Nilamón Toral

Memorias Incompletas

© Publicación realizada por Jaime Cinca Yago con la autorización de la hija y nieto de Nilamón Toral, Licia Toral de Córdoba y Juan Manuel Salaberry Toral. Para utilizar material de esta publicación deberá citar la fuente.
Nilamon Toral en Belchite, septiembre 1937

INTRODUCCIÓN

Lo que van a leer sobre Nilamón Toral Azcona es un periodo muy corto de su vida, un relato de su juventud y de su actuación en los dos primeros años de la Guerra Civil. A su muerte con 75 años había hecho innumerables cosas buenas.

Creó una familia, dio vida a una hija y tuvo dos nietos, además de muchísimos y muy buenos amigos.

Pero también habría que destacar los más de 18 largos años pasados en las cárceles de Porlier, Ocaña, Guadalajara, Yeserías, Alcalá de Henares, Burgos, etc., aquí ganó la batalla más importante de su vida.

Luchó por la justicia social y los que fueron sus compañeros de cárcel saben lo que representó tener a Toral con ellos. Todo, absolutamente todo, se compartía: medicinas, comida, ropa, había verdadero compañerismo.

Militó en la Juventudes Socialistas Unificadas primero y luego en el Partido Comunista hasta su muerte.

Toral fue un idealista y un gran amante de la humanidad, y ya saben ustedes, los idealistas molestan mucho a sus jefes de partido.

Nació en una familia humilde y trabajadora pero con su esfuerzo consiguió ser socio industrial de un empresario francés que tenía una fábrica de harinas en Valdemoro. En el año 36 ya tenía una buena posición y capital a lo que renunció por defender a la República.

Desde que salió de la cárcel tuvo que empezar de nuevo, vivió primero con sus suegros y luego fue un trabajador más en una empresa constructora.

Murió en el Hospital Clínico de Madrid en una habitación compartida con otros 5 enfermos.

En los últimos años de su vida luchó por hermanar a las dos Españas a través de la asociación Unex a la que dedicó una gran ilusión y esfuerzo.

Nilamón Toral nunca tuvo que agradecer nada al Partido Comunista y sí a muchos de sus militantes y camaradas.

Y yo, su hija, albergo un sueño: que comunistas, socialistas y demás partidos políticos tengan algún día en sus filas a un militante como fue mi padre Nilamón Toral Azcona.

Utopía, ¿verdad?

Licia Toral de Córdoba

APUNTES Y NOTAS PARA SER AMPLIADOS

Mi marcha de Dos Barrios: primero a Valdemoro y luego a Carabanchel.

Es para mí un acontecimiento de suma importancia tomar contacto con otras clases de la sociedad que si bien en el fondo no difieren, sí lo hacen en lo externo.

En estos años transcurridos sin más mentor ni más orientador que mi instinto, puedo ir comprendiendo lentamente lo difícil que me será amoldarme a una vida totalmente distinta a cuánto había vivido durante esos años.

Me despido de Valdemoro porque no puedo seguir tolerando que uno de mis jefes me ofenda proponiéndome ganar más pero con la condición de no atender a los clientes en el despacho. Me hacía trabajar 14 o 15 horas. Eso para mí como para todos los dependientes era normal en esos años. Sentí mucho no poder aguantar al señor Luis y sobre todo no cumplir la promesa que hice al señor Hipólito; aunque años después seríamos socios en el mismo negocio. Entonces no sabía valorar factores que hoy creo conocer algo.

Para mis padres y mi tío Julián es una gran sorpresa mi regreso (sin avisarlos) al pueblo. Mi madre es la única que me comprende: ella sabía que a mí no se me podía imponer ni condicionarme nada sin algún razonamiento, por insignificante que este fuera.

Mi madre consiguió de mí cuánto se propuso sin esforzarse en nada.

Se me plantea el dilema de continuar en mi pueblo o salir para donde sea. En Dos barrios me encuentro totalmente desplazado por no poder adaptarme a un ambiente como se seguía viviendo: los señoritos sin dar golpe en todo el año y los pequeños propietarios defendiéndose de sus caprichos y estando totalmente sometidos a los dos clanes familiares que mandaban hacer y deshacer según ellos acordaban en el Casino llamado de los Señoritos. Los totalmente desposeídos no tenían voz ni voto, dependían de los caprichos de los de arriba y de la doble explotación de quienes tenían que obedecer a los señores. ¿Se podía vivir en un ambiente como este?

Los llamados señoritos se reunían por la mañana en la plaza del pueblo donde se colocaba el Mercado del Pueblo, ellos presenciaban la compra que sus esclavos hacían, cómo vestían las mujeres y si no los saludaban ponían a sus maridos en la lista negra para no darles trabajo.

Repito que no podía aguantar ni resistir un ambiente tan zafio y tan falto de humanidad comprensiva. Mi padre me había dado soberanas palizas por criticar y decir a los señoritos algunas de las cosas que se merecían y en particular al Señor Cura.

Me pongo en contacto con mi tío Joaquín, un primo de mi madre, y este me dice que me marche a su casa para colocarme. Vive en Carabanchel alto con su familia. Es aquí donde cambia totalmente mi vida. La primera fase fue al tomar contacto con el pueblo de Valdemoro, colegio de guardias jovenes, convento de hermanas de la caridad y unos patrones un poco distintos a los de los de Dos barrios. Hay proletarios que tienen una mentalidad distinta a los campesinos.

¿Qué hago en Carabanchel alto en casa de mis tíos? Espero que me coloque en lo que sea, el trabajo para mí no tiene importancia. En casa de mi tío me encuentro tan bien o mejor que en la mía. Mis tíos y primos son estupendos, fui tratado como uno más de la familia, nunca olvidaré el comportamiento de todos para conmigo.

Mientras mi tío me consigue mi primera colocación, visito Madrid y me relaciono con personas totalmente distintas a cuantas había tratado hasta entonces. Debo decir que en mi primera estancia en Valdemoro vi en Madrid por primera vez una velada de boxeo. Este deporte no me agradó nada y por no tener ninguna noción de dicho deporte salí defraudado. Los amigos que me llamaron me decían: «Si tú sales en ese tablado los matas a todos de una bofetada o un puñetazo».

Digo cuanto antecede porque esto puede tener alguna importancia en mi manera de ser y de comportarme. Yo manejaba a los 15 o 16 años los sacos de 100 kilos con gran soltura.

Sanatorio del Doctor Esquerdo.

Mi tío me coloca a los pocos días en el sanatorio psiquiátrico del Doctor Esquerdo o sea en el manicomio. Me encantaría saber escribir para relatar cuanto vivía en ese terrible y maravilloso tiempo. Me consta que mi tío hubiera preferido colocarme en algo mejor y menos desagradable moralmente, pero en esos años no era fácil conseguir una colocación para quien solo conocía algo de la fabricación del pan y su venta.

Mi tío era un hombre estupendo para hacer cuantos favores pudiera, pero tenía un temperamento fuertísimo, por no decir brutal. Era un poco farolero, pero con unos sentimientos humanos que muchos quisieran. Participó en la guerra de Filipinas y tenía alguna condecoración o medalla por su conducta. En su profesión de cartero era todo un personaje; tenía infinidad de amistades, pero tenía enemigos por ser demasiado crudo al enjuiciar a ciertos personajillos. Lo asesinaron cuando se perdió Carabanchel (en su tiempo y lugar, hablaremos de esto).

Ya estoy en el manicomio del doctor Esquerdo. Este empleo fue para mí decisivo para hacer algo de cuanto me propuse ser para mis semejantes fue maravilloso, cuánta mentira humana, cuánta miseria, cuánto egoísmo, cuánta criminalidad y cuánto salvajismo miserable. Este pasaje de mi vida merece mucho más espacio del que yo pueda dedicarle.

Datos para ampliación: yo era jefe del departamento de agitados consigo hacerme con el departamento y a las pocas semanas saco de paseo a todos cuantos están en condiciones de andar.

Quizás fuera algo descabellado, pero fue un pequeño ejemplo de cuánto puede hacerse con los seres humanos a pesar de su anormalidad, según los que se consideran o nos consideramos normales.

Segunda fase de mi vida: voluntario en el 2º de Ferrocarriles y Boxeo.

Mi tío Joaquín me recomienda a cuantos conoce del 2º y se me recibe estupendamente por ser su sobrino y por ser campeón del cinturón de Madrid de boxeo. Mi tío, gran deportista sin haber practicado ninguna clase de deporte, me hace una buena faena: prácticamente sin consultarme me enfrenta con un boxeador para que me enseñe. A mí no me gustaba ni me ha gustado nunca el boxeo como espectáculo, pero yo no podía desairar a mi tío, que estaba totalmente entusiasmado con lo que yo podría ser en todo cuanto él pensaba. En el transcurso de mi vida hice muchas cosas que no me agradaban y que sabía que me perjudicaban, pero ya lo iremos viendo en el en el transcurso de este relato. Parece tonto, pero es estúpidamente cierto que al ser algo que no tiene ninguna relación con lo que solicitas te abre las puertas y te proporciona amistades, unas falsas y otra sinceras.

Mi profesor me dio tales palizas que sin querer tuve que tomarme en serio el aprender algo que desconocía totalmente. Las clases fueron golpes y más golpes sin enseñarme lo más rudimentario para pararlos o amortiguarlos. En la primera sesión me desfiguró de tal manera que cuando llegué a casa de mi tío, mi tía y mis primas casi no me conocían, las cuatro lloraron seriamente. Para mi tío debió ser un sufrimiento serio el palizón que encajé. Me dijo que lo dejara, pero yo le dije que no se preocupase: «Dentro de pocos días le devolveré con creces esta paliza».

Compro revistas y pregunto a cuantos tienen algún conocimiento de este arte brutal. Sigo cobrando, pero menos, durante cinco días. Le encargo a mi tío que reúna a todas sus amistades para la semana siguiente celebrar públicamente el entrenamiento en el Cine Teatro de Carabanchel alto.

Mi profesor está sorprendido porque no comprende porqué sé cubrirme y esquivar, pero que no pego. Quizás no fui justo, el hombre me enseñó cómo le habían enseñado, pero yo quería darle una lección para que empleara un método distinto. Cuando empezamos el entrenamiento le dije: «Cúbrase porque le daré una paliza». «No será tanto». Nada más empezar salí atacando (cosa que nunca hice por no poder pegar en frío). Su sorpresa fue tan grande que en el segundo asalto se quitó los guantes y me dijo: «Que te enseñe tu padre». Pensé que se volvía loco de contento cuando bajo su dirección quedé vencedor del cinturón de Madrid. Sinceramente no me causó ninguna impresión.

