división de entregar un proyecto de operación para ayudar al norte. Fue el acto más natural y más sencillo por el que me consagré para ellos como el mejor jefe. Es infantil, pero como todo, auténticamente cierto. Nos paramos en la carretera y preguntamos a todo el Estado Mayor:

—¿Qué les sucede que les veo con cara de disgusto?

—¡Que no somos capaces de agrupar el fuego ni de hacer funcionar bien estos fusiles ametralladores!

Yo tengo puesto mi traje de comandante impecable con pantalón de montar que es un primor, ese día lo estrené para visitar a mi jefe de división, sabía que estos detalles le agradaban.

—Yo pienso, camaradas, que eso no tiene gran importancia. Coje el blanco y retrocede hasta el último lindero y te colocas protegido para indicarme en la silueta qué tal los impactos.

Mi jefe de Estado Mayor, que me conocía un poco más que nadie del cuartel general, pues ya tenía jefe de E.M, me dice:

—Toral, que es demasiada distancia.

—No te preocupes, Jiménez, eso quizá no sea suficiente para impedirme hacer una concentración casi normal.

Me entregan el fusil ametrallador, le limpio la grasa que le sobra, me tumbo sobre la nieve y la cara que ponen todos es un poema. Hago un solo disparo, mejor dicho pretendo hacer uno y me salen tres, esto no me agrada, el enlace me dice que agrupados.

Lanzo una ráfaga de 5 y me dice el enlace que me aproximo a la diana. Le pido a todo el E.M que vean el blanco, me levanto del suelo y me limpio el pantalón de nieve y barro lo mismo tengo que hacer con parte de la guerrera.

Regresan entusiasmados y sobre todo totalmente sorprendidos por mi gesto natural de no dar la menor importancia al uniforme nuevo, pues habría hecho lo mismo con el mejor traje de paisano. Este tonto detalle me abrió los pensamientos de los más recalcitrantes y me confirmó en el mando de la Brigada.

Les digo que el jefe de materiales explicará cómo deben ser tratadas las armas nuevas y que lo importante del fuego es la agrupación, el hacer diana no es lo importante en la guerra, eso está bien para los concursos que nosotros no podemos hacer. En otra ocasión haré algunas demostraciones con fusil, rifle y pistola.

De esta manera tan sencilla termino una de las jornadas más alegres para mí y según algunos de más contento para todos.

Primer encuentro con Inés. Proyecto de ayuda al norte.

Me queda por reseñar algunos detalles que parecen intrascendentes y que fueron decisivos en toda mi conducta durante la guerra. Al hacerme cargo de la columna Mangada y de visitar todos los departamentos encontré cosas sorprendentes y la mar de bien organizadas. Hospital con un cuadro de médicos estupendos, su jefe, doctor Casado y bien dotado el hospital. Hogar del soldado. Correos, dirigido por profesionales como J. Pérez y otro oficial donde nos encontramos dos lindas muchachas y esto me pone un poco en guardia por haber sufrido algún contratiempo en Somosierra con las muchachas. Las dos son guapísimas y la impresión que producen a pesar de su juventud es de personas serias.

Terminada la visita le digo a mi ayudante Moreno:

—¿Te fijaste en esas dos muchachas?

—¡Claro! ¿Y quién no se fijaría en algo tan encantador?

—Bien, pues con la rubia seguro que me casaré yo.

—Ten en cuenta que acabamos de llegar y no las conoces de nada.

—Sí, eso es cierto, y como no hay ninguna prisa trabajaremos como si este encuentro no se hubiera producido.

Esto sucedió en los primeros días de mi llegada y continuamos trabajando y reconociendo todos los locales y servicios de la unidad. La sección de transportes está bien montada y el jefe comandante Jesús me resulta agradable y campechano. La sección de Municionamiento está aparentemente bien montada y por lo tanto el esfuerzo principal lo dedicaremos a la preparación y capacitación de jefes, oficiales, clases y soldados.

Tendré que prestar atención preferentemente a Sanidad. El Comandante Casado desea visitar los frentes conmigo y eso es un detalle para tomarlo en consideración.

Cada hora que pasamos en esta unidad valoro con más certeza el valor positivo de todos sus componentes y lo mucho que podemos hacer en este frente.

Como la situación del norte precisa nuestra ayuda y se insiste en recaudar fondos yo planteo que lo fundamental es nuestra ayuda plasmada en crear frentes activos en el centro. Seguimos a remolque de la iniciativa enemiga, no tenemos las reservas que precisamos porque el gobierno no moviliza cuanto puede y cuanto debe. El enemigo estrecha y reduce las defensas republicanas de Madrid, en unos de sus avances espectaculares se me hace ir a Madrid para intervenir en un acto en el Teatro de la Zarzuela. Cuando me conceden la palabra se me ocurre decir lo que pienso de los momentos actuales y si bien todos los asistentes me aplaudieron frenéticamente, al final me dieron un lavado de cabeza y se me dijo que no me dejarían hablar sin exponer en un guión cuanto pensaba decir.

¿Tenían razones para tomar esas medidas? Puede que sí la tuvieran, pero yo consideré necesario dar un toque de atención para terminar con los terrores infundados y con los mitos forjados y creados en situaciones de pánico humano y normal en nuestro caso.

Dije y repito hoy lo mismo que entonces, cuando oigo decir a nuestras unidades: «¡Que vengan los internacionales, esto no hay quien lo pare no siendo ellos!». Lo fundamental no es en sí la petición, es la manera angustiosa de pedirlo. ¿Acaso los internacionales están constituidos de una materia prima distinta a nosotros? No y no, lo único que tienen es una organización y una disciplina que nosotros debemos adquirir sin tardar un solo día. Su secreto es saber porqué luchan y con esa virtud suplen sus desconocimientos. Por eso da la sensación de tener mucha más capacidad de combate que nosotros, sufriendo con entusiasmo su desconocimiento militar, tampoco ellos son profesionales de la Guerra.

Esto y no mucho más había dicho en mi intervención y por eso no comprendí la razón de tener que presentar antes del acto cuanto piensas decir y sobre todo si al final te dicen: es cierto cuanto has dicho pero hay verdades que no pueden decirse.