En el 2º de Ferrocarriles, el capitán Acosta, amigo de mi tío, tenía gran interés por mí, pero yo no quería recomendaciones. Debía haberme presentado a otros oficiales y en particular a los sargentos que eran muy amigos de mi tío, pero no lo hice y esto me pudo costar un disgusto. Un sargento que me vio entrenar y que quiso lucirse, me mandó un servicio que no me correspondía y cuando iba con dos calderetas, una en cada mano, me mandó firme ante la compañía y me lanzó dos bofetadas diciéndome: «Toma, para que aprendas, boxeador». Me costó un poco dominarme, pero lo conseguí; se me había enseñado que un boxeador no puede pegarse con nadie no siendo en legítima defensa y en el cuartel no había defensa posible.

Al día siguiente el sargento Cuenca está en el café Cordero, tomando unas copas con mi tío; cuando me presento me dice: «¿Qué haces tú aquí?». Mi tío no me permite contestar y le dice: «Este es mi sobrino, del que te hablé». El hombre no sabía qué decir, y por fin me dice: «¿Por qué no se presentó a mí?». Para que mi tío no sospechara le dije que pensaba hacerlo. Si mi tío se hubiera enterado, era capaz de darle una paliza por ser un hombre fortísimo: pocos podían a pesar de sus años ganarle en el pulso.

Mi tiempo en el cuartel es bueno por estar recomendado y por ser boxeador. Fui con la intención de ser militar, pero a pesar de hacerme cabo y haber podido ser sargento, cada día me gusta menos la milicia por ser una organización donde el único que siempre tiene razón es el mando y no importa la categoría: el soldado es solamente un número.

Ya conozco ideas políticas: cada día descubro nuevos mundos en mis relaciones. De pequeño yo decía ser anarquista por haber leído algo en El Liberal que todos los días recibía mi padre. El atentado de Mateo Morral, la Semana Sangrienta de Barcelona, todo estaba formando en mí algo que sería la base fundamental para ser lo que más tarde sería, si es que algo fui. La Gran Guerra dejó en mí grandes incógnitas que de haber sido resueltas pudieron ser base para adquirir conocimientos que aun siendo durante años un antimilitarista, hubieran servido a mi pueblo para la defensa de sus intereses.

Todos mis amigos tenían que escuchar mis lecturas de las batallas que se daban en la Gran Guerra. Las personas mayores también algunas se interesaban para que yo les leyera las crónicas (muchas no sabían leer). Hice en el taller de mi padre varios cañones de madera para hacer preparaciones artilleras: nadie me enseñó cómo debía fabricar un cañón, pero yo, sin que mi padre lo supiera, hice unas cuantas piezas con sus ruedas, todo de madera, cargado con petardos para ser disparados. No explotó ninguno porque, afortunadamente, al vaciar el tubo lo hice de más diámetro que el petardo.

Claro está, no podíamos precisar el tiro ni hacer una concentración de fuego, pero hacíamos ruido y en el pueblo se asustaban de nuestras perrerías según los sabios del lugar.

Pido salir a practicar y se me destina a M2A. Estación de Atocha. Se nos recibe a los militares en prácticas como revienta huelgas, tienen razón para desconfiar de nosotros: el servicio está montado para eso y no con otra finalidad. Consigo sin gran esfuerzo ganarme a cuantos brigadas están en el servicio de movimiento. Son unos compañeros estupendos. Ganan un sueldo mísero y se les obliga a tener que hacer pequeños hurtos para poder sacar sus familias adelante.

Un triste ejemplo: se le muere a un compañero un hijo y no puede enterrarlo por la iglesia porque esa familia no puede pagar el entierro.

Se abre una suscripción para pagar el entierro y como no se cubren los gastos les digo que yo lo pagaré y lo pago; quedándome sin desayuno durante un mes.

En ferrocarriles se me da toda clase de facilidades para mis entrenamientos y particularmente para las peleas. Consigo en mis desplazamientos llegar hasta los puntos más distantes de la línea M2A. El contacto con los catalanes y personas de otras regiones me servirá más tarde para ser comprendido y obedecido en los momentos más difíciles de nuestra guerra. Se me pide por todos los compañeros ferroviarios que siga en la compañía pero yo considero que soy un intruso y por lo tanto pido la rescisión de mi compromiso para que ese puesto sea ocupado por un hijo del cuerpo. Me consta que sintieron mi marcha como yo sentí dejar a tan estupendos compañeros.

Dejo ferrocarriles sin tener nada seguro para vivir. El boxeo me agrada como deporte. No soy capaz de someterme al engaño y los asqueantes chanchullos de todos los tiempos. Solamente el boxeo amateur es sincero; en el campo profesional casi todo son mentiras y combinaciones. En la ferroviaria conozco a un amigo que es comunista y me causa una impresión estupenda: Urrutia fue para mí una pequeña luz que otros agrandarían.

Para él fue una gran sorpresa cuando nos encontramos en Valencia siendo yo comandante y con mando de división y él con un cargo de tanta o más importancia que el mío.

Tercera fase y quizás la más importante: afiliación a UGT. Trabajo en Cuatrovientos. 1930 último combate de boxeo.

No quiero esperar ni un solo día sin trabajar y mi tío Joaquín, una vez más, se encarga de colocarme. Habla con el amigo Quinito Valverde (hijo del compositor de música) y me presento al instructor de la escuela de mecánicos en Cuatrovientos.

Quinito era un caso digno de estudio. Había sido separado o expulsado del ejército.

Me es sumamente necesario hacer saber que el novio de mi prima Concha, después su marido, fue para mí un mentor y un director espiritual. Yo diría mejor: me enseñó a coordinar y despejar las incógnitas y desbrozó mi cerebro enmarañado para poder caminar por el camino socialista. Su seriedad, su capacidad profesional y su dignidad como obrero fue ejemplo que en los momentos de dudas siempre recordé. Gracias, Antonio, por tus lecciones gratuitas y gracias por tus atenciones en todas las circunstancias históricas de nuestro glorioso pueblo trabajador.

Trabajo con pico y pala mientras hacemos todo el zanjeo de dicha escuela de mecánicos. El contratista quiere enchufarme, pero una vez más rechazo esa proposición. Los compañeros están asociados sindicalmente y me permiten ingresar en el sindicato de la UGT. Me hago de dicho sindicato y visito la casa del pueblo. Esto fue trascendental para mí y por lo tanto me marca el camino a seguir para no olvidar jamás que soy un trabajador y que esté donde esté y sea lo que sea me debo a mi clase y nada más que a mi clase.

Se me encarga hacer todo el trabajo de la Ferralla. Le pido unas aclaraciones a mi primo Antonio y este, en dos o tres clases, con ejemplos, me pone al corriente para no fracasar en este empleo. Consigo ganarme la confianza y amistad de cuantos trabajan en dicha obra.

Un camarada carpintero encofrador me habla del anarquismo y esas teorías me agradan seriamente; pero tardaría mucho en comprender que esas frases idealistas no pueden ser puestas en práctica por nuestro brutal egoísmo.

Carecíamos, y carecemos 50 años después, de la preparación sociopolítica para crear un mundo casi perfecto. Ya veremos más adelante como en ese terreno no me dejo influenciar

por ninguna idea ni por ninguna teoría por bien expuesta que me la presenten.

En el año 1930, trabajando en esa obra, realizo mi último combate de boxeo.

La pelea se desarrolla en Gijón en el local más importante. Mi contrario es el famoso Legionario Peña: es un terrible pegador, pero no encaja casi nada y tiene un boxeo mediocre. Todo lo confía a su terrorífica pegada.

Si a este pasaje de mi vida le doy más importancia de la que tiene es porque fue la última gota que, como vulgarmente se dice, colmó el vaso de mi asqueada comprensión para tanta inmoralidad y mentira en cuanto vivía en unas esferas sociales y en otras.

Yo sigo trabajando en mi obra en Cuatrovientos y la prensa de Gijón decía que mis entrenamientos a puerta cerrada en una finca en las inmediaciones de dicha capital era un gran secreto.

Mi famoso manager Raúl Redonet, después de uno de mis entrenamientos en el gimnasio de la ferro, calle Atocha, 68, me dice:

—Te concerté una pelea con Peña en Gijón para el día tal —esto sucedió tres días antes de celebrarse la pelea—. Yo no puedo acompañarte ni estar en tu rincón para dirigirte la pelea. Cuando llegues a Gijón te visitarán mis representantes y se encargarán de ti. Como ves por estos recortes y periódicos, tú estás en Gijón desde hace tiempo preparándote para una pelea. Tengo razones muy poderosas para pedirte este gran favor y haber abusado de tu bondad.

—Tú sabes que a mí no me gustan estos tapujos ni estas mentiras, esto es una falsedad y un terrible engaño para los que creen en el boxeo. Jamás me sometí a tongos y por eso peleo menos que otros.

—Si te comprendo, Toral, pero te prometo que si me haces este favor me haces el mayor de los favores, y que jamás se repetirá nada parecido.

Me habló de forma confusa de problemas familiares y otras cosas de gran importancia para él.

Por fin salgo para Gijón un día antes de la pelea. Me entregó el billete de tren y la nota para la dirección, también una carta que no quise leer para los que me recogerían para estar en mi rincón en su representación.

Yo tenía un mar de confusiones por el planteamiento de esta pelea; ciertamente no sabía qué hacer ni a quién recurrir para que me aclarara que debía hacer y cómo comportarme: si se lo planteo a mi tío me dice que no debo ir en esas circunstancias, por eso no dije nada y salí confuso, pero sin miedo de ninguna clase. Por la mañana el mismo día de la pelea se presenta mi contrincante con dos señores más a los que no conozco pero que dicen ser los encargados por mi manager para representarle. Peña y yo nos conocemos, pero no tengo la más mínima intimidad con él por haber sido legionario, algo para mí desagradable. Quizás en la susodicha legión pueda haber hombres tan humanos como en cualquier sector de la sociedad, pero yo no los conocía y hoy con más conocimiento de causa sigo sin conocer a ninguno. Sin preámbulo de ninguna clase, Peña me dice:

—Para mí esta pelea, como te habrá dicho tu manager, es decisiva: si te gano, puedo disputar el campeonato de Europa del peso medio; pero si tú me ganas se terminó mi carrera pugilista. Para mí es vital porque tengo una hermana en un sanatorio psiquiátrico y soy el único que se ocupa de mi familia.

Al decirme lo del sanatorio me recordó las miserias y las calamidades de tipo criminal que yo había visto y presenciado en el sanatorio Esquerdo. En ese momento me olvidé de su

origen legionario y de que estaba profiriendo una inmoralidad para el sufrido público deportivo: público que paga y no sabe jamás, aunque se lo supone, cuánta mentira y miseria hay en cuanto parece serio y honrado. No le dejé terminar su discurso y le prometí no tirarle, me dejaría ganar la pelea, pero haciendo un combate que el público aplaudiría pensando que era de entrega total por ambas partes. Tenía yo fama de persona seria y de fiel cumplidor de cuanto prometía.

Se marcharon estos y unas horas antes de la pelea se me presentó un marino que me dijo ser aficionado del boxeo y que antes de empezar la pelea, aunque fuera en el mismo ring me diría algo de suma importancia para mí.

Mi confusión era grandísima, no tenía con quien discutir un asunto tan serio como él del engañar al público y perder una oportunidad de terminar con un mito como el del famoso legionario de pegada fulminante. Su pegada era sin la menor duda impropia de su peso, pero yo las tomaba bien y sabía estar en el cuadrilátero. ¿Qué había entre mi manager y la familia Peña? Nunca supe la verdad por razones más importantes que estas estúpidas incidencias en una vida frívola y llena de cuentos y no infantiles.

Años más tarde otro Peña, por cierto, sobrino de este, se comportaría conmigo mucho peor que su tío; fue un inmoral en toda la extensión de la palabra, pero dejemos esto para más tarde.

Repito que en esta situación anímica confusa sin saber qué partido tomar, pero recordando mi promesa busco en el zurrón de mis recuerdos algo que me sirva de orientación para hacer frente a mi compromiso de una manera lo menos desairada para el público. Este retroceso a mi no lejano pasado me recuerda otra pelea en las condiciones más desfavorables físicas que puedan darse a un luchador. Sucedió siendo amateur de regreso en un servicio de la línea M2A en el tren de mercancías (no recuerdo el número). Tenía como rutina de entrenamiento correr desde San Fernando de Henares a Vicálvaro a favor de su marcha, y antes de llegar a la estación montarme en la garita, para estar en mi puesto a la llegada. Bien porque el maquinista tomó más velocidad de la convenida o porque yo calculé mal mi salto, cuando quise tomar la única garita, el estribo estaba situado en el lado contrario de la marcha y me quedé colgando de la barra pasamano para subir a la repetida garita. El estribo recoge mi cuerpo y me da unas cuantas vueltas. Toda mi preocupación es que me despida para el exterior, procuro juntar las dos piernas para que los vagones no me seccionen ninguna; en ese momento pienso meter la cabeza dentro si pierdo una pierna o un brazo. Afortunadamente no sucede nada grave. Cuando no puedo resistir más me quedo rígido y terminan de pasar todos los vagones del convoy. El tiempo se hace interminable cuando se viven esas situaciones. Durante unos segundos no puedo ponerme de pie, pero me separo de la vía para no correr ningún peligro, me encuentro a unos dos o tres kilómetros de la estación de Vicálvaro; confío en el maquinista y jefe del tren, que en cuanto vean que no llegué con ellos intentarán encontrarme. Consiguieron estos compañeros retrasar la salida; unas veces a gatas otras no sé cómo, conseguí recorrer casi todo el recorrido hasta que me vieron. Sin guerrera, sin camisa, solo con unos girones de camiseta y pantalón, me montaron en el tren y llegamos a nuestro destino de Atocha.

Me transportan al botiquín de la estación para que me cure el médico; me cura y me hace un reconocimiento a fondo, sabe que el domingo tengo que pelear en el campo de la ferro: «Toral de pelea nada en unos cuantos días». Tengo tres o cuatro días para recuperarme antes del domingo. Se comunica a la Federación mi accidente para que quite mi nombre de la cartelera. Yo les digo que seguramente estaré en condiciones de hacer los cinco asaltos o tres de tres minutos. Durante esos días no hago ninguna clase de ejercicio. Tengo casi toda la espalda llena de esparadrapo y venda. El domingo por la tarde me persono en el campo de la ferro y, cuando estoy junto a la cartelera, mi contrincante está diciendo que siente mucho mi accidente porque pensaba darme una gran paliza. Esto me molestó y me obligó a presentarme al médico de Federación para decirle que deseaba pelear; me dijo que él no podía complacerme, que lo sentía mucho.

Por fin consigo que bajo mi responsabilidad me dejen saltar al ring. Mi presencia es un poco sensacional por haber dado por descontado que no podía pelear por mi estado físico. Solo podía hacer una cosa que no era normal en mí: situarme en el centro del ring y esperar el ataque de mi contrincante. Como no puedo desplazarme por tener las piernas y la espalda lesionada, opto por esperar a pie firme el ataque de mi contrincante. En mi serio cambio de golpes consigo tocarle y sacando fuerzas de donde aparentemente no las hay consigo noquear al fanfarrón de mi contrincante. Todo esto lo estoy viviendo en Gijón, donde me encuentro magníficamente preparado mentalmente esperando el combate más raro de mi corta carrera deportiva, sin nadie que me aconseje y sin saber cómo salir de este pequeño maremágnum.

Mi presentación ante el público gijonés causa buena impresión por estar preparado y sobre todo sereno; porque después de lo del tren, tengo quizás demasiada confianza en mí mismo. Mi tesis es que si entonces no me sucedió nada importante, jamás me sucederá nada irreparable.

Antes de empezar el combate, el marino mercante me dice: «Cuidado, Toral, Peña piensa tirarte en el primer asalto. Mucho cuidado».

Nada más salir peña se lanza sobre mí como hacía con todo sus contrincantes para tirarlos en el primer asalto o dejarlos en condiciones de inferioridad para el resto de la pelea. Acepto el cambio de golpes en el ring y consigo frenar su serie de golpes, que son totalmente demoledores y mucho más cuando se reciben en frío. Bloqueo bien con los antebrazos y cuando menos se lo espera lanzo mi derecha, que según decían mis contrarios tenía gran potencia en corto, y el pobre Peña fue totalmente tocado. Pero en ese momento desfilan por mi pensamiento cuanto había contado de su familia. No me marcho a mi rincón y el árbitro empieza a contar cuando ha transcurrido mucho más de un minuto. El público fue estupendo, se dio cuenta que yo no quería ganarle en esas condiciones y contaron treinta o más antes de empezar el árbitro. En cuanto Peña se puso medio en pie, yo me lancé sobre él para transportarle en mis brazos durante el resto del asalto animándole y diciéndole en el cuerpo a cuerpo: «Venga, hombre, respira hondo no te preocupes que cumpliré mi promesa».

En el segundo asalto se repone un poco y sin que el público pueda decirme nada me toca animarle hasta el asalto que está totalmente repuesto y yo un poco cansado de mantenerlo durante ese asalto. Ciertamente, Peña, como otros boxeadores que no encajan nada en frío, en cuanto su organismo se calienta lo hace mejor. Para mí fue un agradable asombro ver que el magnífico público gijonés no dijo ni una palabra en contra mía ni me pidió como otras veces: «Termina con él, mátalo». Esto es lo desagradable del boxeo. El séptimo asalto es muy nivelado donde boxeamos él con su escuela y yo con la mía; según la prensa, mucho más dominio mío del ring y de la técnica. Pero este final yo no lo tenía previsto ni habíamos hablado nada sobre él, en el octavo mis segundos tiran la toalla cuando yo me encuentro en magníficas condiciones y Peña está totalmente repuesto. Me enfadé por este acto y tiré la toalla al patio de butacas. El público me dio una gran ovación y me decía que yo había ganado el combate en el primer asalto. Es curioso, pero fue ante esa decisión de mis segundos cuando el público protestó seriamente. ¿Quizás pensaron que no podían darle vencedor los jueces y por eso lanzaron la toalla?

Terminada la pelea, ni mis segundos ni nadie me habló de las incidencias del combate. Cuando regresé a Madrid rompí con mi manager, al que jamás vi, pues el boxeo había terminado oficialmente para mí. Me gustó como deporte, pero no podía pegar en frío ni ensañarme cuando mis contrincantes estaban en inferioridad. El público, la mayoría, tiene los instintos que debe tener el boxeador: el enemigo tiene que ser aniquilado.

Sindicalismo. Golpe en Cuatrovientos, 1930.

Volvemos a lo que ciertamente tiene verdadera importancia: el año 1930 es decisivo para mis decisiones políticas. Pertenezco a la unión general de trabajadores, pero políticamente no soy de ningún partido, pero tengo relaciones con anarquistas, socialistas y no digamos con unos cuantos comunistas, como anteriormente expongo. Lo mismo me sucede con otros sectores políticos. Sigo sin comprender por qué los trabajadores no se unen en una sola sindical, por qué luchan entre sí cuando con estas luchas solo consiguen fortalecer a sus enemigos de clase.

Tampoco es para mí sencillo comprender los ataques de los llamados socialistas y los comunistas. Comprendo que los anarquistas son enemigos de todos cuanto no piensan como ellos y que por su idealismo extraterrestre actúen, sin desearlo, al servicio del enemigo común.

Me sucede lo mismo con todos los sectores que dicen ser de izquierdas y se combaten con gran ferocidad, pero estando en el fondo totalmente de acuerdo para impedir toda evolución en beneficio del pueblo.

Todo cuanto puede decirse además de cuanto se dijo durante años y años sobre este tema no impiden que cuantos creemos en el origen sin mácula del nacimiento y desarrollo (y mayoría de edad ) de los trabajadores, podrán, en un tiempo por venir, terminar con ese estado de cosas que impiden que la humanidad sea tan feliz como merece serlo. Por esto y mucho más, sin comprender el fondo de problemas confusos para mí, me coloqué y sigo colocando al lado de mi clase, la única que puede y debe ser capaz de crear una sociedad totalmente justa. ¿Cuándo se logrará? No lo sé y sinceramente no me preocupa profundamente. Pero estoy totalmente convencido que más tarde o más temprano el mundo dejará de ser tan miserable, tan egoísta y tan brutal como empezó a serlo desde la desaparición de la sociedad primitiva. Con esa meta tan lejana, con ese espacio sin límites, con un horizonte totalmente negro, pero con una pequeña lucecita en ese fondo inmenso, me puse en marcha hace años sin saber el porqué pero si para qué.