Sin la menor duda que eso estaba totalmente en contra de mi manera de ser, si en todo decimos cuanto es cierto y esas afirmaciones tienen demostración, quienes la reciben te seguirán en todo momento.

Había presentado un proyecto o plan de operaciones para ayudar al norte y en último extremo para mejorar nuestro sector. Sí, puede que la división y el Cuerpo de Ejército tuvieran razón de ser una operación, según ellos, demasiado audaz, pero cada día me considero más convencido de que la audacia en las guerras, y digo las guerras, no la guerrita nuestra, el factor audacia jugará un papel determinante en el desarrollo y resultado de las mismas.

Comprendo perfectamente que mis ideas disgusten a los eruditos de la destrucción y a los profesionales que dirigen y comandan esas unidades creadas solo y exclusivamente para la defensa de unos intereses que son enemigos de todos los pueblos y de todo progreso.

Es una majadería seguir pensando que con las guerras la ciencia avanza mucho más deprisa que durante los periodos de paz.

Ellos no comprendieron ni comprenderán jamás a los auténticos genios de las batallas de destrucción y aniquilamiento, pasados, presentes y futuros. No pueden comprenderlo porque someten sus cerebros y mentes más o menos despejadas, a los marcos estrechos de sus arcaicos cuadros cuadriculados. No se trata de falta de capacidad en toda la extensión de la palabra, se trata simplemente de ser esclavos de la tradición. Esta, mientras no se demuestre lo contrario, fue la causa fundamental para oponerse a cuanto rompía con su sacrosanta preparación arcaica.

Por esas tradiciones seculares les costó mucho más que a quienes no estábamos apegados a principios más o menos importantes, el comprender que nuestra guerra era totalmente distinta a cuanto nuestros ejércitos habían vivido y nuestros pueblos sufrido.

Habíamos entregado para la batalla de Guadalajara la mitad del batallón de Caballero al mando del comandante Félix. Un cuadro de los auténticos, un jefe con un solo defecto que fue siempre una virtud ejemplar para su unidad. Por su profesión de calderero se había quedado un poco sordo y con esto se justificaba para no hacer en ningún momento la menor reverencia a las balas enemigas. Se podría contar anécdotas y anécdotas sin fin sobre la conducta y capacidad de este mágico jefe de batallón.

Cuando entrego mi plan para ayudar al norte el jefe de la división me dice:

—Toral, a mí me parecerá bien si está basado en cuanto me expuso hace unos días pero cuando hablé con el coronel le pareció demasiado audaz.

—Esta es la segunda vez que se me dice lo mismo y me parece, jefe, que ustedes deben pensar en dos cosas fundamentales para la marcha de la guerra y para que el ejército republicano pueda triunfar.

—¿Le parecería bien exponérmelas?

—Sin la menor duda y encantado de hacerlo, don Enrique. Primero, conste que yo no estoy en contra de crear un ejército regular superior al del enemigo, pero nosotros tenemos que aprender cuanto se precisa para poder mandar unidades, la mejor escuela para nosotros será el combate pero esa escuela nos resultará un poco cara, so pena que se ponga en marcha la premisa de supeditar todo a la guerra y que la política participe en las decisiones de los militares pero sin imponerse a quienes deben dirigir nuestros ejércitos. Me consta que esto es más fácil decirlo que ponerlo en práctica.

—Me consta, señor Toral, que está idea suya ya la conocen en las alturas.

—Segunda cuestión y de tanta importancia como la anterior, pues la una sin la otra no sería nada: los frentes como los nuestros debían ser los lugares de descanso y preparación para todas esas unidades que siempre están en la primera línea, combatiendo. Crear unidades ligeras en todos los órdenes, material que puede transportarse por la unidad sin ningún aparato desconocido y sí abundante en los dos campos. Estas unidades, y sobre todo los mandos, deben conocer el terreno, deben alimentarse de los depósitos enemigos, no precisan ocupar el terreno que momentáneamente conquisten.

Su misión es la destrucción, so pena que el alto mando le encargue la misión de terminar de ocupar algún punto que a él le interese. Su mayor eficacia debe ser la rapidez para operar en todo tiempo y en todo terreno. Su número debe estar sometido a las posibilidades, pero estas unidades de ataque tienen que ser totalmente distintas e independientes de las guerrillas. Si por desgaste o causas inherentes no pueden ser replegadas se integrarán circunstancialmente en la guerrilla.

Tengamos presente que en el sector de la 32 brigada se puede prescindir, modificando el frente, casi del 50% de sus hombres. Nosotros podríamos hacer, con los medios suficientes, un ataque serio para llegar tan lejos como el enemigo no puede pensar y le crearíamos una situación un poco caótica. Por ejemplo, a San Martín de Valdeiglesias y unos cuantos puntos compartimentados, apoyados en las sierras y en los ríos, sierra de La Higuera penetrando hasta Escalona. Es natural que los ejes de la marcha serían lo que los medios nos permitieran, pero teniendo presente la capacidad de reacción que el enemigo fuera capaz de tener.

Que no podemos disponer de las fuerzas numéricas suficientes para abrir paso a las grandes unidades, nosotros marcharíamos por territorio enemigo para destruir cuanto al enemigo le pudiera ser útil. Las fuerzas especiales marcharían en tres columnas con objetivos distintos y una cuarta que estaría dirigida y mandada por mí para ser el apoyo y refuerzo de las tres primeras. Estas irán divididas en núcleos de fuego con tal potencia que el enemigo será sorprendido en toda acción emprendida por nuestros grupos de asalto.

Queda entendido la importancia de la sorpresa y la rapidez de las operaciones, en estas no podemos perder ni un solo minuto, en cuanto el enemigo nos haga una seria Resistencia podemos estar casi seguros de nuestro fracaso en la destrucción de las posiciones del enemigo.