Después del fracaso de la sublevación de Fermín y Galán con otros oficiales en Jaca, en el 1930, se produce la estúpida intentona de Cuatrovientos. Cuando pretendo llegar a la obra donde estamos construyendo la escuela de mecánica, nos detienen a cuantos transitamos por la carretera de Extremadura. Unos cuantos militares, ante muchos paisanos totalmente desconcertados y grandemente asustados, intentan decirnos que formemos columnas para marchar sobre Madrid para implantar la República: el desconcierto es morrocotudo. Tengo la impresión de que esto fue mal preparado, mal concebido y sin la coordinación necesaria para conseguir algún resultado. Se nos pregunta que si conocemos el manejo de las armas y en particular el de los fusiles. La mayor parte de los civiles dicen que no, es natural que nadie quiera cargar con esa responsabilidad de tomar un fusil sin saber para qué y por qué.

Me ofrezco para enseñar a cuantos quieran aprender y rápidamente unos oficiales me dan el mando de unos 300 o 400 civiles que lo único que desean es marcharse a su casa. Pido que se nos entregue una dotación de munición para los fusiles, como para todas las armas, que no se entrega; esto les sorprende a los militares. Les digo que no conozco ningún movimiento revolucionario que pueda ganarse con armas descargadas y sin saber quiénes son los dirigentes. Me hago cargo de sus compañeros de la aventura en Cuatro vientos y les enseño cómo se manejan los fusibles enseñando a unos cuantos que harán lo mismo con otros grupos. Cuando nos entregan la munición me di cuenta de que son peines con cartuchos de fogueo. Mi indignación es todo lo grande que puede ser en ese momento histórico y de tanta importancia para quien tiene que conducir a unos hombres a una lucha que si bien es justa, ellos no están preparados ni tienen la menor idea de qué hacer y cómo actuar.

Procuro informarme de qué se trata y quiénes son los que dirigen esta descabellada operación. Digo descabellada porque no se puede hacer una revolución sin haber creado o formado unos cuantos cuadros que deben saber cuanto sea necesario para realizar la misión que su cometido requiera. Afortunadamente yo conozco a Quinito, que está empleado en cartografía en Cuatro Vientos, también conozco al sargento Franco, que es un piloto estupendo.

Estos me informan en compañía de otros conocidos de lo que se pretende y de quiénes son los dirigentes de la mal concebida y peor preparada intentona.

Ellos son nada más y nada menos que los famosos comandante Ramón Franco y Gonzalo Queipo de Llano (general del ejército español). A Ramón lo conozco de pasada pero lo suficiente para saber que no puede confiarse en quien no tiene la menor idea de lo que es la revolución. Pudo ser y seguramente fue un buen piloto en su época pero qué sabía Ramón franco de la miseria de nuestro pueblo, qué sabía él de cómo organizar una fuerzas tan heterogéneas cómo pueden y deben participar en un movimiento revolucionario? ¿Podría el famosísimo Gonzalo ser el alma mater de un movimiento capaz de terminar con un estado de inmoralidad como el que reinaba en esa fecha histórica? No, y por esa razón en cuanto tomé contacto con unos cuantos amigos y puede disponer de unos cuantos hombres jóvenes como yo empezamos a tomar medidas para saber cuál era nuestra situación real y no la que deseaban hacernos creer.

A las 8:00 de la mañana algunas piezas de artillería de Campamento apuntan y dirigen sus cañones hacia palacio. Se me dice que podemos contar con la aviación y artillería de Getafe pero esto se enfría cada vez más; el entusiasmo de las primeras horas decrece rápidamente. Unos cuantos pilotos sobrevuelan palacio y lanzan octavillas, algunos quisieran lanzar bombas pero el cuartel general dijo que no. El polvorín de Retamares no pudo ser ocupado por falta de interés en hacerlo y no por ninguna otra razón.

Queipo de Llano y yo nos conocíamos un poco y por lo tanto consigo hablarle e informarle de cuanto debía conocer. Parece ser que la UGT tenía que dar la orden de huelga general, pero esto no se realizó por razones que jamás conocí. Por esta causa pudo suceder algo lamentable e irreparable para la UGT y el partido socialista. Si alguien mejor preparado políticamente que yo no me hubiera quitado de la cabeza que no debía atentar contra Largo Caballero por ser un buen defensor de la clase trabajadora.

Me consta que en el puente de Segovia había unos cuantos militares del Partido Comunista que esperaban el convoy con las armas. Le planteé tanto al general Queipo como a Ramón que una revolución no se gana encerrados en un cuartel o en una base por muy grande que esta sea. También les hice saber el sentir de gran número de pilotos y oficiales de Cuatro Vientos por haber permitido que el comandante Reyes participara en un movimiento de liberación democrática. El comandante Reyes estaba en prisión y no por ninguna causa política: eso es cuánto se decía en esas fechas.

Volvemos a la importancia política y social de cuanto ocurrió en el 1930 en Cuatro Vientos, lo mismo que pasó en Jaca. Repito una vez más que el fracaso fue por falta de preparación, de información y de cooperación. Los sectores políticos tenían motivos sobrados para no confiar poco ni mucho en los militares y mucho menos en los de Cuatro Vientos: claro está me refiero a quienes tenían la dirección de dicho movimiento.

Pasadas las diez de la mañana les comunico el mensaje (confirmado por mí) siguiente: «Los cañones que apuntaban a palacio apuntan en estos momentos a Cuatro Vientos». Llegó un coronel y restableció la disciplina y mandó preparar las baterías para disparar sobre Cuatro Vientos.

Mensaje de Getafe: «No se puede contar con estas guarniciones. Si salen de sus acuartelamientos no será para prestarles ayuda».

Supongo que este cuartel general, por llamarlo de alguna manera, estaría informado por sus medios propios de cuanto sucedía tanto en las guarniciones como en la calle. Pero me temo que no debió ser así en lo fundamental. Pongo en conocimiento de dichos directores que no tengan ningún serio temor cuando dispare la artillería puesto que lo hará sin espoleta.

Crece el nerviosismo y el descontento; se nos comunica que debemos resistir hasta el último momento. Yo les digo y les pido que nos digan cuánto podremos resistir sin munición y en unos recintos que no nos permiten prepararlos para la defensa.

Les critico su falta de pundonor, de humanidad, de valor, de conocimientos y lo que es más importante en quienes se erigen defensores de los intereses del pueblo cuando carecen de un mínimo de responsabilidad para hacerse responsables de su fracaso ante sus enemigos. No se puede ordenar que se resista cuando se preparan tres aviones para largarse con ellos a Portugal porque se les comunica que el general Magaz viene en dirección Cuatro Vientos al mando de una columna. Esta fue la conducta valerosa de quienes pretendieron hacerse pasar como salvadores de la patria y benefactores de su pueblo.

Nos aconsejaron resistir y resistir, pero en cuanto sonó el primer disparo de artillería (como se nos había anunciado) sin espoleta, montaron en los aviones y se largaron.

¿Qué se podía hacer ante semejante actitud? El enemigo, en este caso, las fuerzas del gobierno, aún estaba lejísimos de Cuatro Vientos. Para mí la situación no podía estar más clara. Como nadie era capaz de ordenar nada, me permití la libertad de aconsejar a cuantos quisieran oírme que dejaran las armas y que cada uno se marchara para su casa o su lugar de trabajo. Me preguntaron los que se habían hecho o les habían entregado pistolas, que si debían entregarlas. Mi contestación fue: «El que tenga donde guardarla debe quedarse con ella. Pero no pierdan el tiempo y márchense como yo me marcho para no ser detenido por las fuerzas de Magaz o por los que habían sido retenidos por no sumarse a la mascarada revolucionaria. Afortunadamente no hubo el más mínimo incidente ni la menor violencia por parte nuestra para quienes no quisieron secundar el intento de revolución de guante blanco.

Desgraciadamente, por las fuerzas gubernamentales fueron detenidos varios militares y varios civiles por no hacerme caso. ¿Había alguna posibilidad de hacer triunfar este intento revolucionario? Sin la menor duda, las posibilidades existían, pero era necesario crear las condiciones idóneas para un clima saturado de incomodidad en las altas esferas nacionales, utilizar el descontento de las capas sociales más afectadas por los años de la dictadura.

Habiendo organizado, habiendo utilizado todos los medios existentes en la mediana y la pequeña burguesía; el fracaso de Jaca, de la noche de San Juan y el de Cuatro Vientos no se hubieran dado, por la sencilla razón de que en el primero se habían terminado con un estado de cosas la mar de propicio para implantar en España un sistema totalmente distinto a cuanto venimos arrastrando desde hace siglos. España ya debía estar saturada en el año 1930 de cuarteladas que jamás fueron capaces de crear nada de cuanto prometían al pueblo. Eso de repetir una vez más quiénes y por qué sucedía y sucederá cuando no podía hablar de forma distinta.

Hacía muchísimos años que los militares no contaban con quienes podían resolverles los problemas de gobierno que ellos desconocían, por la sencilla razón de que solamente son creados y formados para la defensa de unos intereses que si bien coinciden en cuanto a los beneficios económicos, en cuanto estos pueden ser afectados por ir más lejos de cuanto ellos desean, prescinden de cuanto puede y siempre los apean de sus pedestales de gloria.

Ciertamente, las políticas de izquierda y en particular las auténticamente democráticas no pudieron en ninguna situación contar con el mando de los ejércitos españoles; no pudieron ni podrán mientras no creen un sistema totalmente distinto a cuantos se dieron hasta la fecha en España. El ejército no puede ni debe ser un instrumento en manos de unos intereses de clase. Tiene que ser el árbitro ponderado y justo para defender al pueblo que lo forma y lo mantiene. Tiene que estar por en cima de todas las contradicciones de las únicas dos clases que existen en el mundo capitalista: explotadores y explotados.

Esto parece algo totalmente imposible de conseguir. Yo afirmo que puede lograrse una sociedad donde esto será una realidad. ¿Cuándo? El tiempo que se precisa para lograrlo no lo sé ni me preocupa. En estos apuntes no puedo extenderme en algo tan deseado como ese anhelo universal. Conclusiones de por qué el fracaso de la intentona de Cuatro Vientos:

1.- Los militares que organizaron lo de Cuatro Vientos no contaron con los políticos que en esos años eran la oposición de la monarquía.

2.- Sin una preparación minuciosa no debe embarcarse a ninguna fuerza y parte del pueblo en un intento tan serio como el hacer cambiar un sistema con raíces en parte podridas, cuanto no es hora ni caso de relatar, como la monarquía. La defensa de esta institución fueron y son, banca, iglesia y ejército.

3.- El ejército no cree en más políticas que las de su casta; claro está que cuando digo ejército me refiero a los altos mandos. En la clase capitalista no todo es armonía y unidad de criterio. No. Pero cuando el enemigo de clase (léase trabajadores) se pone de acuerdo y se cansa de sufrir y pretende justamente terminar con ese estado de cosas según él como un solo bloque monolítico y utilizando cuantos medios consideren necesarios, nos aplasta, pero procurando no exterminarnos para seguir, claro está, sirviéndose de nosotros para seguir siempre viviendo y viviendo a costa de nuestros sacrificios.

4.- No hay contradicciones en cuanto digo en el apartado tres. Sus contradicciones inherentes les hacen enfrentarse unos a otros, pero veamos cómo entre sí no se destruyen, Sus luchas las hacen con nuestros cuerpos; somos nosotros, el pueblo trabajador, los que también sufrimos las consecuencias de sus apetencias de mando y dominio. Cuando un contrario, mejor dicho, un competidor, es derrotado por tener menos medios o ser menos inteligente, el vencedor le ayuda económicamente para que siga bajo su mandato cumpliendo la misión de seguir explotando a sus enemigos de clase. Parece increíble, pero es tristemente cierto que si el vencedor ganó fue porque utilizó para derrotar a su enemigo, a su auténtico enemigo que inconscientemente se convierte en el destructor y aniquilador de sí mismo. Luchamos humano contra humano y nos destruimos mutuamente en servicio de quien en el mejor de los casos, cuando no puede sacarnos ningún fruto se compadece de si mismo por perder una pieza de su máquina de producir beneficios.

Siendo así y desgraciadamente lo es, a mí no me sorprende que los políticos amigos y compañeros de los trabajadores no confiaron cuando lo de Cuatro Vientos y que por esa desconfianza, tanto en ese caso como en otros anteriores, no secundaron esa intentona.

La UGT nos dio la orden de huelga general; la C.N.T. hizo otro tanto. Los únicos que se lanzaron a la calle fueron un puñado de comunistas que se pasaron parte del día esperando un armamento (que jamás podía llegar) en el puente de Segovia.

No pretendo ni deseo hacer creer que en los ejércitos españoles, como los de otros países capitalistas, no hay un número indeterminado de muchos militares que darían cuanto son y poseen por una causa que ellos como nosotros consideramos humana y justa. Esos distinguidos compañeros fueron y son capaces que escribir gestas por el pueblo y para el pueblo. Conozco y viví momentos trascendentales a su lado, y en la misma trinchera que muchos de estos inolvidables hombres, lo que no olvidará jamás nuestro pueblo.

1.- Fue por las razones anteriormente expuestas por lo que Cuatro Vientos no escribió una página de nuestra historia republicana. Los militares no confiaron ni contaron en debida forma con los políticos.

Los políticos no tenían ninguna confianza en los militares y por eso no dieron la orden de huelga. Yo estuve mucho tiempo enfadado con Largo Caballero porque me dijeron que él fue el responsable de no dar la orden de huelga.

Resumen y experiencias de este mi primer fracaso como revolucionario. Por mi falta de preparación cultural y política, pasé un pequeño bache durante una temporada.

La conducta de estos dirigentes, su manera de actuar, fue un toque de atención para mí mucho más serio de cuanto yo podría suponer. Durante la tragedia de nuestra defensa de la República recordé, cómo no, aquellas horas vividas en Cuatro Vientos al lado de unos hombres que decían ser famosos y otros que no tenían nombre y que para mí fueron algo tan sutil, tan transparente, tan indeleble que penetra en mi ser haciéndome ver cuánto intuía pero que no podía palpar aun sabiendo que estaban dentro de mí. Hombres sencillos, hombre de este pueblo, hombres sin uniformes, hombres sin cruces, hombres mal vestidos, hombres mal alimentados, hombres casados, hombres sin oropeles, hombres asustados, hombres sin nombre, pero hombres firmes y serenos; qué esperar de sus mujeres, de sus padres, de sus hijos, de sus novios, de sus hermanos y sus amigos y amigas, tenían los ojos brillantes, quietos mirando a los desconocidos y preguntándome sin hablar que tenemos que hacer. ¿Qué podía yo decirles, que quizá tenía mucho más miedo que ellos y muchas más preocupaciones. No podía decirles nada más que: «No preocuparse, no pasa nada, no tener miedo». ¿Cómo se puede decir lo que no se siente? ¿Cómo se puede mentir cuando sabes que estás engañando y que cuanto dices no lo sientes?

Piensas en sus familias, sabes, o crees saber, lo que es y puede hacer un arma de fuego, y sabes porque lo estás viendo, que quienes mandan te están engañando, te están mintiendo desvergonzadamente, están preparando sus aviones para marcharse y te piden que resistas a un enemigo que no sabes con certeza por dónde viene pero que cada minuto está más cerca. Que en este momento oyes el silbido de los proyectiles sin espoleta; pero que no estás seguro de si la tiene o no la tiene hasta que termina su recorrido y los señores de uniformes se tiran al suelo y se protegen al lado de sus edificios más sólidos. En este caso no puedes hacer nada más que lo que ves, y aconsejar cuando ves que los aviones despegan que se marchen, que no corran tontamente porque si el enemigo les ve pensarán que por algo corrren y te despides con el mal sabor de boca que toda derrota produce, no sabiendo si hiciste bien o hiciste mal al aceptar el mando que te dieron.

Repito que años más tarde esto me sirvió para hacer algo mejor los papeles que me fueron asignados o encomendados. Esto me permitió conocer mejor a los hombres y empezar a conocerme a mí mismo. Por fin rompo la barrera que me impidió ser independiente, para decidir por mí mismo mi camino a seguir en este mundo lleno de egoísmo, sin la esperanza de verlo cambiar.

Me incorporé a mi trabajo de ferrallista en el edificio que estamos haciendo junto a la escuela de mecánicos de Cuatro Vientos. Se discute, pero no se estudia el fracaso de la intentona pasada. Cuantos participaron indirectamente y digo indirectamente por haberles hecho participar sin desearlo: los comentarios son para todos los gustos, acusando en particular a los dirigentes sindicales por no haber dado la orden de huelga general.

Durante meses no sucede nada digno de ser contado, mi vida transcurre trabajando y visitando la UGT, a la que pertenezco por considerarla más realista, pero también más conservadora que la CNT.

No fui capaz de seguir y militar en las filas anarquistas. Valoro moralmente a quienes sienten y siguen esas ideas de forma y manera desinteresada. Cada día les comprendo y siento más respeto por quienes se sacrifican de forma desinteresada por algo que jamás podrá lograrse.

Por ese mismo respeto y consideración me alejo más políticamente de quienes pierden el tiempo y se lo hacen perder a quienes no piensan como ellos. Es criminal que los trabajadores luchemos unos contra otros haciendo el juego a nuestros enemigos comunes.

Después del asesinato de un miembro de la UGT por otro u otros de la CNT, se hizo una huelga parcial para asistir al entierro del camarada víctima de la política Cainista de quienes se consideran apóstoles predestinados para conducir, orientar y educar a los pueblos.

Pudo suceder una desgracia más importante en número y cuantitativamente, si en la manifestación no hubieran ido unos cuantos camaradas sensatos para impedir una masacre, por las provocaciones de quienes no consideraron ni valoraron el acto del sepelio o acompañamiento a un compañero que había muerto por defender la misma causa que sus ejecutores. No secundaron la orden de paro y debían saber que el entierro con su acompañamiento forzosamente tenía que pasar por su obra.

Esto me obliga una vez más a preguntar, indagar e intentar conocer qué causas fundamentales pueden existir para que no seamos capaces de unirnos en un solo bloque y dejar de ser las víctimas sin pasar a ser verdugos. Por mi falta de cultura por haber tenido que trabajar y trabajar desde los siete u ocho años no soy capaz de entender las contestaciones que me dan con frases totalmente desconocidas para mi pensamiento poco desarrollado.

No conocía nada de cuanto unos y otros me decían. La historia, la filosofía, la ciencia en todas sus ramas. El arte, las civilizaciones, los países, los pueblos y todo cuanto se transforma, se transformó y se transformará. Fueron lo suficientemente importantes para que yo les contestara a unos y a otros: bien todo eso está muy bien y es de lo más interesante, pero esos conocimientos también los tienen los otros y dicen que ellos son los padres de la patria. Que se sacrifican en el servicio nuestro y por eso yo me pregunto si todos son buenos, ¿donde están los malos?, y por qué siempre les toca perder a los que menos tienen. «No lo entiendes, muchacho, no tienes conocimiento para poder entender cuanto sucede. Tú quieres arreglar todo con el lema de unidad y unidad y que los mejores de los mejores nos gobiernen. Ese es un sueño que jamás verás realizado».

Fue un pequeño martirio para mí el no poder contestar adecuadamente a tanto superdotado. No siento el menor despecho por no haber podido estudiar cuanto estos hombres conocen de la vida, pero saqué la conclusión de que en la mayoría de ellos el egoísmo está por encima de su ciencia y de sus conocimientos humanos; su vanidad les impide hacer de sus conocimientos y de su facilidad de palabra un uso más justo y humano para terminar con tanta catástrofe y miseria humana.

Yo sabía leer, sabía escuchar a altos y bajos, y sabía que si no sabía más para ser útil a mi semejantes, no era culpa de mis padres, ni culpa de los millones y millones que se encontraban en la misma situación que nosotros. Siento lástima y no rencor por cuantos a pesar de sus grandes conocimientos no son capaces de ayudar como precisan y merecemos a la inmensa mayoría de seres que merecen ser felices y no lo son por culpa de quienes estuvieron y están al servicio de una minoría de parásitos innecesarios en este cochino mundo repleto de pluralismo y rivalidades de ideología. Sería maravilloso si se crearan unas estructuras y superestructuras al servicio, y nada más que al servicio, de todos y para todos cuantos se hicieron acreedores a ese derecho innato.

Esa debía ser la misión de cuantos nacen dotados o superdotados: crear algo que está donde solo existe el egoísmo, el despecho y por lo tanto el odio.

Fueron unos meses de luchas internas entre cuanto se me decía por unos y se me decía por otros; y todo esto sin nada más que ideas contrapuestas y dispares pero que no sabía si podían ser o no ser ciertas.

Creo que pude salir de ese cerco maldito, gracias a mi costumbre de escuchar a todos y después de oírles, consultar preguntando sobre todo al pueblo, a los campesinos, a los proletarios a quienes su única ambición era ir a trabajar para sacar adelante a su familia. Oírles decir: «Toral, no te canses, siempre habido y habrá pobres y ricos.