El ataque debe realizarse desde la retaguardia enemiga cortando toda comunicación con el grueso de sus fuerzas, factor sorpresa y el máximo de rapidez debe ser nuestro lema. En este género de operaciones no pueden emplearse nada más que dos o como máximo tres reglas humanitarias para los vencidos. Según la distancia de las líneas propias podremos hacer o no hacer prisioneros. Si no se tiene ninguna posibilidad de entregarles sanos y salvos en nuestras líneas, no podemos someterles a la tensión de lo desconocido durante horas y horas. Se les pone en libertad habiendo puesto en práctica nuestro sistema de seguridad para nuestras fuerzas. Si algunos prisioneros quieren seguir con nuestras fuerzas se les complace, pero teniendo en cuenta que durante tiempo indefinido deben ser vigilados discreta pero firmemente.

Como en estos datos no podemos exponer todo un tratado de cómo utilizar las fuerzas propias y destruir las enemigas nos limitaremos a exponer escuetamente cuanto habíamos propuesto para ayudar al norte con algo más efectivo que el dinero.

Al entregar mi simple proyecto había desarrollado mucho más de cuanto antecede la eficacia operativa de esas unidades y no solamente para ese sector sino para todos nuestros frentes. Repito una vez más que sin ser enemigo de imitar, yo diría ser capaces de superar a nuestros enemigos, las grandes unidades por falta de cuadros eficaces no jugaron el papel que pudieron jugar en todas sus misiones.

No importa que las mejores fueron capaces de sorprender a nuestros enemigos e incluso derrotarles en algunas ocasiones. Cuando avancemos más en estos recuerdos veremos con más claridad cuanto antecede.

Al Cuerpo de Ejército le parece bien, lo mismo que al mando de la División, cuanto les propongo, pero siguen con su tozudez de considerarlo demasiado audaz. Viendo que con ese proyecto no puedo conseguir nada les propongo mejorar el frente, ocupando Santa Catalina o la Atalaya. De esta forma el ejército no tiene que dedicar todos los días unos cuantos camiones para suministrarnos leña, pues el sector son páramos y canchales. Me prometen estudiarlo y darme la contestación lo antes posible.

Emboscada en la carretera.

El jefe de la División me manda presentarme en su puesto de mando me dice lo siguiente:

—Señor Toral, sería necesario que se presentara usted en Madrid para que le informen de cuanto está sucediendo por esos frentes, no tenemos contacto con Madrid y en estos momentos no sabemos dónde se encuentra el enemigo, lo mismo puede haber ocupado Las Rozas y marchar sobre Madrid que hacerlo sobre El Escorial. Pero le insisto, señor Toral, que debe tomar toda clase de medidas para no tener ningún contratiempo.

Quizás fuera más seguro el marchar sobre las carreteras de Torrelodones a Hoyo de Manzanares y Colmenar Viejo. Si sigo esa ruta no podré ver con mis propios ojos cuanto está sucediendo en la carretera principal Escorial Madrid.

Es necesario exponer algo para saber qué actitud puede y debe tomarse si el enemigo marcha en dirección Madrid y simultáneamente sobre El Escorial. A Enrique le parece bien mi decisión pero me insiste que tenga cuidado porque corro un serio peligro marchando por una carretera que no sabemos en poder de quién está, pero la única forma de averiguarlo es marchando en esa dirección.

Si la carretera fue ocupada por el enemigo nuestras fuerzas deben estar más o menos próximas a la carretera. Mi ayudante Alfonso Moreno está informado de mi diálogo con el jefe de la División y cuando le pregunto si le parece bien mi decisión, y me contesta una vez más que cuanto propuse le parecía bien. Solo me queda por informar al enlace que siempre me acompaña, como es natural a quien debe jugar un papel importante en esta más o menos complicada aventura, al conductor de mi coche, me parece que su nombre era Eugenio, otro que jamás protesta mis decisiones y se limita a repetirme:

—¡Camarada Toral, mi misión es acompañarte a donde tú vayas!

—Bien, camarada, me alegra una vez más tu máximo interés por acompañarme a todos los sitios a los que me desplazo, sin importarte los peligros que puedas correr. Es algo que yo sé valorar en su justa medida.

De todas formas había algo en la conducta de este muchacho que no sabía descifrar. ¿Su interés era personal o tenía alguna otra finalidad? Es algo que hasta entonces no había podido descubrir pero sin importarme seriamente tenía que descubrirlo por ser algo anormal tanto interés sin una finalidad determinada.

Bueno Sayago, vamos para Madrid por la carretera de siempre, pero no sabemos dónde se encuentra el enemigo. Esto es más serio que cuando pasamos por la carretera de Andalucía; de aquella nos salvamos por chiripa, pero hoy pase lo que pase tenemos que llegar a Madrid. Procure no perder el control en ningún momento, seguro que, esté o no esté cortada la carretera, saldremos.

Nos ponemos en marcha con toda clase de medidas para no ser sorprendidos y avistando cada uno desde su ventanilla del coche los menores movimientos de la carretera y sus inmediaciones. No percibimos nada sorprendente en nuestro camino hasta que pasamos el control antes de llegar a Las Rozas. En el indicado control no se nos dice nada y sin la menor duda tenían que conocer la situación real de cuanto estaba sucediendo. A pocos kilómetros del control vimos a un señor que sale de una casita con un fusil en la mano pero no fuimos capaces de saber qué deseaba decirnos ni tampoco si era republicano o fascista.

Paramos el coche, nos ponemos en marcha para acercarnos a su casa, suponiendo que lo fuera, y en cuanto nos vio marchar en su dirección sale corriendo en dirección al ataque enemigo. Regresamos al coche y hacemos el siguiente comentario: «No hay duda que pasa algo raro y que el control debió pararnos o por lo menos decirnos lo que supieran de la situación». Se limitaron a saludarnos y no hacen la menor indicación en ningún sentido, conste que nuestros pasos por los controles se hacían de forma y manera oficial para que no hubiera la menor duda.

Nos ponemos en marcha y cuando menos lo esperamos al llegar al cruce de la carretera de Las Rozas la carretera está abarrotada y tenemos que pararnos sin desearlo. Tenemos a 10 metros del motor del coche una compañía de ametralladoras sobre sus mulos y un grupo de moros que nos miran y se ríen.

Le digo al chófer:

—Tranquilo y procura que no se te cale el motor.

Se acercan dos oficiales y me saludan militarmente por llevar sobre mi gorra la estrella de ocho puntas.

—¡Sayago, marcha atrás y procura que nos distanciemos unos metros!

Es nuestra única solución, distanciarnos unos metros pero el enemigo reacciona por fin para ellos y demasiado rápido para nosotros. Uno de los dos oficiales con dos pasos de costado nos reventó dos o tres cubiertas sin tener todo el cargador de su pistola. También el otro oficial dispara y coloca un tiro en el hombro izquierdo del conductor rompiéndole la clavícula, se ve que la intención no podía ser mejor. Con las cubiertas reventadas y el chófer herido el resultado no podía ser otro que perder el dominio de la dirección y chocar contra un árbol.

—No disparar mientras yo no lo ordene.

Sigo haciendo uso de la sorpresa del enemigo y esta y no otra es la razón de mi orden.

Cuando intentamos abrir el coche por mi lado no es posible a causa del choque con el árbol, pero mi tranquilidad aparente, mi fuerza física y mi deseo de no caer en poder de mis enemigos me dotaron de la energía suficiente para arrancar la puerta del coche de mi lado y sacar al chófer y gritar a mi ayudante como al enlace:

—Correr en dirección a la caja de la vía, seguir sin hacer ningún disparo para no perder tiempo.

Los moros y blancos nos persiguen con sus malditos gritos y con sus imprecisos disparos, afortunadamente, en cuanto entramos en la caja de la vía era difícil cazarnos. Nos persiguieron varios metros, quizá muchos menos de cuanto nosotros creíamos y menos de cuanto ellos deseaban.

Mis camaradas me piden que les pegue un tiro a cada uno y que luego me lo pegue yo.

—¡Camaradas, el último tiro debe ser para el enemigo! Si nos capturan ya se encargarán ellos de matarnos, nuestra única solución es correr y correr. Respiremos un poco, y escuchemos los gritos del enemigo, a mí me parece que cada momento que vivimos se oyen más lejos los disparos y los gritos.

Sigo sin explicarme por qué en ese momento mi serenidad es casi total. Los camaradas insisten en su pretensión de que les mate y les hago dejar ese estúpido deseo diciéndoles:

—Esa misión le corresponde a nuestros enemigos y mucho debo confundirme si esta oportunidad no la dejarán pasar. Las razones y causas las expondremos cuando salgamos de la ratonera. En marcha y poner cada uno cuanto podáis para ayudarnos mutuamente y poder llegar a la estación antes que el enemigo. ¿Cómo te encuentras, camarada Sayago?

—Me molesta la herida, pero sería conveniente no preocuparos tanto de mí.

—No hacerme repetir una vez más mi deseo que es una orden: esta aventura como otras las empezamos los cuatro y los cuatro la terminaremos. Esperad un momento a ver si consigo sujetarme estos jodidos pantalones que me regalaron las mujeres antifascistas.

Eran tan grandes que casi me podía dar dos vueltas a la cintura y por no desairarlas por ese defecto pude caer en manos de los moros. ¡Qué hubiera dicho la historia si por un pantalón de pana los moros hubieran capturado a cuatro antifascistas que jugaron durante la guerra un modesto papel!

Nos ponemos en marcha, mejor dicho marchamos todos lo rápidamente que la caja de la vía nos lo permite y lo más importante, el estado del chófer, cada vez oímos más distantes los disparos y esto me tranquiliza, lo mismo les sucede a los amigos. Hay una tranquilidad en toda esta zona que es en parte un poco alarmante. Marcho en cabeza de la columna de los cuatro y en un momento me parece que en dirección nuestra vienen en fila de a uno varios hombres pero no puedo distinguir bien y le digo a Moreno como al enlace que miren ellos y que yo me encargo de Sayago. Hacemos cuanto decimos y como ellos tampoco son capaces de distinguir cuántos vienen en nuestra dirección pido a mi ayudante mi rifle y destaco en dirección a lo que parece una fila india.

Mis instrucciones son las siguientes: si disparo sobre los que vienen deben marchar saliéndose de la caja de la vía, siempre paralelos al ferrocarril, pero sensiblemente a su derecha.

Mi ayudante sigue confundido pensando que debemos marchar a la izquierda cuando todo nos dice todo lo contrario.

Me aproximo a la famosa fila y según acortamos distancias y marchamos en direcciones contrarias, puedo distinguir que es una sola persona que va cargada y que la distancia, el nerviosismo y como no el miedo nos impiden ver objetivamente lo que tenemos enfrente.

Marcho todo lo rápido que mi estado físico y moral me lo permite haciendo señas a mis camaradas, que me siguen y me encuentro con el machacante de los sargentos del Batallón de San Quintín.

Este muchacho lleva encima de los hombros cinco o seis tabardos y capotes con alguna manta colgada al cuello una bolsa de cuero repujado que según él es donde los moros llevan el kif. Cuando me ve me dice:

—A sus órdenes, comandante.

Pero es un muchacho inteligente y mucho más sereno de cuanto se puede esperar en una situación como la presente.

Rápidamente se da cuenta de su situación y sin perder la serenidad me dice:

—Usted es un comandante rojo.

—Yo diría republicano.

—Como usted diga, comandante.

—¿Cómo te diste cuenta?

—Debajo de la estrella de ocho puntas lleva usted una de cinco y en rojo, los calcetines que lleva doblados son rojos.

—Bien, tu salvación depende de la nuestra.

En el cacheo le saco la bolsa de kif, dos o tres bombas de tipo italiano. Lleva unos cuantos correajes para portar las pistolas, lo que confirma su tesis de ser el machacante de los sargentos.

También lleva en un macuto la obra titulada La religión al alcance de todos, este muchacho sabe sacar partido de todo y por lo tanto me dice:

—Comandante, esto le demuestra que yo no soy lo que usted podía pensar de mí, cuando otros se dedican más a saquear yo lo único que he cogido ha sido esta obra con la cual corre un peligro.

Todo esto me recuerda las muchas cosas que en ese momento pasaron por mi mente y lo que estábamos haciendo unos y otros. Me preguntó qué le sucedería y le dije que absolutamente nada. Le propuse que si quería podía decir que se había pasado a las fuerzas republicanas, pero como eso podía parecer un poco raro, que vería la forma de favorecerle en cuanto pudiera por considerar que se lo merecía.