¿Será por este razonamiento campesino que los superdotados no quieren jugar el papel que tienen la obligación de jugar? Se comprende perfectamente que cuantos reúnen riquezas (el procedimiento es lo de menos) no tengáis interés en que el pueblo tenga los conocimientos que merece tener y que asimismo atesora; pero mientras hombres de ciencia, nuestros científicos en todos los órdenes del saber, no pueden estar al servicio solamente de una clase, deben estarlo al lado de la ciencia y esa ciencia debe ser patrimonio del pueblo.

Proclamación de La República.

¡Por fin se proclama la República en España! Qué derroche de humanidad generosa de nuestro pueblo en todo el ámbito nacional. Ni un solo desmán, solo canciones alegres, inofensivas para sus enemigos seculares...

Pero el enemigo no muerto está más vivo que nunca y prepara sus armas para recuperar el poder perdido. Poder que no supo defender compartiéndolo con los representantes del pueblo. Dedicará desde este momento todos sus recursos y medios a su alcance para crear las condiciones propicias para que la generosidad de su enemigo de clase le ayude a consolidar su victoria.

No repara en medios, todos los procedimientos le parecen normales: la mentira la difamación, el soborno, la estafa, el robo, el asesinato y los crímenes más repugnantes tienen justificación para terminar con la República. Nadie que piense de distinta forma a como ellos piensan tiene derecho a ocupar ningún cargo, ningún aparato estatal. Qué años de escuchar bulos y las mentiras más soeces en boca de personas que presumen de cuanto carecen.

Tenías que multiplicarte para hacer comprender a quienes se consideraban hondamente defraudados, que los republicanos, socialistas, anarquistas, comunistas y otros sin partido, no eran un atajo de seres indeseables.

Se perdió el tiempo política y socialmente por no prestar la ayuda que se necesitaba a casi todos los pueblos y pequeñas ciudades de nuestro país. Es cierto que muchos partidos con una pequeña o gran tradición de liberales demócratas o socialistas no habían hasta entonces prestado la atención que merecían sus causas. Consta que en plena República se encontraban en serias dificultades para organizar centros educativos en los pueblos. Conozco algunos donde socialistas salieron mal parados por aquellos hombres que solamente seguían siendo presos encadenados a los intereses de los señoritos. Ellos no tenían la culpa, solo debían hacer lo que les mandaba el patrón, así habían sido enseñados desde pequeños y lo mismo de viejos.

1931: Panadería en Valdemoro.

Regreso a Valdemoro en el año 1931. El señor Hipólito me reclama que el negocio no es rentable. Quedan lejanos los días de mi aprendizaje como panadero, los días y meses de mi permanencia en el sanatorio Esquerdo, como loquero o como enfermero.

Mi paso por el 2º de ferrocarriles donde pude darme cuenta de lo difícil que podía resultar para mí pretender ser militar a pesar de mis dotes de organización y de mando. Esto parece un contrasentido pero más tarde veremos como mi afirmación es justa. Recordaré siempre mi paso por M2A donde aprendí cómo vivían los proletarios y empleados de ferrocarriles. El trato con estos compañeros me sería útil en gran manera para mi desarrollo político.

Indalecio Prieto había prometido a los ferroviarios mejorar sus salarios. Una vez más había prometido a los ferroviarios lo que quizás no debió prometer, por no ser lo mismo la oposición que el poder.

En la ferro ya dije anteriormente que en mis entrenamientos para el boxeo me encontré con un camarada comunista (Urrutia), que me habló como nadie lo había hecho hasta ese momento.

Dejo el boxeo casi totalmente, es un deporte que me encanta por su preparación física. Se precisa un permanente sacrificio, una preparación moral y física que no tiene compensación por la ingratitud del público y por los indeseables que viven a costa de las pobres víctimas que se sacrifican durante años y años para terminar siendo unas piltrafas humanas. Pocos boxeadores fueron y son capaces de retirarse a tiempo para vivir unos cuantos años y ser olvidados y poder vivir de sus sacrificios. Como deporte amateur puede tolerarse y puede ser inofensivo si no se permite a cuantos desean figurar como directores de cuanto ignoran, que no pongan sus manos en algo que puede ser totalmente negativo por su ignorancia y por criminal ambición de figurones.

En Valdemoro se me recuerda con agrado por mi conducta de años anteriores; me reciben estupendamente y por esa razón me cuesta menos aclimatarme una vez más a un empleo o trabajo que resulta pesadísimo porque jamás se cierran las puertas de la panadería.

Sigo recordando mi vida pasada en Madrid; mis salidas deportidas en Barcelona y otras ciudades, y en particular mis andanzas en los trenes de mercancías. Mis contactos políticos con unos y otros

En Valdemoro tengo que empezar por organizar todo, pues ya no soy el chico que pude ser más o menos simpático y un trabajador infatigable. No, todo eso no es suficiente para cuanto puede y debe hacerse en un pueblo que tanto potencial tiene y en esencia para salir de su atraso político social. Desde el primer día de mi llegada me propuse hacer por la clase trabajadora de Valdemoro cuanto precisaba. La tarea no era nada fácil por las razones siguientes:

1.- Tenía que hacer marchar un negocio que había perdido parte de su clientela, que por la calidad de su fabricación no era nada fácil lograr.

2.- Tenía que luchar contra el caciquismo de todos los burgueses que eran antirrepublicanos. No podía manifestar cuáles eran mis pensamientos y mucho menos mis ideas políticas.

3.- No había ninguna organización política y sindical. Había en Valdemoro, y las cito por este orden: el colegio de guardias jóvenes, dos conventos de hermanas de la caridad y uno de monjas de clausura. Varios hotelitos de señores más o menos acomodados que eran funcionarios del aparato estatal. Vivía en su finca el general Fanjul y la marquesa. Con esta pequeña exposición podemos darnos cuenta de lo difícil que resulta organizar partidos y casa del pueblo. Todos estos estamentos habían sido clientes de nuestro negocio. Yo me propuse mantenerlos y recuperarlos en su totalidad. Tenía que actuar en dos frentes, pero no podía oficialmente dar la cara en el que más interés tenía, que era con mis hermanos de clase. No todos los camaradas compañeros comprenden que yo no pertenezco a ninguno de los sectores que ya empiezan a enfrentarse. Se organiza la UGT y yo de acuerdo con los organizadores, mejor dicho, con uno solo, empleado de ferrocarriles, se plantea la primera huelga de campesinos, que mantenida económicamente por mí se gana en su totalidad. En la reuniones con los propietarios y en particular con los otros comerciantes les hago ver que si mejoramos los salarios de los trabajadores y el de los campesinos será en beneficio importante para el comercio en todas sus ramas pues al tener más ingresos consumirán más y obtendrán más beneficios. Se intrigan por no saber cómo pueden pagar al contado en todos los comercios de alimentación cuando yo había propuesto que no diéramos a nadie fiado para que la huelga fuera un fracaso lo antes posible. Si se gana la primera será difícil impedir otras. Este razonamiento les parecía razonable. La huelga fue planteada en el momento justo y oportuno de las recolecciones, solamente se precisaba poder resistir el tiempo preciso para que los patrones sintieran el temor de perder esos frutos sin ningún beneficio.

Mi trabajo era que los obreros compraran lo imprescindible para alimentar a sus familiares pagando al contado y sobre todo en las tiendas de los tenderos más habituales, de esta forma conseguimos enemistarlos y dividirlos entre sí. La base de su alimentación fue el pan de la panadería, que pagaban por la mañana con el dinero que yo entregaba a mi compañero y amigo de ferrocarriles, la cantidad que precisaba para otros artículos de comer.

En la reuniones de la patronal y de los mayores contribuyentes, mi posición era la siguiente:

—¿Qué razones hay para que ustedes no puedan pagar jornales superiores a cuánto pagan?

—Es que de 3.50 pesetas quieren que les paguemos 7 pesetas. Si les pagamos esa cantidad dentro de poco pedirán más.

—¿Rinden cobrando 3.50 pesetas? Sí, sin la menor duda, pues cuando cobren 7 pesetas rendirán más, ya que estarán más contentos puesto que podrán vivir mejor.

—Sí, sí, pero nosotros perderemos en poco tiempo lo que tanto nos costó conseguir.

—Yo pregunto una vez más si se puede o no se puede pagar sueldos superiores. Empezaron pidiendo 10 pesetas y nosotros no fuimos capaces de ofrecer nada. Tengo la impresión que si solo ofrecen 7 se puede llegar aquí a un acuerdo. Supongamos que ustedes piden al gobierno que los cereales tienen que venderlos a precio distinto al presente. El gobierno puede y debe poner una tasa que según mi punto de vista debe ser superior a como ustedes venden ahora. ¿Pagarían ustedes el trigo, cebada y otros a un precio distinto del año pasado? Sin la menor duda las autoridades locales y las nacionales tienen que permitir que los fabricantes de pan lo vendamos al mismo precio que corresponde a la subida de sus materias primas, sus elaboraciones y fabricación. Lo mismo sucederá casi con el carnicero y otros, es solamente un problema de control para que los precios no se disparen hacia las nubes. Cuando yo les digo que no puedo vender el pan al precio que ustedes me imponen me autorizan a que lo reduzca de peso. De esta forma puedo ganar más que con la subida pues ustedes me dan licencia para robar impunemente. Yo, como saben, lo estoy pagando más caro que las fábricas de harinas y pago al contado. Mis obreros ya me dicen que quieren salarios superiores a los actuales: cuando menos lo esperemos dirán que pertenecen al sindicato de artes blancas, cosa que no han hecho por haberles subido, sin pedirlo, los sueldos.

—Claro y usted sentó un precedente que nos perjudicó a todos.

—Eso no es cierto, nuestros obreros trabajan hoy más que antes de mejorarles; su producción aumentó; su producción aumentó sensiblemente en cantidad y calidad. Cuando se consideran bien pagados no es necesario obligarles a rendir mucho más de cuanto es su deber. Esto merece una seria consideración por parte de ustedes; seguro que mi teoría no les satisface por orgullo y sobre todo por menospreciar a quienes no son inferiores a ustedes en ningún orden de la vida. No podemos engañarnos, sería infantil que ustedes pretendieran hacerme creer lo contrario de cuanto yo pienso de ustedes. Conozco de pé a pá su origen, quizás mejor que ustedes el mío. Pocas familias pueden defender con decoro la procedencia de sus fortunas; con esto no quiero decir que la mayoría de ustedes no sean más o menos dignos de poseer cuanto poseen, pero yo les ruego que al enjuiciar a sus trabajadores moderen su lenguaje porque muchos de ustedes fueron solamente asalariados, y tratados también como ustedes los tratan. Repito que no pretendo defender a nadie porque esta causa se defiende sola. Con los jornales de miseria que ustedes pagan no pueden comer pan y patatas, que es lo más barato que tenemos en nuestro pueblo, porque hace años que me considero uno más de la comunidad. Seguro que todos podemos pagar cuanto la República, mejor dicho, su gobierno está legislando.