Le hago unas cuantas preguntas sobre el frente franquista y se ve que sus conocimientos son limitados sobre este tema. Sigo pensando que nuestra seguridad está en nuestra marcha rápida para salvarnos y sobre todo para poder informar a nuestro mando de cuanto está sucediendo en esta zona.

Nos aproximamos a la estación y vemos que en medio de la vía hay un señor con unos prismáticos que nos está observando, que le sucede como a mí, parece que nos conocemos.

Todos los días y a la misma hora se nos presenta en Santa María de la Alameda un señor o compañero de CNT para pedirnos información y novedades de nuestro frente. Este camarada, que si mal no recuerdo debe llamarse si vive Santamaría, era un hombre simpatiquísimo y puede que un periodista. Su charla era amenísima e interesante y tenía entonces como hoy los mejores recuerdos de nuestras entrevistas fugaces.

Se acerca más rápidamente que nosotros hacia él, porque él con sus prismáticos puede identificarnos antes que nosotros. El abrazo que nos dimos fue de los que nunca pueden olvidarse y no solamente por la situación que estábamos viviendo. Se trataba de un conocido agradable y que se puso a nuestra desinteresada disposición para conducirnos a El Escorial o donde quisiéramos, había oído todos los disparos que nos habían hecho y también los gritos durante la persecución.

¡Veamos cómo y porqué él no pasó por la situación nuestra! Cuando se presentó en Santa María de la Alameda y le dijeron que estaba en El Escorial salió disparado para verme, en la división le informaron de mi proyecto de llegar a Madrid por la carretera principal y como él sabía que la carretera podía estar cortada antes de salir de Madrid había tomado la otra. Intentó alcanzarnos cuando estaba hablando con el control y le informan de nuestro paso perciben como decíamos antes los gritos y los disparos que nos hacen en su persecución.

Él no espera estáticamente los acontecimientos o el resultado de ellos, al contrario, se pone en marcha en dirección al enemigo y cuando considera que es peligroso hacerlo con el coche lo hace andando y esa es la causa de encontrarnos en las condiciones antes mencionadas.

—¿Cómo se explica que saliendo cuatro regreséis cinco? Te agradecería que me lleves al puesto de mando de la división para informar a Heredia de cuanto sucede y en el camino te daré algún dato de cuanto sucedió por si eso te interesa. Ten presente que mi chófer está herido y eso es importante.

Sin perder un segundo más nos ponemos en marcha y al amigo Santamaría le explico cuanto nos sucedió. En el control de la estación cuando pasamos no nos indicaron nada y esa fue la causa de casi caer en sus manos. El enemigo se sorprendió tanto como nosotros de esa visita inesperada.

Yo en esa fecha me creía todas las noticias que daba la prensa. Según los periódicos de esos meses todos los días se pasaban grupos de moros a nuestras unidades. Al ver un grupo de ellos charlando en la carretera pienso que son nuestros y que aún no corremos ningún peligro pero cuando miro con más atención y veo las ametralladoras en los mulos y cómo las fuerzas están equipadas ya no tengo la menor duda de estar en poder del enemigo. Tenemos solamente dos soluciones:

1º Continuar nuestra marcha penetrando en el dispositivo enemigo y para eso habíamos perdido tiempo.

2º Ordenar al chófer marcha atrás y distanciarnos algo del enemigo, todo esto se tarda mucho más en relatarlo y no digamos en escribir lo que pasó y cómo nos sucedió.

¿Por qué el enemigo estaba tan confiado en un terreno recién conquistado? ¡No había tomado posiciones aún habiendo ocupado la carretera! Es algo que no comprendí ni comprendo, ¿pensaba seguir avanzando? ¿Sus intenciones no eran conquistar El Escorial como otros puntos vitales de nuestro sistema defensivo?

Es algo que seguramente no conoceremos jamás, pero esto no me impide sacar conclusiones sobre las fuerzas enemigas como de las nuestras y claro es, me refiero en este caso a los mandos.

—Amigo Santamaría, estamos en la división y me perdonarás que no continuemos charlando, voy a informar y a pedir fuerzas para hacer un contraataque al enemigo marchando por su retaguardia.

Me presento al jefe de mi división y le informo de cuanto antecede y cuanto precede:

—Si usted me proporciona un par de batallones podemos hacer una incursión en campo enemigo que le puede impedir su avance dirección Madrid. ¡Si tuviéramos caballería próxima a ese frente sería mejor que sacar otras de infantería de sector o sectores más lejanos!

—¿Qué le parece si pido permiso para que le autoricen a usted a retirar algunas unidades de su frente?

—¡Mi teniente coronel! Cuando quieran salir las unidades de mi sector el enemigo puede estar en Madrid o en El Escorial.

-Perdone, Toral, no voy a informar al Cuerpo del Ejército y ordenaré que le preparen un coche para que marche usted a Madrid, que será lo mejor de cuanto podemos hacer.

Mientras mi jefe hace cuanto me dice me pongo en contacto con mi cuartel general y con el hospital para informarme de mi chófer. Se me dice que la herida no es grave. En la Brigada se alegran grandemente de nuestra aventura y sobre todo del final. Recibida su felicitación les pido que me manden un coche para poder estar lo antes posible, en cuanto termine de informar en Madrid.

Santamaria se marchó para informar a su organización CNT. Mi jefe me manda entrar y me dice que como la situación es muy delicada que no se puede sacar ni un solo hombre del sector por si el enemigo intenta tomar El Escorial y que puedo marchar rápidamente para Madrid para informar al EMC. Lo de mi chófer no es grave y no tardando mucho podrá estar al volante. Esto me alegra seriamente porque la aventura nos costó una herida no grave. Antes de salir para Madrid lo visitamos.

Salimos los tres para el cuartel general de EMC y como nos esperan me mandan a la sección de operaciones. Informo en dicha sección y referente a mi petición. Se me dice que en ese momento no se puede disponer ni de un solo hombre, esperan que durante la noche el enemigo no intente penetrar pues hasta mañana no pueden disponer de fuerzas para contener al enemigo.

Me preguntan cuándo pienso marcharme a mi sector y les digo que deseo estar a primera hora en Santa María de la Alameda. Como no puedo dormir en las horas que tengo para hacerlo mientras me mandan el coche me da por pensar seriamente los acontecimientos y sacar conclusiones de uno y otro campo.

El miedo que no había pasado me lo pasé pensando y pensando en cómo me habrían tratado si me hubieran hecho prisionero.

Resumamos esta cuestión a nuestra forma y manera y procuraremos una vez más todos los objetivos que el caso requiere y merece porque se pueden dar otros similares.

1.- El mando de la Tercera División tenía la obligación de saber cuál era la situación de las fuerzas propias y por lo tanto las del enemigo.

2.- No me debió permitir marchar por esa carretera para intentar adquirir información de las fuerzas enemigas.

3.- Yo debí marchar en esa dirección de manera y forma distinta a como lo hice ante la inseguridad de las informaciones del jefe de la División y su desconocimiento de algo que tanto podía afectarle por estar situado en El Escorial.

Conducta del enemigo:

1º Conquistado el sector de Las Rozas y Majadahonda si hubiera tenido situadas fuerzas en plan de combate a pesar de la sorpresa jamás hubiéramos escapado.

2º ¿Por qué no tenía emplazada ninguna ametralladora o por lo menos fusil ametrallador? Menosprecio de la capacidad de reacción del enemigo y por eso podemos contar cuanto sucedió.

3º Es cierto que en mi coche no va ningún distintivo, pero si bien es cierto que lleva el mismo distintivo que los comandantes franquistas, estas circunstancias no pueden durar tanto tiempo como para permitirnos escapar cuando el coche había sido averiado y el chófer herido.

4º El enemigo debió pensar que detrás del coche del comandante le iba a venir alguna unidad importante y esa pudo ser la causa de no perseguirnos como pudo hacerlo, incluso capturarnos, a pesar de mi supuesta serenidad y valor para salir airoso de situaciones difíciles.

5º Un mando profesional y con un bagaje de conocimientos militares teóricos y luchas en la península desde el 18 de julio hasta cuando se producen estos inquietantes acontecimientos no puede justificar cuanto sucedió por mucho que se intente.

Yo soy el menos indicado por mi ignorancia supina de un arte tan complicado como la guerra donde todo puede justificarse y el crimen organizado tiene siempre justificación especialmente para los vencedores.

Procuré y procuro no menospreciar los pensamientos de mis contrincantes ni las ideas y pensamientos de mis enemigos, pero, modestamente, me permito opinar de su serios y profundos errores en la ofensiva sobre Madrid y en otras muchas operaciones, ante un enemigo tampoco experto como el republicano a pesar del valor y la capacidad de varios de los militares profesionales que cumplieron sagradamente el juramento hecho y la promesa de defender la legalidad republicana.

Digo enemigo republicano porque no se puede decir hasta los primeros meses del año 1937 que la República tuviera un ejército. El enemigo eran unos cuantos mandos militares profesionales totalmente entregados a una causa justa y que defendieron sin la menor duda en su valor y entrega a los intereses de su pueblo. No podemos decir lo mismo de todos los militares que les tocó quedarse en la zona republicana. Puede ser que en la zona fascista también sucediera algo parecido, pero ellos no fueron tan tolerantes como lo fue la República con sus enemigos. Comprendemos y repetimos una vez más lo difícil que resulta en los primeros días el hacerse respetar por las fuerzas que se tenía el deber de mandar a pesar de todas las incomprensiones que el pueblo tenía y tendrá durante tiempo por los errores cometidos injustificadamente por los mandos militares en el pasado.

No pretendemos justificar nada, comprendemos sin esfuerzo alguno el estado moral de las dos partes interesadas, pero no podemos olvidar lo sencillo que resulta hacerse con el respeto y por lo tanto la dirección de unas masas que se entregan y obedecen a quiénes están a su lado para ayudarse mutuamente.

Nada sucede sin una causa más o menos, fundamental, el pueblo no podía creer de la noche a la mañana en quiénes habían sido sus enemigos y le habían tratado como ellos saben hacerlo.

Si esos cuadros con más o menos conocimientos se hubieran puesto al servicio de su pueblo al que tenían el deber de defender, el fascismo italogermánico no hubiera prosperado en España. Franco y sus seguidores no habrían triunfado y la República o cualquier otro sistema democrático hubiera hecho de nuestra patria un país todo lo respetable que puede y debe ser por sus hombres y sus pueblos y también porque no, por su historia.

Nosotros, los auténticos hijos del pueblo, los que no olvidamos que si algo somos es porque él vive y de él nacemos, tuvimos que aprender sobre la marcha de una guerra criminal como todas, y más cuando son civiles, el arte de la destrucción y el asesinato justificado con los procedimientos cada día más refinados de las ciencias. Procuramos, a pesar de nuestro humanismo (las excepciones no cuentan para nosotros), superar a nuestros enemigos en conocimientos y en cuanto fuera positivo para vencer.

Todo esto pudo ser innecesario si esos mandos agazapados, vacilantes, temerosos, se hubieran incorporado a sus puestos del deber. No procedieron como tenían el deber de hacerlo, la historia los juzgara más o menos severamente, pero lo que sí podemos afirmar nosotros es que si ellos hubieran sido capaces de jugar un papel histórico el curso y transcurso de la guerra hubiera sido otro.

Comprendemos sin el menor esfuerzo que esto no pudo ser de distinta forma cómo fue habiendo sido educados en una sociedad como la nuestra. No es un lamento, es recordar los sufrimientos de nuestros pueblos durante la maldita guerra, es seguir viviendo con el recuerdo dantesco de la guerra, los pueblos y ciudades destruidas, las marchas interminables de quienes tienen que abandonar sus hogares y pertenencias, andando sin recursos pues para todos no hay medios de locomoción y el que lo tiene se olvida de quien carece de todo.

Esas sufridísimas mujeres y hombres que, por tener sus hijos en una u otra zona, no saben qué hacer y marchan con la duda y el temor reflejados en su rostro.