Mi posición se cuartea un poco porque aún sin quererlo enseño las uñas defendiendo cuanto me parece totalmente justo. Tengo a mi favor que casi todos me deben favores y que en gran parte dependen de mí para dar salida a sus cosechas. Esto les impide perjudicarme.

Podría contar casos y casos que ratifican cuanto antecede, pero estos son solo apuntes que quizás en otro momento pueda y deban ser ampliados.

¿Qué sucede en nuestro negocio y por lo tanto en nuestra sociedad comercial? Mi socio está totalmente asustado por mis decisiones y mi conducta con nuestros operarios. Pido a nuestros panaderos que tomen en consideración cuanto pienso plantearles y también enseñarles, para que trabajando menos horas se fabrique más y que la calidad sea todo lo buena que debe ser, por emplear materias primas de la mejor calidad.

Encuentro resistencias que a pesar de ser esperadas me desagradan en gran manera, no me comprenden y sobre todo no admiten que quien fue dependiente en la casa que hoy es socio, les pueda mandar y enseñar cómo y por qué hay que dejar la rutina en el trabajo. Métodos anticuados enfrentados con métodos modernos; se repelen por falta de comprensión y por hacer mecánicamente todo el trabajo. No se les ocurre pensar que cuando les digo cómo se puede fabricar un plan mejor y en menos tiempo es porque puedo demostrarlo. Siguen viendo en mí el chico del mostrador, el boxeador, el ferroviario, en una palabra: un trotamundos. Se sorprenden cuando les digo:

—Todas las deudas que tienen con la casa quedan saldadas desde este momento. Ya no debéis nada porque con vuestro trabajo durante tantos años está saldado y más que saldado.

—Sí, eso está muy bien, es muy bonito, pero ¿qué piensa el señor Hipólito?

—Lo que él piensa no puede hacer cambiar mi decisión.

—Nosotros nos conformamos con las mejoras que tú has conseguido para usarlas, como ahora ganamos más, ya podremos empezar a pagar cuánto debemos.

Les hablo del sindicato de artes blancas. Se sorprenden y se ponen en guardia, no entienden, ni siquiera me quieren entender por miedo, no porque sean unos torpones. Desconfían y tienen razón, ya se difama descaradamente a la República y en particular a sus dirigentes, se hablan canalladas de los partidos y los sindicatos. Estudio la forma y manera de hablarles para que me hablen y sobre todo ganarme su confianza. Me levanto todas las noches cuando tienen más trabajo y les ayudo en su penosa labor porque el local no reúne un mínimo de comodidades. Les hago ver que mi presencia no puede impedirles que coman lo que quieran y de las mejores piezas. Les propongo hacer modificaciones en el método de fabricación y aun no agradándoles me lo permiten; se sorprenden grandemente cuando ven que además de conocimientos teóricos también tengo práctica. Los hombres no sabían que cuando yo fui dependiente de nuestra casa ya había sido a los 12 o 13 años oficial de masas en una fábrica totalmente mecanizada, esto sucedió en Dos-Barrios.

Pensaban que yo solo sabía en aquellos años despachar pan. Jamás se me ocurrió hablarles de mis pequeños conocimientos. Tampoco tenían la menor idea de que en el año 1930 saqué la plaza de oficial de masas de una fábrica en el puente de Vallecas. Competí con tres profesionales mucho mejor preparados que yo, pero me dieron la plaza por ser más seguro que ellos y más rápido en la contestación a las preguntas, pero insisto en que ellos tenían mucha más práctica que yo.

Consigo convencer a los compañeros de trabajo, procuro que no vean en mí solamente al patrón. Les digo que deben pedir una reunión conmigo y con mi socio para tratar de problemas que a todos nos afectan.

—Vosotros no preocuparos poco ni mucho si mi socio dice que no tiene nada que tratar con vosotros. Es problema mío el hacerle comprender la necesidad de la reunión. Cuando yo me ponga en contra de vosotros, no alarmaros ni impresionaros por cuanto diga. Vosotros insistir en que queréis cobrar las bases que existen para la producción y que contáis con el apoyo del sindicato, al que sin perder un día más debéis pertenecer.

Tengo que dedicar demasiado tiempo a hacerles comprender la necesidad para ellos de pertenecer a un sindicato de artes blancas. Les repito que no se alarmen ni se impresionen por la defensa que yo pienso hacer de nuestros intereses, pues si bien nosotros pertenecemos a la patronal, no pienso olvidarme ni de mi origen ni de mi clase, y sobre todo de mis ideas socialistas marxistas.

Se les concede la reunión en el comedor de casa, y cuando mi socio no consigue convencerlos del todo con la situación crítica y lo poco que gana, cosa totalmente demostrativa, tengo que tomar la palabra para atacarlos seriamente y hacerlos reaccionar en sentido positivo para ellos. Ante mis argumentos reales, pero subjetivos, como se puede demostrar y en la realidad fue demostrado, 12 de los componentes no son capaces de argumentar cuanto les digo y salen con la frase siguiente:

—Puñeta, nosotros estamos aquí porque usted nos ha empujado y nos está siempre dando la lata con que debemos pedir esto y lo otro.

Mi socio me pregunta si eso es cierto. Él sabía que yo no sabía mentir y mucho menos disfrazar mis pensamientos vulgarmente. Durante muchos años no pude mentir seriamente, y cuando me vi obligado a hacerlo fue siempre en beneficio de otros y en defensa de una causa que para mí como tal totalmente sagrada a pesar de las imperfecciones que parece tener por las limitaciones y defectos humanos de sus dirigentes y militantes.

Viendo que mi socio puede interpretar mal mi conducta le pedí que se suspendiera la reunión para explicarle el porqué de mi conducta.

Se suspendió la reunión y cuando nos quedamos solos hablamos largo y tendido de un problema que para los dos era de suma importancia. Para que yo pueda levantar este negocio que hoy no es rentable para usted y mucho menos para los dos, tengo que llevar yo, y nadie más que yo, la dirección del negocio. Ustedes los franceses que vienen a España a montar este como otros negocios vienen con la intención de ganar dinero y cuanto más mejor. ¿Cierto?

—Pues sí.

—Yo considero que a todo el que sale de su país o de su casa para trabajar le sucede o le sucederá lo mismo. Yo tengo que seguir viviendo en mi país, en este caso concreto España, para lograr que nuestros obreros crean en mí tengo que defender sus derechos y los nuestros. Si antepongo los de ellos es porque el esfuerzo principal lo tienen que realizar ellos.

—Pero usted trabaja mucho más que ellos y expone su dinero.

—Eso parece cierto y no lo es, por la simple razón de que yo trabajo para obtener un beneficio de su fuerza de trabajo y de la mía. Si el negocio no rinde la culpa no será de ellos será nuestra, especialmente mía por llevar yo la dirección técnica comercial. Si no me gano su confianza total con mi conducta y con pagarles la parte más o menos justa que su fuerza de trabajo merece, no tengo nada que hacer y por lo tanto es mejor que usted cierre su fábrica y que yo me busque otra cosa. Como no sé cuáles son sus pensamientos políticos y no pierdo de vista que es usted ciudadano de un país republicano y donde se hizo una de las revoluciones más importantes hasta la del 17 en Rusia, pensé y pienso que reconocerá usted mi temor a plantearle directamente la necesidad de una malograda reunión. Situada la situación tal y como es, creo y deseo que podremos entendernos perfectamente. Sus ideas, sean cuales sean, a mí no me preocupan. Sí lo hacen las que usted tiene del negocio, para mi manera de ver esta cuestión es fundamental confiar el uno en el otro. Trabajar con vistas al futuro, por muy incierto que parezca. Esos cambios que empecé no es nada para lo que pienso hacer. ¿Cree usted que conseguí mejorar la calidad de nuestro pan?

—Sin la mejor menor duda.

—¿Tenemos los mismos clientes que tenía usted?

—No, muchos más, pero yo considero que su juventud y su simpatía en el mostrador es fundamental.

—No, ese puede ser un factor, pero la clave está en la calidad y cantidad de la mercancía; mejor clase y peso. Para su tranquilidad debe marcharse unos meses a Francia y si cuando usted regrese no obtuviéramos más beneficios que en toda su campaña, yo seré un fracaso y le pagaré como sea todas las pérdidas que tengamos. No se alarme, pienso fabricar pan de lujo. Nos dedicaremos a ser almacenistas y en cuanto podamos a la importación y exportación de cuánto puede dejar un beneficio; pero partiendo de la base siguiente: muchos pocos es más seguro que pocos muchos.

Valdemoro y las JSU.

De esta manera, simple y clara, quedamos mi socio y yo emplazados para el próximo balance que haríamos al final del año.

Sobre este tema, como de cuantos se derivaron de mi forma de pensar y conducta, se podrían escribir páginas y páginas.

Nuestros obreros cobraron sus bases antes de lograr por mi parte el ingreso de ellos en su sindicato.

Compro a los campesinos sus cosechas de cuánto siembran y plantan, en particular sus cereales. Lo que nosotros no consumimos lo vendemos donde se puede y esperando las subidas que normal y periódicamente se producen en el transcurso del año.

Las casas que aparentemente son más fuertes, tienen necesidad en la época de las recolecciones de hacer frente a los pagos de sus obras y los vencimientos de compras aplazadas. Implanto la modalidad de entregarles cantidades a cuenta de sus cosechas pero sin cobrarles el más mínimo interés. Esto fue una pequeña revolución en Valdemoro, como en otros pueblos donde tengo mis relaciones para comprar ciertos cereales que en Valdemoro no se cosechan o que ellos tienen de mejor calidad. La única condición impuesta por mí es que retiraré de sus graneros la cosecha cuando a mí me interese, pero pagando en todos los casos el precio oficial que marque la tasa en esa fecha y el seguro.

Con esta medida tengo todas las ofertas que preciso y muchas más.

Los necesitados, como los pudientes, no entienden este método comercial. Algunos campesinos propietarios me engañan en el primer año: me piden más cantidad de cuánto decían tener cosechado, pero, en honor a la verdad, fue una cantidad insignificante.