Nosotros, los que estamos en los frentes, los que menos sufrimos, pues en el fervor de la lucha cainita nos olvidamos incluso de cuanto nos rodea de miseria humana, cuando tienes un momento de tranquilidad serena te preguntas: ¿y esto por qué y para qué? ¿Acaso los pueblos no pueden encontrar un sistema distinto para dirimir sus discrepancias y sistemas económicos?

Queremos decir lo siguiente: tuvimos el honor de conocer a profesionales y de milicias en varias fases de la guerra, luchamos juntos en casi toda la contienda durante la defensa de Madrid, unos en frentes activos y otros enfrentes casi inactivos, es curiosísimo cómo cambiamos en cuanto una persona más o menos parcial o interesada en realzar a quien se le indica nos saca unas cuantas fotos y publican en sus páginas nuestros nombres en negrita. Parece que esto no tiene ninguna relación con cuanto antecede, pero me propuse, y lo haré, exponer cuanto viví en todas las fases de nuestra guerra y la impresión que me causaron los hombres que conocí, no importa los puestos que ocuparan de responsabilidad; cuanto más altos mejor para reflejar sus conductas en esos momentos trascendentales de nuestra pequeña historia personal y sagrada de nuestro pueblo y causa democrática.

Cuando pasé por el E.M.C situado en el antiguo Ministerio de Hacienda en Alcalá cerca de la Puerta del Sol y el Casino Militar o de Madrid, los que más atención me prestaron y más se interesaron fueron los responsables de la JSU. Desde esa representación situada en dicho E.M.C me marché al CC del PC situado en esa fecha en la calle Serrano, el número no lo recuerdo bien y tampoco merece la pena preocuparse de ese detalle.

Me pidieron la información que tenía y le doy la misma que había dado en los repetidos centros anteriores, afirmando que si el enemigo no quería ocupar El Escorial ,derribar por tanto el frente de casi toda la sierra, era por no tener fuerzas suficientes o por pensar que ocupando Madrid lo otro estaba logrado.

Me invitaron a cenar y tuve el placer de saludar a Paco Galán, al que ya conocía, y como no al fanfarrón de Valentín González (el Campesino).

Cuando entré en el comedor estaba casi completo de comensales de varias categorías. El Campesino estaba contando una de sus muchas fanfarronadas (me parece mas piadoso como dicen los creyentes llamar a esas mentiras, fanfarronadas). Cuando nos saludamos todos el comandante Carlos le dice al Campesino:

—Valentín, sigue contando sobre la defensa de Las Rozas, que Toral regresó hace unas horas de ese sitio después de haber sido hecho casi prisionero y se marchó después con el machacante de los sargentos del Batallón de San Quintín.

El famoso Campesino no sabía qué decir ni por dónde continuar su cuento de miedo. Procuro romper el embarazo de la situación preguntando a Paco Galán qué le sucede por verle con el brazo en cabestrillo y me contestó, tan campechanamente como siempre que le saludo:

—Camarada Toral, tengo una herida de general.

Quiso decirme que la herida no tenía ninguna importancia, esto me alegró seriamente.

Le pregunté al Campesino por el estado y comportamiento de los batallones de choque que habíamos preparado nosotros y que le habían entregado a él. Por su contestación pude deducir que se comportaron como habían sido elegidos y preparados, pero no para un mando de tan poco sentido común como desgraciadamente él tenía.

Verán que no hablo de conocimientos ni del dominio del arte de la guerra, esos batallones estaban a poca distancia de donde nosotros habíamos sido interceptados y habían sufrido un número desproporcionado de bajas con relación a su esfuerzo.

Sin la menor duda, el señor Valentín no tenía ni la menor idea de cuál era la situación real de sus fuerzas y por ese desconocimiento habló de cuanto no había sucedido en esa jornada de lucha. No me interesó ponerlo más en ridículo de cuanto él había hecho y era una misión de quienes lo habían propuesto y elevado al mando el situarle donde se merecía estar.

Salí al día siguiente a primera hora para mi sector y cuando nos presentamos en la 32 brigada se nos recibió con toda clase de parabienes.

Al día siguiente o a los dos días celebramos en El Escorial una reunión de jefes de brigadas para hacer un reglamento para elaborar un folleto de cabo para sargento y de sargento para oficial. Lo designó una comisión de tres jefes que fueron Martín Gonzalo, jefe de la 31 Brigada Mixta (capitán profesional destinado en las fuerzas de asalto); Tagueña, jefe de la 30 Brigada Mixta (un intelectual y no recuerdo si era catedrático o algo parecido), y Toral, jefe de 32 Brigada Mixta (fabricante de pan y almacenista de cereales).

Cuando me correspondió exponer mis ideas dije lo siguiente:

—Hay unas ordenanzas militares que simplificándolas no tienen nada que envidiar a las de otros países. Hay unos reglamentos de la infantería en campaña que les sucede lo mismo y no digamos del reglamento de las grandes unidades. Deseo decir que por lo que a mí se refiere no puedo hacer ninguna aportación y por lo tanto en cuanto tengo tiempo estudio en ellos cuanto considero necesario para poder mandar mi unidad. Vuestro caso es distinto, Gonzalo, profesional, y tu Tagueña, un profesor, quizá podáis aportar más de cuanto precisamos. Que conste que lo celebraría sinceramente por vosotros y nosotros, y si me permitís deseo deciros algo más pero intrascendente para vosotros.

»Conozco algo del reglamento de las grandes unidades francesas y de las alemanas y como dije al principio lo editado por el ejército español no tiene que envidiar a ningún otro. Me leí casi todo lo que se escribió después de la guerra del 14 al 18 por los mandos de unos y otros ejércitos, lo mismo me sucedió con las conferencias del mariscal Foche. Pero con esto no quiero decir ni pensar que comprendí cuando leía, una cosa es leer y otra distinta estudiar.

»Quizás hoy no me sea tan difícil el comprender y en algunas cosas modificar cuanto está desfasado por el tiempo, armas y ejércitos. Vosotros tenéis la palabra y estaré a vuestro lado en cuanto digan.

Tagüeña dijo no conocer las ordenanzas militares ni los reglamentos, pero Martín Gonzalo no podía decir lo mismo. Pidieron una ordenanza y los repetidos reglamentos y nos volvimos a reunir en cuanto pudimos. En la segunda reunión me dieron la razón y les pareció bien cuanto había dicho de dar ordenanzas y reglamentos. Cuando estaban enfrascados en este estudio se desencadenó un combate nocturno que se corrió por todos los frentes. Como no había forma de adquirir una información correcta me despedí de los compañeros y me presenté en pocos minutos en mi puesto de mando.

Desde El Escorial yo no podía hablar con mi puesto de mando, la línea estaba cortada. Esto me preocupa seriamente y lo mismo pensaron los camaradas de las otras brigadas. Informé al jefe de la División de mi salida para mi sector y esto lo tranquilizó mucho; don Enrique tenía una gran confianza puesta en mí y me preocupaba de corresponder a ese honor.

Todo mi Estado Mayor estaba un poco nervioso, por lo visto era la primera vez que participaban en un combate nocturno y esto se quiera o no se quiera siempre impresiona mucho más que durante el día. Situado en mi puesto de mando con todo el E.M a mi alrededor y los oficiales de enlace de todos los batallones, ordeno al jefe de transmisiones que restablezca la comunicación con el Escorial para poder hablar con el jefe de la División y si no puede hacerlo directamente que lo haga con la tercera brigada por la derecha o con la 31 por la izquierda, pero lo más importante es tomar contacto con todos los jefes de batallón para tener información de primera mano, pues mi observatorio me informa de cuanto sucede. Esta fue la primera medida tomada en cuanto llegué a mi puesto de mando y el jefe de artillería está situado en su puesto de combate. Chirinos, Valdés y otros que en este momento no recuerdo están con sus baterías.

Ordeno al jefe de artillería que observe si el fuego enemigo avanza o si continúa en los mismos puntos de referencia nocturnos que podamos tener estudiados. Que no se haga ni un solo disparo de artillería de los juegos previstos mientras yo no lo ordene directamente.

El jefe de transmisiones me pone en contacto con el jefe del Primer Batallón por el ala izquierda y cuando se logra y me da su información le pregunto si el enemigo salió de sus posiciones o sigue en el mismo sitio.

No lo ve con claridad y le explico rápidamente cómo puede distinguirse si el fuego avanza o si siempre está situado en el mismo sitio.

Las bombas de mano no se lanzan sin avanzar en dirección al enemigo y si lo hace cuando piensa que su enemigo se aproxima a sus posiciones. Se ve perfectamente cuando el enemigo dispara avanzando o cuando lo hace desde sus posiciones. Como no tenemos bengalas tenemos que recurrir al oído y a la vista y en el último extremo a patrullas para que salgan de nuestras posiciones y se acerquen a las del enemigo, pero estas fuerzas deben ser mandadas por oficiales que sepan moverse en el terreno durante la noche.

Lo más seguro son los escuchas situados a la distancia que deben estar. Le ordeno que siga a la escucha y que diga a los capitanes de compañía que en cuanto yo diga alto el fuego nadie debe hacer ni un solo disparo.

Esto se repite con todas los comandantes y en cuanto se han creado las condiciones para que simultáneamente cese el fuego, se ordena ejecutar mi orden. Tan solo un comandante, el de siempre, tiene que hacer algo más que objeciones. Mi orden para todos es la de suspender el fuego pues es un derroche de munición el que hacemos sin pena ni gloria. Fue un combate de posición a posición, por miedo de unos y de otros ante el temor de ser atacados. Esto se extendió por todos los sectores y se prolongó hasta el mismo frente de Madrid.

El comandante del batallón de Caballero dice haber hecho bajas al enemigo porque se aproximó a sus posiciones. Le ordeno que en cuanto unos y otros se calmen haga un reconocimiento para que el enemigo no pueda retirar los heridos ni los muertos.

Ejecutada la orden de alto el fuego el enemigo hace lo mismo y pasamos una parte de la noche totalmente tranquila.

Informo al jefe de la División de lo sucedido en cuanto tenemos teléfono, pues la línea había sido cortada entre Santa María de la Alameda y El Escorial. Sin la menor duda por sabotaje sin ninguna relación con el combate del miedo por ambas partes.

Cuando dos patrullas del batallón de Caballero regresaron a sus posiciones el parte fue no haber encontrado muertos ni heridos, le digo al comandante que repita la operación en cuanto la luz del día permita distinguir sin duda alguna todos los objetos sobre el terreno.

Resumen de este incidente sin importancia en toda guerra: cuando no podemos comunicar desde El Escorial con Santa María de la Alameda mi conductor en este caso es el jefe de Transportes de la unidad y me dice:

—¿Te interesa mucho llegar rápidamente?

—Sí, pero teniendo en cuenta que lo más importante es llegar. Si la carretera la hubiera cortado el enemigo, cosa que no creo, lo sabremos no tardando.

Nos ponemos en marcha y el conductor tiene una gran pericia con el volante, la carretera es una cuerda en el bolsillo. Jesús, el jefe de transportes, me había presentado a su novia que casi todos los días me repetía su canción favorita: «Tengo una novia que es la chica más guapa de Madrid». Cuando tuve el placer de recibir a mi ayudante Alfonso Moreno, este estaba pendiente de mi reacción por este acontecimiento, socarronamente no hacía nada más que sonreír: la novia del jefe de transporte era la chica que yo había dicho sería mi mujer cuando tomé el mando de la columna.

—Tienes razón, amigo Jesús, puedes presumir de tener la novia más guapa no de Madrid sino de toda España. Si no tenéis inconveniente alguno me gustaría ser vuestro padrino.

Le consultaron y me dijeron que por ellos encantados. Para mí fue una desagradable sorpresa por no tener la menor idea de que esta muchacha fuera la novia de quien yo consideraba como amigo, pues de saberlo no había pensado ni dicho cuanto dije. Desde ese momento me olvido de mis deseos, pues para mí el respeto a los amigos es algo sagrado. Jamás tuve ningún aventura con ninguna mujer casada, ni soltera, que se preciara de serlo.