Este sector está dominado totalmente, me consultan qué deben sembrar. Mi palabra es creída en todo momento. Es cierto que no gano en proporción a cuanto trabajo, pero como son muchas operaciones los beneficios son seguros y prometedores. El dinero en los bancos me rinde menos y no ayuda a mis clientes. Mi contrincante, mejor dicho, nuestro contrincante, no puede competir con nosotros: cada día tenemos más clientela. La mejor calidad de nuestros productos, nuestro pan de lujo es un acierto como no podía pensarse, incluso para mí mismo, aun esperado fue superior a cuanto calculé.

En el pueblo me llaman injustamente el padre de los pobres, esto me desagrada porque jamás hice cuanto se merecían y yo deseaba hacer por ellos. Los desagradecidos me tenían y me tienen sin cuidado: nada hice, nada hago y nada haré jamás con la intención de obtener la menor recompensa.

Seguro que a pesar de todo tenía mis enemigos, pero yo a nadie lo consideré como tal. Fue mi lema: «El que no tiene pan y otras cosas necesarias en su casa es porque no viene a la nuestra».

Cuando en Valdemoro y en otros pueblos hay paro porque los enemigos de la República democrática dicen que comamos República, nosotros, unos cuantos jóvenes, organizamos festivales para recaudar fondos para los parados.

Se organizan veladas de boxeo en el colegio de Guardias Jóvenes en las que los aficionados intentamos participar. Tuve que entrenarme y boxear con unos cuantos, y en particular con Tili, un chico que entonces pudo ser una promesa si no hubiera sido por la guerra. También hice campeón de España amateur a Fabián Vicente Del Valle, guardia joven pero pesado de gran talla. Este muchacho fue y es un alto mando del ejército franquista.

La Juventud Socialista unificada hace ejercicios y entrenamientos para militares. Esto produce un terrible efecto en cuantos son enemigos de la República y en las fuerzas militares que están al servicio de su clase y no de su pueblo.

En todos los pueblos se logra con grandes esfuerzos y contratiempos crear conciencia en los trabajadores de la necesidad de organizarse y prepararse para defender la República democrática. Pero los años que se perdieron desde su implantación no se pueden ganar en unos meses.

El enemigo no pierde el tiempo y trabaja a marchas forzadas para aniquilarnos. Las sindicales siguen perdiendo el tiempo sin prestar la atención que se precisa en la preparación política y social en pueblos y capitales de provincias. Por lo visto, debe ser más rentable combatirse mutuamente entre sí que conseguir militantes en el inmenso campo de nuestro ámbito nacional, donde casi todo, por no decir todo, está por hacer.

Cuando los comunistas (pocos entonces), como los militantes de otros sectores políticos, hacen ver a sus dirigentes el peligro que la República corre, no solo son incapaces de comprender cuanto se les indica, sino que, en la mayoría de los casos, bien por temor o por algo menos confesable; se oponen terminantemente a cuántas medidas se les propone tomar o por lo menos ser tomadas en consideración.

Forzosamente esto nos obliga a pensar las cosas muy serias. Primero que no tienen el menor interés en ver la realidad de los acontecimientos históricos desarrollados en el nacimiento y creación de nuestra República y por consecuencia no son los hombres que nuestros pueblos precisan para ponerse en marcha e incorporarse al desarrollo logrado en Europa.

Segunda cuestión y no de menor importancia: casi ningún dirigente (digo casi por no gustarme ser demasiado tajante) fueron capaces de ver en los más jóvenes los hombres idóneos para hacer frente a situaciones que precisaban mentalidades distintas para dar soluciones requeridas por la situación. Se trataba de solucionar y no de parchear todo el aparato estatal. ¡Con la sabiduría práctica de nuestros apóstoles, patricios, estadistas y tantos mecenas como nuestro pueblo tiene!

Hombres jóvenes con mentalidades más realistas y con menos o ningún compromiso histórico sagrado eran los únicos que podían haber impedido la mayor catástrofe conocida por nuestros pueblos. Estos hombres, asesorados por quienes tenían el deber ineludible de poner a su disposición toda clase de recursos y experiencia eran los llamados a dirigir los destinos de nuestra patria.

Pero su temor a ser desplazados el creerse en posición de verdades inmutables y absolutas les impide dar el paso de forma progresiva a quienes no podían tener el lastre que ellos tienen en sus cerebros anquilosados políticamente. Por eso, no por otras razones de tanto peso, nuestro pueblo no está preparado ni es capaz de comprender los discursos grandilocuentes de mentes maravillosas de oradores parlamentarios.

Todos creen estar en posesión de la panacea maravillosa para curar las enfermedades endémicas de nuestros pueblos, aldeas y ciudades.

No era momento de discursos había llegado la hora de poner en marcha los elementos necesarios para que el pueblo viera y viviera algo por lo que durante centenares de años había estado soñando despierto.

Nuestros enemigos siguen minando los débiles cimientos de la República, se producen huelgas y luchas por reivindicaciones que si bien son justas no es el momento oportuno de plantear. Sobre este proceso histórico tan extenso tan lleno de enseñanzas para todos será mejor dejarlo para más adelante.

Mi preparación política sigue mejorando lentamente y si no consigo notables progresos es por no tener tiempo para estudiar. La Casa del Pueblo mejora y la juventud trabajadora con la unificación da un salto de gigante, pero no ingresan en ella hombres y muchachos, mejor dicho, muchachos de la pequeña burguesía ni de empleados. Esto no puede ser sorprendente por razones obvias.

Nuestro negocio se desarrolla viento en popa y si no ganamos más dinero es porque yo me considero uno de los comerciantes menos lucrativos. Mi socio, ante la marcha ascendente de sus beneficios, no pone ninguna objeción a mis decisiones; es natural y humano, lo único que le interesa son los dividendos.

Tengo noticias de que en Aranjuez está y trabaja como jardinero un cuadro del Partido Comunista. El camarada Etelvino Vega fue colocado en los jardines del patrimonio nacional, pienso entrevistarme con él en cuanto tenga un mínimo de tiempo.

En todos los movimientos y acciones de los años 30 al 36 tomo parte más o menos activa, se me hacen algunas proposiciones, tanto en algunos sectores como en otros, para ocupar puestos de responsabilidad en varios partidos políticos, pero rechazo todas por no considerarme con las condiciones imprescindibles para ser un dirigente de masas.

Pensé y sigo pensando que un dirigente debe ser un hombre dispuesto en todo momento a los mayores sacrificios y entregado a su causa. Debe ser el mejor, el más abnegado, el más desinteresado y el más trabajador. Por mucha preparación política que tenga, por muy culto que sea, si carece de lo anteriormente indicado y de un espíritu de sacrificio sin límites no puede ser un auténtico dirigente.

No se precisa ser superhombre para reunir estas condiciones humanas, me consta que hay miles y miles de seres con ese mínimo de cualidades para ser dirigentes. Yo creo tener y reunir algunas, pero me faltan dos o tres que son fundamentales según mi pobre criterio. No tengo formación política suficiente, carezco de preparación intelectual, y no tengo ni tendré ambición para ocupar ningún puesto o cargo político. Tuve que ocupar puestos de responsabilidad en la guerra porque otros no querían o no podían ocuparlos.

Ya veremos en el transcurso de estos apuntes por qué y cómo conseguí sin desearlo ser, cuanto creo sinceramente no haber merecido.

Sigo haciendo cuanto puedo por cuantos precisan ayuda en Valdemoro y en otras partes y lugares. Siento sinceramente no tener más medios para ayudar a cuantos creo que sinceramente precisan ayuda.

Ciertamente algunos me engañaron, pero esos insignificantes fracasos no pueden hacerme cambiar de conducta. Ni soy como pensaron en Valdemoro, el padre de los pobres, ni el tonto que no sabe cuando le mienten y le engañan.

Quise imponer un criterio y procedimiento que a mí me parece humano y eficaz, entregué cantidades que para mí no eran imprescindibles, sin sobrarme nada, y cuando me las pagaban no las recibía, pero poniendo como condición que se las entregaran a otros a quienes pudieran hacerle falta y los otros debían hacer lo mismo.

Esto pudo ser interesante si me hubieran comprendido y puesto en marcha, pero desgraciadamente algunos pensaron que era un loco o un primo. El egoísmo impidió que una idea simple solucionara miles de problemas vitales en muchos casos. Si uno recibe X pesetas y cuando las puede devolver se las entrega a otro al que le hace falta y así, solamente así, ese sistema se va extendiendo e incrementando, puesto que otro pudiera hacer lo mismo. Pudiendo haber creado algo que debió haber existido seguramente en las sociedades primitivas.

Cuando tengo tiempo, por insignificante que sea, me leo la historia militar del mundo que uno de los tíos de la novia que tenía en esa fecha le dio para mí pensando en que podría interesarme. ¿Qué le hizo pensar así?

Yo que me consideraba antimilitarista y afirmaba y prometía que no participaba en ninguna guerra que no fuera para defender a la patria me dio por estudiar las batallas más importantes de todos los tiempos. Ciertamente, muchas no podía comprenderlas en las primeras lecturas pero no es menos cierto que jamás me di por vencido. Cuando por falta de preparación básica no entendía el significado de palabras y términos militares recurría alguno de los oficiales de la Guardia Civil del Colegio de Guardias Jóvenes.

Me interesa hacer constar que el director del mencionado colegio, el comandante Samaniego, fue algo casi decisivo en mis afirmaciones y decisiones para estar con mi pueblo, luchar con él y defenderlo hasta donde fui capaz de hacerlo.

Siento en lo más profundo de todo mi ser no haber sido capaz de dirigir a las unidades que tuve el honor de mandar como ellas se merecían. Por mucho que intenté reflejar cuanto se merece nuestro pueblo trabajador siempre me quedaré corto y será pálido ante tanto heroísmo derrochado sin límites durante nuestra contienda para defender la democracia y nada más, pero también nada menos.

Fue lamentable y no me cansaré de repetirlo, que nuestro pueblo no tuviera los dirigentes que se merecía en esta fecha histórica.

No me parece justa la famosa afirmación de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Yo diría todo lo contrario, la mayoría o la totalidad de todos los gobiernos que casi todos los tiempos no se merecían los pueblos como los que desgraciadamente gobernaron.

En Valdemoro marchan las cosas y en los pueblos de Getafe, Pinto, Ciempozuelos, Seseña y Aranjuez se van creando organizaciones juveniles que jugaron un papel importante en la defensa de la República.

Intenté ponerme en contacto varias veces con Etelvino Vega pero por sus actividades como por las mías solo una vez nos vimos. De todas formas, tenía noticias de sus actuaciones.